Prof.  Rafael Morla

RESUMEN:

Partiendo de un enfoque totalizador, propio del espíritu filosófico, se busca en este texto reconstruir la identidad cultural del pueblo dominicano. Existen enfoques unilaterales que no posibilitan una comprensión íntegra del problema en cuestión. La dominicanidad es la expresión sintética de la diversidad biológica y cultural. La sangre y los valores del indígena, del blanco español y del negro africano constituyen la materia prima a partir de la cual se forma el ser dominicano. Otro supuesto es que la conciencia identitaria se convierte en espíritu de independencia, siendo aquí donde entran en juego las ideas de la Ilustración.

INTRODUCCIÓN

El presente ensayo tiene como objetivo, primero, exponer el proceso histórico de construcción de la identidad cultural del pueblo dominicano y, segundo, conectar dicha evolución con un proceso de toma de conciencia que se convertirá en lucha por la libertad y en lucha por la independencia cuando las ideas de la Ilustración hacen su aparición en el escenario de la República Dominicana.

La dominicanidad es una categoría que expresa toda una historia de luchas, de bregas, de sufrimientos, lágrimas y alegrías del pueblo dominicano por construirse y reafirmarse a sí mismo. Labrar la tierra de sol a sol, traficar con ganado y mercancías en las fronteras, alzarse en los montes y sierras para huir de la explotación y el castigo del amo, trabajar en los hatos ganaderos, cazar cerdos en los montes, comer carne en puya, dormir la siesta en una hamaca, bañarse en los ríos, lagunas y arroyos, perseguir una negra en la sabana o atraparla en los montes, defender los límites fronterizos, realizar un oficio, participar de una profesión, bailar un merengue, jugar pelota, jugar bola, jugar al pégate, bailar trompo, rezar y solicitar ayuda y protección a Dios y demás deidades, y luchar por la soberanía constituyen episodios de nuestra vida social gracias a los cuales hemos llegado a ser lo que somos.

Ahora bien, la identidad se construye en relación con el otro, es decir, se realiza en un contexto espacial e histórico. En este sentido, la identidad cultural dominicana es parte de la identidad cultural caribeña e hispanoamericana. ¿Y Haití, que comparte con República Dominicana la misma isla, qué papel ha desempeñado? De los haitianos hemos recibido la influencia de su folclore, de su pintura, de su religión; también contribuyó al despertar socio-político de los dominicanos al influirnos con su proceso revolucionario, que culmina con la revolución de 1804.

También tuvo su efecto en nuestra cambiante identidad esa condición de «frontera imperial», para decirlo con palabras de Juan Bosch, que han tenido los pueblos caribeños al servir de escenario de las luchas entre las potencias coloniales de la época. Por ejemplo, Francia se disputó con España el dominio de la isla de Santo Domingo hasta que finalmente (1795) termina siendo suya. Además, Napoleón Bonaparte, en su esfuerzo por someter a los negros rebeldes de Haití, envía un ejército de 45,000 hombres que finalmente fueron derrotados, y son los remanentes de este ejército en retirada los que terminan ocupando Santo Domingo, dando inicio a lo que los historiadores llaman la era de Francia (1802-1809). Lo que quiero decir es que estos acontecimientos de carácter internacional nos impactaron de alguna manera y terminaron por afectar nuestra identidad.

La identidad es también un proceso de toma de conciencia; por ello, cuando las ideas ilustradas irrumpen en Hispanoamérica y Santo Domingo, pudieron servir de orientación a los hombres que asumieron las tareas de conducir a sus respectivos pueblos en la lucha por liberarse del colonialismo y la dependencia. Ser y llegar a ser, sin dejar de ser, he ahí el dilema de los países hispanoamericanos, y esto es más cierto hoy que ayer, puesto que vivimos en un mundo donde lo único seguro es el cambio y la incertidumbre.

LA IDENTIDAD CULTURAL DOMINICANA EN EL CONTEXTO DE HISPANOAMÉRICA

Hablar de la identidad de un pueblo es hablar de su cultura, y hablar de su cultura es hablar de sus valores materiales y espirituales. La cultura es la vida de un pueblo, y precisamente a lo largo de esa vida es que los pueblos toman conciencia de su identidad. En ese sentido, el proceso de construcción de la identidad cultural dominicana, al igual que la de los pueblos hispanoamericanos, comienza con el descubrimiento de América en el año 1492.

Ello quiere decir que, para entender la identidad cultural de cualquier pueblo de América, hay que conocer la historia de América, porque estos pueblos constituyen una gran unidad. Esa conciencia identitaria la tenían Bolívar, José Martí y Eugenio María de Hostos. Bolívar quiso unificar todos los pueblos que iba liberando del colonialismo a través de la Gran Colombia; Martí habló de «nuestra América», y Hostos elaboró la doctrina del antillanismo para unificar todos los pueblos de las Antillas en una sola patria. Alejo Carpentier decía claramente que solo esa consciencia histórica hará comprender plenamente «… lo que somos y qué papel es que habremos de desempeñar en la realidad que nos circunda y da sentido a nuestros destinos».

América se convirtió en el escenario de tres razas que nunca se habían encontrado en parte alguna: la raza blanca, venida de Europa; la raza india, que era nativa de América; y la negra, que fue transportada de África a tierra americana. Las relaciones entre estas razas no fueron cordiales, ni de ayuda y colaboración recíproca, sino de mucha violencia y explotación de los indios y negros por parte de los blancos (sobre todo españoles, ingleses y franceses).

Sin embargo, de las relaciones entre estas razas surgirá un hombre diferente, que no es el indígena de América, el blanco europeo ni el negro africano, sino el mestizo, que será el hombre propio de estas tierras y que irá tomando conciencia de su identidad personal, social y cultural. Manuel Cruz Méndez (1998), culturólogo dominicano de mucha valía, dice que «las relaciones del indio y del español no sólo en el trabajo encomendero sino también a través del matrimonio y del concubinato permitieron al cabo de tres décadas constituir un fuerte núcleo de población y cultura mestiza diferente al que existía en 1492. La llegada de los africanos, en donde el sexo masculino predominó al principio, al igual que en los españoles, introdujo una nueva modalidad etnocultural: la mezcla del africano y del indígena. De manera que casi inmediatamente el indio, el negro y el español habían cedido en parte sus rasgos biológicos y culturales para formar un nuevo hombre mestizo dominicano».

España trajo a América y a Santo Domingo el concepto de colonización en el segundo viaje de Colón en 1493. Trasplantó sus instituciones (la Real Audiencia, el municipio, la Iglesia, la universidad), aportó el idioma español y transmitió el mundo de fe y de creencias que supone la religión católica, apostólica y romana, siendo estos elementos sus aportes civilizatorios. Pero el ideal colonizador incluía la explotación de los indios, los cuales fueron repartidos mediante el sistema de encomiendas y confinados a los duros trabajos en las minas de oro y plata existentes en la llamada «Nueva España». Los indios fueron diezmados por la explotación inmisericorde, por los malos tratos y por las enfermedades. En mi país no quedó un solo representante de dicha raza, aunque muchos mestizos, fruto del cruce con los españoles.

Es importante decir que en la defensa del indio se levantó la voz de Fray Antón de Montesinos, quien defendió los derechos de esta raza, produciendo la primera defensa de los derechos humanos en el continente, y esto sucedió nada más y nada menos que en Santo Domingo en el año 1511. En presencia de los encomenderos, Montesinos y su orden de los dominicos reivindicaron la condición humana de los indios y condenaron las injusticias del sistema colonial. Este acontecimiento constituye el punto de partida de la rebeldía en el «nuevo continente». Es decir, la colonización, inmediatamente se implanta, es combatida desde el interior de sus entrañas y también fuera de ella, porque en el 1519-1533, se produjo la rebelión del cacique Enriquillo, la primera rebelión de indios en América, que tuvo como escenario la sierra de Bahoruco, ubicada en la provincia de Neyba en la República Dominicana. Dicha rebelión duró 13 años y salió victoriosa, porque al final hubo que pactar con el movimiento rebelde, aunque este triunfo llegó tarde, porque no pudo evitar la aniquilación de la raza indígena. Emilio Rodríguez Demorizi (1971), en el texto Los dominicos y las encomiendas de indios, dice que «la extinción total de la primitiva raza de la Española, condenada con tan áspera indignación por el Padre Las Casas en su Destrucción de las Indias, dio lugar, como es lógico, a la eliminación del problema del indio confrontado por diversos países americanos. No existe en la República Dominicana, pues, conflicto de raza alguna, proveniente de sus primitivos pobladores. Ese problema fue sustituido por otro: el negro».

Exterminados los indios, fueron introducidos los negros esclavos para las duras faenas en las minas y las plantaciones. El Padre Las Casas, después de haber justificado la esclavitud del negro, en una actitud autocrítica, denuncia los atropellos y barbaridades de que eran víctimas. En las obras de Fray Bartolomé de Las Casas, se lee que era raro ver un negro muerto, pero desde que fueron sometidos al duro trabajo en los ingenios, comenzaron a morir en masa, y que por esa causa mataban a los españoles, producían alzamientos, y formaban cuadrillas, y todo en un esfuerzo por liberarse del cautiverio y la esclavitud.

Al ideal colonizador experimentado por los españoles en Santo Domingo, siguió el concepto de descolonización, que tuvo sus primeras manifestaciones con el discurso humanista de los dominicos y la rebelión de Enriquillo. El negro, con su trabajo y sus luchas a lo largo de todo el continente americano, hará aportes significativos al proceso de descolonización y de construcción de la identidad hispanoamericana, y por supuesto de la identidad nacional de los dominicanos.

El cimarronaje y las sublevaciones de negros comenzaron desde el mismo siglo XVI y se mantuvieron a lo largo de los siglos XVII, XVIII y XIX. Cada batalla librada, aunque fuera perdida, agregaba un nuevo elemento al proceso de construcción de la identidad personal y colectiva del sujeto negro, que tiene el mérito de haber hecho germinar la idea de independencia en América y en República Dominicana.

Acontecimientos clave generadores de la identidad sociocultural de los dominicanos son los siguientes: 1- las devastaciones de Osorio 1605-1606, 2- los manieles (lugares de acogida de negros cimarrones y rebeldes), la integración de los negros a las milicias y al ejército colonial, la lucha por la defensa del territorio en los límites fronterizos entre las dos colonias (el Santo Domingo español y el Santo Domingo francés), el tratado de Basilea de 1795, mediante el cual toda la isla pasa a ser propiedad de Francia, el proceso independentista de Haití, que culminó con la proclamación de la primera República negra del mundo, las invasiones haitianas de 1801 y 1805, la ocupación francesa 1809 y lucha por la reconquista (1802-1809), la independencia efímera de 1821, la ocupación haitiana y la independencia (1822-1844), la anexión a España de 1861, la restauración de la República (1863-65) y la lucha contra la anexión del territorio dominicano a los Estados Unidos de América (1868-73).

Pero la identidad no sólo se va construyendo a través de los grandes eventos sociales, políticos, religiosos y lingüísticos, sino también en la lucha diaria por resolver las necesidades materiales y espirituales, y por qué no decirlo, en la forma en que las personas resuelven sus apetitos carnales. El liberto fue sastre, herrero, carpintero, arriero, aguatero, carbonero, soldado, miliciano y, en raras ocasiones, sacerdote. Al mismo tiempo, la mujer negra trabajó en las labores domésticas y sirvió de concubina al blanco español, y esto último, sin duda, fue un elemento esencial en la atenuación de las contradicciones sociales. En Santo Domingo, el blanco español y la negra africana, en los aposentos, en las chozas, en los matorrales, en los montes y en las orillas de los ríos, contribuyeron con su impulso erótico al diseño de una nueva pasta biológica, el mestizo, de la cual al final resultó el pueblo dominicano. «Por la fuerza de la sangre, pues, la raza negra se vincula a la familia dominicana; por los nexos del trabajo y del cristianismo se vincula a la sociedad; por el lazo de sus ideas de libertad se vincula a la historia patria».

A fines del siglo XVII, el pueblo dominicano era un pueblo definidamente mulato. La mayoría de las familias de color blanco habían emigrado hacia otras posesiones de América y, al emigrar el sujeto portador de los valores hispánicos, estos sólo se mantuvieron vivos a nivel de la clase dirigente. Pues, las grandes masas de negros y mulatos (aparte de la lengua española, que unificó a todo el mundo) asimilaron los valores africanos, produciéndose así un gran sincretismo cultural.

Durante todo el siglo XVIII, el alejamiento entre la «Metrópoli donadora» y Santo Domingo se profundiza aún más, fuera de la lengua y de la religión católica. «Los vínculos culturales con España habían sufrido profundo deterioro, particularmente en la región espiritual». Todo este ambiente de «relajamiento» está reflejado en el Código Negro Carolino (1784), donde el propio régimen colonial regula las fiestas, ritos y cofradías de los negros libertos y esclavos. Así, se prohibieron todas las «concurrencias y bailes de negros esclavos y libres que no se hagan en las plazas, calles o lugares públicos en los días festivos y durante el día, pena de veinticinco azotes de látigo a cada uno en la picota y veinticinco pesos de multa al que los consintiere en sus casas o patios».

Es importante tener en cuenta lo anterior para no caer en lo que Carlos Andújar (1999) llama la «amnesia negra», que consiste en no reconocer los aportes de los negros al proceso de construcción de la identidad dominicana. Andújar señala que el «esfuerzo por considerarnos españoles niega nuestra esencia de pueblo caribeño que criolliza en el devenir histórico sus herencias culturales. Esa criollización produce el ser cultural dominicano, sin predominio de nadie, aunque con aspectos del hecho cultural marcados por una u otra de esas herencias, como podemos ver en la lengua, la religión y otras expresiones de nuestra cultura, donde es evidente una influencia de España. Sin embargo, en otros aspectos de la vida del pueblo dominicano encontramos presencia de origen africano, como en la danza, la música, la espiritualidad, la comida, etc.».

Federico Henríquez Gratereaux (1996) sostiene con razón que la «lengua española nos ata a España del modo más solapado porque es el idioma una psicología colectiva que ‘nos hace’ interiormente». Sin embargo, no tiene del todo razón cuando dice que la sociedad dominicana fue «integrada por blancos españolizados, mulatos españolizados y negros españolizados», ya que desde el siglo XVII, la mayoría de los dominicanos eran (y siguen siendo) negros y mulatos, que además de los valores hispánicos, integran valores culturales propios de la africanidad.

La «dominicanidad», concepto que expresa la idiosincrasia y el carácter del pueblo dominicano, debe ser expresada en toda su radicalidad y en toda la riqueza de sus matices, para evitar la sensación de que nuestro ser está amputado en uno o varios de sus costados. Durante el proceso para alcanzar la segunda independencia en 1844, el adversario fue Haití, una nación compuesta principalmente por negros y mulatos conectados con los valores africanos. Esto planteó la necesidad de un discurso diferenciador, y se acudió al expediente de presentarnos como un pueblo español, cuyos valores absolutos eran los de la hispanidad.

Es importante reconocer el papel que estas ideas desempeñaron en todo el proceso de constitución y nacimiento del Estado-Nación dominicano, desde la fundación de la sociedad secreta La Trinitaria por Juan Pablo Duarte en 1838 hasta la última invasión militar de Haití en 1856. Sin embargo, su utilidad práctica no borra su carácter históricamente falso. A pesar de esto, Balaguer (1983), en su obra «La isla al revés», insiste en presentarnos como un pueblo de raza blanca y de cultura homogéneamente española. Es importante aclarar que un pueblo así nunca ha existido ni existe en Santo Domingo. Biológicamente, el dominicano es producto de la diversidad racial, y culturalmente, de la diversidad cultural.

EL MESTIZO O CRIOLLO

El fenómeno del mestizaje se produce en toda América. Al principio, resulta de la mezcla del blanco español con las indias, y a partir del siglo XVI, con la introducción de los negros, el mestizaje será entre el español y la negra africana. Una vez que se tiene al mestizo y al criollo, que en realidad son lo mismo, solo hace falta inculcar valores, sentimientos e ideas. Pero, ¿quién es el mestizo y quién es el criollo? Es una criatura multirracial y multicultural que expresa la unidad en la diversidad, tanto en lo racial como en lo cultural. Carpentier lo define como el «hombre nacido en América, en el continente nuevo, bien mestizo de español e indígena, bien mestizo de español y negro, o incluso simplemente indios o negros nacidos en América pero conviviendo con los colonizadores».

En un intento por trascender lo racial, Marcio Veloz Maggiolo (1977) da un paso adelante y dice que lo «criollo es una categoría cultural…es una tendencia hacia una visión cultural y racial diferente de la que en un principio fue regla en las colonias». En verdad, el criollo, en toda América y en Santo Domingo, lleva en sí la condición de un hombre diferente, nuevo, producto de estas tierras. Es más, es un hombre que se siente sujeto no porque esté sujetado a la tierra, sino porque al preguntarse «¿quién soy?», responde diciendo: «no somos españoles, no somos indios, sino una especie media entre los aborígenes y los españoles». Este es el inicio de la conciencia criolla, que solo comenzará a hacerse visible de un modo indudable, coherente y continuo a partir de la última década del siglo XVIII y las primeras del XIX. Esto es válido tanto para América como para República Dominicana.

LA ILUSTRACIÓN EN HISPANOAMÉRICA

En relación con la Ilustración en Hispanoamérica, se puede decir que penetró gracias al contacto con naciones como Inglaterra y Francia, pero muchas de las ideas también llegaron por la vía de la propia España. Es importante destacar que el movimiento ilustrado español, a través de la Constitución de Cádiz de 1812, abrió un paréntesis que fue aprovechado por aquellos que luchaban por liberarse del dominio colonial de España. En Hispanoamérica, las ideas ilustradas encontraron terreno fértil, sirviendo de inspiración y orientación a los hombres de la independencia, entre ellos Francisco Miranda, Simón Rodríguez, Simón Bolívar, entre otros.

Montesquieu y Rousseau fueron los ilustrados que más influyeron en el pensamiento independentista latinoamericano. Las ideas de Montesquieu con más acogida fueron las contenidas en «El espíritu de las leyes», particularmente su tesis sobre la división de poderes. En cambio, las ideas de Rousseau que mayor resonancia tuvieron en el pensamiento latinoamericano fueron indudablemente las políticas: la soberanía del pueblo, la ley como expresión de dicha soberanía, el contrato social, la aspiración a la libertad y la igualdad, la crítica del despotismo, el ideal de democracia y la federación.

Obviamente, la Ilustración en Hispanoamérica es distinta a la europea en muchas maneras. Por un lado, sólo se implementó el costado político del proyecto ilustrado, y en el plano filosófico todo se redujo a la crítica del criterio de autoridad. Por otro lado, no se abandonó la fe cristiana y la mayor parte de los ilustrados, sacerdotes-filósofos, estaban convencidos de que su propensión hacia la ciencia y la filosofía a la larga beneficiaría a la iglesia por las transformaciones que traería aparejadas.

En Santo Domingo, las ideas ilustradas empezaron a penetrar desde finales del siglo XVIII, pero es en las primeras décadas del siglo XIX, al compás de la promulgación de la Constitución de Cádiz de 1812, cuando se crean condiciones propicias para la difusión de las ideas iluministas. Los ilustrados dominicanos dieron a conocer su pensamiento a través de periódicos como «El Duende» y «El Telégrafo», de tertulias, libros y manifiestos. Entre los ilustrados dominicanos destacan Antonio Sánchez Valverde, Andrés López de Medrano, Bernardo Correa y Cidrón y José Núñez de Cáceres.

LA INDEPENDENCIA DOMINICANA DE 1821 Y LA ILUSTRACIÓN

La sociedad dominicana de las primeras dos décadas del siglo XIX se caracteriza por una gran complejidad. En ella se cultivan, se relacionan y se enfrentan las ideas fundamentales de la época. Es un pueblo que busca su identidad y su destino como colectividad social. En ese sentido, el partido de los ilustrados, encabezados por José Núñez de Cáceres, ve en la separación definitiva de España y, por consiguiente, en la incorporación a la Gran Colombia, la salida histórica de la hora. El llamado movimiento de la «independencia efímera» recibió de manera inmediata la influencia de los vientos liberales de la Constitución de Cádiz, así como su resistencia al cambio social.

No es extraña la infeliz coincidencia en un punto crucial y decisivo como el tema de la abolición de la esclavitud, entre la mencionada Constitución española de 1812 y el Acta de Independencia de 1821. Ambas piezas, en un gesto de conservadurismo tardío, dejan en pie la esclavitud social, limitándose al reconocimiento de la manumisión de los negros.

En el laboratorio social que constituyó la sociedad del Santo Domingo español de las primeras dos décadas del siglo XIX, se gestaron dos contradicciones que atravesaron luego, como un hilo conductor, el corazón de la sociedad dominicana. Estas contradicciones son las existentes entre conservadores y liberales. Los primeros tienen como filosofía la escolástica y socialmente son resistentes a los cambios sociales. Los segundos, por su parte, asumen principalmente los principios de la ilustración política, acorde con el espíritu de la ilustración española de la época, o en una expresión más extrema, el liberalismo francés.

En Santo Domingo, hay una línea de influencia que viene por la vía de la revolución haitiana, que se mueve en función de los vientos que soplan en Francia al concluir el siglo XVIII. En este sentido, en 1801 Toussaint Louverture ocupó, en nombre de Francia, la parte española de la isla, proclamando su indivisibilidad. Elaboró, entonces, una carta sustantiva mediante la cual se expresaba la nueva situación. «La Constitución haitiana de 1801, se inspira, en líneas generales, en la Constitución francesa de 1791; es el primer texto constitucional en el mundo que se pronuncia por la igualdad racial y que incluye en una solemne declaración antiesclavista: La servidumbre queda abolida para siempre; y todos sus habitantes nacen, viven y mueren libres y franceses, se estableció en el artículo 3». La revolución haitiana con su política antiesclavista, siempre gozó de simpatía entre los negros y mulatos de Santo Domingo, al extremo de existir un partido pro-haitiano, cuya vigencia se mantuvo hasta la proclamación de la independencia en 1844.

Los aires de la ilustración entraron en Santo Domingo por tres vías diferentes durante las primeras décadas del siglo XIX. Una de ellas, como ya se mencionó, fue Haití, que desde las últimas décadas del siglo XVIII inspiró a las masas de negros y mulatos en Santo Domingo a reclamar sus derechos a la libertad y la igualdad racial. La segunda vía fue el pensamiento liberal español, que logró ciertas conquistas acordes con los ideales de la ilustración y se plasmó jurídicamente en la Constitución de Cádiz de 1812, ejerciendo su influencia en los sectores progresistas de la sociedad colonial dominicana de entonces. La tercera vía de influencia fue el movimiento independentista liderado por el libertador Simón Bolívar, quien, con los ideales ilustrados como guía, estaba construyendo naciones y liberando a las personas de la esclavitud. Se puede afirmar que la efímera independencia proclamada formalmente el 21 de diciembre fue la expresión concreta de la ilustración, influenciada por estas tres vías en el Santo Domingo español de 1821.

LA ILUSTRACIÓN Y LA DECLARACIÓN DE INDEPENDENCIA DEL PUEBLO DOMINICANO

Este texto, publicado el 21 de diciembre de 1821, es considerado por la tradición histórica dominicana como obra del gran ilustrado José Núñez de Cáceres, nacido en Santo Domingo en 1772 y líder de la primera independencia dominicana. García lo describe como «el primer dominicano que quiso liberar la patria, rompiendo el yugo colonial que pesaba sobre la colonia española durante 329 años».

Franklin J. Franco, en su Historia de las ideas políticas, describe la declaración como una «curiosa pieza» fundamentada en consideraciones económicas liberales y principios políticos y filosóficos que permiten establecer la influencia de los postulados del Contrato social de Rousseau. Esto demuestra claramente que los trabajos de los filósofos franceses del siglo XVIII eran conocidos por la élite intelectual de la colonia de Santo Domingo.

Esta declaración constituye el acta de nacimiento de un Estado secular, que omite o no especifica el papel social de la religión en la nueva organización social recién inaugurada. Lo cual fue motivo para que el clero de orientación hispánica tomara con frialdad y desconfianza la situación recién creada. Otro punto débil fue la no abolición de la esclavitud, lo que enajenó la confianza de los negros y mulatos, muchos de los cuales prefirieron aliarse a la revolución haitiana.

El documento principal para entender la orientación social y política del primer movimiento de liberación de los dominicanos es el Acta de Independencia de 1821. Dicha acta es un texto en cuyos primeros párrafos se dedican a exponer las causas por las cuales se rompen los vínculos de dependencia con España. Los jefes de esta empresa libertadora elevan su protesta delante del «Ser Supremo» y manifiestan su firme decisión de constituirse en Estado independiente. Defienden el principio de la libertad como un valor fundamental del proyecto ilustrado. También está la invocación al «Ser Supremo», el dios de los grandes hombres de la revolución francesa.

Luego viene la influencia de Jean-Jacques Rousseau, su Contrato social, y algo inusual para la época, el reconocimiento del derecho del pueblo contra la tiranía y la opresión. Además, como es propio de los ideales ilustrados, se habla de «seres racionales y libres» que tienen como norte la búsqueda de la felicidad.

«Sabemos con evidente certeza que los hombres renunciaron del estado natural para entrar en una sociedad civil que le afiance de modo estable y permanente la vida, la propiedad y la libertad, que son los tres principales bienes en que consiste la felicidad de las naciones. Para gozar de estos derechos se instituyen y forman los gobiernos, derivan sus justos poderes del consentimiento de sus asociados; de donde se sigue que el gobierno que no corresponde a estos esenciales fines, si lejos de mirar por la conservación de la sociedad, se convierte en opresivo, toca a las facultades del pueblo alterar o abolir su forma y adoptar otra nueva que le parezca más conducente a su seguridad y futuro bien…».

Otra influencia clara que demuestra la presencia de la ilustración en el movimiento nacionalista de José Núñez Cáceres es la de Montesquieu, cuando hablan de que quieren leyes que sean la expresión de las costumbres de los pueblos y acomodadas a su clima. El plan de gobierno asumido por el naciente Estado independiente entra por entero en el horizonte de la modernidad y de la ilustración. Reivindica la libertad de comercio, en abierta crítica al monopolio comercial español, que impedía el libre comercio de las colonias de ultramar con otras naciones. Coloca en lugar privilegiado la educación de la juventud y se compromete al fomento de la agricultura, de las artes y del comercio. El documento termina en vítores y aclamaciones a la patria, a la independencia y a la unión con la Gran Colombia, declarando solemnemente que la parte española de Haití se constituye en Estado libre e independiente, que «tiene pleno poder y facultades para establecer la forma de gobierno que mejor le convenga, contraer alianzas, declaraciones de guerra, concluir la paz, ajustar tratados de comercio y celebrar los demás actos, transacciones y convenios a que pueden por derecho los demás pueblos libres e independientes».

Así pensaba el grupo de ciudadanos dominicanos, que orientados por los ideales supremos de la ilustración francesa y su gran Revolución, buscaban el desarrollo y el progreso del pueblo dominicano, que abandonado por la «madre patria» España, languidecía en la miseria material y la desorientación espiritual.

LA INDEPENDENCIA DOMINICANA DE 1844 Y LA ILUSTRACIÓN

La primera Independencia Dominicana se proclamó el 1ro de Diciembre de 1821, pero fue tan efímera que duró apenas 45 días. Los haitianos nos invadieron el 9 de febrero de 1822 e impusieron su dominio durante 22 años. De tal manera que la primera independencia había sido contra España, mientras que la segunda, de la cual surgió la primera República, fue contra Haití. Aún más, en cuanto a los fines, hay diferencias entre ambas independencias, en la primera nos incorporamos a la gran Colombia, en la segunda, nos atuvimos al ideal duartiano de la independencia pura y simple. Sin embargo, ambas tienen en común el ser eco de la ilustración.

Hay dos documentos claves para entender la orientación ideológica del movimiento independentista dominicano: La manifestación dominicana del 16 de enero de 1844 y la constitución de San Cristóbal del mismo año. El párrafo primero de la referida manifestación dice: «La atención decente que se dé a la opinión de todos los hombres y al de las naciones civilizadas exige que cuando un pueblo que ha sido unido a otro quiere reasumir sus derechos, reivindicarlos, disolver sus lazos políticos, declare con franqueza y buena fe, las causas que lo mueven a separarse». Aquí está la idea de que la vida social es un contrato que los asociados pueden romper cuando ya no encaja en sus intereses y aspiraciones sociales. También en el párrafo segundo se condena el despotismo y se reivindica el «sagrado derecho» del pueblo a sacudir el yugo de sus opresores. Las influencias de Rousseau son claras y evidentes.

Respecto a la constitución de San Cristóbal, su estructura formal consta de 26 párrafos, 19 de los cuales se dedican a explicar el sentido de la separación; los 7 restantes se dedican a la parte orgánica constitucional y a la filosófico-doctrinal, que es la que interesa aquí. El nuevo Estado-Nación que se anuncia a la comunidad internacional de naciones lleva por nombre «República Dominicana», y su sistema de vida y organización social, jurídico-político es el de la democracia representativa. Es importante destacar que el fundamento filosófico de este texto es por completo el de la Ilustración, lo cual queda claro cuando se proclama lo siguiente:

  1. Libertad de los ciudadanos, aboliendo para siempre la esclavitud.
  2. Igualdad de derechos civiles y políticos, con independencia de origen o nacimiento.
  3. Inviolabilidad de la propiedad.
  4. Libertad de cultos, aunque se reconoce la religión católica como religión del Estado.
  5. Libertad de imprenta y expresión del pensamiento.
  6. Instrucción pública a expensas del Estado.
  7. Fomento de la agricultura, el comercio, las ciencias y las artes.

Una Constitución es la expresión de principios filosóficos universales y doctrinales, pero también de la realidad económica, política, social y cultural de un pueblo. Además, de las luchas de clases y sus intereses, y de la correlación de fuerzas existentes al momento de redactar el texto. No es lo mismo enero que noviembre, ya que la hegemonía de clases había cambiado. Todavía en enero, la coyuntura era propicia para los trinitarios, pero en los meses transcurridos fueron desplazados del poder, y esto, por fuerza, terminó por reflejarse en la Constitución del 6 de noviembre de 1844.

Juan Isidro Jimenes Grullón en su texto «Sociología Política Dominicana (1844-1966)» relata el drama social que vivía la República Dominicana en ese momento: «Al surgir la Primera República, la burguesía asumió el poder. Urgida por organizar jurídicamente el Estado, convocó a una Asamblea Constituyente que elaboró la Constitución. El documento careció de originalidad, se inspiró en la Constitución norteamericana y la Constitución de Cádiz de 1812; recoge, por tanto, principios e instituciones que traducen el auge del liberalismo en Europa occidental y en los Estados Unidos. Estableció así la división de poderes y la igualdad ante la ley; consagró la abolición de la esclavitud. Pero, por otro lado, restringió el derecho al voto a los miembros de la burguesía y algunos sectores de la clase media, lo que legalizó indirectamente el modo de producción capitalista como modo de producción dominante. Además, mediante el artículo 210, dio un golpe -al poner transitoriamente todo el mando en manos del Presidente de la República- al relativo liberalismo que sustentaba».

La Constitución de San Cristóbal refleja las contradicciones existentes en la sociedad dominicana a mediados del siglo XIX, con una mezcla de elementos liberales y conservadores, democráticos y dictatoriales. Si bien se reconoce la libertad individual, el famoso Artículo 210 le otorga al presidente poderes especiales y extraordinarios para reprimir a sus adversarios. Aunque se asume que el régimen social es democrático y se acepta la clásica división de poderes consagrada por el ilustrado Montesquieu en «El Espíritu de las Leyes», se excluye la conquista del voto universal y libre de los ciudadanos.

El Dr. Francisco Avelino tiene mucha razón al afirmar que la Constitución de San Cristóbal, a pesar de consagrar la mayoría de los principios fundamentales de la revolución burguesa, establecía un poder dictatorial y una organización política cimentada en principios plutocráticos.

La independencia dominicana de 1844 y su constitución fueron ecos tardíos de la Ilustración. Las ideas ilustradas orientaron la naciente República, pero ya en los países europeos estas ideas habían llegado al clímax de su desarrollo y evolución, y se buscaban nuevos horizontes y perspectivas para abrirse paso en la vida social. De hecho, cuatro años después (1847), Marx y Engels publicaron el Manifiesto Comunista. Además, para 1844, la mayoría de las repúblicas latinoamericanas ya habían proclamado su independencia.

  1. Para comprender mejor cómo influyeron las ideas ilustradas en Santo Domingo y cómo proporcionaron un marco teórico para orientar la acción práctica e intelectual de los grandes hombres que trataron de reorientar la vida social y política de sus comunidades a partir del siglo XIX, he recogido un párrafo genial y sintético que se encuentra en el libro «Reflexiones sobre algunas cumbres del pasado ideológico dominicano».
  2. «Tan solo es necesario examinar ligeramente el Acta Constitutiva del Gobierno Provisional del Estado Independiente de la parte Española de Haití, el Manifiesto del 16 de enero de 1844 y la Constitución de San Cristóbal para constatar que los ideólogos dominicanos estaban familiarizados con la doctrina política del estado de naturaleza, el derecho natural y el contrato social, tal como la promovieron Locke, Montesquieu, Rousseau, la Declaración de Independencia Norteamericana, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, las Constituciones Francesas de 1791 y 1793, así como los cambios constitucionales franceses que dieron lugar al Consulado y al Imperio, las Constituciones Haitianas de 1806, 1816 y 1843, y la Constitución de Cádiz. Estos documentos no solo eran ampliamente conocidos en el país, sino que, debido a las vicisitudes históricas de la nación, tuvieron una gran influencia en la historia dominicana. Además, el derecho público y privado de Haití se basó en la Francia Revolucionaria, lo que reguló la actividad social de la nación durante 22 años y tuvo una influencia significativa en la conciencia colectiva de al menos las minorías dirigentes del país».

LOS RETOS DE LA IDENTIDAD

Vivimos en un mundo de profundos cambios y transformaciones, lo cual plantea importantes retos a la identidad Hispanoamericana y dominicana. El enfoque tradicional que reivindica una identidad inmutable ya no tiene lugar en unas circunstancias en las que entramos constantemente en contacto con otras identidades.

El programa globalizador, el desarrollo tecnológico, el mundo de la informática y las telecomunicaciones están cambiando la identidad personal y del grupo. ¿Qué hacer frente a esta realidad? Solo hay un camino: la integración. Pero no para dejar de ser quienes somos (dominicanos), sino para fortalecernos como seres humanos que tienen valores que mostrar y compartir con los demás.

La defensa de lo propio y autóctono no debe plantearse como un problema para la integración, sino como una oportunidad para compartir lo bueno que tenemos y recibir el tesoro que encierra la vida cultural de otros pueblos. Al actuar de esta manera, estamos reconstruyendo nuestra identidad y contribuyendo a la renovación de la identidad de los demás renueven la suya.

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