Precisamente las naves que surcaron el Atlántico y anclaron por primera vez en la isla de Haití o Quisqueya llevaban en sus mástiles el principal símbolo de la cristiandad: la cruz, con la que el Almirante pretendía justificar ante el mundo conocido su intrepidez de transponer el horizonte en busca de las tierras ignotas. Y la fijación de la cruz en las tierras recién descubiertas era la justificación de la cruzada que pretendía realizar o incorporar o asimilar a los pobladores presuntamente paganos a la cosmovisión cristiana para que sirviera de legitimación al dominio político simbolizado por la espada, que aspiraba a realizar.

Colón entendió lo importante que era estudiar, conocer y comprender el mundo de las representaciones de aquella nueva humanidad que aparecía a sus ojos desnuda, simple y candorosa. El Almirante, cuya formación y estructura mental, no le hacían el sujeto idóneo para esa tarea, fija su atención en las actitudes religiosas de los indígenas, los cuales le parecen «que no conocían ninguna secta ni idolatría, salvo que todos creen que las fuerzas y bien es en el cielo» (sic) (8). Más tarde, en 1496, confirma su impresión: «Idolatría u otra secta no he podido conocerle…» (9).

A él mismo y a sus acompañantes por los símbolos de los poderes que manifiestan las naves, las explosiones que salen de sus armas, y a partir del segundo viaje el trote y velocidad, más las características corporales de él y de sus hombres (tez blanca, algunos rubios, los ojos azules…), les hace pensar a los indígenas que provienen del cielo y tienen el don de la inmortalidad (10).

Colón, empero, tuvo conciencia de sus limitaciones para comprender las ideas y creencias indígenas, así Las Casas, quien manejó sus papeles nos comunica: «Dice más el Almirante, que había tratado de saber si tenían las gentes de esa Isla secta alguna que oliese a clara idolatría, y que no lo había podido comprender… (sic) (11).

Esa tarea Colón la encomendó al fraile jerónimo Ramón Pané, quien en su Relación acerca de las antigüedades de los indios echa las bases de la Etnografía americana, aunque su estudio no pasa de ser una relación descriptiva e incompleta, y con muchas deficiencias, a causa de las limitaciones intelectuales del buen sacerdote que él mismo se sincera reconociéndolo, y Las Casas reiterativamente le echa en cara y hasta materiales, pues carecía de suficiente papel para hacer sus anotaciones (12).

La Relación pasa al conocimiento de personas mejores dotadas que el misionero jerónimo, a saber, Pedro Mártir de Anglería, humanista y poseedor de una extraordinaria capacidad para tratar con las ideas y para dar brillo y elegancia a la exposición literaria; y el padre de las Casas, formado en la Teología Escolástica del Siglo de Oro español, que concilia el tomismo con el humanismo renacentista.

Llama la atención que en aquellos momentos, es decir, los primeros años de la conquista y la colonización, que se significan por el fanatismo para implantar la unidad religiosa en la Península, Colón como estos tres hombres con un fondo común en su mentalidad, pero con elementos diferenciadores en su forma de percibir la realidad, observa el pensamiento mitológico indígena con las mayores bondades y el mejor espíritu de comprensión. 

Es posible que esto se debiera a que las ideas y creencias indígenas fueran vistas no tan contradictorias esencial o sustancialmente con el pensamiento cristiano, y que sus imágenes y representaciones intelectuales eran fruto de la rusticidad y simplicidad de vida que vivían, como lo habían sido sus antepasados paganos, aunque diferentes a muchos de esto, pues las creencias taínas no se percibían como efecto de la malicia y la pecaminosidad. Pero tampoco sus ideas eran como las de otras naciones paganas y herejes de aquel tiempo, que tenían un pensamiento sistemático y fijado en una literatura.

Hay en el pensamiento mítico taíno una concepción demoníaca del cosmos, donde el universo se percibe como un pandemónium de poderes espirituales, en el que la explicación mítica trata de encontrar un sentido frente a los fenómenos de la naturaleza y a la angustia existencial del hombre al darse cuenta de su precariedad.

Al igual que las mitologías de las culturas primitivas o arcaicas, en los taínos se observan sus cuatro postulados fundamentales: 1) la existencia de un mundo de espíritus (dioses) buenos y malos, poderosos unos, débiles otros, invisibles eternamente activos en los y asuntos de los hombres; (2) el hombre posee un espíritu que es el alma; 3) el alma, sobre todo después de la muerte, tiene vida autónoma; 4) si el hombre quiere medrar, es necesario obtener la buena voluntad de los espíritus, tanto buenos como malos (13). 

En ese universo demoníaco hay, además, una sustancia que envuelve no sólo a los seres animados, sino también a los inanimados; de ahí la metamorfosis o el tránsito de un ser a otro.

Pedro Mártir, que posiblemente recibió en Medina del Campo en 1497 la Relación de manos de Colón, junto con las impresiones de éste acerca de las creencias indígenas, en carta fechada en abril de 1498 a los obispos de Braga y Pamplona, les refiere esa concepción demoníaca del universo de los taínos: «Se ha descubierto entre ellos un nuevo género de idolatría. ¿Habéis visto alguna vez pintados, con las manos ganchudas y boca abierta, como para espantar a los hombres? Imitando exactamente tales vestigios, construyen simulacros con tejidos de algodón y con algodón también los rellenan; porque se les aparecen durante la noche y los imbuyen en los errores en que viven. A tales simulacros llaman Zemes, de los cuales cuentan la fábula de que obtienen la lluvia, si la necesitan, y días claros, si quieren sol. Piensan que los Zemes, cuando están irritados, son los que envían los truenos, rayos y granizo… Entre éstos los hay machos y hembras. Creen que los machos cohabitan algunas veces con las mujeres de los variados reyes por un tumor muy grande que se extiende por la cabeza…» (14).

Con cierta variante hace la misma descripción de ese universo demoníaco al cardenal Ludovico de Aragón en una carta que luego va a formar parte de la Década Primera, Libro IX (15).

Las Casas, por su parte, apoyado en Pané describe y explica el mundo espiritual de los taínos donde observa la poderosa gravitación de la divinidad en su vida cotidiana. «Creían que les daban (los cemíes) el agua, y el viento, el sol, cuando había menester, y lo mismo los hijos y las otras cosas que deseaban tener… Cuando algún indio iba camino y veía algún árbol que con el viento más que otro se movía, de lo cual el indio tenía miedo llegaba hacia  él y le preguntaba ¿Tú quién eres? Y respondía el árbol: llámame aquí un behique y él te dirá quién soy» (16).

Entre los espíritus de los taínos sobresalía una divinidad máxima. Pané refiere que los indígenas «creen que hay en el cielo un ser inmortal, que nadie puede verlo y que tiene madre, mas no tiene principio; a éste le llaman Yocahu Vagua Maorocoti” (17).

Además del atributo de eternidad, Anglería le asigna casi todos los demás del Dios de los cristianos: «…Su creencia es que por medio de éstos Zemes consiguen que llueva cuando les hace falta la lluvia o que haya sol, cuando lo necesitan, por considerarlos como mensajeros de un ser único, infinito, omnipotente e invisible” (18).

De suerte que los cemíes son representaciones de espíritus inferiores y subordinados como mensajeros, o siervos o soldados del «ser único, infinito, omnipotente e invisible».

La concepción de esta divinidad permite a Las Casas ver a los taínos no tan lejos de la visión cristiana de Dios: «La gente de esta isla Española tenían cierta fe y conocimiento de un verdadero y solo Dios, el cual era inmortal e invisible que ninguno lo puede ver, el cual no tuvo principio, cuya morada y habitación es el cielo, y nombrarlo Yocahu Vagua Maorocoti. A este verdadero y católico conocimiento de Dios verdadero se les mezclaron estos errores, conviene, a saber que Dios tenía madre, cuyo nombre era Atabex, y un hermano suyo Guaca, y otros de esta manera. Debían ser gente sin guía en el camino de la verdad, antes había quien de ella los desviase, ofuscándoles la lumbre de la razón natural que pudiera guiarlos» (19).

Esta idea de un Ser Supremo por encima de las demás deidades era seguida no sólo entre los taínos, sino también en otros lugares de América, lo cual positivo era un condicionante para la conversión de los indígenas, pues esa concepción estaba a un paso del monoteísmo cristiano. Así el padre José de Acosta en su Historia Natural y Moral de las Indias titula el capítulo 3 del libro V de la siguiente manera: Que en los indios hay algún conocimiento de Dios. Y asevera: «Primeramente aunque las tinieblas de la infidelidad tienen oscurecido el entendimiento de aquellas naciones, pero en muchas cosas no deja la luz de la verdad y razón algún tanto de obrar en ellos; y así comúnmente sienten y confiesan un Supremo Señor y Hacedor de todo». (20).

Justamente se justificaba el dios de los taínos con el de los incas, Viracocha, a quien se consideraba como el creador del cielo de la tierra. (21).

Arrom observa certeramente que de las creencias taínas ninguna fue tan difundida por todo el hemisferio como la de un Gran Señor, espíritu invisible y benéfico y protector generoso del hombre americano. El significado del nombre de este dios está íntimamente vinculado con la vida natural y humana, esto así porque Yucahu significa «espíritu de la yuca» (22), o dios del pan o de la alimentación, diríamos nosotros ampliado el significado del símbolo lingüístico. El término «Vagua», afirma Arrom, apoyado en Oviedo, quiere decir «mar» y como los taínos además de agricultores eran excelentes pescadores, asignaron también a su divinidad suprema, dios del mar, como hicieron los griegos con Poseidón y los romanos con Neptuno (23). En cuanto a Maorocoti, este nombre significa : «sin abuelo, sin antecesor masculino», o como dice Pané: «que tiene madre, mas no tiene principio». La otra denominación del dios es Yucahaguamá que quiere decir «espíritu de la yuca» y «Gran Señor» que dicen está en el cielo, como asevera Pané o el Señor grande que está en el cielo, conforme al testimonio de Las Casas (24).

El Ser Supremo de los taínos está íntimamente relacionado con una divinidad superior femenina y otra masculina. Se recordará que su tercer nombre es Maorocoti, es decir, sin abuela, sin antecesor masculino. Pero sí está vinculado con una mujer en sentido filial. Pané informa Tiene madre, que : mas no tiene principio… y a su madre llaman Atabex, Iermaguacar, Apito y Zuimaco» (25).

Anglería no registra la fraternidad entre el Ser Supremo y Guaca, pero sí los cinco nombres de su madre: Attabeira, Mamona, Guaoarapita, Iella y Guimazoa (26).

Las Casas, en cambio, reiteró la filiación del Ser Supremo con la referida Diosa Madre taína, pero también percibe una relación fraternal entre Guaca y Yacahu.

La relación de un Ser Supremo con una divinidad femenina que unas veces es madre sola, y otras veces, también es esposa, y con un dios masculino que es su hermano se revela en los mitos de las viejas culturas orientales, entre los antiguos griegos y romanos, y en algunos mitos sudamericanos, donde además de un dios aparece asociada a un héroe mítico (28).

La divinidad femenina asociada al dios principal fue simbolizada con la tierra y la actividad agrícola, cuando el hombre dejó la caza y la recolección y con ella los dioses vinculados con esas actividades, es decir, los dioses de los árboles, de las montañas y los ríos. Justamente en nuestro lenguaje hay un parentesco lingüístico entre materia y madre (mater, en latín, es madre).

Estas deidades femeninas simbolizan la luna y la masculina el sol, otras veces el cielo. Precisamente en muchos pueblos primitivos las palabras que designaban al dios principal significaba cielo. Ella es el simbolismo de la capacidad generatriz y reproductora de la mujer. Esa idea de la resurrección se muestra en los mitos solares que se mezclaron armónicamente con los ritos agrícolas y la leyenda de dios que muere y renace, también se aplicó a los equinoccios otoñales e invernales y a la aparición y desvanecimiento del día, porque la noche era una parte del trágico drama cotidiano: el nacimiento y la muerte del dios solar, pues cada «ocaso era una crucifixión y cada amanecer una resurrección». (29).

Acaso el cemí Baibrama, que según el mito taíno fue quemado y al lavarlo con el zumo de la yuca le crecieron los brazos y le nacieron otra vez los ojos, y le creció el cuerpo, ¿no es una representación alegórica de Yucahu? ¿No significa la muerte de la semilla en el surco y la resurrección del fruto en la cosecha? Si así es, el misionero pudo comprender e insertar a su cosmovisión este mito, pues tenía una larga tradición simbólica que servía de soporte al cristianismo y que prefiguraba el caso de Jesucristo, el hijo de Dios, nacido de una virgen, que murió y resucitó.

Las divinidades femeninas, estaban asociadas con una divinidad masculina que simbolizaba la muerte de la vegetación en el otoño y la renovación agrícola y la cosecha en la primavera. Así surgió el mito casi universal del dios que muere con su pueblo y vuelve triunfante a la vida. La diosa que da a luz el hijo, que a su vez es esposo, que muere y resucita por acción.

Conforme con la relación del ermitaño jeronimiano, las cartas y las Décadas de Mártir de Anglería y la Apologética Historia, de Las Casas, la mitología taína no presenta a Yucahú que crea ex nihilo personal y directamente el mundo. El behique había encomendado este cuidado a uno que se llamaba Mácocael, porque un día tardó en volver a la puerta, dicen que se lo llevó el Sol. Visto pues, que el Sol se había llevado a éste por su mala guardia, le cerraron la puerta, y así fue transformado en piedra cerca de la puerta. Después dicen que otros habiendo ido a pescar, fueron presos por el Sol, y se convirtieron en árboles ellos llaman jobos,  (31). y de otro modo se llaman mirabolanos… curando a los enfermos.

II- El Ser Supremo y la creación o formación del mundo y el hombre

Sobre el origen del mundo en la cosmovisión taína Pedro Mártir informó a su amigo Pomponio Leto, en carta del 13-6-1497, que: «…tienen en suma estimación cierta calabaza, porque de ella cuenta la fábula de haber brotado el mar con toda su multitud de peces. A causa de su crecida, aquella tierra, que era continente, dicen que se convirtió en innumerables islas…» (30).

De los orígenes del hombre, Pané, por su parte, nos ofrece el testimonio que consigna en su Relación bajo el epígrafe : De qué parte han venido los indios y en qué modo: La Española tiene una provincia llamada Caonao, en la que está una montaña, que se llama Cauta, que tiene dos cuevas nombradas Cacibajagua una y Amayaúna la otra. De Cacibajagua salió la mayor parte de la gente que pobló la isla.

Los textos citados revelan que el mar brota de una calabaza o higuera, el sol y la luna de una cueva y la humanidad de dos cauta, Convendría subrayar que Jouanoboina fue su principal santuario. Ciertamente es una manifestación de piedad. ¿Acaso porque pensaran que lo trascendente refleja su esencia en lo circular? ¿Pensarían los taínos que en los más remotos tiempos el universo era una gran esfera, donde al igual que en los mitos de las viejas culturas reinaban el caos y la oscuridad? ¿Reflexionarían, además, que la tierra era circular, haciendo la analogía del disco solar el lunar con la tierra? Estas interrogantes se plantean como aventuradas hipótesis de trabajo o como problemas que deben suscitar investigaciones sobre el mito taíno.

En relación a los orígenes del mundo y la humanidad del mito taíno, lo conveniente es significar que en la mitología suramericana hay dos concepciones que tratan de ellos. Algunos grupos culturales creen que la humanidad fue creada por los dioses o héroes culturales; pero la mayoría de las colectividades indígenas piensa que la humanidad salió del cielo o surgió del mundo subterráneo (32). Creen que Loven piensa que los taínos de las Antillas pertenecen al grupo de culturas que el hombre emergió de las profundidades de la tierra. Señala una serie de mitos de los Witoto y otros grupos de Sur América recogidos por Ehrenreich. Refiere uno de los indios arekunas recogido por Otto Thulin en 1912 que explica cómo el sol surgió del interior de una montaña. Alfred Metraux, por su parte, utilizó los estudios comparativos de Ehrenreich y estudió los mitos del área del Gran Chaco y de otras áreas culturales suramericanas, e infiere que muchos grupos que corresponden a la zona tropical explican el origen de la humanidad como proveniente de agujeros y cuevas (33).

En el mito de los orígenes del mundo y del hombre de los taínos, como señalamos antes y ahora reiteramos, no se percibe una intervención creativa directa del Ser Supremo; quienes actúan son dioses o héroes culturales. ¿Actuó indirectamente a través de estos seres? ¿o quizás directamente en unas metamorfosis mítica? Pero lo cierto es que el pensamiento mítico taíno hace proceder la naturaleza el hombre de realidades inmanentes: las cavernas y el interior de una calabaza…

Las ideas planteadas en este trabajo a manera de aventuradas hipótesis y otras no estudiadas de la cosmovisión taína no fueron vistas por Las Casas y los primeros misioneros como esencialmente contrarias al pensamiento cristiano. Oigamos lo que nos confiesa el sacerdote y cronista»…Así hacía en esta isla y en estas otras con estas simplísimas gentes, donde no había del todo ni muy abierta y desaforada idolatría.

El fraile y humanista tuvo la convicción de que los indios tenían las disposiciones de carácter para asimilar la doctrina cristiana, pues sus mentes eran tablas rasas, donde la verdadera fe podía grabarse fácilmente. (35).

Con estos buenos auspicios el sistema de representaciones de las indígenas inició el proceso de asimilación a la imagen del mundo del cristianismo, proceso que no pasó por su  primera fase, porque la espada primero, y el látigo después, no permitieron el triunfo de la cruz.

NOTAS

  1. Durant, Will, Nuestra herencia oriental, traducción de C.A.Jornada, Argentina, Edit, Sudamericana, 1952, 495.
  2. Bruhl, Levi. Les fuctions mentailes dans les societes inferieures, Alcon, 1910; Mentalité primitive, Alcon, 1922. L’ame primitive, Alcon, 1927; Le surnaturel et nature dans la mentalité primitive, Alcon, 1935; y L’ Experience Mystique et les symboles chez les primitive, Alcon, 1937; Cf. J. Cazeneuve. La mentalidad arcaica, traducción de Patricio Canto, Buenos Aires, siglo, veinte, 1967.
  3. Cazeneuve, o. c.
  4. Ibidem, 44. La mentalidad primitiva no hace más uso de facultades que las necesarias para desenvol
  5. Jaeger, W. Paidea: los ideales de la cultura griega, México F.C.E., 1962, 151.
  6. Hirschberger, J. Historia de la Filosofia, trad. Y apéndices de Luis Martínez G., S.I., Barcelona, Herder, 1962, T.II, 157.
  7. Cazeneuve, o. c., 53,54.
  8. Texto de la carta de Colón de 1493 en Ramos Pérez, Demetrio. La carta de Colón sobre el Descubrimiento, Granada, diputación Provincial, 1983.
  9. Arrom, José Juan, Relación de Fray Ramón Pané acerca de las antigüedades de los indios. Texto, notas y apéndices. Documento del almirante, en el apéndice, p.88.
  10. Jimenes Lambertus, Abelardo. La inmortalidad de los conquistadores, revistas Casas Reales, Museo de las Casas Reales, Santo Domingo, R.D., 1983, 9-23
  11. Cf. Alegría, Ricardo. Apuntes en torno a la mitología de los indios taínos de las Antillas Mayores y sus orígenes suramericanos, Santo Domingo, R.D., Museo del Hombre Dominicano, 1978, 21.
  12. Cf. Arrom, o. c., México, siglo XXI, 1974. C.f. Alegría, o. c., 26 y 28
  13. Turner, Ralph. Las grandes culturas de la Humanidad, México F.C.E., 1963, Vol. I, 101 – 102.

14.Alegría,0. C., 30-31

  1. Mártir de Anglería, Pedro. Décadas del Nuevo Mundo, estudio y apéndice de Edmundo Ogormán, trad,. Agutin Millares Carlos, México, ‘Porrúa e Hijos, 1964, vol. 191; Arrom, o. c., 92.
  2. Historia de las Indias. En Arrom, o. c., apéndice, 106-107.
  3. Relación de Pané… en Hernando Colón. Historia del Almirante Don Cristóbal Colón, Madrid, Librería General de Victoriano Suárez, 1932, Vol. II, 36
  4. Mártir de Anglería, o. c., Déc. I lib., 191. Las Casas, o. c., en Arrom, 104.
  5. Acosta, José de. Historia natural y moral de las Indias. Vida religiosa y civil de los indios. Prólogo y selección de Edmundo Ogormán, México, UNAM, 1978, 12.
  6. Ibid.
  7. Arrom, J.J. El mundo mítico de los taínos. Notas sobre el Ser Supremo, Revista Dominicana de Arqueología y Antropología, Enejun, 1971, Año I, 183-185.
  8. Ibid
  9. Las Casas, o. c.

24.Pané, Relación, en Colón, I, 36

  1. Anglería, o. c.
  2. Las Casas, o. c., en Arrom, 101.
  3. Alegría, o. c., 90
  4. Durante, Nuestra Herencia…, 100.
  5. Mártir de Anglería, o. c., 194.
  6. Turner, I, 171.
  7. Alegría, o. c., 60 – 61.
  8. Collingwood, R. C. Idea de la Historia, México, F.C.E., 1968, 24-25.
  9. Las Casas, Fray Bartolomé de. Apologética