Prof. Tomás Novas *

En la docencia universitaria, recurrir a la obra del filósofo como material pedagógico es un reto para el profesor y los estudiantes. Las actividades docentes no siempre alcanzan el nivel de profundización que supone el manejo de la obra filosófica. La transmisión del pasado filosófico orientada al dominio significativo del saber acarrea dificultades, entre las cuales cabe destacar las siguientes:

a) la ausencia de la obra del filósofo en las colecciones de las bibliotecas universitarias.

b) la tendencia al manejo de los contenidos del programa, sobre todo referidos al libro de texto, que no son más que manuales escritos por el profesor, quien presenta digeridos esos contenidos del saber filosófico a los estudiantes, y

c) la carencia de entrenamiento en el manejo de las fuentes directas del saber filosófico, pues casi todos los estudiantes no se han familiarizado con la filosofía, puesto que su primer contacto ocurre en el nivel universitario de la enseñanza.

El ejercicio de la enseñanza universitaria de la filosofía se torna interesante toda vez que se han vencido los obstáculos anteriores; sólo entonces es posible que el profesor y los estudiantes se atrevan a proyectar el dominio significativo del saber filosófico, a través de la familiarización con las fuentes directas, esto es, la obra del filósofo, su relato en caso de su desaparición o el testimonio escrito como resultado de su original oralidad.

No basta que el profesor conduzca al estudiante a la obra filosófica. En sí misma, la obra filosófica es árida; urge que el profesor fertilice el terreno donde germina el saber filosófico.

Lo importante es digerir la información extraída de la fuente. Para ello, el profesor debe despertar el entusiasmo en los estudiantes. Uno de los mecanismos con que cuenta el profesor para motivar a los estudiantes es pensar en voz alta sobre los tópicos filosóficos de la agenda pedagógica. Los estudiantes, por asombro o imitación, son inducidos a la creatividad en el ámbito filosófico. Ahora bien, la mayoría de los estudiantes debe vencer la tendencia natural a tragar la información filosófica. Sólo con la ayuda del profesor se puede resistir dicha predisposición. Ningún profesor ignora que los dogmas se tragan, pero no son digeribles. En definitiva, lo que se desea es la creación del clima que facilite la germinación del saber filosófico en la mente de los estudiantes.

El contacto inteligente con las fuentes directas del saber filosófico produce la captación activa del significado de la información conservada en la obra del filósofo, lo que se constituye en el principio que orienta a los objetivos pedagógicos tendentes a transferir a la nueva generación el saber filosófico.


*Lic. en Filosofía. Profesor de Etica y Lógica en la Universidad Autónoma de Santo Domingo.