Micaya Almánzar

La filosofía no puede ser encuadrada en ninguno de los géneros conocidos. Los filósofos suelen hacer uso del medio que creen más idóneo para exponer sus ideas o sus aprehensiones. En los albores de la filosofía occidental, el diálogo y la poesía fueron los canales elegidos por Sócrates y los presocráticos; las sentencias y los tratados gozaron de la preferencia de Bias, Pitágoras y Aristóteles; el ensayo y el artículo de opinión son vías a través de las cuales, más tarde, Montaigne, Voltaire y Ortega plantearon importantes conceptos y propuestas; Humberto Eco y Constant Virgie Gheorghiu recurrieron a la novela; Sartre y Camus, tanto al teatro como a la narrativa.

Micaya Almánzar pertenece al linaje de estos últimos. Licenciado en Filosofía por la Universidad Autónoma de Santo Domingo, investigador, ensayista, lector apasionado de Platón, Aristóteles y San Agustín, y artista por vocación, se vale de la narrativa y del lenguaje secreto de los símbolos para expresar sus inquietudes, sospechas, incertidumbres y convicciones. Su libro «El Escriba de la Noche» (Codex Editores, Santo Domingo, 1996, 58 páginas) constituye una versión quintaesenciada de sus principales preocupaciones filosóficas.

Bajo el peso de una atmósfera kafkiana y con una trama cercana a «La Náusea» y «La Peste» (un diario, una vida, unos papeles, unos manuscritos y siempre el drama perpetuo e indescifrable de la existencia), «El Escriba de la Noche» exhibe un estilo castizo y depurado, en el que predomina la frase corta, una muda invitación a asumir una actitud reflexiva; una voz suave e inaudible que nos reclama evitar que la mirada se deslice sedosamente y sin objeto sobre un texto por el que transitan los grandes temas de la filosofía occidental: el bien y el mal, el espacio, el tiempo, el suicidio, la incertidumbre, los límites del conocimiento, la muerte, el infinito, la vida, la historia, la religión, Dios, el mito y la responsabilidad humana, entre otros.

A pesar de que el texto está compuesto de preocupaciones por los detalles, las pequeñeces y las cotidianidades que atormentan a sus personajes, la agudeza con la que trata cada uno de estos problemas y un elevado simbolismo atraviesan, como una espada de fuego, las páginas de esta ventana hacia la modernidad que Micaya Almánzar acaba de abrir entre nosotros.

Otra de las consecuencias de este estilo mixto -tan frecuente en las novísimas filosofías de los franceses y españoles-es el predominio del lenguaje de la sugerencia o argumento por serie de indicio, antes que la lógica preposicional típica de la filosofía sistemática. Almánzar acaso busca hacer que sus lectores despierten, de caras a los peligros de la obediencia a cualquier gremio o hermandad política o religiosa [Cfr.: pp. 42, 48, 58] antes que persuadir o demostrar. Su móvil es seducir, no probar. Está más cerca del vitalismo y de la informalidad nietzscheana que del totalitarismo del desenvolvimiento de las estructuras

conceptuales predominante en Hegel y el neokantismo, por ejemplo.

En «El Escriba de la Noche», varios géneros y estilos fluyen hacia una misma intención filosófica. Los fragmentos de los papeles del Escriba que aparecen en la obra, por ejemplo, contienen pasajes de gran lirismo, lo cual se puede decir de la obra completa, pues los estilos del Escriba y del Narrador se aproximan hasta confundirse: preguntas retóricas, frases cortas e identidad entre las preocupaciones de uno y otro.

Razón y sensibilidad, idea y creencia, saber y mito, marchan de la mano en Micaya Almánzar, quien parece renegar de la resistencia secular de la filosofía occidental a las elaboraciones mitológicas (ver páginas 19, 35, 46 y 47). El mito y la sugerencia, que no la adequatio res stensa-res cogitans, es decir, la absoluta libertad de apreciación del lector, van de la mano. De ahí, quizás, la predilección de los filósofos sistemáticos por el ensayo y el tratado (A. A.).