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Doctor Alejandro Arvelo

Hoy tenemos en el Archivo de la Voz a un académico con una trayectoria significativa, íntimamente ligado a la historia de nuestra escuela: el querido Félix Gómez. El profesor Gómez es egresado de la Escuela de Sociología y también de la Maestría en Filosofía, más específicamente en Metodología y Epistemología, como se denominaba antes. 

Algo muy interesante es que fue uno de los principales impulsores de ese proyecto que, como mencionaba el director Silverio, ya cuenta con cinco grupos abiertos de manera concomitante y ha alcanzado su vigésima edición, convirtiéndose en un programa exitoso.

El profesor Gómez fue director de la Escuela de Filosofía en dos ocasiones y es autor de un libro que ha conocido, por lo menos, cuatro ediciones: «Filosofía, Ética y Moral». Vimos nacer esta obra como una pequeña semilla que creció hasta convertirse en un volumen de referencia desde los años 90 para nosotros.

Bienvenido, profesor, a este Archivo de la Voz, que, como usted sabe, es uno de los programas de la gestión del incansable Silverio.

Félix Gómez

Les agradezco su atención y por haberme incluido en este importante proyecto. Al mismo tiempo, los felicito a ambos y a todos los que están involucrados en él, así como a aquellos que han participado. He tenido la oportunidad de ver y escuchar a algunos en los videos, y a otros no, pero lo haré. 

Me gustaría darle un giro a este intercambio hacia las vivencias. La primera que me viene a la mente no es mía, sino del profesor Arvelo. Quiero referirla, ya que posiblemente él no la haya olvidado. Se trata de su visita a la Universidad de Harvard, en Massachusetts. Fue en busca de uno de los académicos más renombrados de filosofía, que en ese momento tenía 90 y tantos años, cerca de los 100. El profesor Arvelo encontró que este académico, aunque retirado del aula, seguía activo asesorando a doctorandos. 

Además, y esto es una de las cosas que Arvelo compartió con nosotros al regresar, descubrió que había un aula dedicada a este profesor, donde realizaba su labor. Esto es importante porque, en nuestro caso, en la UASD, lamentablemente, a veces tratamos a los profesores jubilados como decía Marx sobre Hegel, como «perro muerto». 

En el posfacio de la segunda edición de «El Capital», Marx señala que, a pesar de la influencia de Hegel, su generación de pensadores lo trataba como «perro muerto». Esto llevó a Marx a declararse su discípulo, afirmando que Hegel explicó adecuadamente el proceso dialéctico y que él, Marx, simplemente lo había puesto de pie.

¿Por qué decía Marx que había puesto el proceso dialéctico de pie? Porque Hegel refería el proceso dialéctico al pensamiento. Entonces, Marx argumentaba que, aunque la explicación de Hegel era buena, él la refería a la historia, no sólo al pensamiento. A una historia que incluye el pensamiento, pero que no es nada más pensamiento.

Volviendo al tema de tratar a los jubilados como «perros muertos», veo que en la universidad, y particularmente en la Facultad de Humanidades, hay mucha mezquindad. Esto lo comparo con otras facultades, la de Ciencias, por ejemplo, donde hay un nivel de solidaridad entre los docentes que es digno de admiración. Igual en la Facultad de Medicina, donde también se practica la empatía y reconocen a los maestros de la medicina, otorgándoles este título a quienes lo merecen.

Esto me recuerda la famosa anécdota del cangrejo dominicano o hispano, al que dejaban sin tapa en el envase donde lo ponían porque, cuando uno intentaba subir, los de abajo lo jalaban, quitándole las patas. Al final, independientemente de que estuvieran sin tapa, no podían salir del envase. Percibo, aunque quizás esté equivocado, que en Humanidades hay, lamentablemente, mucho de esto: menos compañerismo que en las facultades mencionadas.

Debo comenzar narrando que tuve la suerte de nacer en el campo. Allí, solo hice un curso, el tercero de primaria, pero fue tan sólido y provechoso que, conversando recientemente con mi hija, que es médico ginecóloga y cirujana, le comentaba lo que nos enseñaba la profesora del tercer curso sobre los sistemas relacionados con el cuerpo humano. Ella se asombró y me dijo: «¡Caray! ¿Les enseñaban eso en tercero; y en el campo?»

Ciertamente, esa educadora que llegó al campo y enseñaba todas las materias del mismo curso era un ejemplo del contexto único, que tanto se ha criticado en el país. Este contexto único puede tener su componente político, especialmente en tiempos de campaña, pero no está dominado por un partido. Hidalgo, por traer un caso, es diputado del PLD y presidente del gremio, pero no es el único; todos los partidos están representados casi en igualdad de condiciones. En un régimen presidencialista, el presidente tiene cierta preeminencia, pero no decide e impone unilateralmente.

Puedo compartir algunas experiencias personales. Mi traslado a la capital fue cuando tenía cinco años. Regresé al campo en 1960, un poco antes de la muerte de Trujillo, justamente estaba allá cuando ocurrió el acontecimiento del 30 de mayo de 1961: el ajusticiamiento del dictador. Recuerdo que esa noticia se la dio mi madrina a mi mamá de esta manera: «Comadre, se va a acabar el mundo». Mi mamá, con su sentido del humor, le respondió: «¿Cómo así, comadre?». Mi madrina le indicó: «Comadre, mataron al Jefe». En ese momento, mi mamá iba caminando hacia la casa y, al cruzar un arroyo, miró el retrato de Trujillo y manifestó: «No se va a acabar el mundo porque el retrato está igual».

Reflexionando sobre esto, es cierto que el dominicano creía que si Trujillo moría, el mundo se acabaría. Era un convencimiento generalizado porque, desde 1930, no se conocía otra cosa. Trujillo había penetrado la conciencia nacional de forma enfermiza. Claro, siempre hubo resistencia al régimen, pero Trujillo trataba de no tener opositores presos, sino que prefería que salieran del país, o bien terminaban en el cementerio.

Recuerdo, también, ocurrencias campesinas en un paraje de Moca llamado La Penda. Mi papá se crió en el pueblo de Moca y cayó en la casa de un señor que era cuñado de Juancito Rodríguez. Rodríguez era una de las personas más pudientes del Cibao y un opositor acérrimo al dictador, financió las dos invasiones que se le hicieron a Trujillo: la de junio de 1949 y la de junio de 1959. Mi papá siempre me decía que Tuto Guzmán, esposo de la sobrina de Rodríguez, lamentaba no poder vivir para ver la muerte de Trujillo. De hecho, murió un mes antes del gran acontecimiento.

Aunque mi papá no era un opositor activo, fue influenciado por lo que vivió y escuchaba. Luego de trasladarnos a la capital, especialmente después de parar el tercer curso de primaria, fui promovido a cuarto curso. Mi papá recibía el periódico «Uno Más Cuatro» semanalmente y, además, fue suscriptor de «El Caribe» toda su vida, Pasó a ser suscriptor de «El Nacional». Era un lector asiduo.

En tanto, mi abuelo paterno era un agricultor iletrado. Mi papá no fue agricultor, pero mi abuelo sí. Sin embargo, puedo asegurar, sin temor a equivocarme, que mi abuelo paterno era un filósofo, un campesino filósofo, por las cosas que contaba y las expresiones que usaba. Aunque eran comunes entre los campesinos, en él se acentuaban. La gente decía que estaba loco, pero en realidad no lo entendían porque él interpretaba los fenómenos de la vida, la muerte y el trabajo de una manera que muchos no comprendían.

Mi papá compartía con nosotros los dichos de mi abuelo Ángel. Por ejemplo: «El que va lejos debe salir temprano». Esta expresión es similar a un proverbio de la filosofía china: «Un viaje de 10,000 leguas comienza con el primer paso». Personalmente, siempre he practicado este consejo. Cuando fui director, era el primero en llegar a la oficina y a las clases. Hablaba con los estudiantes, algunos de los cuales venían de fuera de la ciudad y se levantaban a las 4 de la mañana para estar a tiempo. No podía permitir que ellos que se levantaban tan temprano llegaran antes que yo. Este hábito lo mantuve también cuando fui vicedecano y director de planificación.

Es necesario hacer una aclaración sobre la maestría. No fui uno de los propulsores, fui su creador. Me ayudaron dos coordinadores. Uno de ellos, que ahora es viceministro, era el coordinador de Filosofía Básica e Introducción a la Filosofía. El otro, coordinador de Filosofía General, a quien quiero destacar: Orlando Obí. A pesar de que tuvimos diferencias, debo reconocer su colaboración en este proyecto.

Cuando ocurrió el boom que la profesora mencionó, pasamos de 55 a 125 secciones. No sabía qué hacer, pero al final, tuve que actuar y recurrí a maestros de otras áreas. Unos duraron un semestre, otros más. También llamé a concurso. Tuve una divergencia con Orlando, aunque reitero sus aportes en el diseño de la maestría. El disgusto surgió porque él pertenecía al movimiento que ideó el entonces rector, Roberto Santana. Orlando desconocía ciertos vínculos previos entre Roberto y yo, ya que éramos del mismo movimiento: el 14 de junio y de la línea roja.

En una ocasión, debido a una conveniencia política, Roberto y yo fuimos reasignados. El a Barahona y yo al Curne. Sí hubo beneficios personales, pero lo relevante era lo político. Orlando, prevaleciendo su vínculo con el movimiento, quiso imponerse como coordinador. Llamé a Roberto y le expliqué la situación. El me respaldó y, tras hablar con Orlando, este reconoció su error y pidió disculpas. A partir de ahí, se convirtió en un apoyo extraordinario. Juntos diseñamos el programa, y en la ejecución me ayudaron Francisco Acosta y otros.

Aclarar que la maestría no fue concebida para formar sólo filósofos, sino para acoger personas de diversas áreas como ingeniería, medicina y economía. Durante muchos años funcionó así. No obstante, después de mi salida, le dieron un giro hacia la epistemología, lo cual no me gustó, porque dificultaba el acceso para ingenieros y médicos.

En una reunión encabezada por Santana sobre el rediseño curricular, donde se debatió la utilidad de la filosofía, la entonces directora mencionó despectivamente que la filosofía no era necesaria, alegando que una vaca no necesitaba saber de filosofía para dar leche. Roberto, siendo filósofo, la corrigió contundentemente, enfatizando que en la universidad estamos educando personas, no animales. La profesora no encontró dónde poner la cara. El asunto siguió, y pueden imaginarse en qué situación quedó la pobre mujer. Me dio pena. 

Bien, después de completar el colegio universitario en  1970, me inscribí en la Escuela de Química por influencia de un profesor, José Francisco Disla, quien fue mi maestro de bachillerato y luego mi colega, amigo y hermano. Él nos enseñó química orgánica de forma tan atractiva que me interesé en esa área.

La química orgánica es la de la vida; y Disla nos explicó su impacto en la vida cotidiana. Aunque la vida incluye tanto componentes orgánicos como inorgánicos, y los atomistas ya habían previsto que la vida y el pensamiento están formados por partículas diminutas que no se ven, como átomos y electrones, que se conocen por deducción científica.

En cambio, al llegar a la facultad, encontré que la química estaba muy centrada en las matemáticas. En el primer semestre, la matemática impartida en química es la misma que en ingeniería, abarcando cálculo infinitesimal y geometría analítica. A pesar de que emigré al segundo semestre a la carrera que siempre quise, sociología, la química me dejó una base matemática sólida.

En sociología, hallé una élite compuesta por socialcristianos y miembros del PCD, con figuras destacadas como Rubén Corona. Más allá de cambiar de carrera, mi labor docente en ingeniería fue significativa. Los estudiantes se asombraban de cómo podía hacer conexiones y explicaciones utilizando elementos del cálculo y la geometría analítica.

Es importante recordar que el creador de la geometría analítica fue un gran filósofo: René Descartes. Descartes es Descartes. Yo ya tenía esa base en matemáticas, y aunque no seguí esa línea en mi carrera, esos conocimientos nunca se olvidan. Así que, cuando enseñaba a los cómo podía manejar conceptos matemáticos. Todo lo que uno aprende tiene su valor.

Permítanme puntualizar unos datos relacionados con la intervención de la profesora Carmen. Comencé en 1967 y estuve en la universidad desde 1980 hasta 2014, sumando 34 años, pues por mis funciones como vicedecano y director de planificación, acumulé varios años adicionales, más los de los viajes, que oficialmente no me servían, pero quedaban como parte de la historia.

Hubo presiones de amigos que me decían que, tras 30 años, debía retirarme, mencionaban ejemplos como el de Nino Féliz, que tiene 42 en servicio; y el rector, que fue mi compañero de estudios desde el séptimo curso. Él se adelantó un año porque pagó cursos de verano en un instituto, lo cual le permitió ingresar a la universidad antes que nosotros.

El primer día de clase con el rector, se notaba quién tenía más recursos por su vestuario. Aunque todos vestíamos de caqui, la tela de su ropa era de mejor calidad.

En mi historial político hay una paradoja, siempre fui de una línea y partido: el 14 de junio, que en 1968 se convirtió en la Línea Roja y en 1980 en el PTD. Seguí ahí hasta octubre de 2019, cuando se hizo la transición a la Fuerza del Pueblo. Después de 57 años de actividad, consideré que mi trayectoria había terminado.

Una anécdota importante es la del día que hice la transferencia de Química a Sociología, el 4 de abril de 1972, coincidiendo con la muerte de Sagrario y la ocupación de la universidad. Fui detenido junto con otros 800 estudiantes, el rector, los decanos y varios profesores.

Recuerdo que un compañero de Fragua, al saber de mi transferencia, se rió y me infirió que pasaría hambre. Él es ahora médico pediatra. Nos graduamos el mismo día, aunque mi carrera de sociología, que debía durar siete semestres, se extendió por 10 años, debido a interrupciones como el ametrallamiento en el que murió Sagrario y la invasión de Caño.

Reflexionando, esas extensiones no fueron totalmente negativas, pues durante la guerra de abril y la lucha por el medio millón, aunque las escuelas se cerraban por meses, el proceso educativo no se interrumpía, se extendía.

¿Por qué considero que no fue totalmente negativo? porque quienes nos educamos en esos tiempos tan convulsos logramos mayor madurez. Un ejemplo es Franklin Gutiérrez, varias veces premio Nacional de Literatura y director de la Feria del Libro: Tú lo conocerás bien. Gutiérrez fue nuestro compañero de estudios y gran amigo. Estudiábamos juntos para los exámenes, alternando entre su casa y la mía, especialmente para el último cuarto año de bachillerato. Él se fue a Estados Unidos y ha descollado como un escritor de gran trascendencia, incluso, fue director del comisionado de cultura en Nueva York. Estudió Filosofía y Letras aquí, en la UASD.

Después de entrar a la universidad, cada uno siguió su camino. Algunos se fueron a física, otros a ciencias, y yo a sociología. En un viaje a Barahona, en un carro que llevaba periódicos al sur, me encontré con Marino Mejía y Alejandro Padua, quienes también iban con nosotros. Recientemente, me comuniqué con Alejandro porque vi una esquela de José Aníbal y me confundí con Miguel Aníbal. Alejandro me aclaró y nos pusimos al día.

Una vez, vi un llamado a concurso para sociólogos en un periódico. Me sorprendió porque las instituciones públicas no solían llamar a concurso. Aquí entra la paradoja de mi historial político, porque a pesar de que siempre fui de la misma línea, todos los trabajos que conseguí como sociólogo fueron por recomendación y en gobiernos del PRD. Mi primer empleo fue en el proyecto de estudios para el desarrollo pesquero en 1977 (Propesca Sur) y en Prodesp en 1978, ya bajo la presidencia de Antonio Guzmán. Ramón Alburquerque, subdirector de Indotech, nos visitaba a menudo y sostenía que había llegado a la conclusión de que la sociología se podía llamar «nadología» pues, según él, no aportaba nada.

Balaguer también inquirió en uno de sus discursos que los sociólogos no tendrían cabida en su gobierno porque eran agitadores. Pero, el Banco Mundial y la Agencia Internacional para el Desarrollo exigieron que en los programas de reforma agraria hubiera sociólogos. Así fue como muchos compañeros consiguieron trabajo en el IAD y en Agricultura. Tuve una entrevista en el IAD un jueves, y al terminar me informaron que comenzara el lunes. Sin embargo, el sábado me llamaron de un proyecto pesquero en la capital que necesitaba dos sociólogos y allí comencé enseguida. Me olvidé del IAD y me dediqué al Prodesp, donde duré casi un año. Esto me ayudó porque luego participé en una convocatoria para un puesto en turismo. 

El doctor Juan Yad, quien me entrevistó, me contó que participaron 22 sociólogos y preseleccionaron a cuatro. Al final, concluyó diciéndome que yo era el elegido y que no entrevistaría a nadie más. Aunque había un problema con el salario: el sueldo al que aspiraba no estaba disponible. Pedí 1000 pesos, basado en la experiencia del proyecto internacional, donde el salario más bajo para un profesional recién egresado era de 750. El doctor me dijo que sólo podían ofrecerme 700, que aún era el doble de lo que pagaban otras instituciones.

Le dije que aceptaría con la condición de revisarlo más adelante, pero que tenía otro inconveniente: era profesor en la UASD y los viernes debía viajar a Barahona. Su respuesta fue que para ellos sería un honor contar con un catedrático universitario, y me dirigió al contralor para hacer mi nombramiento.

Retomando la anécdota del médico amigo que me dijo que iba a pasar hambre, ambos nos graduamos el 30 de mayo de 1980, bajo una huelga general. Ese día, había un ambiente tenso debido a un discurso combativo del vicepresidente Jacobo Majluta. Al salir de la investidura, había disturbios y dos guaguas incendiadas.

Más tarde, mientras daba clases en Barahona, llegó un grupo de médicos pasantes, entre ellos mi amigo, que estaban en protesta porque no les habían pagado en cuatro meses. Ganaban 175 pesos. Nos saludamos en el hotel y, de manera imprudente, me preguntó cuánto ganaba. Le respondí que no ganaba mucho, 548 pesos por cuatro sesiones. Sus ojos se abrieron de sorpresa y me dijo que estaba pensando estudiar sociología o historia después de terminar su pasantía.

Eventualmente, estudió comunicación social y se convirtió en médico pediatra en Puerto Plata, donde también tiene un programa de radio. Es miembro de un partido político que llamamos «Los Hermanos Separados», ya que el PTD se dividió en dos facciones durante un tiempo. Aunque algunos miembros de la base eran muy sectarios, Iván Rodríguez, el presidente del otro PTD, no tenía problemas en compartir con nosotros, y siempre nos saludábamos con mucho cariño. Empero, otros cruzaban la calle para evitar encontrarse con nosotros, mostrando un fanatismo enfermizo.

Siguiendo con la paradoja, un día estaba  caminando por la Bolívar, cuando se detuvo un biólogo que trabajaba en Prodesp y me dijo que en Agricultura estaban buscándome porque tenía tres meses nombrado en el departamento de recursos pesqueros como sociólogo, pero no me habían localizado debido a la falta de teléfonos en esa época. Al día siguiente, presenté mi renuncia y fui a cobrar mis sueldos atrasados. 

Afortunadamente, ya no necesitaba ese empleo porque poco después de ingresar a Turismo, me enviaron a España a hacer un curso de planificación del desarrollo turístico, lo que ellos llaman «curso para graduados», que es equivalente a un posgrado. Allí, los profesores eran todos doctores y autores de sus propios libros, y enseñaban utilizando sus textos. Esta experiencia me impactó profundamente.

Cuando regresé, fui contratado para ofrecer un curso a diferentes profesores, principalmente interesados en filosofía. El decano, Antonio Lockward, fue uno de mis primeros alumnos junto con otros colegas como Doña Alejandrina Pimentel. Este curso general fue organizado por la Escuela de Filosofía, bajo la dirección de Rutiner. Simultáneamente, comenzó la primera cohorte de la maestría en educación superior, donde también fui contratado para el propedéutico de metodología.

La profesora Minerva Vincent, esposa de Rafael Camilo y madre de Odile Camilo Vincent, la actual rectora de UNIBE, me contrató para este programa. Ella me ayudó mucho, especialmente en la elaboración de esquemas gráficos que no dominaba. Más tarde, me recomendó para dar un curso de ética de 10 horas a los funcionarios de la CDE, lo que me llevó a escribir mis primeras 10 cuartillas sobre el tema.

Estábamos ubicados en un pequeño cuarto en la segunda planta de Humanidades, donde apenas cabían dos personas. Esta experiencia de enseñanza y desarrollo profesional me ayudó a consolidar mis conocimientos y habilidades y a contribuir significativamente en la formación de otros profesionales. 

A veces tenía que despachar afuera debido a la falta de espacio. Hubo una coyuntura cuando el profesor Pancorbo, de psicología, logró que les asignaran un espacio en la tercera planta. Aproveché la oportunidad y ocupé un salón vacío sin puerta ni mobiliario. Hablé con la decana, Ana Dolores, y me dio el visto bueno, pero no teníamos cómo acondicionar el espacio. 

La experiencia del curso de ética me dio una idea: usar los ingresos para acondicionar el lugar. En esa época, los departamentos tenían que buscar fondos para sus necesidades. Hablé con Alfonso, el coordinador administrativo, pero me bloqueó la iniciativa. Afortunadamente, hubo un cambio administrativo debido a un incidente en el departamento de audiovisuales, y Alfonso fue trasladado. Su reemplazo, Pou, apoyó la propuesta.

Las 10 cuartillas de la versión inicial del curso de ética se convirtieron en un opúsculo de 11 páginas. Usé la imprenta del partido PTD, donde cada ejemplar me costaba tres pesos. Decidimos cobrar cinco pesos por los seminarios de ética, incluyendo el material. Con la anuencia del rector Edilberto Cabral, los impartimos en el paraninfo y en el cine universitario, con la colaboración de profesores como Manuel Pérez Martínez y Luís Cruz. 

Recuerdo claramente cuando llevaba un sobre con 26,000 pesos y lo olvidé encima del carro. Un conductor me avisó antes de que se cayera. Fue un milagro que no se perdiera. Con esos fondos, pudimos arreglar el aula improvisada: instalamos una mesa y un aire acondicionado, algo impresionante para la época.

Los eventos se concatenaron desde el curso que me invitó la profesora Gómez Durán hasta la mudanza de la Escuela de Psicología. Así fue como ocurrieron los hechos. Finalmente, me trasladé del Curne a la capital y me dieron un contrato como asesor de tesis. Varios se graduaron, y no dejé a nadie suelto. Un estudiante me dijo un día: «¿Qué hago con el título de filósofo? Vendiendo dulce de coco me va mejor». Era Julio Pecker, quien se jubiló como ayudante y tenía una fonda.

Hace poco, me encontré con un profesor muy delgado debido a la diabetes. Le pregunté si había presentado su tesis, ya que hace un tiempo leí su material y le dije que necesitaba organizarlo. Me recordó al doctor Arvelo, que había presentado una tesis de 800 páginas. Le aconsejé reducirla a 440, lo cual hizo y defendió con éxito. 

Doné todos mis libros a la UASD en Santiago, incluyendo las tesis de dos de mis asesorados, Rafael Herrera y Rafael Darío Genao. Tuve comunicación con Genao porque tiene vínculos con la UASD en Santiago. Al encontrar sus tesis, se las llevé personalmente.

Genao trabajó sobre la ideología durante la era de Trujillo y Rafael Darío Herrera sobre el materialismo y el empiriocriticismo de Lenin con el maestro Novas. Cuando regresé a la capital desde el Curne, ocurrió la desgracia de la muerte del profesor Darío Solano, designado ayudante del rector Guarocuya. Solano había sido enviado a un curso de metodología de la ciencia. Al regresar, el primer trabajo que entregó tenía 40 páginas, y el profesor le pidió que lo redujera a 10. Para Solano, que era muy fecundo, fue un reto, pero lo logró.

Finalmente, trasladé mi experiencia a mis nuevas responsabilidades y seguí contribuyendo al desarrollo académico y profesional de muchos otros.

El primer profesor que habló y escribió sobre la cibernética fue Solano, aunque Merejo más tarde abordó el ciberespacio a otro nivel. Pero el primero en utilizar el concepto de cibernética fue Solano. Está documentado en el libro «La filosofía hoy», coordinado por el profesor Manuel Pérez Martí. En la exposición de esa obra, se puede encontrar el uso del concepto, el cual nadie había utilizado antes que él, al menos, según mi conocimiento.

Cuando ocurrió la inesperada muerte del profesor Solano hubo un movimiento para seleccionar un nuevo director de la Escuela de Filosofía. En ese momento, todos los docentes, casi por unanimidad, decidieron proponerme como candidato. Manuel Pérez Martínez me llamó: «Te estoy llamando para darte dos noticias, una buena y una mala. La buena, es que como tú eres sociólogo y yo también, voy a aspirar a la dirección de la Escuela de Filosofía. La mala, es que te voy a barrer». Acepté el reto y seguimos adelante.

Todos los profesores firmaron una carta de apoyo, aunque no obtuve adhesión estudiantil porque los delegados de ese momento eran de otra trinchera y bastante sectarios. En la votación, cuando fuimos a la facultad, el profesor José Payá, presidente de la comisión electoral, anunció los resultados: «Departamento de Filosofía, profesor Félix Gómez: 34 votos; profesor Manuel Martínez: un voto». Saltó y exclamó: «¡Falso, falso, yo saqué cuatro votos!». Después me dijo que sabía que había sacado cuatro votos, pero que en ese contexto, uno o cuatro no hacían diferencia.

Fui director de la escuela desde 1990 hasta 1996. En 1996 tomé un año sabático, durante la rectoría de Edilberto Cabral, y diseñamos el programa de maestría en esa segunda gestión. Me satisface haber dejado esa impronta, y sé que la gente lo aprecia. También, los seminarios de ética, que continuaron y, posiblemente, aún sigan. La maestría ha permitido a la escuela solventar unos que otros gastos de sus actividades.

Me siento satisfecho de haber incursionado en la docencia en ese ámbito y en esta escuela. Muchas personas me preguntaban por qué no era profesor de sociología, y siempre les explicaba que nunca lo necesité. Aquí me acogieron y me dieron todo lo que necesitaba. Es verdad, nunca lo necesité.

Pienso que, si acaso sembré un poco, fue en buena tierra y con productivo simiente. Muchos de los que ahora son doctores en filosofía fueron mis alumnos de alguna manera. Me complace ver que ustedes han seguido esta ruta tan positiva. Aunque mi voz no sea tan agradable, ni tan explicativa como quisiera, siempre hago el intento y estoy en disposición de colaborar. Como decía mi hermano mayor, que ya falleció, «sí, todavía, no como antes, porque el tiempo pasa, pero seguimos haciendo el esfuerzo».

Silverio

Es muy importante para mí que sepan que esta es su casa y que de ninguna manera han sido ni serán olvidados. Lo que siento hacia ustedes es gratitud por todo lo que han hecho, por su entrega, dedicación e identificación con las tareas históricas de la Escuela de Filosofía de la UASD.

Arvelo 

Para concluir esta conversación, siempre pedimos a nuestros profesores que forman parte del Archivo de la Voz que, ante una expresión, nombre de una institución, colega o pensador, nos digan qué les evocan. Luego damos la palabra al profesor Silverio, quien cierra formalmente estos encuentros.

La primera expresión o nombre que le voy a mencionar, profesor, es la Escuela de Filosofía, anteriormente departamento.

Gómez

Para mí, ese nombre lo evoca todo porque, en lo personal y lo profesional me lo dio todo. La Escuela de Filosofía me brindó todo y eso me complace bastante.

Arvelo

Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma de Santo Domingo

Gómez

La Facultad de Humanidades me refiere a servicio. Digo esto porque, siendo vicedecano, tuve la oportunidad de ser enviado a evaluar unos posgrados, incluyendo maestrías, que la universidad impartía en Nueva York. Durante nuestra estadía allí, se utilizó el término negocio, algo que no se hizo bien. Al final, el programa de maestría en Consejería en Nueva York terminó en manos de la UNPFU y de un profesor que era simultáneamente director de idiomas de esa universidad y coordinador del programa de la UASD allá.

Hubo una propuesta para que la facultad se involucrara en esos negocios, pero la decana Evarista rechazó radical y totalmente la incorporación de ese tema en la Facultad de Humanidades. No sé si otras facultades lo hacen, pero Humanidades no. Todavía prima la vocación de servicio y no de negocio. Esa es mi referencia de nuestra facultad.

Arvelo

Darío Solano y otros profesores

Gómez

Darío Solano fue un innovador en todos los sentidos, y mucha gente aún no lo sabe. Fue el maestro y director de la escuela del movimiento revolucionario 14 de junio. También, era primo hermano del gran filósofo Andrés Avelino, cuyo hijo, se molestaba cuando le llamaban Andrés Avelino, porque decía que Andrés era su padre. Algunos tampoco conocen que Avelino no es apellido, sino nombre. El viejo Andrés Avelino, padre, era matemático y filósofo, y de tal envergadura que debatió y polemizó con filósofos y científicos franceses y otros europeos de altísimo nivel, incluyendo alemanes.

Darío Solano es de esa estirpe. Ya mencioné que fue el primero en utilizar el concepto de cibernética; y lo escribió. En ese entonces, aquí no se conocía bien y, por supuesto, nadie lo entendía. 

También, quiero destacar al estimado Andrés García Ramón, como le gustaba que lo llamaran, primero fue mi profesor de lógica en sociología, luego miembro del jurado examinador en mi ingreso al departamento y, finalmente, mi colega.

Perdón, necesito hacer un aparte: fui profesor de lógica formal y dialéctica; y a veces cuestiono sobre si es una ventaja o desventaja. Lo que aparenta ser una ventaja, conocer lógica, puede traducirse en una desventaja. Por ejemplo, cuando me preguntan sobre temas de la universidad y de la política del país, yo respondo que tengo un problema: sé lógica y la enseñaba, lo que me desubica porque hay cosas que no puedo entender. Se supone que las debo comprender.

Al final de mi vida académica activa, he reflexionado  que, a diferencia de lo que se cree, el profesor no es el que se lo sabe todo, sino el que constantemente está aprendiendo. El profesor Abreu fue mi alumno en uno de los módulos de la maestría y le dije: «Pedro, puedes retirarte, no tienes que hacer este curso, podrías ser profesor». Pero me contestó: «No, siempre se aprende algo». Caray, es una gran verdad.

En el caso de Luís Federico Cruz, ingresamos juntos al departamento; nuestros números de matrícula diferían en una cifra. Gran colega.

El maestro Tomás Nova, uno de mis alumnos, me atrevo a afirmar, sin temor a equivocarme, que fue el mejor entre ustedes. Lo acompañó una humildad en la cumbre, y no es porque está muerto. Fue el más grande entre sus iguales. Su grandeza nos llena de orgullo todavía hoy, no sólo a mi generación, que fuimos sus condiscípulos, sino también a aquellos a quienes él formó: José Fletes, Dustin Muñoz y otros. Con el tiempo, más extraordinario se muestra a nuestros ojos.

Arvelo

Profesor Gómez, muchísimas gracias por su tiempo y por la riqueza que ha aportado a este Archivo de la Voz. Como de costumbre, este diálogo lo cierra el profesor Silverio, a quien pasamos la palabra.

Silverio

Bien, profesor. Diré lo mismo: es un poco extraño ser hoy director de la escuela que usted dirigió en el momento en que ingresé a estudiar filosofía en la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Ya veníamos leyendo filosofía desde el barrio Capotillo, estábamos alfabetizados, por lo menos en la filosofía marxista, que fue lo primero que nos cayó en las manos. Además, habíamos leído varias veces el texto de Tulio H. Arvelo, que no pasa de moda, porque tiene una estructura que va llevando de la p a la paz.

Fue bueno que usted fuera el director de nuestra escuela, pues los que estudiamos en esa época recordamos que siempre tuvo apertura hacia nosotros. De hecho, en su gestión se inició la práctica de que los estudiantes de filosofía podíamos sugerir la lista de profesores que queríamos que nos dieran clases. Nunca tuvimos problemas con eso y se lo agradecemos. 

Después de saber que le ganó a cierto personaje, me doy cuenta de que fue doblemente bueno que usted ganara. Nos evitó una situación posiblemente traumática. Lo digo sin ningún temor, porque lo que conocí de ese señor es un espíritu totalmente contrario a la filosofía.

Le agradezco, en términos personales, por su amistad. Continuamente lo digo, que usted y su esposa, la profesora Carmen, han tenido un trato cercano conmigo. No ya de alumno, inclusive visitaba su casa porque daba clase a sus hijos. Así que nos conocemos bien. Gracias por su amistad y colaboración. Reconozco su disposición permanente a ayudar.

Pienso que deberíamos ampliar un poco con Félix, no hoy, claro, sino invitarlo para reconstruir la historia de la UASD, de la Facultad de Humanidades y de la Escuela. Con gente como Soto, Pedro y otros. Sería muy interesante. Hay muchos profesores, figuras de la vida nacional y de la universidad, que ustedes van mencionando y sería un aporte significativo a la facultad y a la universidad.

Si, por supuesto, no podemos olvidar a Diógenes; la historia de la universidad no estaría completa sin él. Presentó una tesis y lo que leí es bueno, hay que reorganizar, pero ahí está la tesis. Es importante que esté.

Otro de sus alumnos querido es Carlos, un muchacho talentoso y valioso. Dustin y yo siempre rescatamos algo que usted nos enseñó: la humildad sobre la tesis de grado. Nos repetía que no buscáramos ganar el Nobel, sino que hiciéramos una tesis manejable y delimitada. Seguí ese consejo al pie de la letra.

Ahora vienen las invitaciones y compromisos. La invitación es para que elija uno de los diálogos de Platón que le gustaría animar en «El Banquete». Vamos a pasar casi dos años leyéndolo poco a poco. Elija uno y, en su momento, nos dice. La idea es básicamente leer, que usted comparta ideas y que sus amigos: Lusitania, Julio Minaya, Morla, Dustin y yo, comentemos.

El otro asunto es que nos colabore con la revista «La Barca de Teseo». Cualquier trabajo que haya producido y quiera compartir con la comunidad académica a través de esta publicación sería muy apreciado. Es una revista indexada, dirigida al ciberespacio, porque es la forma en que se mueve el conocimiento hoy en día. Tiramos unos cuantos números en papel, pero ya no es práctico. Cada artículo tiene un identificador único, y cada vez que es citado, se le notifica al autor.

Finalmente, comprometerlo para que, cuando lancemos la convocatoria del Sexto Congreso Dominicano de Filosofía, trabaje con nosotros tanto en la organización como en la ejecución y participación. Será en 2025 y queremos dedicarlo a explorar qué se ha pensado sobre filosofía en español, buscando la identidad de lo que somos y de lo que no somos. Pensar filosofía en español no es lo mismo que en inglés, alemán o francés.

Muchas gracias, extendida al profesor Arvelo. Como siempre concluimos: El Archivo de la Voz no es lo mismo sin Arvelo. Gracias a los dos.