Emiliano Tejera, intelectual de relieve de la sociedad dominicana de fines del siglo XIX y principios del XX, nació y murió en Santo Domingo, en los años 1941 y 1923, respectivamente. A decir de Américo Lugo los trinitarios le dieron el nombre de Escipión el Africano, «porque conspiraban contra una nación de origen africano» (). De tal manera que su nombre correcto era Juan Nepomuceno Publio Escipión Emiliano Tejera y Penson.

 

Dice Manuel Arturo Peña Batlle que sus mejores méritos de hombre público están vinculados a la defensa que hizo de las raíces de nuestro espíritu frente al criterio haitiano de penetración (2). En efecto, la idea que Tejera tiene de lo dominicano, la elabora tomando como referencia la problemática domínico-haitiana, particularmente la cuestión de los límites territoriales entre Haití y la República Dominicana.

 

La vida de este gran hombre es sintomática, nace y muere en el caso de dos ocupaciones: la haitiana de 1822-44 y la norteamericana de 1916-24. Pertenece a la generación intelectual post-restauradora. Cuando se inicia la segunda república tenía 25 años, y para 1880, fecha en que Eugenio María de Hostos funda la normal, ya era un hombre formado, tanto en lo relativo a su visión del mundo, como cuanto a sus convicciones políticas y sociales.

 

Emiliano Tejera no compartió, diferente a muchos otros de su generación el ideal positivista y racionalista de Eugenio María de Hostos. Se mantuvo apegado a las tradiciones escolásticas, herencia del pasado colonial. En este último punto hizo causa común con el padre Fernando Arturo Meriño, quien rechazó la

 

propuesta de escuela laica sustentada por Hostos.

 

En la tradición social de la República Dominicana, aparecen individuos que podrían considerarse atrasados ideológicamente, pero que sin embargo desarrollaron una práctica política de avanzada. Tales son los casos de Meriño y Tejera, que combatieron las reformas educativas y sociales de Hostos, pero que al mismo tiempo mantuvieron en alto la defensa de la nacionalidad dominicana.

 

La sociedad dominicana está conformada por tres elementos básicos. Son ellos el elemento español, cl africano y el indígena, en opinión del profesor Manuel Cruz Méndez, «las tres razas y culturas se funden y compenetran, formando así el mestizo que constituye el nuevo pueblo que nace de aquel encuentro» (2)

 

Objetivamente el elemento dominante en la cultura dominicana es el español, por cuanto España impuso su lengua, la española, desde la cual simbolizamos, interpretamos y pensamos la realidad, también la religión católica, desde cuyo ámbito se realiza fundamentalmente el mundo mágico y de creencias del pueblo dominicano.

 

Las herencias, indígena y africana todas y más la última que la primera) fueron integradas como elementos culturales dominantes al acervo cultural del pueblo dominicano. Ello explica por qué en el proceso de formación de la nación dominicana, en la historia real, están las huellas de las tres culturas, sin embargo, en el registro, en la historiografía, el dato correspondiente a las manifestaciones oprimidas, con frecuencias es dejado en penumbra.

 

*Director del Departamento de Filosofia de la UASD. Es Licenciado en Filosofía (UASD, 1988). Además, tiene estudios de Maestría. Es autor del libro Filosofia para Iniciados. Es articulista en varios periódicos nacionales y director fundador de la Revista Academia.

La interpretación aproximadamente objetiva de la historia dominicana solo se realiza como tal, si en el análisis se integran en su justa dimensión los tres elementos indicados. Todo intento por ocultar, menospreciar, sobredimensionar un elemento en detrimento del otro, siempre ha resultado unilateral.

 

Las valoraciones subjetivas al respecto han desempeñado un papel importante, no sólo en la realización de muchos intereses sociales y políticos a lo largo de la historia de la República Dominicana. También ocuparon su lugar en la génesis misma de la nación que tenemos.

 

PRAXIS E IDEAS

 

Emiliano Tejera tuvo una práctica política de 60 años en la sociedad dominicana, y si juzgamos su trayectoria de hombre público, viendo su actitud en los momentos cruciales de la historia nacional, podríamos desarrollar algo así como una visión pragmática de lo social dominicano por parte de esta singular figura.

 

En el 1861, con apenas 20 años se opuso a la anexión a España por parte del gobierno de Pedro Santana. Defendió en el exilio el derecho del pueblo dominicano a constituirse en nación libre, soberana e independiente. En ese mismo sentido apoyó la lucha por la restauración de la república.

 

De 1865-73 se opuso a los planes del gobierno de Buenaventura Báez, dirigidos a convertir la nación dominicana en provincia más de la Unión norteamericana. Asimismo de 1916, hasta su muerte en 1923, presidió la Comisión Nacionalista, y pese a su avanzada edad se convirtió en símbolo de la resistencia patriótica al invasor.

 

Los humanos han de medirse a la par, tanto por sus ideas, como por sus acciones. En la acción práctica Emiliano Tejera fue un patriota, que creyó en la viabilidad del proyecto nacional dominicano. Y esta fue su primera gran idea de lo dominicano.

 

Hay que destacar que Don Emiliano dirigió, junto a Meriño el seminario conciliar, desde cuyo espacio realizó un magisterio de contenido religioso, totalmente ajeno a las enseñanzas racionalistas y positivas que Hostos introdujo en el país a partir de la década del 80 del siglo pasado. Desde aquí buscaba mantener vivo en la conciencia del dominicano la religión católica como uno de los soportes de la dominicanidad. Siendo esta su segunda idea de lo dominicano.

 

La religión la ve presente en la tradición colonial, en la cosmovisión de los trinitarios forjadores de la nacionalidad, quienes quizá, con excepción de Duarte, no tenían otro referente ideológico que la escolástica medieval, filosofía pragmática que acompañó a los colonizadores españoles, desde que pisaron la isla de Santo Domingo el 5 de diciembre de 1492.

 

Refiriéndose a Tejerá, Peña Batlle dice:

 

«Las raíces de su alma y la esencia de su pensamiento se nutrieron de los jugos de la tierra en que nació y se formó» (3).

 

¿Cuál era el material de ideas bajo los cielos de la república, cuando Publio Escipión Emiliano Tejera modelo espiritualmente su alma?

 

Si pensamos en que Tejera cuando llegó Hostos en 1880, tenía 40 años, es decir, que ya era un hombre moldeado y formado por la tradición, hay que concluir en que su mundo interior tenia que llenarse de las únicas ideas existentes en su época: las del escolasticismo medieval.

 

Hasta la llegada de Eugenio María de Hostos, en el año 1880 la filosofía existente era la escolásticas, y la educación era impartida por el clero católico. Al respecto, es edificante recordar que Tejera se educó en las aulas del Seminario Conciliar, en cuya institución hizo carrera, pues, no sólo llegó a ser profesor, sino que también fue secretario particular del padre Fernando Arturo Meriño. Los propios trinitarios, que fueron los revolucionarios del momento no eran portadores de una nueva filosofía, en tanto visión del mundo y de la vida, por más que ciertamente, el grupo asumió el ideario político libe-ral de Juan Pablo Duarte.

 

Un dato de interés es el que el maestro de filosofía de los trinitarios fue el padre Gaspar Hernández, figura histórica que colaboró con la separación de la República Dominicana de Haití, pero que no era partidario de la independencia pura y simple. Incluso, muchos años después de haberse sellado el destino nacional, el referido padre seguía levantando la bandera del Rey.

 

Gaspar Hernández y muchos otros estaban adscrito a la corriente dogmática, que le impedía ver el cambio de los tiempos, y entender que las cosas se transforman, cambiando de esencia y naturaleza, y lo que en su origen fue de una manera en el devenir, puede transformarse en algo completamente distinto.

Emiliano Tejera era portador de las concepciones

escolásticas y medievales, contenidas en la tradición colonial, y que al consumarse la independencia quedaron vivas e intocadas, interactuando con la nueva realidad política que se comenzó a vivir a partir de 1844.

 

Sin embargo, Don Emiliano Tejera, aunque tenía la misma filosofía del padre Gaspar Hernández, difería con éste, y todos aquellos que no creyeran en viabilidad del proyecto nacional. Por sus convicciones políticas y por la práctica realizada en la palestra social de sus años, fue un discípulo de Juan Pablo Duarte.

 

EL HISPANISMO DE EMILIANO TEJERA

 

Emiliano Tejera aparece ante la historia dominicana como un defensor de los valores hispánicos. Su defensa, es obvio, es de carácter cultural, pues no llegó nunca a desconocer los derechos políticos que tenía el pueblo dominicano a constituirse en nación.

 

De las dos corrientes hispanistas que encontramos en la República Dominicana esta es la que más aportes hizo a la toma de conciencia y al desarrollo del proyecto nacional de los dominicanos.

 

La otra corriente hispanista, que descartó siempre la independencia nacional, fue de orientación monárquica; veía con simpatía la separación de Haití, pero con el propósito velado de que el pueblo del Este retornara al seno de la madre patria. Esta perspectiva • fue asumida por los miembros de la burocracia colonial y el clero católico de entonces, en su generalidad súbditos de la monarquía española. Dos sacerdotes, Gaspar Hernández y el Prebístero Antonio Gutiérrez, pertenecientes a la corriente del hispanismo monárquico, fueron profesores de filosofía y latín de los trinitarios, y ayudaron a Duarte en la educación del grupo, pero no hay constancias de que influyeran en el espíritu patriótico y nacionalista de los conspiradores duartistas.

 

Tejera rechazó de hecho el hispanismo monárquico, pero levantó en alto como ningún otro dominicano del siglo XIX los valores de la cultura hispánica, y lo hizo en el horizonte de que la religión católica y la lengua española, eran los pilares esenciales de la nacionalidad dominicana. He aquí su tercera gran idea de lo dominicano.

 

«El dominicano-dice Tejera-es hijo primogénito de los conquistadores de América»(«). Tesis, obviamente unilateral, que no reconoce el afroantillanismo, como un elemento importante en la conformación de la

cultura dominicana, y en la propia maduración de la conciencia nacional.

 

Hay dos textos fundamentales, donde Tejera plantea la esencia de sus ideas hispánicas, son ellas: 1Exposición ante el honorable congreso nacional, solicitando permiso para la erección de la estatua al Ilustre patricio Juan Pablo Duarte (1894), y el informe que Emiliano Tejera dirige al papa Pío XIII en 1896 con motivo del diferendo fronterizo entre Haití y la República Dominicana.

 

Tejera se inscribe dentro de la concepción del pensamiento tradicional dominicano que no ve nada positivo en la ocupación haitiana de 1822-44, al tiempo que visualiza dicho período como una ignominiosa vergüenza.

 

«La cuna de América destinada a ser un girón de África! Cuanto dolor para su ilustre descubridor! Cuanta afrenta para España! Y ellos los descendientes de Colón, de Garay, de Ogeda, de Oviedo, soportarían con vida esa ignominia, cuando ocho siglos de la lucha contra otra imposición africana, les mostraban, a la vez que la senda gloriosa, ¡las palmas inmortales, que el destino concede a la virtud y al heroísmo! 9.

 

Estas ideas contrastan con otras concepciones históricas más actuales, las cuales reconocen que la «la unificación dela zona oriental con la occidental, significó desde todo ángulo un salto definitivo en el desarrollo de las fuerzas sociales y económicas para la parte antiguamente española.

 

Y este discurso que no reconoce el aporte de los negros y mulatos en la génesis y desarrollo de la nación dominicana, que al mismo tiempo se limita a condenar la ocupación haitiana, se ha mantenido vivo en la consciencia de las clases tradiciones dominicanas, como si desconocer los hechos del pasado, efectivamente los borrara de la faz de la historia.

 

No todos los defensores del hispanismo son antihaitianos, sin embargo es una verdad histórica que Emiliano Tejera al promover los valores de la tradición española, lo hace como una arma contra la penetración de la cultura afroantillana, la cual relaciona en todo caso con Haití. En esto, este gran intelectual de fines del siglo XIX y principios del XX, se revela como precursor de varias generaciones de intelectuales, que en los años 20, 30, 40 y 50, tomaron de su fuente, en ocasiones deshonestamente, pues si quiera le compensaron con el reconocimiento al mérito y a la propiedad

intelectual.

 

En las ya mencionadas memorias de 1896, que es un documento propuesto para la negociación, que de alguna manera debe contribuir a crear las condiciones subjetivas para el posible acuerdo, Emiliano Tejera insiste en la diferencia entre los dos pueblos, buscando por este camino perfilar el carácter propio, la identidad específicamente dominicana. Dice:

«No puede tomarse como ofensa a Haití la aseveración de que en esa época no había, ni podía haber un pueblo medianamente civilizado que estuviera dispuesto a unirse voluntariamente, ni menos someterse al pueblo haitiano. El de Santo Domingo menos que ningún otro, pues lo alejaban de su vecino diferencias de nacionalidad, idioma, leyes, costumbres y casi hasta religión. Qué podía esperar el pueblo dominicano de su unión con Haití? Orden, progreso, civilización? De un lado tenía a la vista el blando y paternal gobierno civil de los capitales generales españoles, del otro el duro yugo militar de los Dessalines y Cristóbal, con el recuerdo horrible de las matanzas de colonos francesas; el de los saqueos, desgüellos y excesos de todo género llevados cabo en Cotui, La vega, Moca, Santiago y otros puntos del territorio dominicano, y la impresión profunda causada por los espantosos relatos, exagerados quizás, de lo que había sucedido en Sans souci y en otros puntos de los dominios de rey Cristóbal.

 

TEJERA Y EL EGOÍSMO NACIONAL

 

Desde los tiempos coloniales el pueblo dominicano arrastra una maldición que al decir de Emiliano Tejera es la cusa final de todas las desgracias y fracasos de la nación dominicana. Dicha desgracia, que podría calificarse, de síndrome de Colón, fue la que «amargó la vida del ilustre descubridor de América» (8). Engendrada en el período colonial, y activada en los años de la ocupación haitiana de 1822-44, se transmitió como una herencia a la primera república.

 

Se trata del egoísmo, que en la visión de Tejera opera como una especie de pecado original. Aunque dicho pecado fue cometido por los enemigos de Colón, los cuales en todo caso debieron haber pagado el precio de su maldad; el sentimiento moral del egoísmo, se apoderó del alma de los habitantes del Este, y condicionó la práctica social causante de tantas desgracias nacionales.

 

Sus palabras al respecto son como siguen:

 

«El gobierno colonial con sus miserias y grandezas había caído bajo el peso de los años; pero el elemento egoísta, corrompido, que amargó la vida del ilustre descubridor de América, se mantenía siempre vigoroso, mas gangrenado aún, si cabe, al pasar por los veintidós años de la sumisión abyecta al gobierno haitiano. Y fue él quien vino a predominar en la naciente República! Fue él quien infiltró su virus en nobles corazones que sin eso hubiera sido antorchas de patriotismo! Fue él quien convirtió glorias en vergüenza, y sustituyéndose, como espíritu nacional, el generoso y desinteresado espíritu de los febreristas, estacionó el progreso de la patria, la dividió en bandos encarnizados, la llenó de lágrimas y de sangre, y la llevó con rubor de sus hijos, a tal extremo, que aún el descrédito lucha por no ver en ello, a más de las causas naturales, la acción justiciera dela providencia! (⁹).

 

La existencia en el alma dominicana de esta fuerza moral negativa que como vemos, ha causado tantos males a la nación, tuvo su origen en la colonia, como ya se puso de manifiesto en la propia discursiva de su creador, pero don Emiliano murió en el 1923, y nunca dijo qué hacer para contener los efectos paralizantes y destructivos de extraña desgracia. Asimismo nunca explicó si el egoísmo sería superado, o en el de los casos terminaría por devorarnos a todos. peor

 

Los efectos de esta fuerza extraña y destructora desaparecieron con la muerte de Tejera? ¿Será ella la causa eficiente de la miseria material y espiritual que atenaza como una pesadilla infernal a la mayoría del pueblo dominicano? Cualesquiera que sea la respuesta, a las presentes interrogantes, al menos debe quedar claro que el reconocimiento intelectual de la existencia de esta maldad, constituye la cuarta y última idea sobre que lo dominicano se forjara en vida Publio Escipión Emiliano Tejera.

 

NOTAS

 

1- Alfau Durán, Vetilio. Antología de Américo Lugo, col. Pensamiento Dominicano, Ciudad Trujillo, R. D., p.12

 

2- Peña Batlle, Manuel A. Antología de Emiliano Tejera, Col. Pensamiento Dominicano, Ciudad Trujillo, R. D., pag. 40.

 

3-Cruz Méndez, Manuel. Cultura e Identidad Dominicana, Ed. Universitaria, Col. Historia y Sociedad, Santo Domingo, R. D., p.3. 4 Peña Batlle, Manuel A. Ob. Cit., p. 13.

 

5- Tejera, Emiliano. Exposición ante el Honorable Congreso Nacional, solicitando permiso para la Erección de la Estatua al Patricio Juan Pablo Duarte (Pena Batlle, Manuel A., Ob. Cit., Pág. 83).

 

6- Tejera, Emiliano. Exposición citada, en Antología de Peña Batlle, Manuel, A., l’ág. 83.

 

7- Franco, Franklin. La Sociedad Dominicana de los Tiempos de la Independencia, en Duarte y la Independencia, Ediciones Intec, Santo Domingo 1976, p. 20.

 

8- En carta dirigida al Director del periódico El Tiempo de Bogotá Colombia, en fecha 11 de Octubre1945, Joaquin Balaguer dice: «Si la política de dominicanización fronteriza del presente Trujillo se hallara inspirada, como insinúan los enemigos del gobierno dominicano, por sentimientos similares a los del racismo alemán, la obra que se está levantando en las fronteras domínico-haitianas sería efectivamente monstruosa. Pero, por el contrario, esa política tiende exclusivamente a evitar la ruina de nuestra cultura hispánica ya salvar el país de las horrendas taras físicas y morales que como el propio Price Marlo proclama, caracterizan los bajos fondos de la cultura haitiana

 

(publicado como anexo al libro La Frontera de la República Dominicana con Haití, cd. La Nación, C. por A., Ciudad Trujillo, R.D. 1946, p. 164).

 

9- Memorias de la Legación Dominicana Presentada al Papa Pío XIII, con motivo del diferendo fronterizo entre Haití y la República Dominicana, publicaciones de la Secretaría de Educación, Santo Domingo, R. D., 1974, p. 8.

 

10- Peña Batlle, Manuel Arturo, Ob. Cit. Pag. 39.

 

11-Exposición al honorable congreso Nacional (1894), en Peña Batlle, Manuel Arturo, Antología de Emiliano Tejera, pag. 97.

 

12- Exposición al honorable Congreso Nacional (1894), en Ob. Cit. Pags. 97-98. 73

EL PENSAMIENTO FILOSÓFICO DE JUAN FRANCISCO SÁNCHEZ VISTO DESDE HOY