Santo Domingo, El Siglo, 12 de febrero, 1999

El éxito alcanzado con la celebración del Primer Congreso Dominicano de Filosofía, del 3 al 6 de Febrero del 1999, augura un gran impulso de los estudios y la producción filosófica en el país. Dedicaré una gran cantidad de las próximas entregas a ponderar y reaccionar frente a la mayor parte de las exposiciones que allí se presentaron. Tenemos de frente todos los participantes en ese magno evento la tarea de la divulgación de ese gran tesoro, la formación de la Sociedad Dominicana de Filosofía y por supuesto la preparación del Segundo Congreso Dominicano de Filosofía. Vaya mi sincera felicitación a todo el equipo responsable por la organización de este hito en nuestra disciplina, especialmente a los profesores Rafael Morla, Alejandro Arvelo y Tomás Novas.

 

Permítanme amables lectores iniciar este ciclo de entregas resultante de mis inquietudes a partir de ese primer congreso, planteando uno de los problemas más fascinantes y recurrentes en el quehacer filosófico universal y es precisamente la pregunta: ¿Qué es filosofía?

 

A diferencia de todas las demás disciplinas del conocimiento, la pregunta por lo que es la filosofía involucra de entrada la misma actividad que pretende explicar. Por ejemplo, cuando un biólogo se pregunta qué es la biología, recurrirá a una formulación teórica que no es parte de la actividad concreta de la biología en cambio, cuando un filósofo se pregunta qué es la filosofía la solución a ese problema es de índole filosófica. Incluso hay filósofos que admitirían perfectamente que la pregunta por la filosofía es una de las cuestiones más importantes en la filosofía.

 

La primera vez que estudié filosofía fue en cuarto de bachillerato. Una monja española, de la cual tengo muy lindos recuerdos, no precisamente por su didáctica en la filosofía, me brindó algunos rudimentos básicos de los autores más sobresalientes. Dudo que le haya prestado mayor atención a esa materia que el resto de

 

mis condiscípulos. Luego el P. Napoleón Brito, en el me Seminario San Pío X de Licey al Medio, Santiago, m condujo a una visión más madura de la misma.

 

No recuerdo con extrema exactitud pero ambos, en algún momento, definieron lo que era la filosofía a partir de los términos griegos que forman la palabra: «Filo» (amor) y «Sofía» (sabiduría); es decir, que filosofia sería el amor a la sabiduría. Si todo terminara ahí no había gran problema. Pero los términos griegos definidos se quedan abismalmente cortos cuando intentamos ver lo que hacen, y han hecho, esos que llamamos filósofos.

 

que Comencemos por lo sencillo: tenemos muchos autores que consideran que la filosofía tiene como supremo compromiso elaborar un vasto sistema pretenda abarcar y explicar prácticamente todo. Platón, Aristóteles, Hegel y hasta Marx, estarían de acuerdo en líneas generales con esa propuesta. Pero Locke, Hume y Ortega y Gasset, que no son menos filósofos que los anteriores, cuestionarían esas pretensiones. Agustín de Hipona y Tomás de Aquino no tienen problema en plantear que Dios es el supremo objeto de todo pensar, por tanto Sartre ni por asomo sería filósofo desde la óptica de los colosos medievales.

 

Para algunos el problema es encontrar fundamentos esenciales que lo expliquen todo, para otros articular metáforas que nos den significado. Unos ven en la ciencia su modelo y otros en la poesía. Y ya que menciono un género literario es menester indicar que la filosofía ha sido enseñada y trasmitida de casi todas las maneras posibles: oralmente (Sócrates), poéticamente (Parménides), mediante la dramaturgia (Platón o el mismo Sartre), en ensayos, tratados, historias de la filosofía, cuentos y hasta novelas (recordemos el reciente éxito editorial de «El Mundo de Sofía»).

 

Los analíticos quieren reducir todo a lógica simbólica, los fenomenólogos y existencialistas crean palabras nuevas con la misma facilidad que respiramos,