Prof. Rafael Morla

Sin moral no hay orden y sin deber no hay moral.

-Eugenio María de Hostos, Tratado de Moral.

MORAL Y SOCIEDAD

La sociedad dominicana está atrapada por uno de los más terribles males de la contemporaneidad, a saber: el de la inmoralidad social, que todos reconocemos en el concepto de «inversión de valores». La práctica moral indebida ha dejado de ser un asunto de individuos aislados para alcanzar, en nuestros días, las dimensiones de una plaga social.

Combatir este peligroso flagelo es un deber de todo hombre y mujer que se considere honesto, porque es tan inmoral transgredir las normas de la moralidad social como contemplar indiferente que determinados individuos, sin importar su posición social, destruyan los valores positivos de la sociedad.

Pensemos en las siguientes frases: «Todos tenemos un precio», «ya no se puede confiar en nadie», «me voy a meter a ladrón porque uno trabaja y trabaja, y nunca consigue nada», «cuando yo robe lo haré para quedar rico», «ser serio no sirve de nada», entre otras. Todas estas expresiones, ya comunes en el entorno social, indican el deterioro y la confusión moral en que viven los dominicanos y las dominicanas.

Es necesario superar estas valoraciones negativas que reflejan el relativismo moral, el escepticismo y la falta de entusiasmo por una práctica moral apegada a los valores positivos. ¿Por qué? Es una condición para avanzar socialmente y modernizar la vida de la República Dominicana. No dejaron de tener razón los positivistas cuando consideraron que el «progreso intelectual va acompañado por el desarrollo moral, especialmente por el predominio creciente del altruismo sobre el egoísmo (¹)».

Consideramos el mundo del «deber tan objetivo como el mundo del ser (2)», a pesar de las burlas de quienes pretendan desestimar esta tesis, diciendo que es una simple elucubración de la fantasía y que no dice absolutamente nada. Por lo pronto, la llamada «dignidad humana», que tanto se menciona, es inconcebible sin la práctica de valores morales positivamente válidos. La integridad y el valor de la persona se definen por la consciencia que se tiene del deber. «Ningún hombre es más fuerte que el hombre que cumple con su deber; ningún hombre es más grande que el hombre que se vence a sí mismo para cumplir con su deber; ningún hombre es sublime, sino el hombre que ha doblegado tan eficazmente sus inclinaciones desordenadas, que jamás falta a sus deberes (³)».

Una mirada retrospectiva de la historia de la civilización humana indica que todos los períodos de transición, que de una manera u otra encierran cambios significativos en la forma de producir y relacionarnos, de comunicarnos y que, por tanto, afectan nuestra visión del mundo y de la vida [paradigmas], traen consigo crisis de valores. Es una subversión que sacude de raíz los cimientos mismos del status quo.

«La historia de las sociedades de clase no es solo construcción de valores, sino también construcción y descrecimiento de disvalores (4)». Unos valores mueren, otros nacen, y unos pocos tienen la virtud de traspasar las barreras del tiempo y no perder vigencia.

Carlos Marx, uno de los críticos más certeros de la sociedad moderna, caracterizando la coyuntura social en la cual le tocó vivir y pensar, escribió:

«No dejó subsistir otro vínculo entre los hombres que el frío interés, el cruel pago al contado […] ha hecho de la dignidad personal un simple valor de cambio (5).»

¿Dónde radica la causa de la inversión de valores? La inversión de valores tiene su explicación en la propia dinámica de la producción privada, donde en última instancia lo que cuenta es la caza de la fortuna, mientras las necesidades sociales son relegadas; a fin de cuentas, se produce para el intercambio. Al respecto, podrían resultar esclarecedoras las siguientes palabras: «El valor de cambio invierte los valores hasta hacer de ellos sus contrarios, las relaciones humanas se disfrazan de relaciones cósmicas y todo sentido humano se reduce a uno solo: el sentido del tener. La cuantificación de valores es el máximo de empobrecimiento de la personalidad humana; todo eso permite hablar con fundamento, también en este contexto, de crecimiento de los disvalores (6).»>>

GLOBALIZACIÓN E INVERSIÓN DE VALORES

La República Dominicana, aunque estuviera envuelta en el caparazón de su propia singularidad, no podría evitar los efectos enajenantes, cosificantes y degradantes de la cultura cosmopolita.

La globalización nos impacta tanto positiva como negativamente. Esto bien se sabe; lo lamentable es que estemos desprevenidos, desprotegidos; que los mecanismos de alerta y de defensa de otros tiempos ya no estén. ¿Dónde está la intelectualidad vigilante y orientadora? ¿Dónde está el movimiento clubístico que tanto sirvió de dique de contención a la injerencia foránea?

Lo positivo de la globalización es que nos volvemos cada vez más universales e interdependientes, lo cual ayuda a superar muchos elementos negativos del pasado, como son el localismo y el regionalismo, que nos impiden integrarnos con una perspectiva totalizadora en el concierto de la sociedad humana.

Pero la globalización, en vez de aliviar la crisis existencial del pueblo dominicano, la ha profundizado. Cada día es mayor la brecha existente entre nuestro mundo interior [valores, sentimientos, aspiraciones] y nuestro mundo exterior [naturaleza-sociedad]. El dominicano vive en la angustia y en la desesperanza porque la sociedad que le vio nacer no le satisface plenamente.

El escepticismo, la pérdida de fe en torno a las posibilidades objetivas de que el dominicano encuentre solución material a los problemas planteados por la existencia social; las necesidades siempre relegadas y la demagogia política son los responsables fundamentales del arraigo de este sentimiento en la conciencia nacional.

El relativismo moral, que aparece en las épocas en las que las sociedades alcanzan sus más altos niveles de corrupción, viene normando la conducta ética de determinados segmentos de la sociedad dominicana. Ahora los actos morales no se someten al escrutinio de normas universalmente válidas, sino que serán buenos o malos dependiendo de la consideración singular del sujeto (7).

De ninguna manera aspiramos a una sociedad absolutamente pura, porque tal pureza no existe ni en el reino divino. Los propios dioses del Olimpo amaban y odiaban, practicando el bien y el mal; y si es así en ese ámbito, con mucho más razón lo será en el mundo terrenal y profano en que vivimos. Pero aspiramos al menos a que las fuerzas del bien predominen sobre las fuerzas del mal, a fin de que no se cierre el capítulo de la convivencia humana y termine imponiéndose la ley de la selva.

Para ello es necesario desarrollar una labor de formación y de ilustración cultural, dirigida a producir un cambio sustancial del alma dominicana, que cada día se envilece y se empequeñece más, por causa de formas de producción y convivencia que no generan valores morales positivos que eleven la auténtica condición humana.

Sin desprecio de la técnica, que debe verse como un medio para la realización de los fines sociales, las disciplinas humanísticas deben dirigir este proceso de regeneración del alma dominicana, porque solo ellas pueden dimensionar la auténtica condición humana, penetrando en la interioridad del sujeto, con el objetivo de llevarle consciencia y claridad en torno a los valores positivos de la nación dominicana.

Tampoco «es suficiente enseñar a los hombres una especialidad. Con ello se convierten en algo así como en máquinas utilizables pero no en individuos válidos. Para ser un individuo válido, el hombre debe sentir intensamente aquello a lo que puede aspirar. Debe recibir un sentimiento vivo de lo bello y de lo moralmente bueno. En caso contrario, se parece más a un perro bien amaestrado que a un ente armónicamente desarrollado. Debe aprender a comprender las motivaciones, ilusiones y penas de las gentes para adquirir una actitud recta respecto a los individuos y a la sociedad (8)».

Porque el virus de la inmoralidad está corroyendo en su esencia vital la estructura social. Y ello, de una manera u otra, debe llamarnos a la reflexión.

ESTADO DOMINICANO E INVERSIÓN DE VALORES

El Estado dominicano ha sido fuente de enriquecimiento de grupos de poder económicos y políticos, que, haciendo uso de su posición privilegiada, realizaron un proceso de «acumulación originaria», lo cual hizo posible que hoy sean dueños y señores de grandes fortunas. Como efecto de esta práctica inmoral, miles de dominicanos quedaron reducidos a la mendicidad, al pauperismo y a la ignorancia.

La inversión de valores desde hace muchos años viene paralizando las posibilidades de desarrollo material y espiritual del país. Miles de millones de pesos dominicanos que pudieron haberse invertido en beneficio del desarrollo nacional fueron sustraídos del erario público.

Hurtar los bienes sociales, en virtud de sus peligrosos efectos, es el más grande de los crímenes morales que puede cometer ser humano alguno. Sin embargo, el robo de Estado, aunque transgrede las normas sociales de la conducta moral, ha pasado a ser visto como algo natural por segmentos importantes de la sociedad.

Lo anterior reviste un gran peligro para toda sociedad medianamente organizada. Cuando amplios sectores de la sociedad comienzan a ver como normal la transgresión de las reglas y normas de conducta, es preocupante.

Existe una exigencia social de que se produzca un cambio de actitud en la moral pública y en la moral de la misma sociedad. Y este llamado tiene que ser atendido por el liderazgo político dominicano, que está bastante desacreditado, y por diversos grupos de presión.

Por cuanto el Estado se levanta como un poder regulador de las relaciones sociales al interior de la totalidad social, el hombre público [comenzando por el presidente de la República y terminando en el simple empleado de oficina] debe convertirse en el punto de referencia necesario en la batalla por rescatar valores ya perdidos [sobre todo en el ámbito estatal], como la seriedad, la honestidad y la pulcritud.

Y lo mismo cabe decir de los individuos, pues el hombre preocupado por los problemas de su pueblo, que afronta con responsabilidad las adversidades de la vida, es una especie en extinción. Sobre sus ruinas se levanta el hombre resultado de los «nuevos tiempos». Es un tipo indiferente al acontecer nacional, que vive en la inmediatez de su «estar ahí», que carece de memoria histórica, consume valores importados y no gusta de preocupaciones. Como se ve, no es un ser humano, sino un autómata, producto residual de la sociedad postmoderna.

La juventud dominicana es la más afectada por los males que nos atormentan; es ella la que consume las drogas, participa en el narcotráfico y le da vida a las pandillas juveniles que periódicamente azotan los barrios. Precisamente lo que torna más sombrío el panorama social dominicano es que sea el «hombre del futuro» la víctima principal del efecto concentrado de la podredumbre de la sociedad contemporánea.

Decía José Martí, el mártir de Dos Ríos, que la juventud es el alma de los pueblos, pero al ver la especie de jóvenes que brotan de esta sociedad atomizada por el vicio, es como para llegar a la conclusión de que la República Dominicana marcha hacia el colapso definitivo. Un pueblo sin alma es como un cuerpo sin vida. Es como un conglomerado de hombres cosificados y despojados de su propio ser.

El panorama es difícil, lo cual hace más necesario y urgente asumir las tareas teóricas y prácticas necesarias para lograr la regeneración de la sociedad dominicana.

PROPUESTAS

• Llevar a cabo un movimiento de regeneración moral que tenga como objetivo el rescate y/o afianzamiento de los siguientes valores: solidaridad, respeto, seriedad, puntualidad, honestidad, entre otros.

• Rescatar los valores más positivos contenidos en la praxis histórico-social del pueblo dominicano.

• Reconocer y estimular la buena práctica del valor moral, otorgando reconocimientos a las personalidades que se destaquen por su ejemplo.

• Crear espacios en los medios masivos de comunicación, periódicos, radio, televisión, donde se promueva la orientación del valor positivamente válido.

• Gestionar ante las autoridades de educación la introducción de la Moral y la Cívica como asignaturas básicas.

• Publicar literatura relacionada con los valores morales que se quieran rescatar.

• Impulsar la creación de cátedras extracurriculares dirigidas a dimensionar la crisis de valores y la necesidad de su rescate.

• Crear comités pro-rescate de valores a nivel de cada provincia y en el Distrito Nacional.

• Crear sociedades de amigos dirigidas a promover prácticas más sanas del valor humano.

• Crear una Comisión Nacional pro-rescate de los valores positivos del pueblo dominicano.


1.-BOTTOMORE, T.D.; Introducción a la sociología; Península, Barcelona, 1978, página 330.

2.-HELLER, Agnes; Hipótesis para una teoría marxista de los valores; Grijalbo, Barcelona, 1973, página 11.

3.-HOSTOS, Eugenio María; Tratado de Moral [Obras Completas, vol. XVI), ONAP, Santo Domingo, 1982, págs. 137-138. 4.-HELLER, Ópera citada, p.122.

5.-MARX, Karl y F. Engels; Obras Escogidas tomo I; Akal, Madrid, 1975, pág. 44.

6.-HELLER, Agnes; Ob. Cit., página 12. 6.

7.-«Lo decisivo desde el punto de vista del juicio de valor sobre una época es que ésta consiga que sus valores predominen en la realidad o no lo consiga. Si los valores vivientes van dejando de realizarse, si se abre un abismo entre las normas abstractas y las concretas, se inicia la degradación de los valores» – HELLER, Agnes; Obra Citada, página 123.