Miguel Angel Poueriet
El racionalismo, como corriente filosófica, adquiere en Descartes un sentido especial de escuela, convirtiendo a este autor en su exponente principal. Descartes, al cuestionar los sentidos como fuentes confiables del conocimiento, no se limitó a dar un mero manejo conceptual al problema, sino que estableció un método de duda radical que consiste en poner en tela de juicio todo conocimiento hasta encontrar una verdad de la que sea lógicamente imposible dudar.
La base fundamental de este método la encontró en la intuición de su propio pensar. Cogito ergo sum, he aquí la verdad más fundamental y que constituye el eje central de toda especulación filosófica. A nosotros nos es dado dudar de todo aquello que provenga del mundo exterior que nos es transmitido a través de los sentidos, porque perfectamente podemos estar soñando todo aquello de lo cual los sentidos nos hacen partícipes.
En esto, Descartes entra en radical contradicción con el empirismo, que considera la experiencia como fuente valiosa de cognición. Descartes establece como principios fundamentales las verdades deductivas o matemáticas y las verdades de razón. Las primeras las obtenemos deduciéndolas de la lógica matemática y las segundas podríamos inferirlas aplicando los razonamientos de la lógica formal.
El filósofo francés establece como verdad irrefutable aquella que se deriva de su propio pensar. Podríamos dudar respecto a una serie de actos, aunque nunca de aquellos que impliquen pensamiento. El hecho de que alguien piense constituye una evidencia indudable de su existencia, pues no podría haber actividad del pensamiento sin que esto implique, a su vez, la existencia de un ser pensante; lo mismo sucede también respecto a suponer, dudar, afirmar, etcétera.
Sobre la dualidad alma/cuerpo, Descartes atribuye al segundo las propiedades de extensión y movimiento, mientras que al primero reserva la facultad de pensar. Contrario a la escolástica, Descartes atribuye a la filosofía la función de descubrir la verdad. Además, la prueba de la existencia de Dios no se puede demostrar de manera deductiva, sino mediante intuición. No obstante, utiliza el argumento ontológico (San Anselmo de Canterbury, 1033-1109) para demostrar la existencia de Dios: «Si Dios es, por esencia o por definición, el ser más perfecto posible, implica necesariamente su existencia». La idea de la existencia de Dios, o su demostración, la hace depender de la noción de perfección que se tiene del mismo. Descartes aplica un manejo conceptual a este problema. El filósofo no se detiene ahí, sino que hace depender de esa noción algunas cualidades, tales como omnipotencia, omnisciencia, omnipresencia, entre otras. Finalmente, como ocurrencia cartesiana, se sitúa la «glándula pineal» como el receptáculo del alma en su doble función motora y receptora de impresiones.