Se necesitarían varios artículos para visibilizar algunos problemas relacionados con el androcentrismo y el etnocentrismo presentes en el pensamiento filosófico y en la ciencia; pero por el momento, queremos compartir solamente algunas ideas introductorias con académicos/as del país, colegas de los Departamentos de Filosofía y miembros/as de nuestra Academia de la Ciencia. Estas ideas están relacionadas con la búsqueda de una nueva epistemología y una nueva visión sobre los seres humanos, especialmente sobre las mujeres.

Es claro que debemos explicar en el contexto de este tema qué entendemos por educación sexista. El concepto de sexismo alude a la discriminación y/o subordinación de un grupo, en este caso, el de las mujeres, por considerarlas inferiores respecto a actividades que, como las relacionadas con la inteligencia, durante muchos años se han definido concretamente y simbólicamente como actividades masculinas.

Para mí, el sexismo permea el proceso educativo de manera más o menos explícita a través de cuatro canales importantes: en las actitudes de profesores/as e intelectuales en general respecto a las alumnas; en el lenguaje cotidiano de las aulas; en el contenido programático de las áreas de la filosofía y de la ciencia, así como en el lenguaje filosófico y científico; y, por último, en la escasa presencia de mujeres en la práctica intelectual y la poca estimulación para que estas participen, no solo en la adquisición y reproducción, sino expresamente en la producción de conocimientos. Pasemos al primer punto.

Cuando se advierte a un hombre -ni intelectual ni profesional- sobre su actitud indiferente y fría hacia las mujeres al conversar sobre temas de reflexión con un grupo heterogéneo, suele sonreír escépticamente y, como respuesta, se escuda en el planteamiento de que, en general, a los hombres se les ha condicionado socialmente a conversar de «cosas serias» con y entre hombres, porque se cree que las mujeres se interesan exclusivamente en asuntos domésticos, incluso si son intelectuales. Es cierto que la misma cultura inclina el interés del grupo femenino hacia actividades frívolas de la vida social y privada, pero cada vez hay un grupo más grande de mujeres interesadas en el conocimiento y que lo reproducen y crean. Sin embargo, todavía son evidentes entre intelectuales y profesores los gestos, las miradas, las aprobaciones, los elogios y los estímulos que, en la conversación académica, se dirigen con frecuencia unilateralmente hacia los hombres. Si una alumna o intelectual tiene una participación aguda, se puede notar en el profesor o interlocutor intelectual un visible nerviosismo, desánimo, pedantería e incluso una sorda y escondida rabia que muchas de nosotras -intelectuales y alumnas- hemos sentido con tristeza hasta en nuestra piel. Las investigaciones realizadas en Estados Unidos confirman que las actitudes hacia las alumnas y mujeres van desde la desestimulación hasta exigirles poco y tratarlas de manera paternalista en las actividades del pensamiento. Existe mucha desconfianza en las intelectuales y alumnas; en la discusión científica, no tenemos interlocutores que nos miren.

Y se trata de manera desigual: si somos brillantes en algún trabajo, se suele pensar que es porque es un trabajo fácil, y cualquier trabajo excelente que se muestre sin nombre, hecho por una mujer, se atribuye inmediatamente a la inteligencia masculina. Esto último son resultados de algunas investigaciones sobre actitudes sexistas (cfr.: Redes de Comunicaciones número 8, Puerto Rico y Mercedes C.).

Las actitudes discriminatorias en los seres humanos, que se internalizan a través de la cultura, pueden decirse que se elevan hasta el lenguaje. El lenguaje es producto de la realidad y la cultura, y ésta alimenta el lenguaje. Todavía no me acostumbro a usar el masculino y femenino a cada paso en una conversación; pero ya no puedo, sin avergonzarme, en una clase de filosofía decir o escribir en el pizarrón, por ejemplo: «La importancia de la filosofía para el ser humano» o «Los Derechos Humanos según los Ilustrados». El lenguaje no es pura forma, designa un contenido: también se han reportado investigaciones en el área de la biología que asignan sexo a las células, percibiéndolas como masculinas si son activas y como femeninas si son pasivas.

El problema del lenguaje sexista parecería poco importante si nos detuviéramos en el contenido teórico de los discursos docentes y programas que se elaboran y desarrollan en los cursos de filosofía y en el resto de las áreas científicas. A pocos profesores e intelectuales les preocupan temas de importancia capital que hoy se debaten en filosofía, ciencia y epistemología, y que nos alertan sobre la conformación de paradigmas que niegan el sexismo y el androcentrismo en los saberes y la visión sobre la realidad macro-micro-cósmica. En efecto, la nueva visión sobre el ser humano y el universo que se está conformando obliga a docentes e intelectuales en general, a filósofos y científicos, a preocuparse e investigar los siguientes aspectos que enumeraré de manera sintética:

En primer lugar, la misoginia de brillantes filósofos y científicos como Arthur Schopenhauer, Tomás de Aquino, Friedrich Nietzsche, Aristóteles y Freud, entre otros, ha influido negativamente en el conocimiento, difundiendo explícita o implícitamente la ideología sexista. En contraste, otros pensadores como Bertrand Russell, John Stuart Mill, Simone de Beauvoir, Herbert Marcuse, Agnes Heller, Habermas y Feyeraben, de algún modo la han negado. La lectura filosófica y científica de estos autores debe incluir en las aulas la interpretación de género. En conferencias, artículos y clases, he abordado diferentes aspectos de la nueva epistemología y de algunos de los pensadores citados sobre la cuestión planteada (Lusitania Martínez: 1992, 1994 y 1996; Curso sobre «Técnicas Cualitativas de Investigación» del Posgrado Metodología de la Investigación Científica).

En segundo lugar, la invisibilidad de las mujeres en la enseñanza de la historia y la literatura, en particular, y en general en la ciencia y la filosofía, así como el afán de visibilizar únicamente a las mujeres protagónicas, desconocen la significativa incidencia de las mujeres en los procesos y movimientos históricos-políticos.

En tercer lugar, la renovación que hoy está experimentando la filosofía y la ciencia nos encamina hacia una nueva epistemología, gracias a los esfuerzos de teóricos/as cualitativistas y de mujeres y hombres interesados en los estudios de género. Ellos han presentado relevantes reflexiones que validan la crítica del método empírico y del popperianismo imperantes en la ciencia actual, así como de las categorías de objetividad, realidad, verdad y otras, que deben ser redimensionadas a la luz de temas y fenómenos referidos a la subjetividad, lo cotidiano y privado, y el significado.

La crisis experimentada en la física tradicional con las ideas de Albert Einstein y la física cuántica, así como el surgimiento del movimiento feminista, uno de los más grandes movimientos en la historia, ha obligado a científicos/as de otras latitudes a modificar su concepción sobre la ciencia y la filosofía. El dominio del empirismo en la práctica científica actual ha sido responsabilidad tanto del positivismo en general como del marxismo en particular, los cuales, en su aspiración a la máxima objetividad y verdad de los conocimientos, han expulsado del baño al niño con todo y agua, expulsando de la investigación nuevos métodos y temas incluidos en la realidad, con la excusa de que son metafísicos e inverificables.

En este sentido, es absurdo no solo el planteamiento del fin de las ideologías -él mismo es un planteamiento ideológico- sino también el de la exigencia de una absoluta asepsia y no contaminación de intereses y valores en la enseñanza y en las investigaciones científicas. Hablo de la inaceptable inexistencia de la neutralidad científica-filosófica, ya que incluso la aceptación de ciertos juicios fácticos implica la creencia en determinados juicios de valor clasistas, religiosos, racistas, sexistas, entre otros, que dictarán lo que debe aceptarse como ciencia.

Para referirme al último punto señalado al inicio, diré brevemente que si todo lo dicho anteriormente fuera una preocupación del mundo y de la sociedad, la cultura se transformaría porque las mujeres serían estimuladas, además de que ellas tomarían la iniciativa, no solo para adquirir conocimientos sino también para producirlos, como forma de romper el círculo en el que la ciencia y la filosofía son sexistas porque no hay muchas mujeres prominentes científicas y filósofas, y porque la filosofía y la ciencia son androcéntricas. Las mujeres tenemos que ingresar a la enseñanza y a la producción de conocimientos nuevos para transformar los paradigmas sexistas vigentes en la ciencia. La realidad se transforma al transformar el pensamiento también; lo mismo que la aparición de una nueva sociedad exigiría un ser humano con un pensamiento diferente.