Francisco Acosta

Prof. Francisco Acosta Pérez 

¿Es moralmente válido «tañer la lira mientras ardes Roma»?

Alex Callinicos, 1995.

«Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo.»

Karl Marx, 1845

La postmodernidad pretende interpretar la realidad desde una perspectiva virtual y ahistórica, donde «lo instantáneo es más importante que el pasado y que incluso el porvenir» [Veloz Maggiolo, 1997].

Según Alex Callinicos, los temas postmodernistas continúan inspirando muchas controversias actuales. El famoso anuncio del «fin de la historia» oculta bajo su mensaje superficial un pesimismo cultural y «proclama la existencia de un mundo posthistórico desprovisto de significado» (A. Callinicos, 1995).

La ética postmodernista, «en la medida en que no retoma al historicismo y diluye en términos relativistas el núcleo universalista de la razón [Habermas, 1991], engendra una reacción contra el pensamiento clásico alemán, en la misma tesitura que el romanticismo se reveló contra la Ilustración y que el Barroco cuestionó al Renacimiento o el mundo helénico denunció la crisis moral y política de la época griega anterior.

En un intento de salvar lo concreto frente a lo abstracto, la postmodernidad gira en torno a las doctrinas de Nietzsche, Heidegger, la noción de individualista y libertaria del primer Sartre, donde «queda solo el hombre como fundamento [sin razón de ser] de los valores» (Sánchez Vásquez, 1981).

El planteamiento irracionalista y antisistémico del postmodernismo sigue el hilo conductor evidenciado en el pensamiento de los sofistas, helenísticos, barrocos y románticos en condiciones antinómicas a la idea de sistema y racionalidad desarrollada por los jónicos, atenienses, renacentistas, ilustrados y el pensamiento clásico alemán.

La práctica moral en el postmodernismo está desligada de la idea de validez universal y del concepto de razón, con lo cual privilegia el elemento irracional en el comportamiento humano y la función pragmática de la ética.

El pensamiento ético postmodernista reacciona “contra la fundamentación trascendente [metafísica] de la ética y en favor de la búsqueda de su fuente en el hombre mismo” (Sánchez Vásquez, 1981). Precisa este autor que la ética de inspiración analítica para escapar de toda metafísica se refugia en el análisis del lenguaje moral.

El individualismo es un «valor» fomentado desde la postmodernidad. En tal sentido, señala a Alex Callinicos que “el postmodernismo ha contribuido de manera significativa a la proliferación de particularismos militantes” (Callinicos, 1995).

Desde una óptica postmoderna, los valores éticos son construcciones sociales y culturales dinámicas, reflejo de cada momento y asumida de manera conjunta por la colectividad filosófica de la postmodernidad.

El único valor estático para la ética postmodernista es la ausencia de valor o el anti-valor. El sujeto se revela a lo interno de la ética postmoderna como una «consciencia fragmentada» (Horkheimer, Adorno-o como una «memoria rota», Andrés L. Mateo, 1997); donde las frases latinas de moda en la época carpe diem y Memento mori adquieren un sentido de experiencia real.

Al igual que en el pensamiento sofista, la ética en este período destaca el triunfo del individuo en la sociedad y desconfía de las verdaderas normas universalmente válidas y a semejanza de la Filosofía helénica, rescata la universalidad de la cultura pretendiendo borrar las fronteras entre los distintos países. La ausencia de originalidad es otra coincidencia entre estas dos corrientes del pensamiento, y así como el mundo heleno no pudo desembarazarse de la influencia de los atenienses, el postmodernismo «se halla de forma inmanente en el modernismo» [Lyotard]; en tal sentido, siguiendo a Callinicos, se puede aseverar que el humor, la parodia y la ironía, rasgos característicos del postmodernismo se encuentran difundidos entre los grandes modernistas: Eliot, Joyce, etc

En la postmodernidad se produce un proceso de continuidad y discontinuidad de manera concomitante, donde se plantea la ruptura apocalíptica con la línea racionalista y sistemática que culmina en el pensamiento clásico alemán, pero al mismo tiempo rescata y le da seguimiento a la tradición irracionalista que desemboca en la construcción de un pensamiento fundamentado en los conceptos de realidad «virtual»,  «simulación» y «teoría fractal».

Los valores morales constitutivos de la ética postmoderna tienen su fundamentación ideológica en la subjetividad del discurso, al margen de las condiciones objetivas que lo generan. La fisura creada entre lo objetivo y lo subjetivo engendra una visión valorativa de la realidad que se reproduce como falsa conciencia, como enajenación, privando al individuo de la libertad de actuar consciente y voluntariamente al margen de toda manipulación.

La postmodernidad se erige como una crítica a los grandes sistemas racionales contemporáneos frente a la posibilidad de estos para resolver el enigma humano. Sin embargo, la misma postmodernidad queda presa en su propio discurso, el cual no ha podido trascender. «Es el naufragio del mito de la humanidad» (Mateo, Andrés L: 1996); constituye otro «invento» de los llamados países «centrales» para hacer girar en torno suyo a las naciones de la «periferia».

BIBLIOGRAFÍA

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