Unas delicadas manos acarician el barro, suave como el algodón. Pronto, la forma surge de la base caótica con destreza y precisión, la tierra se transforma de algo informe a algo hecho. Pero solo el fuego purificador le dará el toque final. El momento mágico de la creación, la generación misma, se ha efectuado. La cultura se expresa en una de sus múltiples manifestaciones. Mientras tanto, un modelo preciso vigila desde las inmóviles tierras sagradas de la memoria.

La obra concluida fluye hacia la hamaca, cuyo vaivén se entrelaza con las infinitas terrazas que pastorean terrenos húmedos o desérticos, fluviales o arenosos. Enriqueciendo los espacios aromatizados por el café vespertino, las hojas de naranjo y los mangos, tan similares a los pechos bronceados de la mujer que moldeó la vasija, frescos, fuertes, portadores de la vida y de la muerte.

Entre lo inagotable de esa eternidad, la obra resulta útil. Además, contiene un secreto. Las aguas tranquilas, celosas espejos que instruyen y repiten las reglas cada día, cada mañana, llegan a los artesanos que ejecutan los utensilios.

Se percibe el indescriptible sabor de la cazuela, los colores y la textura, las casas de madera -a veces azules, quizás rosa, con láminas de metal o de la palma incesante de África, que servirán como refugio- dan el toque intenso al conjunto de detalles cuidadosos. Los bordados en mil y una formas y direcciones, los hilos de algodón, las mecedoras, los vestidos y otros tantos objetos que soportan y recrean el interminable presente: la cotidianidad.

Los modelos conforman la identidad de los seres humanos por, para y en sí mismos.

Se dice que Platón es el padre de los modelos. Y es así.

El sol se asienta sobre el ágora y la sólida mole aurífera de Palas Atenea fulgura en la entrada principal. El Maestro se dirige a la Academia, donde espera una multitud de neófitos admirados. Ha llegado un vástago de Macedonia.

Estamos en el año 367 a.C. y Eudoxo de Cízico ha trasladado su escuela a Atenas «para discutir con Platón y sus seguidores los problemas que interesan a ambas partes» (1). Platón, matemático y astrónomo, cuya vida ha abarcado desde las fuentes del Ganges hasta más allá de las puertas de Pekín. Mientras tanto, la Academia bulle con discusiones y contrastes. Pronto, el fantasma de Sócrates será desplazado por la racionalidad constructiva de los paradigmas. La muerte de otro geómetra, Teeteto, ocurrida dos años antes, y que motivó el diálogo del mismo nombre, marcó lo que Werner Jaeger ha descrito como el corte entre dos épocas de la Academia.

El verano castiga amablemente a la Ática, mientras el Egeo, tan colorido como el cielo de Ulises, refresca a marejadas las formas que van tomando sentido en la «divina cabeza del Maestro». La nocturnidad, la maravillosa nocturnidad se entrega como manto decreciente ante el banquete de los mortales, cuando Platón cruza el imponente pórtico de la escuela.

Quizás el camino recorrido ha sido suficiente para que el modelo de un nuevo texto aparezca. Frente a las tablillas de cera, con el estilete en la mano, el patrón queda atrapado por las grafías: el Parménides.

Un rebaño sediento. Las generaciones de escribas, los gremios eruditos, los mercaderes en general, que, a la sombra de Agápolis y bañados tibiamente por la arena circundante, han embarcado tras el llamado eufórico del cosmos. De una manera u otra, las frescas aguas de la fuente platónica han colmado sus mortales deseos.

De una u otra forma, el río que Heráclito vio emerger termina en la gota ínfima y universal del Parménides. Ellos son quienes han llamado al Parménides «La bestia negra». Se han servido de él en sutilezas especulativas que, al fin y al cabo, redimensionan «la realidad vulgar». Le otorgan el sentido necesario a la sociedad ordinaria.

Modelos precisos de pensamiento, referencias, escuelas orientadas y certezas. Son el punto y el soporte entre la Metafísica (cultura y razón, mithos y logos) y la Física (espacio/tiempo), reconstruyendo las Formas de la Historia. Pautas de oscilaciones entre el ejemplo del pasado (memoria) y las posibilidades del futuro (utopía), llenando de sentido el momento, el aquí y el ahora del Sujeto(a) común. (Recordando, el pasado se reconstruye a cada instante gracias a la presencia de la muerte).

La bestia se ocupa de estas finalidades, atrapada de vez en cuando tras los argumentos. María Isabel Santa Cruz, traductora y prologuista al español, habla de la magia del texto.

Tal es su riqueza, que como dice acertadamente E. Wyler, el Parménides tiene «la extraordinaria facultad de reflejar la mente de quien lo interpreta. Cuando no se le plantea al diálogo ninguna pregunta, no da ninguna respuesta; si se le plantean preguntas estúpidas, nos responde estúpidamente; si se le interroga analíticamente, responde analíticamente (Ryle); si se lo interroga neoplatónicamente, responde neoplatónicamente (Spieser); si se lo interroga hegelianamente, responde hegelianamente (Wahl), etc.» (2)

La estructura tiene dos conductos principales. Laboriosamente, Platón diseñó las avenidas tapiadas por paradojas. Grandes y macizas. Abundantes en las superficies. Solo el iniciado puede removerlas, logrando que el Maestro nos adentre por ellas, como un padre guiando a su descendencia.

También yo, al recordar, siento un gran temor de no saber cómo, a mi edad, cruzar a nado ese gran océano de argumentos. Y, sin embargo, debo acceder a vuestros deseos, puesto que, como dijo Zenón, no somos más que nosotros mismos. Muy bien, entonces. ¿Por dónde comenzaremos y cuál será nuestra primera hipótesis?

¿Queréis, dado que, al parecer, he de jugar esta laboriosa partida, que comience por mí mismo y por mi propia hipótesis, suponiendo a propósito de lo uno mismo, qué debe seguirse si lo uno es, o bien si lo uno no es (efte hèn éoin efte mà hén, «si lo uno es uno o si lo uno no es uno» -DIPS, ZADRO-, «si lo uno es o no es uno»- por ejemplo: MOREAU-) ( ).

Complejo, inextricable y terriblemente seductor, este lugar se asemeja al Palacio Fantástico, descubierto en medio de un laberinto cósmico protegido por celosos oleajes. Está rebosante de columnas formidables de impecable mármol blanco y capiteles rosa emergiendo de frontispicios perfectos. Aunque no ha llegado a la unidad del conjunto, sigue siendo moderado y regular. En su interior, se ejercitan técnicas dialécticas contra un adolescente llamado Sócrates, eventos que tuvieron lugar en un tiempo precioso lejos de las miradas profanas de las inmediaciones atenienses. Un espejo, Céfalo, transcribir los detalles recuperables del relato tomado de Antifonte, quien a su vez lo oyó de Pitodoro, presente en la conversación mantenida entre Sócrates, Zenón y Parménides.

En los interiores del Palacio, abundan imágenes en constante reflejo que remiten a la imagen central y única: un ánfora rojiza grafiada por intenso negro perla, carros, dioses ayuntándose, batallas y guerreros, mares y trirremos, Neptuno llamando a Teseo quien prefirió continuar con Hércules por lo firme. La vasija, aunque un poco rústica, contiene todos los eventos y sus fulguraciones se reflejan en las paredes hasta el exterior de la construcción. Hasta aquí y hasta ahora.

Robusto, macizo y «contrabandista del amasijo y la argamasa», el hombre atraviesa el umbral hacia lo público en Santo Domingo, una jornada clara. Con precisión y un punto de convergencia, mujeres y hombres convocan el transporte y el camino que horada el tiempo. Los principios de legitimidad de la «minúscula república de ron, risas y lágrimas» están en juego. Treinta años de «violencia augusta» se deciden. La primavera cede lentamente el paso a los humores del caprichoso Caribe, y quizás la historia política también lo haga. Los modelos de poder están bailando y la ruleta no detiene su vértigo. Los números y colores se recomponen en el baile.

El sol fractura el paisaje mientras el móvil avanza por entre los cocoteros y las maderas tintadas. Grupos de vasijas se agolpan a cada lado de la vía, coronando el paisaje. Las voces y los argumentos se elevan de tono: el modelo político a seguir está en discusión.

Procesos en lucha, negociaciones. Las maneras y formas del juego de poder comienzan y terminan como los desayunos de braceros mulatos y laboriosas negras, quienes elegirán autoridades en pocas horas. Ciento cincuenta y dos años después, las incertidumbres se remiten a un multidiálogo. Las exterioridades del juego, que las cúpulas permiten degustar a capricho, constituyen el único «modelo de pensamiento», de comunicación, de enlazar ideas sobre la objetividad colectiva. El paradigma de reflexionar sobre lo cotidiano se remite a la adhesión ética a un candidato. ¡Eso es preocupante!

Indudablemente, los modelos son mágicos. Son elásticos, como caramelos de miel, y cambian a medida que lo múltiple se dispersa. Al final, ceden a nuevas estructuras y diferentes especímenes. Los discursos extáticos que enriquecen banquete

En consecuencia, surgirá otra forma de grandeza, junto con la grandeza en sí misma y las cosas que participan de ella. Y sobre todo ellos, a su vez, otra forma en virtud de la cual todos ellos serán grandes. Y así, cada una de las formas ya no será una unidad, sino una pluralidad ilimitada.

Mientras en Santo Domingo, que no es el habitual, unos conjurados complotan a medianoche cerca de las veredas del Museo, buscando hurtar la Vasija de Barro resguardada por celosos guerreros. Dentro del receptáculo está calcografiado sobre papel de maíz, palabras desconocidas, cuya comprensión ignoran por completo.

Según la tradición de la Hermandad, aquellos que puedan comprender las palabras, descifrarán los enigmas del porvenir. Otros murmuran que solo allí encontrarán las fórmulas de la causa inicial. Marineros aventajados discuten en las interminables noches de Puerto Ozama, a la sombra del Alcázar virreinal, la cartografía de una ruta maravillosa que, según dicen, conduce a extraños mares de exquisita zoología, habitados por mujeres escandalosas, hombrecillos escamosos duría, islas infectas de enormes anfibios, reptiles y sabibucólicos, y esferas giratorias que contienen mil y un almas en de leite perpetuo, hasta llegar a un firme rematado por el Palacio Fantástico, blanco, con capiteles rosa emergente. Dicen también que dentro del Palacio suceden todas las cosas en la superficie de una jarra antigua, hecha en los confines del Mediterráneo en un tiempo desconocido. Las leyendas contrastan. Una resalta la confidencia recibida en Fort Liberté por boca del marido de Madame Suquí, un comerciante en arenques, un viejo contrabandista noruego, oída a su vez de otro tío que trenzaba redes en un idioma de anzuelo y de corriente/fuerza de remo y sencillez de espuma, mientras mascullaba Erick o el tío, los sorteos pasados por la tripulación de un velero que se remontó a tales lindes.

Una tormenta estable resguarda los cuatro ángulos insulares. Fuertes oleajes crepitan al toque de un constante relampaguear, y los vientos en todas y cada una de las orientaciones parecen ser la causa de la ruina de otras tantas expediciones cuyos restos atestiguan los agudos arrecifes. Figuras humanas aladas, transparentes, verdosas, blancas o según su género, quiebran las grises capas de nubes. Más allá, emergen los espectaculares golpes de luz, «como erupciones de sol». En tierra, hombres dormitan regocijados bajo palmas que parecen pavos, ejercitándose en absurdos, «en nada comprensibles; Quizá eran marineros de los buques zozobrados. […] La tripulación demoró tiempo en llegar hasta las puertas del Palacio. ¡Y no todos completaron la jornada! El Capitán, un grumete, dos marineros portugueses o árabes y tres remeros vieron la puerta en oro y diademas que parecía resplandecer a la reflexión de muchos ojos. Abierto a la postre, ¡sin puertas! Un pasadizo a descenso llama a la aventura. El Capitán, astuto por los siete mares, amarró cuerdas a la entrada para no errar en la empresa. Se internaron por la edificación hasta llegar al centro de la misma.» El relato alega: «había dos cosas de cada género de cosas hechas o contrahechas en el universo, dos unicornios, dos guerreros, dos casas, […]  cada una colocada en el interior de espejos, uno frente al otro, paralelos, a iguales posiciones, separados por el grosor de un tabique. […] De enormes conchas salían toda clase de sonidos que ningún oído haya captado: ríos calmos o tormentosos, la caída de la lluvia, cascos de considerables caballos rumbo a la guerra, los clamores, victorias y dolores de jinetes, truenos, amantes en acto y potencia, gemidos, torturas, melodías llegadas de confines habitables o no […]. Olores diversos infectan el perímetro, toda clase de fragancias, vahos y defecciones al olfato, en una suerte de concierto desmesurado; […] Espejos de bibliotecas, códices de cuero y pergamino, palimpsestos, tablillas griegas o babilónicas, chinas, cantos poemas, recetas alquímicas, epopeyas, el tricéfalo hindú, Varuna, Numa Pompilio, Mitra, Tulo Hostilio y el menor de los Horacios hiriendo mortalmente a la hermana ebria de afectos. La jarra gobierna el ámbito, anima la geografía. Formas clásicas en celeridad constante compiten en la superficie exterior de la vasija, masas ígneas semejantes ateas, la circunferencian. El Capitán aventuró ojear dentro, el instante bastó para devolver el impulso. Empero, retuvo el contenido. «Tres esféricas iguales en posiciones igualando un triángulo, circulan a la siniestra», dijo. Los navegantes remataron la suposición del mapa que orienta el camino y está en el interior de la Vasija de Barro resguardada en el Museo, y que los complotados intentan substraer en estas noches paralelas.

Las masas de aire caliente, provenientes del barlovento, resecan las piedras en cinco siglos de salitre. Nuevas autoridades pastorean por mansiones y ministerios. El eterno sabor del poder degustado en una generación casi perdida.

Los modelos y su magia son la carta única a jugar. Una mesa de caoba, fragante y milenaria, está dispuesta en el centro del salón. En el lateral, una vasija de barro, recuerdo del General y sus amantes, se hace presente. Una cotorra obscena trepa por las «madreselvas y lianas» de la galería, y los corredores internos, sombras enmarañadas decoradas aún con fragmentos de plomo ahogado, servirán de salones anónimos para procónsules y gobernadores.

Ningún estado regido por un mortal, en lugar de un dios, se verá libre de males. Por lo tanto, debemos hacer que lo que hay en nosotros de inmortal rija nuestra vida pública y privada; y esto lo logramos al tomar por ley lo que participa en nosotros por la razón (PETI).

La mujer moldea el barro, tranquila y paciente. De allí surgirán tinajas para calmar la sed y sus alrededores. La mujer moldea el barro, tranquila y paciente. De allí surge la única industria posible para sus huesos. Aunque ella comprendió, ¡tenía que comprenderlo!, que el ejemplo cambia y ella cambia con él.

Múltiples formas y obras diversas enriquecen su tiempo en la tierra. Ella entendió, ¡tenía que entenderlo!, que en sus manos la memoria, los secretos maternos, se modelan y configuran. Al igual que ella, otros crean nuevas reglas y objetos. Los diálogos brotan a la sombra de los almendros. Era necesario, ¿tenía que serlo?, las comadres han incorporado un nuevo tema a la conversación. Y más allá, la ciudad se abre como un pétalo.

«Estas formas (eidos), a la manera de modelos (parádeigma), permanecen en la naturaleza. Las cosas se parecen a ellas y son sus semejanzas, y la participación que tienen de las formas no consiste sino en estar hechas a imagen de las formas». (7)