Por Fernando Valdez

Gran cortesano, Joaquín Balaguer, de temperamento reservado, aún haga las veces de histrión en la oratoria con el objetivo de comunicar sus ideas a las masas, le es propio un espíritu poco sistemático (al menos en la exposición de sus convicciones). Balaguer no escribió ningún tratado sobre teoría política. Su filosofía política se expresa en manuscritos, discursos y metáforas de argumentos ad hominem que apuntan las más de las veces a un resultado práctico! Derivan aquí aparentes contradicciones por las situaciones que excitan su emoción. «Grecia Eterna», (1999), nos remite a que la inspiración en él fue siempre la misma; la sofística de Pericles y Demóstenes, acuñada como retórica diseminada con el propósito de persuadir sensiblemente a sus compatriotas.

El líder reformista por antonomasia nunca admitió los cambios de reestructuración social provistos por las nuevas teorías sociales de la modernidad; nadie insistió más que él en que estas referencias no eran válidas para la vida de estas naciones debido a que su incorporación era inconciliable con las costumbres de Latinoamérica. Tampoco aceptó los aportes de la Teología de la Liberación. Balaguer aborrece con instinto de aristócrata insular

(de un largo depósito de tradiciones, de prudencia, de moral incorporada en los usos y en las civilizaciones) la idiosincrasia popular, manifestada en revolución de masas.

El intento de que de aquí se concientice la clase obrera de su posible ascensión al poder gracias a la lucha, es una violenta detracción del legalismo -que para él se identifica con una creencia racionalista en los derechos innatos-. Balaguer en su apología tradicionalista llega a considerar providencial la pobreza (dada la amenaza de los presuntos cambios de los sectores sociales debido a la transformación técnica) así como la supervivencia de los dominicanos ante las adversidades de la miseria, de la cólera, o de los malos gobiernos. Los fratricidios civiles y las revoluciones son productos de las “rebeldías humanas»; sin embargo, se le atribuye ser responsable de la hecatombe acontecida en el país en el contexto comprendido entre 1966-78. La libre voluntad del pueblo expresada en protesta contra los genocidios ocurridos en los «12 Años del Gobierno de Balaguer», fue reprimida por el presidente mismo, quien catalogó las demandas como actitudes pecaminosas guiadas por la desobediencia humana. Esas consideraciones se siguen implícitamente del discurso «El Azar en el Proceso Histórico Dominicano» donde el estadista se indigna de que un decreto humano pudiera remediar la crisis a no ser por voluntad divina (Balaguer, 1973:206). Su especulación se debe a que cree profundamente que el hombre nunca podrá ser amo clarividente de su destino.

El pensamiento de Balaguer se inscribe en un contexto ideológico clásico (la sabiduría ciceroniana) y tomista a la vez. Es erróneo llamarlo déspota ilustrado, pues su discurso no está suscrito al proyecto secularizado de razón ilustrada y los conceptos esbozados en su discurso no entran en diálogo con los ideales de autonomía y libertad de la modernidad.

La concepción clásica del Estado que integra territorio, población y soberanía (Balaguer, 1975:129) se acomoda a la cosmovisión cristiana y legitima la política naturalista de considerar a la patria (pater) como la tierra de los padres. Ya este tipo de política naturalista había mostrado su éxito en la tradición francesa con el discurso de la tierra y sus muertos de Barres, retórica que inspiró un sentimiento de fraternidad en las grandes masas campesinas con un marcado apego a la defensa de la tierra patria. Derivan de este tradicionalismo los temas de la tierra, del medio, de la continuidad, de la herencia, el recurso de los antepasados, la desconfianza respecto a las reacciones y la necesidad de las metáforas vegetales. Balaguer, quien es consciente de la necesidad de inspirar un sentimiento patrio en pro de la defensa territorial utiliza implícitamente estas metáforas que toman como referencia el mundo de vida del campesino dominicano con la finalidad de legitimar un «Statu Quo Paternalista».

El elógio que hace de los «próceres de la patria», tiene como horizonte discursivo el límite trazado por el conservadurismo, interdiscurso en el que la vírgenes de las Mercedes y de la Altagracia, hacen las veces de las madres patrias- léase el discurso histórico literario titulado «La Virgen y la Patria»- (Balaguer: 1973). Esta expresión del nacionalismo tipificado como discurso de poder por Foucault o como ideología dominante por la recepción marxista es la clave del éxito de Balaguer como político.

Balaguer agrega que el concepto de Estado no es atribuible a cualquier comunidad, aun el antiquísimo Israel no logró desarrollar un pleno Estado, pues siempre careció de los componentes esenciales que definen el Estado; un elemento tan vital como el territorio, nunca existió con pertinencia en el pueblo hebreo. Por lo tanto, el mérito de poseer un Estado es en él un aporte de la Era Cristiana.

Desde luego, su perfil patriótico le lleva a preparar el discurso apologético del Estado Dominicano, al mando del tirano Rafael Leonidas Trujillo, considerándolo como benefactor de la patria. Además, Trujillo es catalogado padre de la patria nueva; temiendo las amenazas de la parte occidental de la isla y la injerencia extranjera en la cultura hispánica de Santo Domingo Oriental. «Se contó con el elemento de dominación territorial, el día que se fija la política de dominicanización fronteriza, que aparta nuestra población de la cultura haitiana, del sincretismo, y se impone posteriormente la adición de la soberanía instaurada en el poder por la presidencia trujillista» (Balaguer, 1975:143). Los elementos geográficos son, si bien se interpreta, instrumentos a favor del nacionalismo clásico-conservador.

Prosiguiendo la diseminación de ese orden de ideas ante la Academia de Historia Dominicana, comenta: «La República Dominicana es un pueblo elegido por Dios (…) es un país providencial que debe su existencia, desde que su tierra fue hollada por el descubridor de América, a un principio superior que ha gobernado, como una ley ineluctable, todos los sucesos, prósperos o adversos, que constituyen en su conjunto la vida del pueblo dominicano en cuatro siglos de batallar incesante y ominoso», (Balaguer, 1973:206).

Las ideas políticas de Balaguer como estadista no están orientadas por el criterio moderno del nacionalista Maquiavelo, como muchos entienden, o mal entienden, confundiendo la persona de Balaguer con la figura del Príncipe delineado por el pensador político italiano. Como se sabe, es Maquiavelo quien funda la noción de política como técnica, desligada de imperativo moral alguno, pero sin llegar al cinismo, y retratada en el Príncipe, ícono de su prematuro proyecto nacionalista. Balaguer, por el contrario, proyecta su discurso en las epistemes jurídico-políticas pre-renacentistas. El sujeto que habla este discurso ocupa una posición de sujeto universal omnisciente e infalible, esto explica el éxito de Balaguer como tribuno. El nombrado discurso habla de principios universales irrefutables para los interlocutores, y oculta soslayadamente tendencias particulares en el trasfondo del interdiscurso, es decir, los discursos exteriores al propio con los cuales mantiene una sutil complicidad. En esa política general de la cual él habla él está necesariamente sobre un lado o el otro; él está en la batalla, él tiene adversarios, él pelea por una victoria. Sin ninguna duda, él intenta hacer prevalecer el derecho, pero el derecho en cuestión es su particular derecho dentro de determinado contexto, marcado por una relación de auto legitimación, de dominación, o de tácticas afiliadas a las prerrogativas Estatales, aduladas con ponderaciones universalistas. Decir que esas prerrogativas son «aduladas», y que se sustentan en una particular noción del derecho fijado en un contexto, nos pone en el terreno válido desde el cual aproximarse al discurso nacionalista y de poder construido por Balaguer, y apreciar su trasfondo de ironía y cinismo.