No es casualidad que haya entrado por el bosque, ya que el refranero dominicano sobrevive y, en gran medida, tiene su origen en la zona rural. Noten que en las ciudades suele haber poca gente conocedora de refranes; sin embargo, aquellos que somos de campos, y aquí no dudo, solemos hablar del ‘interior’, como si la ciudad de Santo Domingo no estuviera también en el interior.

Pues bien, mi intención es sostener una hipótesis, relacionarla con algunos antecedentes y luego dar un ejemplo. Eso será todo en mi intervención. La hipótesis es que el refranero es un sistema semiótico, lo que significa que es un mecanismo que produce significados. Esa es la primera parte de la hipótesis. En segundo lugar, sostengo que en el caso del refranero dominicano, el cual vamos a examinar, tiene una incidencia cardinal en el modo de ser de los dominicanos.

Ya he dicho que es un sistema semiótico. Ahora bien, ¿qué es la semiótica? Les voy a dar un poco de historia: la palabra ‘semiotique’ fue utilizada por primera vez por un médico, específicamente Galeno, quien era griego, pero en realidad era de Pérgamo, al noroeste de lo que hoy es Turquía, parte del mundo griego. ‘Semiotique’, para los griegos, es como la captación de síntomas. Por lo tanto, al decir que se trata de un sistema semiótico, estoy sugiriendo que el refranero puede contener algunos indicadores de lo que significa ser dominicano.

Avanzando en el tiempo, hubo un señor llamado Ferdinand de Saussure que, en uno de los primeros capítulos de su ‘Curso de Lingüística General’ –el cual no escribió él, sino que fue elaborado a partir de anotaciones de sus alumnos, algo que ha sucedido mucho en la historia del pensamiento, como con Hegel, Kant, Sócrates y muchos otros–, propone la necesidad de una nueva ciencia que él llama semiología. Según él, la semiología sería parte de la psicología social.

Así, cuando hablamos del ‘modo de ser’, estamos refiriéndonos al modo de pensar, reaccionar y actuar de un conglomerado determinado, en este caso, el dominicano. El tema de la semiología es complejo en el sentido de que puede llevarnos a hablar del modo de ser, es decir, de la identidad, de cómo somos y qué somos, lo cual es importante tanto en sentidos colectivos como personales: el ‘qué soy’ en términos de la máxima socrática y en términos individuales. Es un tema cardinal.

Lo que me había venido a la mente antes de hablarles de esto es que, en un libro de Umberto Eco, un gran filósofo italiano contemporáneo recientemente fallecido, titulado ‘Tratado de Semiótica’, él explica que, en el caso de la semiótica, el ‘cómo’ es lo que mejor se aplica para entender cuál es el rol de la semiótica o de la semiología. 

Tendríamos que pensar no en la estela de un barco atravesando el mar adentro, sino más bien en los senderos que va dejando un explorador en el bosque. ¿Qué pasa con la estela? La estela es esa especie de espuma que dejan los barcos al pasar, pero que tan pronto el barco se va, también se borra la estela; es fugaz y vamos a hablar de lo fugaz enseguida, porque vamos a ver el tema de la identidad en la Grecia antigua.

Entonces, ¿qué pasa con los senderos en el bosque? Así se titula un texto de Heidegger, por cierto, ‘Senderos en el bosque’, que indica que tan pronto hacemos un sendero para penetrar en el bosque, para recoger una fruta o cazar un animal, ese sendero pasa a ser parte del mismo bosque y no se borra como en el mar. De manera que vamos a hablar de un tema elusivo, uno de esos temas que, como el agua, se nos escapa entre los dedos: el tema del ser. 

¿Qué es ser? 

Porque a eso es a lo que apunta el tema de la identidad, el tema de lo idéntico. ¿Qué es lo que permanece idéntico? Ustedes saben que en la antigua Grecia había un dios para cada cosa: un dios que generaba el viento, uno que producía los seres humanos, un dios de la guerra, otro que era mensajero, etcétera. Ahora, llegado el siglo sexto antes de Cristo, hubo un grupo de griegos que comenzaron a preguntarse no por las causas múltiples de los múltiples seres, sino por el ser en sí. La pregunta entonces no era qué dios origina o produce esta actitud, aquella emoción o este objeto de la realidad, sino ¿qué es ser? Ese es el tema de la identidad.

Ahí está, entre los presocráticos, el tema del ‘qué es ser’. Unos dicen que el ser por excelencia es el agua, otros que el apeiron, otros que las homeomerías, en fin. Pero, ¿dónde toma cuerpo realmente el tema del ser de una manera radical? Con dos filósofos que por lo general se presentan como antípodas pero que no lo son: Parménides, en su poema sobre la naturaleza, plantea que la diosa que le conduce le ha comunicado dos cosas aparentemente elementales: una es que el ser es, y la otra es que el no ser no es, y que no se puede hablar del no ser. 

De manera paralela, pero situándose como en las antípodas, está el tema al que hacía alusión el profesor Aridio: Heráclito, otro pensador griego. Heráclito sostiene que no hay un ‘ser’ fijo, ya que el ser es algo en constante movimiento. Argumenta que no existe tal cosa como una persona que se bañe dos veces en el mismo río, porque ni la persona es la misma que entra y sale del río, ni el río permanece igual. La realidad, según él, es como un fuego eternamente vivo que aparece y desaparece constantemente.

Eso quiere decir que, si dentro de dos horas yo menciono que tú tuviste una conferencia aquí, en ’24 horas de filosofía’, y tú dices ‘No, esa persona no era yo’, se aplica la idea de Heráclito. Hay una anécdota que Diógenes Laercio relata sobre Crátilo, un discípulo o seguidor de la escuela heracliteana. Según la anécdota, Crátilo tomó dinero prestado y no lo devolvió. Al ser reclamado por los prestamistas ante las autoridades, se defendió argumentando que no tenía que pagar esa deuda porque él ya había cambiado en tantos años. Sorprendentemente, fue absuelto de la deuda. Pero no más tarde, unos matones contratados golpearon a Crátilo. Cuando fueron a juicio, los agresores admitieron haber sido contratados, pero argumentaron que ellos también habían cambiado y ya no eran los mismos. También fueron absueltos.

Ese es el extremo, pero, aunque parezca que el cambio y la estabilidad en el ser son asuntos distintos, en realidad se complementan. ¿Acaso no podemos ser y no ser al mismo tiempo? ¿No podemos, mientras somos, ir siendo otra cosa? Eso es captar el movimiento en el tiempo.

Para terminar con las referencias, les recordaré una frase que, en la República Dominicana, es un refrán, pero que tiene un origen filosófico: ‘Yo soy yo y mi circunstancia’. Esta frase fue planteada por Ortega y Gasset en su libro ‘Meditaciones del Quijote’ y luego la repite en ‘Historia como sistema’. La frase completa del filosofema es ‘Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la cambio a ella, no me cambio yo’.

Eso es un refrán aquí, como muchos otros refranes que tienen un origen filosófico. Por ejemplo, hay muchas frases que son refranes, como ‘Hay un niño hermoso en el mundo y cada madre lo tiene’, o ‘Hacer es la mejor manera de decir’. 

Estas son frases de Martí que aparecen en ‘Nuestra América’ y en otro texto que ahora no recuerdo. Entonces, habrán notado ustedes que en ese ‘yo soy yo’ hay dos ‘yoes’. No es casual que haya un ‘yo’ con mayúscula y otro con minúscula, porque en filosofía nada se toma como casual. Ortega, en un texto de juventud, menciona que a veces el lector le hace una objeción a un autor o filósofo, sin darse cuenta de que el filósofo ya tuvo esa intuición y, sin embargo, la descartó. 

Entonces, ese ‘Yo’ que aparece con mayúscula al inicio de la frase del filosofema de Ortega es un ‘yo’ con mayúscula, pero seguido hay otro ‘yo’ que es un ‘yo’ con minúscula. ¿Qué pasa? Que ese ‘yo’ no es igual al segundo ‘yo’. ¿Por qué? Porque este ‘yo’ primero, con mayúscula, no es igual a ese ‘yo’ con minúscula, pero además de él, para significar el ‘yo’ con mayúscula, entra la circunstancia. ‘Yo soy yo y mi circunstancia’. ¿De qué estamos hablando? Es una ecuación; si uno la va a formular, sería: ‘Yo’ con mayúscula es igual a ‘yo’ más la circunstancia. Y si lo vamos a ver analíticamente, la circunstancia es una noción compleja, porque es un ‘circum’ y una ‘estancia’, es decir, el círculo en que se está, el círculo en que estamos.

Entonces, el círculo en que estamos influye sobre el ‘yo’, ¿sobre cuál de los dos ‘yoes’? Sobre el segundo ‘yo’. Ese ‘yo’ se ve impelido a reaccionar permanentemente frente al cambio de las circunstancias. Y entonces, de esa relación, que puede remitirnos perfectamente a la dialéctica del amo y del esclavo, porque el ‘yo’ necesita tanto de la circunstancia como la circunstancia del ‘yo’, de esa correlación, de esa dinámica, de esa dialéctica entre el ‘yo’ y el ‘circum’ en que estoy, es que se determina el otro ‘yo’, que es un ‘yo’ permanente.

Aplicado al tema de la identidad nacional, por lo general, cuando tocamos estos temas, que son temas de pura envergadura filosófica, se dice que eso es esencialismo. O sea, que se plantea como la esencia de lo dominicano como algo independiente de la historia, fuera del espacio y del tiempo. Pues no, señor. Es que Parménides y Heráclito no son entidades separadas, son dos caras de una misma cuestión: el cambio es el ser, el ser es cambiante, pero ¿podríamos negar que aparte de los cambios sucesivos que se dan en todo ser, hay una suerte de precipitado, un reducto permanente? Ahí entran otras cuestiones de tipo paradigmático o ideológico.

El tema del refranero es un tema antiquísimo. Bueno, ¿qué eran las sentencias de los siete sabios de Grecia? Ellos las dejaron escritas, no eran decires, eran dictum, que ellos llamaban ‘paroia’, que quiere decir ‘como la voz que se transporta’, lo que cambia. 

«Porque eran orales, de hecho, en la traducción de Juan David García Bacca no los llama aforismos ni sentencias, sino refranes, ya que eran decires populares de Grecia. Por ejemplo, en ‘La retórica’ de Aristóteles, se habla constantemente de los refranes, que son diferentes a lo que él mismo llama máximas, las cuales son más bien filosofemas, aforismos o pensamientos escritos y estructurados, y por lo general con nombre propio.

Pues bien, quiero decirles lo siguiente: ¿Cuántos aforismos se conservan de Heráclito? 124. ¿Cuántos refranes componen el refranero dominicano? Miles. Aquí he traído dos ejemplos de refranero, pero claro, estos refraneros no están fijos en el tiempo. Este es de 1952, de Emilio Rodríguez Demorizi; este otro, de Cruz Brache, miren el volumen. Aún hay otro refranero más reciente, publicado por una señora y una hija, a través del Banco Central.

Ahora bien, ¿es el refranero una esencia, algo dado de una vez y para siempre? No. El de Cruz Brache, de los años 77 y 78, trae una enorme cantidad de refranes que no trae el de Rodríguez de Demorizi. ¿Por qué? Porque es un corpus moviente, como el río de Heráclito. Pero yo les puedo decir que desde hace unos 28 o 29 años me he dedicado a recoger refranes. Elaboré un formulario para recoger refranes por dondequiera que me muevo en el país, basado en una hipótesis.

Cuando hablamos de creencias, la gente tiende a irse al lado de las creencias religiosas, pero vamos a tomar ‘creencia’ aquí en un sentido amplio. Creencia es aquello en lo que la gente cree, haya investigado o no. Puede ser que uno investigue algo y no lo crea, y viceversa. Esta idea es de Ortega y Gasset también: las creencias son ideas, pero no cualquier tipo de ideas. Las creencias son aquellas ideas en las que no solo creemos, sino que estamos; es decir, constituyen el fundamento de nuestro ser.

Entonces, si usted cree algo, eso que cree puede ser verdadero o falso. Ahora, lo que no es falso es el desplazamiento de su voluntad en el sentido de lo que usted cree verdadero. Por ejemplo, si yo creo que los muertos salen, probablemente vea muertos, no muertos en vida como yo, sino muertos del trasmundo. De ese planteamiento, que está en Ortega y luego en Julián Marías, uno de sus discípulos, se produce una fusión entre lo que se llama en fenomenología ‘el mundo de la vida’ y la creencia, y formula la noción de vivencia. Una vivencia es un estado del espíritu que yo siento de manera vívida en mí.

Para ponerles un caso de lo que es vivencia y para que veamos la relación entre vivencia y creencia, cuando yo era joven, en mi campo, salía aparecer el diablo a cada rato y arañaba gente. Ahora ha desaparecido. ¿Quién de ustedes cree que eso es verdad? No, porque está, como el Dios de Spinoza, en todos nosotros y en las cosas también. Entonces, la noción de pecado es una noción vivenciada entre los dominicanos del presente. ¿Pequeños núcleos creen en el pecado? Decir malas palabras, ¿es pecaminoso? La canción está llena de eso.

Entonces, ¿qué pasa con esta pasión por el refranero? ¿Por qué hay que seguir recogiendo el refrán? Porque es persistente y mutante; unos persisten, otros se agregan y otros desaparecen de escena. Las consecuencias de esas acciones son también reales; son hechos, y precisamente quien plantea eso es Robert Merton. Hay una versión vulgarizada de ese corolario de Merton que lo plantea en teoría de las culturas sociales. Es un sociólogo norteamericano, aún vivo, cuyos libros han sido publicados por el Fondo de Cultura Económica. Entonces, ¿cómo se llama esta derivación que propone Merton? La promesa autocumplida. O sea, si tengo la idea de que siempre que se nubla me duele la cabeza, puede ser que eso sea falso, pero la actitud mía de ponerme vaporub o beberme un calmante ya no es ni verdadero ni falso; es un acto, una acción. 

Y si tenemos un invierno muy nublado y frío, incluso podría causarme una ulceración en el estómago por beber aspirina o tomar Omeprazol. Entonces, si yo lo creo, de esas creencias se derivan acciones y, de esas acciones, consecuencias. Les decía que me he dedicado a recoger refranes. Elabore un instrumento más o menos del siguiente tipo, anónimo. Dice algo como: ‘Cite tres refranes que usted considere absolutamente verdaderos’, ‘Cite tres refranes que usted considere absolutamente falsos’, ‘Cite tres refranes que usted considere verdades a medias’, y así sucesivamente. ¿Cuál es el presupuesto? ¿Cuál es la presuposición? Que aquello que la gente entiende como absolutamente verdadero forma parte de su estado de creencias. Y entonces, a partir de ahí, se puede identificar el conjunto de ideas de los dominicanos.

Por eso hacía alusión a los 124 filosofemas de Heráclito: ¿cuánto se ha escrito acerca de nuestro refranero? Nada. Sin embargo, tenemos una cantera de saber filosófico, de saber ingenuo pero de orden filosófico, en el refranero dominicano. Ese fue el contenido de mi tesis doctoral: identificar los grandes temas de la filosofía occidental en el pensamiento ingenuo de los dominicanos, con tan buena suerte que, no sé por qué, pero esa gente que son de otro lado se lo encontraron muy bueno. Yo pensé que no les iba a importar. Claro, porque eso es algo muy nuestro.

Entonces, ya para terminar, quisiera tomar nada más una variable: la variable ‘Dios’ en el refranero dominicano. Piensen ustedes en refranes: ‘Al que madruga Dios lo ayuda’, ‘El palo dao, ni Dios lo quita’, ‘Dios me lo bendiga’, ‘Dios me libre’, ‘Dios lo ve todo’, ‘Dios lo mandó a buscar, Dios lo necesitaba’, ‘Dios te libre’, ‘Si Dios quiere’, ‘Dios tarda, pero no olvida’, ‘Dios oye todo y todo lo ve’, ‘Dios todo lo puede’, ‘Dios y hombre’, etcétera. ‘Dios aprieta, pero no ahorca’, eso está en el refranero de Cruz Brache, en el de Rodríguez Demorizi por igual. Miren, todo eso es sobre Dios: ‘Dios perdona a quien no sabe lo que hace’, ‘Dios pone un pan debajo del brazo de cada hijo’, ‘Dios premia al bueno y castiga al malo’.

Dios se lo perdone o se lo haya perdonado, etcétera. Así como está la idea de Dios en nuestro refranero, también están la idea de la amistad, la idea de lo justo, la idea de lo bueno, la idea de lo correcto, la idea de lo grande, la idea de lo admirable, en fin, muchas ideas, como la del destino.

Entonces, eso ha tenido una manifestación histórica. Claro que sí. Pensemos, y les voy a poner solo dos casos, o dos casos y medio. El Juramento Trinitario, ¿cómo comienza? ‘En nombre de la Santísima y augustísima Trinidad de Dios omnipotente, nosotros…’, juro ante Dios. 

El proyecto de Constitución de Duarte, ¿qué dice taxativamente? Que nosotros tenemos una religión, era parte del estado confesional. 

Por ejemplo, el discurso de ingreso de Balaguer a la Academia Dominicana de la Historia, ¿cómo se titula? Y da gusto leerlo. Se titula ‘Dios y Trujillo: Hacia una Interpretación Realista de la Historia Dominicana’. Después, él lo corrigió y lo publicó en un volumen que se titula ‘Textos Históricos y Literarios’. Pero la versión original está publicada en la revista Clio, y ahí él hace una interpretación de la historia dominicana presentando a Dios siempre como el guía, algo parecido a lo que hacen los judíos al interpretar su historia, sus vicios, maldades y violencias, a partir de una supuesta condición de pueblo elegido de Dios. 

Esto no es nada nuevo, porque si recuerdan, al inicio de ‘La Ilíada’, Zeus tenía un pueblo elegido, que era Ilion (Troya). Era tuvo que ingeniárselas para poder declararle la guerra, le dio a beber hidromiel y él cayó como en trance. Y entonces, la autorizó en ese estado a hacer la guerra a Troya.

¿Ustedes creen que con semejante estructura mental no era completamente natural que Eugenio María de Hostos, que propugnaba por una educación laica y la separación de la iglesia y el Estado, chocara? Claro que chocó, no solo con Lilís, sino también con la iglesia. El proyecto estaba condenado de antemano. No estaría igualmente condenado el proyecto de Caamaño, que en ningún momento remitía a Dios. Viceversa, lo que vino después, las remisiones de Balaguer a Dios y la religión, son una constante.

Ahora, yo les digo a ustedes: ¿Balaguer creía en eso? Lean el capítulo final de ‘Memorias de un Cortesano en la Era de Trujillo’. Se llama ‘Mis Creencias’, donde plantea, entre otras cosas, que eso de creer en una existencia transmundana no es más que parte de la vanidad del hombre y que si el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios, pues Dios es la imagen y semejanza del hombre, y que ambos valen lo mismo. No creía en eso, pero lo utilizaba ideológicamente. ¿Por qué? Porque se dirigía a la estructura preconceptual de los dominicanos.

Muchísimas gracias.