En un mundo social complejo y en crisis, la necesidad de filosofar es cada vez más imperiosa, a pesar de la pretendida intención del ser humano cotidiano de reducir la existencia a su expresión inmediata y obviar su dimensión trascendental.

¿Cómo podemos tomar consciencia de nuestro ser sin filosofar? ¿Cómo podemos dar una respuesta adecuada a la crisis de valores que corroe a la sociedad dominicana sin filosofar? ¿Cómo podemos responder al problema existencial que afecta a la juventud sin filosofar?

¿Cómo podemos elaborar un proyecto nacional que restaure la fe del pueblo dominicano en sus posibilidades históricas de desarrollo económico, político y social? Más aún, ¿quién somos? ¿A qué aspiramos? ¿Cuál es el sentido de nuestra existencia? Todas estas preguntas pueden encontrar respuesta en el ámbito de la reflexión filosófica. De hecho, los grandes creadores de utopías han sido filósofos.

La solución a los problemas materiales, para aquellos que gustan de reducir las cosas al ámbito de lo empíricamente registrable, pasa primero por un proceso de racionalización por parte del sujeto y solo después podemos pasar a su solución práctica virtual.

«El universo es todo cuanto hay», dijo José Ortega y Gasset, pero en ese «todo cuanto hay» no solo se encuentran las cosas más triviales de la existencia física, sino también la consciencia, la racionalización y la comprensión de dicha existencia. El ser humano no es solo materia biológica, sino también consciencia de las cosas y sus interrelaciones, así como de sus propios actos.

Así las cosas, el problema de la relación con el mundo no es simplemente un asunto práctico; es además profundamente teórico. Los filósofos siempre han tratado de llevar consciencia, razón, comprensión y claridad al mundo, y esto justifica su existencia en la sociedad. La Filosofía es una parte esencial de la cultura de la humanidad y sin ella es imposible la formación de hombres y mujeres que puedan enfrentar los desafíos de los nuevos tiempos. Un hombre que tenga una visión del universo desde su propia circunstancia, para luego retornar a la singularidad con su pueblo y su cultura.

Los seres humanos son cada vez más universales. A este proceso de universalización hoy se le llama globalización, pero más allá del nombre, lo que significa es la «superación de las fronteras», del «regionalismo» y del «localismo». La globalización es un proceso objetivo de cambios y transformaciones económicas, políticas y sociales que ha estado operando desde la aparición de la burguesía, pero que actualmente ha adquirido una nueva dimensión con la formación de grandes bloques económicos y con los avances e innovaciones que se han producido y se siguen produciendo en los campos de la informática y las comunicaciones.

Sin embargo, estos cambios objetivos están profundamente relacionados con la subjetividad del hombre. Los valores de ayer ya no son los de hoy. «¡Nada tienes, nada vales!» es una frase que sintetiza el espíritu mercantilista de la sociedad posmoderna.

Nunca antes el hombre había sido tan reducido a la simple condición de mercancía como en este mundo globalizado y unipolar. Sin embargo, nunca antes se había visto tan «conforme» o «a gusto» con su condición de alienado.

Karl Marx, el «autor engavetado» del Manifiesto comunista, señaló que una de las características de la sociedad capitalista moderna es haber convertido la fuerza humana en mercancía. La sociedad posmoderna ha completado este proceso, extendiéndolo al ámbito de los valores morales y espirituales del ser humano.

Valores tradicionales como la seriedad, la responsabilidad, el altruismo, la amistad, la fidelidad, la honestidad, la bondad, la solidaridad y el amor al trabajo, entre otros, están heridos de muerte. En su lugar, se han enaltecido valores negativos propios de la contemporaneidad, como la indiferencia, la irresponsabilidad, la infidelidad, el individualismo, la vagancia y otros más.

Es necesario llevar a cabo una discusión a fondo de esta inversión de valores llevada a cabo por la sociedad globalizada de nuestros días. La filosofía, con su espíritu totalizador y acucioso, está llamada a desempeñar un papel esencial en la comprensión de la realidad universal en la que actuamos y pensamos.

La necesidad de filosofar se siente y se vive cada vez más en los países más desarrollados económicamente, políticamente, socialmente y culturalmente del mundo. Esto explica en parte por qué Francia, Inglaterra y Alemania lideran en la cultura y el pensamiento, mientras que los países del tercer mundo, especialmente la República Dominicana, tienen que asumir los contenidos ideológicos y racionales que provienen de otras latitudes.

La causa de esta situación lamentable que nos lleva a proyectar la imagen de que somos una nación que no piensa con cabeza propia, es que existe en la República Dominicana un desprecio por la Filosofía y un desprecio de todas las actividades del intelecto y del pensar.

Surge la necesidad impostergable de que la Filosofía eche raíces en nuestro suelo nativo y que así, como los ríos irrigan la tierra, la filosofía irrigue el cerebro de los dominicanos para que florezca la comprensión, la criticidad, la claridad y la racionalidad. Lo anterior nos permitirá acceder comprensivamente a nuestro pasado, interpretar el presente, [unipolar y de globalidad] y proyectarnos al porvenir.

La Filosofía es el faro que nos hace falta para tomar consciencia plena de sí, como nación, y relacionarnos con los demás pueblos y naciones preservando nuestro carácter e idiosincrasia nacional.