EDITORIAL

La noche del diez de diciembre próximo, la Cátedra de Introducción a la Filosofía estará presente en el acto de Homenaje- Reconocimiento que la Escuela de Filosofía tributará a dos eminentes catedráticos nuestros: los doctores Andrés Avelino García Ramón y Enrique Patín Veloz.

El primero sustituyó en 1962 a su padre Don Andrés Avelino en las Cátedras de Lógica, Teoría del Conocimiento y Ética; mientras el segundo inicia su carrera magisterial cuatro años antes, sin haber dejado de impartir jamás un solo semestre de clases en 41 años de vida magisterial.

Ambos, aunque jubilados, mantienen su docencia en nuestra Universidad. Los dos tienen Doctorados en Filosofía y algo más que nos consta: son filósofos por vocación y convicción.

En nuestro profesores se condensa una excepcional carga de experiencia provista por tres universidades: La vieja Universidad de Santo Domingo, la del Movimiento Renovador y hoy -ellos saben arreglárselas, pues son filósofos- participan de otra universidad: en la que nos movemos y padecemos junto a ellos.

Las cátedras preciso es saberlo- son tan viejas como las universidades mismas. Una cátedra es ese espacio de la universidad donde se prepara, se planifica, se evalúa y se actualiza el saber. Ella es la sede del conocimiento.

Consciente como el que más de esta realidad, el Dr. Avelino García nos advierte: «Las condiciones actuales del trabajo universitario no permiten la existencia de cuadros docentes consagrados por completo a su quehacer». Y no se cansa de afirmarlo -con la visión amplia y crítica del filósofo-: «Ya este modelo tocó fondo y hay que cambiarlo».

¿Cuál puede ser la calidad académica del servicio que hoy ofrecemos a la juventud dominicana, impartiendo treinta y seis horas de clases semanales? ¿Qué seguimiento y qué evaluación devienen posibles bajo semejante régimen laboral? Con doce secciones o grupos de estudiantes ¿Qué tiempo queda para la lectura, la investigación, la actualización?.Y a todo esto debemos agregar la carencia de un contrato de trabajo. Al profesor se le paga a destajo: Cada semestre las condiciones económicas están sujetas a cambiar, pues dependen de la cantidad de secciones que puede ofrecer la institución ( si hay secciones, hay trabajo; si no las programan, entonces el profesor queda automáticamente desamparado). Y un señor -¡que sí tiene contrato fijo por ser tan indispensable para el sistema!-, desempeña la función de garantizar que Usted firme cada hora de clase impartida: hora firmada, hora pagada.

Y más aún: A Usted le está prohibido enfermarse, pues el seguro médico no es pagado según es descontado al servidor. Mientras tal situación ocurre, como fina ironía de nuestra vida universitaria, a cada profesor se le envía un formulario para que actualice sus informaciones a fin de asegurar el servicio funerario de que disfruta (se pretende asegurar los servicios al profesor muerto, en tanto se deja sin los servicios indispensables al profesor vivo).

Visto el cuadro aquí delineado, ¿no es el catedrático una categoría académica cuyo referente histórico social pertenece plenamente al pasado? ¿Por qué razón abundan las cátedras entre cuyos profesores no hay uno solo que desee ser su coordinador?.

Muchos profesores, como resultado del ambiente aquí descrito, estamos ya adaptándonos a las nuevas modalidades y damos tanto como recibimos. La ley del menor esfuerzo se está imponiendo en un proceso de degeneración de la vida universitaria al que se nos ha llevado procesualmente. ¿Hasta dónde llegaremos por este camino?.

Precisamente en estos momentos asistimos a un merecido homenaje a dos catedráticos fuera de serie. En ellos decimos adiós a los últimos catedráticos de la academia. La universidad de ayer, afortunadamente, supo retener a los sabios. La de hoy, agiliza los trámites para su retiro temprano. Y el profesor, que ha esperado con ansiedad ver el fin de su calvario, a la postre suspira y lanza, cual camello cansado, su carga pesada sobre la árida arena del desierto universitario.