Uno de los aspectos más cruciales, controversiales y de más incidencia en el mundo intelectual occidental del presente siglo, lo constituye el concepto de generación en José Ortega y Gasset. En este tema, como en el resto de su empresa intelectual hay, claro está, un espíritu crítico. Ello así, pues el pensamiento de Ortega y Gasset se caracteriza por poseer un espíritu problematizador, que hicieron de él, el pensador más grande de nuestra lengua. Fue un auténtico ensayista, antes que un literato; un pensador infatigable, un intelectual diverso, amplio. Maestro del ensayo en lengua española, Ortega y Gasset buceó en las fuentes de la razón cartesiana y en las aguas de la filosofía clásica alemana. Ensayista agudo, perspicaz. Sus temas son múltiples: la política, la filosofía, el amor, la ciencia, la historia, las artes, las letras, el estado, el derecho, etc. Es así que en su sistema de pensamiento hay un abanico de posibilidades exegéticas. Pero le faltó la muerte. Habló siempre de la vida, de la razón vital, fermento de su filosofía, pero, al decir de Octavio Paz, «le faltó el peso, la gravedad, de la muerte». En su espíritu filosófico, el pensamiento es sinónino de acción. Pensamiento y acción coexisten. Es así que, en la fundamentación de su sistema filosófico, el pensamiento es su sustrato vital, es decir, la «razon vital» de su ser. Su visión del pensamiento es transformadora, no contemplativa. Inversión de la razón cartesiana: pienso y existo. Pensando es como existimos. Primero hay que vivir para luego filosofar. De ahí el germen de su mundo de ideas. En su pensamiento hay mucho entusiasmo y poca melancolía, los dos polos, para Aristóteles, del temperamento intelectual. Acaso por eso habló más de la vida que de la muerte.

 

SU CONCEPTO DE GENERACIÓN.

 

Lo que marca y define el espíritu de una época es «una sensibilidad vital», condición histórica primaria que se erige en el motor de ella. Para Ortega y Gasset, una generación se produce, no cuando hay una «variación de la sensibilidad» en un sólo individuo, sino cuando esa variación se manifiesta en un grupo.

 

«Una generación no es un puñado de hombres egregios, ni simplemente una masa; es un cuerpo social íntegro, con su minoría selecta: su muchedumbre, que ha sido lanzado sobre el ámbito de la existencia con una trayectoria vital determinada» (Ortega y Gasset, José. El tema de nuestro tiempo. Col. Austral, EspasaCalpe, Madrid, 1961, pág. 14.)

 

La aparición de una generación obedece a un signo histórico y en muchas ocasiones determina el decurso de la historia. Sin embargo, una generación no construye una tradición, sino los individuos, aún cuando Ortega y Gasset plantee que cuando la «variación de la sensibilidad» se produce en «algún individuo, no tiene trascendencia histórica». De ser así estariamos ante una noción estrictamente histórica de generación o, strictu sensu, historicista. Para la concepción materialista de la historia, no son los individuos quienes hacen la historia sino las masas. Y de ahí que esta concepción desestime el rol del héroe. La idea de generación orteguiana es no tanto cronológica como histórica. Hay generaciones de filósolos, como de poetas; de economistas como de ingenieros; de mecánicos como de albañiles. Generación significa generar: generar, ideas, acciones, hechos, concepciones, criterios, etc. La historia de la humanidad es la historia de las

 

*Catedrático de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, en la cual se graduó en Filosofía y Letras. Poeta, crítico y ensayista. Es uno de los miembros de la generación 80.

 

generaciones de sus individuos, generaciones que constituyen el motor de las leyes sociales. La dinámica histórico-social se define en tanto advenimiento, desarrollo y descenso de sus individuos, que a su vez conforman las generaciones. Las rupturas generacionales fundan, en tal virtud, una tradición generacional, de sucesión y tránsito, construyendo así una nueva tradición. Tradición y ruptura, historia y revolución.

 

él llama «zona de fechas». (según Plinio Chahin

 

y Según Ortega y Gasset, para que se produzca una generación deben confluir dos factores: la coetaneidad la contemporaneidad. Sin embargo, la coetaneidad, en tanto factor generacional quedó pulverizada ante la coincidencia de las mentalidades separadas por la edad, pero unidas por los gustos, preferencias de lecturas, coincidencias de ideas, visiones, concepciones, etc. Más la coetaneidad es la contemporaneidad, decisivo que pues todos somos contemporáneos de todo el mundo. En ese sentido, Ortega dijo: «Todos somos contemporáneos, vivimos en el mismo tiempo y atmósfera en el mismo mundo, pero contribuimos a formarlo de modo diferente». Y agrega: «Sólo se coincide con los coetáneos. Los contemporáneos no son coetáneos: urge distinguir en historia entre coetaneidad y contemporaneidad». Y concluye: «Si todos los contemporáneos fuésemos coetáneos, la historia se detendría anquilosada, petrefacta, en un gesto definitivo, sin posibilidad de innovación radical ninguna» (En torno a Galileo, Espasa-Calpe, Madrid, 1965, pág. 48).

 

La polémica por dar una generación hacia la segunda mitad de la década del 80 en República Dominicana, consitó una vuelta (o revuelta) a la concepción orteguiana, frente a las ideas de algunos críticos literarios e intelectuales que sostenían (y sostienen) que se trató de una promoción y no de una generación propiamente dicha, la de aquéllos jóvenes escritores. Frente a los que sostienen que para ser integrante de una generación se requiere de compartir una poética, una estética (o una tesis) un programa, temas comunes, aparece Ortega planteando dos condiciones: la coetaneidad y la contemporaneidad.» Es así que nuestro pensador afirma que «el concepto de generación no implica, pues, primariamente mas que estas dos notas: tener la misma edad y tener algún contacto vital. ¿Tienen estos jóvenes de los 80s la misma edad cronológica y vital? Para Ortega, la edad no es una fecha, «sino una zona de fechas». De ahí que tienen la misma edad, no solamente los que nacen en un mismo año, sino también aquellos que nacen en eso

 

definición al concepto de

 

que , pertenecen a la Generación de los 80s los nacidos en tre 1958 hasta 1960). Para Ortega es condición para pertenecer a una generación no sólo compartir la misma edad sino participar del mismo mundo, compartir el mismo mundo vital. El tiempo y el espacio constituyen las dos vertientes en que pendula una generación. «Comunidad de fecha y comunidad espacial son los dos atributos primarios de una generación» señala. (Op. Cit pág. 50). Los coetáneos y los contemporáneos, si coinciden en sus destinos vitales, estéticos e intelectuales, y unifican sus estilos de vida, producen una generación, partiendo de la concepción orteguiana. En la contemporaneidad pueden caexistir más de una generación, establecer relaciones de atracción-repulsión, de coincidencia y divergencia, anquilosarse en sus propios postulados o expandir sus presupuestos estéticos-filosóficos hacia el devenir progresivo, caracterizando la realidad, dinámica, polémica, contradiotoria, del momento contemporáneo. En ese tenor,, Ortega dice: «lo decisivo en la vida de las generaciones no es que se suceden, sino que se solapan o empalman. Siempre hay dos generaciones actuando al mismo tiempo, con plenitud de actuación, sobre los mismos temas y en torno a las mismas cosas -pero con distinto índice de edad y, por ello, con distinto sentido» (Op. Cit. pág. 66-67). Ortega habla de que hay dos tipos de generaciones: una precursora y otra decisiva. Esta última se produce, según el, «cuando todavía no es precursora, ni es ya continuadora». Es precursora o decisiva la generación dominicana de los 80s? Y si es precursora, de cuál? Hay en los 90s una generación o es esta una continuación de la anterior? Hay un vacío generacional ocupado por los destinos individuales y las aventuras intelectuales personales? Dejo las respuestas al tiempo.

 

El de las generaciones es un tema propio de la historiografía, con sus métodos y sus leyes. Participa de la literatura, la filosofía y prácticamente todas las disciplinas humanas. Las generaciones se suceden-igual que las leyes del tiempo (pasado, presente, futuro) horizontalmente? no verticalmente, es decir, en orden geneológico. Por lo tanto, las generaciones del pasado no están encima de las del presente.

 

Esa concepción de la generación como genealogía sustentada por Ottokar Lorenz, es a la que fustiga Ortega, por subrayar solamente el elemento de sucesion temporal, «desde el punto de vista del individuo, bajo una perspectiva subjetiva y familiar» (Op. Cit., pág.60).

 

Todos estamos viviendo la misma época, simultáneamente, al margen de las edades. La convergencia de corrientes alternas, la cohabitancia de tendencias contrapuestas y la correspondencia de criterios epocales y transepocales, conforman el espíritu de nuestra época, como le habría gustado decir al propio Ortega y Gasset. Las generaciones no entran a la historia: entran los individuos que son una muchedumbre. Una generación de individuos asume como suyas las ideas de la generación anterior, tomando como paradigmas algunos parámetros conceptuales, creando una ruptura en el decurso de la tradición, pero, a su vez, esta ruptura funda una nueva tradición. Las coincidencias de ideas en una generación es una utopía, pues jamás puede haber coincidencias totales en las ideas y en las visiones de una colectividad epocal. Asimismo, lo contingente incide en su devenir generacional, y puede conducir hacia una vuelta de revés en las fuentes de la tradición o en un salto dialéctico de ruptura en la rueda de la tradición. Una generación ha de estar en perpetua relación con otras anteriores y en sintonía relativa con la generación precedente. El concepto de generación constituye la materia de trabajo de los historiadores. Las generaciones son una sociedad de individuos con un nombre y una definición. La historia literaria registra «La generación perdida» norteamericana, «La generación del 98» española o «La del 27». Las generaciones se niegan y, al negarse, se afirman, separándose, en una tradición determinada. Modernamente, en literatura, se habla de la desaparición de las generaciones literarias, y por el contrario, se habla de destinos individuales, de aventuras individuales, de búsquedas personales. La ausencia en los últimos treinta años de movimientos literarios, generaciones, promociones y tendencias es la expresión del ocaso de lo que, Octavio Paz llamó «tradición de la ruptura»; es el crepúsculo de la modernidad y las vanguardias artísticas al gestar su transformación en el vacío de las aventuras colectivas y su consiguiente surgimiento del individuo. Hay, pues, un vacío dejado por las vanguardias, llenado por los sujetos individuales en las últimas tres décadas, en sus búsquedas expresivas y en sus ideas.

 

La Generación dominicana de los 80s tuvo, en Ortega, un pilar esencial, desde el punto de vista de su conformación y formación intelectual. Autores como José Mármol y Plinio Chahín, son expresiones concretas, no por sus obras poéticas sino por su obra ensayística. Pienso que por vez primera, una generación

 

adquiere conciencia de sí misma; conciencia filosófica e histórica, y es capaz de defender su «ser en el mundo», su obra, con respecto a las generaciones precedentes. Asimismo, su identidad de pensamiento y destino intelectual; su razón y su utopía; su poética y su estética. Y fue justamente Ortega quien le permitió descubrirse en tanto generación: le aportó conciencia histórica. Lecturas como las de El tema de nuestro tiempo, En torno a Galileo, España invertebrada, El hombre y la gente, La rebelión de las masas, fueron esenciales. De manera que, la incidencia de Ortega en los jóvenes de los 80s fue menos literaria que filosófica; fue más bien de orden estilístico y de una actitud crítica ante las ideas. Si bien es cierto que el autor de Las meditaciones del Quijote no fue poeta, no menos cierto es que, en cambio, fue, en sentido estricto, un gran ensayista y un pensador vital.

 

La incorporación de latinismos en nuestra lengua -por Ortega-, también tuvo su resonancia en el quehacer ensayístico de nuestros jóvenes, en la pasada década. Sin embargo, en la obra poética de estos jóvenes no aparece una «razón vital», ese vitalismo de las cosas, de las presencias y de los objetos vitales caracterizaron que el pensamiento del filósofo español; en cambio, aparece en ellos lo que le faltó a Ortega: la muerte. El tema de la muerte se define como un signo troncal en las obras poéticas de estos jóvenes (Plinio Chahin, Dionisio de Jesús, entre otros). La noción del ser de estos jóvenes es más bien de estirpe heideggeriano que orteguiano. Pues para Ortega «La vieja idea del ser que fue primero interpretada como sustancia y luego como actividad – fuerza y espíritu- tiene que enrarecerse, que desmaterializarse todavía más y quedar reducida a puro acontecer. El ser es algo que pasa, es un drama» (Citado por Paulino Garagorri, Unamuno y Ortega, Salvat, Madrid, 1972, pág. 138). En tanto que, para ellos, el hombre es un «ser en el tiempo», como diria Heidegger, pero también, «un ser para la muerte», al decir de Sartre. Pienso que esta última definición está más próxima a ellos.

 

El tema de nuestro tiempo y En torno a Galileo, constituyen las dos obras claves sobre las reflexiones acerca del perspectivismo de las generaciones. El tema de las generaciones en la historia fue aplicado a la literatura por vez primera por Petersen, quien señaló varios atributos para conformar una generación, tales como: «la coetaneidad y la comunidad de intereses», según señala José Edmundo Clemente, en su prólogo

al libro, Ortega y Gasset: Estética de la razón vital, Ediciones la Reja, Buenos Aires, 1956, pág. 22. A los factores antes dichos -que incluyen la «edad de captación (después de los 17 años), y de su eficacia» (alrededor de los 30)-, así como la edad, elementos educativos comunidad personal, experiencia cultural y de lenguaje, Patersen agrega el factor de la «herencia», en tanto «disposicion nativa» y «legado cultural».

 

«En síntesis: coetaneidad (edad común) e intención común (contenido vital), consideradas dentro de un mundo histórico (lugar y espacio) común, dinámicamente comprometidos, son las piezas maestras que mueven a una generación», señala Edmundo Clemente (Op. cit, pag. 23).

 

LA IDEA DE CIRCUNSTANCIA

 

En Ortega y Gasset siempre están los demás, los otros o, el otro. Su pensamiento está orientado a un Alguien, que son los otros, esos otros que somos los demás. «Yo soy: yo y mis circunstancias», es acaso la frase más perenne, y que más define su pensamiento. En su sistema de pensamiento no está la «otra orilla», el más allá, sino la inmanencia del ser. El ser no trasciende hacia la otredad sino que, en cambio, se sustancializa en su mismidad. Se preocupó más por el ser de las cosas que por las cosas mismas. Buscó la vida no en la trascendencia sino, antes bien, en la esencia de las cosas. Por eso dice: «yo no sé si eso que llamo vida es importante, pero sí parece, que importante o no, está ahí antes que todo lo demás, incluso antes que Dios darse porque todo lo demás tiene que y ser para mí dentro de mi vida» (Unas lecciones de metafísica, Alianza Editorial España, 1970 pág. 19). De ahí que para él, la vida no tiene otra definición posible a no ser la que posee en sí misma, constituída en un hacer y en un ser. «Vida es lo que somos y lo que hacemos», (Ob. Cit. Pág 21). La vida se define, pues, en Ortega, como un transcurrir, y todo aquello que le acontece al hombre o al ser es un aquí ahora (hice et nunc), lo que el individuo hace en un presente contínuo, lo cual constituye su vida.

 

En Ortega y Gasset la vida es un presente actual, un saberse en el mundo, un identificarse a una circunstancia, en convivencia con su mundo circunstancial. Para él, el hombre no vive sólo, sino en comunión con el mundo o circunstancia. El hombre orteguiano está frente al mundo, y sólo existe cuando éste tiene conciencia de la vida. Por eso nunca habló del sueño, del mundo onírico, como Freud. En el

 

pensamiento orteguiano no existe la ausencia sino la presencia. Su filosofía, su teoría del conocimiento parte de la experiencia sensible, de lo inmediato, del instante presente, es decir, del espacio en tanto un aquí, y del ahora como realidad del tiempo. Ortega no concibe la vida al margen de la acción, de un hacer, aún cuando la vida deja de ser. El axioma de la filosofía cartesiana, «pienso, luego existo», se transforma en él en, «existo, luego existo», pues pensar en su sistema de pensamiento se identifica como ser. En él, el yo y la circunstancia constituyen la vida. De ahí que son una y la misma cosa. El yo está indisulublemente emparentado a la circunstancia. En Ortega, lo primero es la vida, luego, el pensamiento, en el que, el valor de las cosas es inmamente al ser y donde la vida tiene un sentido en sí misma. Es así que la vida se instituye en la totalidad de las situaciones, deparando en circunstancia vital. Vida y razón conforman, pues, las entidades que representan al hombre. No se oponen: coexisten. En Ortega, la vida no es un ser, sino un devenir, es decir, no consiste en ser, sino, al contrario, en un devenir acción, acto, «Yo vivo, y al vivr estoy en la circunstancia, la cual no soy yo. La realidad de mi yo es, pues, secundaria a la realidad integral que es mi vida… Yo y la circunstancia formamos parte de mi vida», afirma. (Op. Ci t., Pag. 30).

 

Ortega no fue un pensador de un sólo tema. Fue riguroso y categórico en las rutas de las ideas, y su prosa elegante, fluida, ágil, poética, precisa, impidió que cayera en el tratado ampuloso, pero tampoco cayó, por exceso de brevedad, en el aforismo. Pensó en voz alta, pues su pensamiento está focalizado a los demás.

 

Nos enseñó, y ese es uno de sus mejores legados, el sentido de la claridad estilística. Fue un prosista de oro, y nos demostró que se puede ser cortés a través del estilo de la escritura, como vehículo de las ideas.

 

Como Julien Bendas, nos reveló que las ideas tienen un estilo, una forma de decirse. Acaso la mayor pedantería de Ortega estriba en su precisión y claridad de juicio. Sus obras nos iluminan; su estilo nos hechiza. Debajo de su estilo se esconde un pensamiento riguroso y un sistema filosófico elegante: el de la «razón vital o razón viviente» así como el de la razón histórica. En su pensamiento hay una pasión que enciende a las palabras, pero que no desborda el rigor de la conceptualización crítica. Sus ideas articulan un cuerpo vital, cuyo definen su imaginario filosófico. En esas reflexiones hay un espíritu de sistema, y en su escritura, una preocupación por la expresión bien dicha o dicha en el discurso de la elegancia. Fue un esteta de la palabra y fluir un filósofo de la circunstancia.

 

En su apotegma, «Yo soy: yo y mis circunstancias», aparece retratado su sistema filosófico, pues para él, el hombre tiene un destino histórico, una «razón histórica» que lo induce a la libertad. De ahí que el hombre es un ser histórico, compelido por su circunstancia, que es cl sustrato de su yo. Cuando afirma que el hombre es un ser circusntancial, quiere decir que su yo está regido por las leyes de la circunstancia. De ahí su perspectivismo histórico. Para él, el principio de todo lo existente son las cosas y la realidad que la circunda, a partir de la cual se erige nuestra vida. Y entre la realidad y nosotros, se sitúa una perspectiva vital. El ser no existe en sí mismo, sino en relación a los otros. El hombre no existe en cuanto ser para sí, sino en cuanto a ser para el otro. En tal virtud, el yo sería inexistente sin los otros.. O, lo que es igual, el yo no tendría «razón vital» si no existiera circunstancialmente. El pensamiento se hace vital cuando se transfigura en acción, esto es, en circunstancia. La ecuación orteguiana sería: vida más circunstancia pensamiento. Ortega insiste en que la vida es un hacer, un acto, un pensamiento vital. y que la vida hay que construirla con las circunstancias y las cosas reales. En ese sentido, la razón de ser del hombre consiste en colocar su vida en el epicentro de sus circunstanvias, y en revertir, en forma dialéctica, esas circunstancias en la vida real. En tal virtud, la vida es de esencia histórica, y hay que vivirla en todas sus circunstancias. =

 

Para Ortega la circunstancia es el entorno. Circuns. significa, alrededor, es decir, todo lo que existe fuera de la conciencia del ser. En su sistema de ideas, la circunstancia es el factor que determina el pensar. Vivir en circunstancia es «estar en el mundo», es vivir. Y no se vive si no es en circunstancia con la realidad y el otro. El ser adquiere conciencia de sí mismo cuando se

 

sabe vivir en circunstancia. La conciencia del yo nace a posteriori de la circunstancia. Por eso dice: «Dentro de la enorme circunstancia que es el mundo, podemos ir y venir, viajar, emigrar, pero no podemos escapar a su círculo total inexorable» (Unas lecciones de metafísica, pág. 58).

 

En Ortega, vivir significa vivir para el otro, o sea, fuera de la mismidad. El yo no tiene sentido en sí sino para la otrcdad. El habría dicho: yo no soy sino en el otro; yo no existo sino en circanstancia. La idea orteguiana de la circunstancia se fundamenta en la identidad con la vida. «Yo soy: yo y mi circunstancia» significa: yo soy yo y mi vida. Ortega, concibe el pensar y cl decir como una y la misma cosa. Igual que los griegos, para quienes el logos representaba ambas entidades a la vez. Cuando pienso, digo, diría el filósofo.

 

Para Rudolph Arheim, «pensar es ver». El psicólogo del arte ve en la mirada la facultad de pensar. De ahí que todo lo que el ser dice es porque antes fue pensado. Todo cuanto dice primero lo dice para sí.

 

En Ortega y Gasset convergen la vocación filosófica y la del escritor apasionado. O, como lo dijo Unamuno: «Aspiro» a la fusión del pensar y del sentir: a pensar cl sentimiento y a sentir el pensamiento». En la prosa ensayista orteguiana hay un estilo filosófico en el decir; por eso su pensamiento filosófico tiene un fundamento verbal. Fue un filósofo con vocación de escritor y un escritor con vocación de filósofo. Y más: un crítico, un pensador, un intelectual y, sobre todo, un hombre vital, circunstancial. Un esteta y un politólogo, un historiador y un sociólogo. Si una figura literaria configura su estilo prosístico, esa es la metáfora. De ahí que dijo: «La metáfora es un instrumento mental imprescindible, es una forna del pensamiento científico» (El espíritu de la letra, Cátedra, España, 1985, pág. 34).