La protección de la libertad del pensamiento y de las producciones individuales forma parte de los cimientos ideológicos de las culturas occidentales contemporáneas, procurando éstas eliminar, cuando menos en lo manifiesto, el impacto potencial de las imposiciones ajenas al proceso creativo mismo en el producto de la actividad intelectual. No obstante, todavía suponiendo que el ideal del pensamiento humano despejado de todo tipo de restricciones fuera genuinamente perseguido por estas culturas, hasta viable en sus dimensiones políticas, sociales e ideológicas, estarían sus elaboraciones sujetas a los confines de un marco ineludible: la personalidad del pensador. 

De manera irónica, la mente humana, enfrentada obstinadamente a los dictámenes y las exigencias más sutiles del mundo externo, se encuentra dócilmente subordinada a los mandamientos intransigentes de las estructuras derivadas de su propio funcionamiento, con frecuencia sin adquirir una plena conciencia de aquello. La contextura de la personalidad que crea imprime, a manera de un filigrana sublime pero tenaz, un sello distintivo en cada hoja de la producción de un ser humano, incluyendo su actividad intelectual. En consecuencia, «todos nos expresamos continuamente a través de lo que hacemos y decimos».

Explorando el mismo proceso en la dirección inversa, y partiendo de que nada hay que pueda hacer un individuo al margen de su personalidad, el análisis de un producto cualquiera de la actividad de una persona abre los caminos hacia la dilucidación de las dinámicas psicológicas subyacentes a su creación y, por generalización, a su personalidad global. De ahí, toda obra de un autor, puede ser entendida como una especie de prueba proyectiva. 

A continuación se presenta un análisis de tal tipo, aplicado a la conferencia radiofónica dictada por Karl Popper el 7 de marzo de 1972, y publicada bajo el título «La Teoría de la Ciencia desde un punto de vista teórico-evolutivo y lógico». Aun cuando la elección del material de análisis tiene un carácter contingente, pudiéndose, de manera equivalente, partir de cualquier otra producción de este autor, la decisión en este caso fue influida por el hecho de tratarse de una síntesis elaborada por el mismo Popper de sus puntos de vista sobre la teoría de la ciencia, así como por la extensión relativamente reducida del texto, congruente con la naturaleza del presente trabajo. 

Este análisis se propone identificar las dinámicas psicológicas más prominentes en el carácter de Karl Popper y esbozar los patrones de su interacción a partir de las temáticas sobresalientes en el texto estudiado, interpretadas en función del significado psicológico que las subyace. Sin que esto implique realizar una descripción exhaustiva de su personalidad, lo anterior permitirá observar las huellas impregnadas por los procesos psicodinámicos que le son propios, en el producto, aparentemente autónomo, de su actividad intelectual. 

Karl Popper: ¿Desafiando a la naturaleza humana? 

Para Popper, el problema central de la filosofía de la ciencia es el problema de la demarcación, el cual se ocupa de establecer un criterio confiable para distinguir teorías científicas de la metafísica y la pseudociencia. Rechazando la posición de los empiristas lógicos sobre la posibilidad de verificación o de la asignación de determinados valores de probabilidad a las proposiciones científicas, Popper establece como la característica esencial de las teorías científicas su potencial de ser deductivamente falsables. 

Según la interpretación más tradicional de sus planteamientos, la tarea principal de un científico consiste en deducir de la teoría estudiada consecuencias, en forma de resultados potencialmente observables, rechazando luego aquellas teorías que impliquen una sola consecuencia falsa en el contraste con la realidad observada. Para Popper, «una teoría científico-empírica se diferencia de otras teorías porque puede fracasar en experiencias posibles; es decir, que son posibles y se pueden describir ciertas experiencias que faltarían la teoría, si hiciéramos realmente semejantes experiencias. 

Dado que, independientemente de la cantidad de pruebas «aprobadas» por una teoría científica, siempre existirá la posibilidad de una nueva observación que la refute, no existe la posibilidad de la aceptación definitiva de una teoría, aunque sí resulta posible un rechazo de esta naturaleza. El progreso de la ciencia, desde este punto de vista, consistiría en las refutaciones y superaciones consecutivas de las teorías científicas. 

En la conferencia tomada como la base de este análisis, Popper propone un esquema de tres etapas, válido tanto para el proceso científico, como para el aprendizaje de los animales inferiores y el proceso de la evolución de las especies (pudiendo entenderse éste como un «aprendizaje de la Naturaleza»): 

-Un problema como punto de partida: («Todas las ciencias naturales como las ciencias sociales parten siempre de problemas»); 

-Varios intentos de solución al mismo (empleando en principio «el mismo método que emplea el sano entendimiento humano: el método de ensayo y error»); y 

-La eliminación de las soluciones erróneas propuestas para el problema. 

En otras palabras, para Popper todo en la naturaleza, incluyendo los organismos más primitivos, aprende pasando por las mismas etapas por las cuales ha de pasar un ser humano para alcanzar el conocimiento científicamente aceptable. Siempre el aprendizaje consistirá en que “los intentos de solución fracasados o eliminados van decayendo progresivamente en el nivel de sugerencias, de forma que, finalmente, el intento de solución exitoso entra en escena casi solo”. 

La diferencia que separa la ciencia humana del aprendizaje por ensayo y error, observado en las especies inferiores, tal y como la percibe Popper, reside en la tercera de las etapas («la de la eliminación de nuestros errores»), donde un científico procede «conscientemente de forma crítica». Popper le otorga una gran importancia a esta actitud crítica y consciente en la eliminación de los fracasos sucesivos para la explicación de un problema en la ciencia: «Todo conocimiento precientífico, ya sea animal o humano, es dogmático; y con la invención del método científico, es decir, del método crítico, comienza la ciencia».

Popper crítica la idealización tradicional de las teorías «irrefutables» en la ciencia, tildando de dogmática la actitud de fe ciega en la validez universal e indiscutible de algunas de ellas, tradicionalmente presente en las disciplinas científicas. Esta, considera, con frecuencia frena el desarrollo de la ciencia, inhibiendo las observaciones importantes que conllevarían a las reformulaciones teóricas sustanciales para su autosuperación. Según él, una verdadera postura científica implica una renuncia a este apego personal de los científicos a las teorías que defienden, el cual, adicionalmente, resulta irracional partiendo del empalme esperado entre sus metas personales y las metas de la ciencia global. De ahí, en lugar de evitar y «temerle» a las observaciones empíricas refutadoras de sus teorías, los científicos auténticos han de experimentar satisfacción frente a éstas, como contribuyentes importantes al desarrollo de la ciencia, siendo éste su meta por excelencia. 

En nuestra especie, donde la supervivencia del individuo depende de la conservación de la sociedad, las restricciones de lo personal en beneficio de lo colectivo, en sus diferentes vértices, pasaron a formar parte de la condición humana hasta tal punto que con frecuencia pasan desapercibidas. Fundamentándose la cultura misma sobre estas restricciones, son interiorizadas por los individuos mediante el proceso de socialización y, cuando son percibidas, experimentadas como los ideales de comportamiento a alcanzar y como imperativos morales, es decir, como parte integral de la personalidad. 

Por otro lado, estando los componentes instintivos del ser humano propensos a la satisfacción inmediata de todas las demandas presentadas por su naturaleza originalmente animal, las renuncias en beneficio de lo colectivo no dejan de advertirse como dolorosas y, en el menor de los casos, molestas para su existencia. En consecuencia, las personas tienden a evadirlas o «negociar» su alcance con las estructuras de su personalidad que las imponen, siempre que esto les resulte posible. Un ejemplo de esto lo dan justamente los científicos adheridos de manera «ciega» a las teorías que defienden, negados a percibir las pruebas que podrían refutarlas, aun cuando esta refutación implique un progreso de la ciencia como empresa colectiva. 

Por ende, los planteamientos de Karl Popper expuestos anteriormente, parecen contradecir estos mecanismos inherentes a la naturaleza humana. Partiendo de lo expresado en su conferencia radiofónica», no solamente deja él de experimentar inconformidad alguna frente a las posibilidades de refutación de las teorías que defiende, sino que se siente activamente involucrado en los intentos de su refutación, alegando de manera reiterada experimentar satisfacción en los casos cuando ésta se realiza efectivamente. Se trata de un fenómeno que, tomando en cuenta esta contradicción, llama la atención desde las posiciones psicoanalíticas, y como tal, representa un buen punto de partida para el análisis que se propone este artículo.  

La personalidad humana desde la perspectiva psicoanalítica: El Yo como agente de la producción intelectual. 

A pesar de pertenecer la personalidad humana al grupo de los conceptos equívocos, es decir, al grupo de los conceptos con significados múltiples, es manejada con frecuencia a partir del supuesto de la mutua comprensión, tanto dentro del lenguaje coloquial, como dentro de la psicología y las ramas afines del saber formal. Sus aplicaciones más comunes hacen referencia a las cualidades más prominentes de un ser humano, con o sin interacción entre sí, y referidas, en la mayoría de los casos, a lo observable en su comportamiento o referible por él mismo. La concepción psicoanalítica de la personalidad, considerada hoy como una de las más completas dentro de la psicología, amplía esta visión a otras esferas, determinantes en cuanto depositarias de las fuerzas motivacionales del comportamiento humano, y ocultas en su forma original a todo observador externo, tanto como al mismo individuo que las porta. 

La personalidad, tal y como la concibe Freud, representa una realidad psicológica muy compleja, compuesta por tres sistemas de procesos en interacción permanente, y fundamentada en intercambios de energía psíquica entre ellos. Puede entenderse cada uno de estos tres sistemas como el delegado predilecto de uno de los aspectos de la concepción del ser humano como un ente bio-psico-social: 

-El Ello, la instancia más arcaica de la personalidad, podría tomarse como el representante psicológico de la constitución biológica del ser humano, comprendiendo los reflejos, los impulsos primitivos y ciertas representaciones innatas propias de la especie humana. Todos los procesos realizados en el Ello, inconscientes en su totalidad, funcionan en base al principio del placer, dirigiéndose hacia la satisfacción inmediata y completa de las demandas instintivas. Su única vía hacia la conciencia es la función del lenguaje, a través del cual afloran, sin embargo, de manera desintegrada e irreconocible para el individuo al cual pertenecen. 

-El Yo, como representante de lo psicológico propiamente dicho, surge en el contacto con el mundo externo, desarrollándose el sentido de la realidad en base a las frustraciones vividas por el infante, especialmente las originadas por los sucesivos alejamientos de la figura materna. Esta instancia, comprendiendo toda la esfera de los procesos cognoscitivos del ser humano empleados en la interacción del individuo con el mundo externo y la mediación con los otros dos sistemas psíquicos, se encarga de llevar las demandas instintivas del Ello a la realidad, y satisfacerlas en la medida en que ésta lo permita, a la vez que se encarga de mantener la personalidad integrada. Los contenidos del Yo, correspondiéndose en gran parte con lo comúnmente entendido por personalidad humana, son los que las personas asumen conscientemente como parte de sí mismo. 

-El Super-yo, como el representante psicológico de los valores tradicionales de la sociedad y de la cultura en que una persona crece, es constituido a partir de las internalizaciones de los representantes originales de la realidad y sus demandas para el niño: los padres o sus sustitutos. Esta instancia cumplirá con las funciones morales de la personalidad: «aprobación/desaprobación de los actos y deseos sobre la base de la rectitud; autoobservación crítica; exigencias de reparación, arrepentimiento por el mal causado; autoestima o amor propio como recompensa por lo virtuoso y los méritos». A partir del momento en que se constituye el Super-yo, plantea Freud «antes de poner en práctica la satisfacción instintiva exigida por el ello, el Yo no sólo debe tomar en consideración los peligros del mundo exterior, sino también el veto del Super-yo, de manera que hallará aún más motivos para abstenerse de aquella satisfacción. 

Se ha descrito el papel difícil que juega el Yo dentro de una personalidad adulta: ha de intermediar entre las tendencias con frecuencia diametralmente opuestas del Ello, Superyo y el mundo externo, negociando y satisfaciendo las exigencias de cada uno de ellos, evitando sus «rebeliones»; con fines de mantener la integridad de la personalidad total, ha de esconder y camuflar estas diferencias y conflictos entre sus componentes, no solamente hacia el mundo exterior, sino también frente a sí mismo; y adicionalmente, como si esto fuera poco, ha de realizarlo con una mínima inversión de energía, ahorrándola para sus propios intereses y actividades placenteras, reflejadas en una sensación de «bienestar» general. 

En los momentos de su formación, incapaz de enfrentar directamente las demandas que se le presentan por la realidad y las amenazas de las fuerzas instintivas desbordantes, especialmente las de naturaleza sexual y agresiva, el Yo infantil acude a diferentes estrategias, algunas de naturaleza patógena, que le permitan ignorarlas, evadirlas o transformarlas en la mayor medida posible. Estas estrategias, conocidas dentro del psicoanálisis como mecanismos de defensa, funcionan de manera inconsciente, y se generalizan a los afectos que, por una u otra razón, llegaron a asociarse las tendencias pulsionales amenazantes: «Sea amor, nostalgia, celos, resentimiento; dolor y aflicción lo que acompañe a los deseos sexuales; sea odio, cólera, rabia, lo que se asocie a los impulsos agresivos, todos estos afectos deben resignarse a soportar toda suerte de transformaciones, deben admitir toda tentativa de dominación por parte del Yo, que procura defenderse contra las exigencias instintivas a las que aquellos pertenecen.» 

Aun cuando entre los diversos representantes de la teoría analítica no puede hablarse de un consenso absoluto en cuanto a la cantidad definitiva de los mecanismos de defensa y la manera de abordar las diversas combinaciones entre éstos. la mayoría de los autores concuerda en cuanto a los principales: «A los nueve métodos de defensa, bien conocidos y extensamente descritos en la teoría y práctica represión, regresión, formación reactiva, aislamiento, anulación, proyección, introyección, vuelta contra sí mismo, transformación en lo contrario podemos agregar un décimo, más propio del estado normal que de las neurosis: la sublimación o desplazamiento del objeto instintivos”.

 Una vez probados como efectivos, determinados mecanismos de defensa se establecen en la personalidad de manera permanente, quedando el Yo renuente a renunciar a ellos, aun cuando su funcionalidad original quede extinguida: «Ciertas actitudes corporales, como la rigidez, tiesura, o ciertas maneras peculiares de ser, como una sonrisa estereotipada, un comportamiento burlón, irónico y arrogante, son residuos de antiguos procesos defensivos, originariamente muy vigorosos en su lucha contra los instintos o afectos correspondientes, pero que, desligados más tarde de esa situación primitiva, se han transformado en rasgos permanentes de carácter, o, según la expresión de Reich en un acorazamiento del carácter”.

A pesar de la gran complejidad correspondiente al papel del Yo dentro de la personalidad, la mayoría de los seres humanos logra desarrollar un Yo apto para desempeñarse con relativo éxito, Sin embargo, este éxito nunca es completo, y ciertas incongruencias en su manejo pueden ser identificadas en toda persona «normal», los diversos mecanismos de defensa privilegiados por el Yo y las relaciones establecidas entre ellos, se encargan de imprimirles un sello distintivo.

Siendo el Yo depositario de todos los procesos cognoscitivos, tales como la percepción, la memoria, la imaginación y el razonamiento, las mismas incongruencias marcan también lo relacionado con los procesos productivos del ser humano, incluyendo su producción intelectual. Algunas de las dinámicas psicológicas inconscientes, pertenecientes tanto al mismo Yo como a las otras dos instancias de la personalidad, afloran y llegan a expresarse en la misma, suministrando a la vez una vía para avanzar en el sentido inverso, hacia la identificación y estudio de estos procesos inaccesibles de otra manera. 

Marcos edípicos de las posiciones Popperianas. 

La relación entre un científico y su teoría, es fundamentalmente una relación de apego objetal, una relación de amor; los antecedentes de este tipo de relaciones en los seres humanos se remontan siempre a los primeros lazos establecidos con sus progenitores en la infancia, de una manera especial con la madre. En consecuencia, de la misma manera en que un infante interpreta como amenazante la pérdida de la madre experimentada en los momentos de su ausencia, un ser humano adulto sentirá angustia y displacer frente a la pérdida de cualquier otro objeto con el cual esté relacionado. 

Tomando en cuenta que el Yo funcionará en base al principio del placer (“Aceptará con gozo el efecto placentero y se defenderá contra el dolor”) siempre y cuando no encuentre motivos para defenderse en contra de algún proceso instintivo, el apego  aparentemente irracional de muchos científicos a sus teorías, tachada por Popper como «dogmatismo», resulta ser una actitud comprensible y esperada en todo ser humano. Partiendo de lo anterior, la teoría psicoanalítica proporciona un ángulo diferente para la observación del aparente desafío a la naturaleza humana asentado por Popper!», al afirmar este autor su involucramiento activo en los intentos de refutación de las teorías defendidas por él, y testimoniar su satisfacción en los casos cuando ésta se realiza de manera exitosa; una vez despejadas estas afirmaciones de su contenido manifiesto, Popper está declarando su renuncia voluntaria al objeto amado, afirmando además experimentar placer frente a ella. 

Sin embargo, por más enfrentadas que aparenten estar estas declaraciones con la naturaleza humana, se explican a partir de las complejas dinámicas psicológicas entre las diferentes instancias de la personalidad, algunas de las cuales se plantearon anteriormente. Freud lo resume de la siguiente manera: «Mientras la renuncia instintual por causas exteriores sólo es displacentera, la renuncia por causas interiores, por obediencia al Super-yo, tiene un nuevo efecto económico. Además del inevitable displacer, proporciona al Yo un beneficio placentero, una satisfacción sustitutiva, por así decirlo. El yo se siente exaltado, está orgulloso de la renuncia instintual como de una hazaña valiosa. Creemos comprender el mecanismo de este beneficio placentero. El Super-yo es el sucesor y representante de los padres (y de los educadores), que dirigieron las actividades del individuo durante el primer periodo de su vida; continúa, casi sin modificarlas, las funciones de esos personajes. Mantiene al Yo en continua supeditación y ejerce sobre él una presión constante. Igual que en la infancia, el Yo se cuida de conservar el amor de su amo, estima su aprobación como un alivio y halago, teme sus reproches como remordimientos. Cuando el Yo ofrece al Super-yo el sacrificio de una renuncia instintual, espera que éste lo ame más en recompensa; la consciencia de merecer ese amor la percibe como orgullo».

Ahora bien, ¿por qué exigiría el Super-yo una renuncia de tal tipo, una renuncia a un objeto de amor, como lo es una teoría científica para su autor? Esta pregunta se aclara observando otra exigencia idéntica en la base misma del proceso constitutivo de esta instancia psíquica, y se remonta directamente a las dinámicas psicológicas relacionadas con las conflictivas edípicas: el Super-yo es constituido a partir de una resolución efectiva del complejo de Edipo, donde el niño se ve obligado a renunciar a la madre como su primer objeto de amor erótico, amenazado por la angustia de castración experimentada frente a la figura paterna, e identificarse con el padre, interiorizando sus preceptos morales. En otras palabras, el Super-yo mismo es «la consecuencia de la pérdida del objeto amado».

Al finalizar este proceso, realizado a nivel inconsciente en su totalidad, el niño renunciará a su objeto de amor, derrotado por un rival más fuerte, al cual, además, estará en obligación de amar. Los mecanismos establecidos por el Yo en el manejo de este importante conflicto psíquico permanecerán en la personalidad adulta, y marcarán de manera significativa a las relaciones objetales de la persona por el resto de su vida; por más exitoso que resulte este proceso, dejará huellas permanentes en la personalidad. 

Contrastando estas explicaciones con lo planteado por Karl Popper en el artículo analizado, observamos que él: 

Insiste en su papel activo en el proceso de renuncia a la teoría que defiende: su objeto de amor no le es quitado por un rival más fuerte, es abandonado por una decisión propia: 

-“Si un investigador ha comprendido esta situación también se enfrentará críticamente él mismo a su teoría predilecta, por él creada Preferirá contrastarla él mismo y, eventualmente, falsarla, que dejar esa tarea a sus críticos”

-«Intentamos eliminar activamente nuestros intentos de solución. Por ejemplo, en lugar de esperar hasta que nuestro medio ambiente refute un intento de solución, una teoría, intentamos modificar el medio ambiente de manera que resulte lo más desfavorable posible para nuestro intento de solución”. 

-«Por consiguiente, mi tesis fundamental es que lo nuevo que diferencia la ciencia y el método científico de la presciencia y de la actitud precientífica, es la actitud conscientemente crítica ante los intentos de solución, por lo tanto, la participación activa en la eliminación, los intentos activos de eliminación, los intentos de criticar es decir, de falsar”. 

Valora esta renuncia consciente como digna de admiración, como el factor que marca la diferencia entre el ser humano inteligente y los organismos inferiores, dominados por la naturaleza; la pérdida de objeto amado no destruye sino que eleva a quien renuncia a él por una decisión autónoma: 

-«La pregunta es donde reside la diferencia decisiva entre la ameba y Einstein, puede responderse de la siguiente manera la ameba huye de la falsación, su expectativa forma parte de ella, y los portadores precientíficos de expectativas e hipótesis son a menudo aniquilados por la refutación de la hipótesis Einstein, por el contrario, ha objetivado su hipótesis, la hipótesis es algo fuera de él, y el científico puede destruir su hipótesis por medio de su crítica sin tener que perecer él mismo por ello». 

Insiste en lo placentero de la renuncia a la teoría defendida: la pérdida de objeto amado no produce dolor sino placer, siempre y cuando es efectuada voluntariamente: 

-«Ahora puedo incluso alegrarme de la falsación de una teoría favorita, pues semejante falsación es un éxito científico”.

-«Pude aceptar gozoso la muerte de mi idea favorita, que había conservado durante casi 20 años, y estaba al mismo tiempo en situación de cooperar tanto como fuera posible a la «historia de la transmisión química» que, por su parte, era la idea favorita de Daley Loewi Por fin había experimentado el gran y liberador poder de la teoría de Popper sobre los métodos científicos”.

Plantea que la renuncia voluntaria y activa a la teoría, conlleva beneficios para el futuro ejercicio científico: la obediencia al Super-yo en el momento de la renuncia al objeto amado, merece esperanzas de recompensa: 

-«Este último punto es importante sobremanera: aprendemos siempre muchísimo por medio de una falsación. No sólo aprendemos que una teoría es falsa, sino que también aprendemos por que es falsa Y, sobre todo, obtenemos un nuevo problema, más rigurosamente formulado, y un nuevo problema es como ya sabemos, el verdadero punto de partida de un nuevo desarrollo científico».

Critica el saber precientífico, incapaz de este tipo de renuncias «elevadas»: 

-«En el desarrollo precientífico del saber la eliminación es algo que nos sobreviene: es el medio ambiente quien elimina nuestros intentos de solución, nosotros no tomamos parte activa de la eliminación, sino sólo pasiva; nosotros sufrimos la eliminación, y si destruye un intento de solución que antes había tenido éxito destruye con ello no sólo el intento de solución, sino a nosotros mismos, es decir, al soporte de los intentos de solución”. 

Y, finalmente, se protege doblemente frente a las futuras pérdidas, posibilidades de nuevas derrotas frente a rivales más fuertes: 

Admitiendo toda teoría como falsable, como un objeto que ha de perderse por su naturaleza misma, y no como consecuencia de una derrota personal: 

-«Los experimentos pueden demostrar la superioridad de la teoría que los sobreviva, pero no su verdad y la teoría que ha sobrevivido se puede superar de nuevo, por su parte, muy pronto”.

 Defendiendo, de manera pasiva e indirecta, la única teoría irrefutable para él, el único objeto que ningún rival le puede arrebatar: la posición de que toda teoría científica debe ser refutable. 

Se observa a partir de lo anterior una marcada correspondencia entre las posiciones defendidas por Karl Popper frente a la actividad científica, y las dinámicas psicológicas propias de la conflictiva edípica. En pocas palabras, este autor se relaciona con sus teorías como sería probable que se relacione con cualquier otro objeto de amor, empleando su Yo el patrón arcaico adquirido, como es de suponer, a partir de una manejo efectivo del complejo de Edipo. En este sentido, asume un papel activo en la renuncia al objeto amado, experimentando el placer que esta actividad desencadena y compensando el dolor de la pérdida con el orgullo narcisista fundamentado en la aprobación y benevolencia consecuente del Super-yo. El sacrificio de la renuncia voluntaria lo hace merecedor del amor y las compensaciones de esta instancia, como representante psicológico de la autoridad paterna, a la vez que le evita la herida narcisista que representaría la admisión de una derrota proveniente de un rival más potente e invencible. La agresividad dirigida originalmente hacia este agresor, se desvincula de él y se canaliza hacia los enemigos más legítimos, desde la perspectiva del Super-yo: los enfrentados a sus demandas de una renuncia elevada; los «dogmáticos»; los «precientíficos». Y finalmente, con fines de asegurar la continuidad de esta disposición efectiva y exitosa de la energía psíquica involucrada en el conflicto, el Yo racionaliza su objeto como «perdible» por naturaleza, desvinculado de sí en última instancia. La «bondad» del Yo frente al Super-yo ya no depende del objeto sino de la disposición yoica a su renuncia, de manera que el amor de esta instancia está asegurado para el futuro. Todos estos procesos dinámicos son mantenidos inconscientes para el mismo Yo, siendo apoyadas y complementadas en sus diferentes facetas por diversos mecanismos de defensa. 

A partir de la gran productividad de Karl Popper como autor, puede suponerse la sublimación como un mecanismo yoico bien establecido. De esta manera, las tendencias pulsionales no admitidas por el Yo no se ven estancadas en los conflictos, sino redirigidas de manera efectiva hacia otros fines, culturalmente aprobados y valorados la producción intelectual, en este caso. Aun así, los conflictos que les subyacen salen a relucir de manera encubierta en los productos de las pulsiones sublimadas, mostrando una vez más la subordinación sutil pero firme de la especie humana a las dimensiones desconocidas de su propio funcionamiento psíquico.