Julio Minaya

Prof. Julio Minaya

«Ser culto es saber estar entre las personas y entre las cosas.» -José Ortega y Gasset

INTRODUCCIÓN

Grecia es el primer pueblo occidental que, durante la antigüedad, ve surgir preocupaciones teóricas en torno a los problemas morales (1). Desde entonces, toda reflexión referente a la esfera moral se engloba dentro de la Ética. En la actualidad, nuestra disciplina experimenta un dinámico proceso de expansión y profundización, en gran medida gracias a la Ética Ecológica. Y, dentro de esta última, como un capítulo especial, encontramos su aspecto más desafiante y sensible: la Bioética.

¿Qué urgencias en el ámbito de la moralidad generan expectativas y enfoques conceptuales que han sido denominados como Ética Ecológica? ¿Podríamos hablar de un comportamiento ético-ecológico? ¿Cómo ha evolucionado la comprensión del ser humano en relación a su vínculo con la naturaleza? ¿Es el hombre un recurso natural? ¿Puede Occidente aprender algo de la manera en que los indígenas de América concebían su relación con la naturaleza? ¿Cuáles aspectos éticos están involucrados en los procesos biotecnológicos de mejora genética y clonación? ¿Qué tareas ecoéticas se pueden plantear en un país que, como la República Dominicana, enfrenta a la pobreza como su principal problema a resolver?

En la presente exposición, profundizaré en algunas reflexiones importantes e iniciaré otras, siguiendo la dirección que sugieren estas interrogantes.

SURGIMIENTO DE LA ECOLOGÍA

El término «ecología» fue empleado por primera vez por Ernst Haeckel (2) en 1866 para designar la rama de la biología que examina las interacciones de los seres vivos con respecto a su medio ambiente. El autor quedaría impactado al contemplar las dificultades padecidas por tantos organismos vivientes, incapacitados para llevar una vida normal en un entorno trastornado por la incipiente industria moderna. Sin embargo, con el paso de los años, el impacto lo sufriría la propia Naturaleza, ya que la capacidad del ser humano para alterar los procesos naturales ha crecido de tal manera que, en los últimos veinte años, hemos producido mayores alteraciones en el medio ambiente que en los veinte mil años anteriores (3).

Los primeros movimientos ecologistas estuvieron impulsados por agrupaciones políticas que vieron en la denuncia medioambientalista una importante bandera de lucha. Frente al devastador avance de las relaciones capitalistas de producción, los ecologistas proponen un programa de desarrollo comedido, que tome seriamente en cuenta los daños que el hombre puede ocasionar al ecosistema. Se advertía enfáticamente que la economía de mercado pretendía erigirse en un absoluto y, en consecuencia, se convertía en una ciencia normativa que pretendía asignar valor a todo. Obviamente, la ecología nace enfrentada a un vasto campo de intereses, cada vez más poderoso, lo que permite explicar un hecho evidente: que el movimiento ecologista fuera visto desde un principio como peligroso y subversivo.

III. MISIÓN DE LA ÉTICA ECOLÓGICA

La Ecoética o Ética Medioambiental, como también se la denomina, tiene por misión fomentar una conciencia cada vez mayor de respeto y amor por la naturaleza. En otras palabras: que con el paso del tiempo aumente la cantidad de personas que llegan a la convicción íntima de que tenemos la responsabilidad moral de cuidar, proteger y defender el entorno ambiental y los recursos naturales. Sin embargo, ¿qué implica todo esto? Conlleva como requisito esencial elevar a rango de deber moral un tipo de conducta que, de exigirse a cualquier persona, podría vivirse como una acción pesadamente obligada y hasta carente de significación positiva.

En definitiva, corresponde a la ética ecológica la difícil pero meritoria tarea de motivar la creación de una competencia moral referida a un tipo de comportamiento humano; conducta que, por ser moral, será necesaria y efectivamente libre, consciente y voluntaria.

La ética medioambiental reflexiona a partir de un conjunto de hechos y normas morales que pretenden orientar la correcta relación del hombre con su entorno, tanto el inmediato como el mediato.

Como todo sistema moral, el de la ética ecológica deberá basarse en una axiología o tabla de valores. Algunos prominentes tratadistas de nuestra disciplina proponen cuál debe ser el punto de inspiración de esta escala de valores: la veneración por la naturaleza.

Desde ahora, creemos oportuno cuestionarnos sobre un aspecto al que luego habrá que dedicarle más tiempo: ¿Es misión de la Ética Ecológica crear normas morales que se correspondan con la defensa del ecosistema, preceptos que induzcan a la «veneración por la naturaleza»?

Resulta evidente que la ética no tiene como función crear códigos morales, ya que las normas morales son creadas por las comunidades humanas, dentro de un tiempo y espacio determinados, con el objetivo de asegurar niveles de estabilidad y seguridad que garanticen la convivencia entre sus miembros. En consecuencia, los preceptos morales no surgen de «la nada», ni por pura casualidad, ni obedecen a la acción de una voluntad suprahumana, ni se pueden analizar correctamente partiendo del papel desempeñado por individualidades extraordinarias como Buda, Sócrates o Gandhi.

Podríamos afirmar que las normas morales surgen históricamente cuando los seres humanos las necesitan, y su análisis debe contemplar tanto un carácter objetivo como subjetivo. Las normas morales se mantienen vigentes durante todo el tiempo en que se está consciente y convencido de su importancia para regular comportamientos morales deseados.

¿Tiene la humanidad actual necesidad objetiva de normas morales que garanticen la preservación de nuestro entorno ambiental y la conservación de la biodiversidad? ¿Estamos conscientes de esa necesidad y preparados subjetivamente para orientar nuestras vidas en función de las normas morales mencionadas?

La Ética Ecológica tiene la competencia de reflexionar al respecto y fomentar el debate. Sus planteamientos críticos y sus enjuiciamientos servirán para motivar y orientar. Sin embargo, está claro que no debe asumir la misión de crear normas destinadas a regular la vida moral, porque su función es precisamente dedicarse al estudio de dichas normas: evaluándolas, enjuiciándolas y pronunciándose en relación a los aportes que pueden hacer en términos de progreso moral (si se traducen en la promoción de la libertad de la persona, de un mayor bienestar individual y colectivo, de la preservación de la vida, etc.).

Afortunadamente, los especialistas en ecoética están más conscientes que nunca de la responsabilidad que enfrentan: la de dimensionar adecuadamente la problemática del medioambiente y de la defensa de los recursos que la naturaleza nos ofrece. Han adquirido plena conciencia de que el problema ecológico es de tal magnitud que su solución va más allá de la adopción de medidas coercitivas y del establecimiento de legislaciones, por muy severas que sean sus sanciones.

Sin menospreciar su función claramente definida, la cuestión ecológica no se resolverá si su tratamiento se limita a una instancia meramente jurídico-legal. Estamos convencidos de que la lucha ecológica debe vincularse a un tipo de actitud moral. ¿Por qué este carácter? Es porque dicha problemática está asociada, por un lado, a una cuestión filosófico-axiológica y, por el otro, se intercepta con la ética.

Cuando no está inspirada en una consideración ético-moral, la exigencia de respetar y preservar el medioambiente y los recursos naturales puede resultar insuficiente. En cambio, cuando estamos imbuidos por una actitud moral, desarrollamos conductas y valores que se corresponden con un deber conscientemente interiorizado. Se vuelve evidente, pues, la connotación especial que adquiere la conducta ecológica cuando está alentada y asociada a un tipo de valoración moral. Por todo ello, estamos en capacidad de afirmar que la ética ecológica asume, analiza y profundiza la cuestión medioambiental desde su más profunda raíz: como un imperativo moral.

Por otra parte, el enfoque ético-ecológico es consciente de que su lucha se encuentra enmarcada en el ámbito mismo de lo ético-moral. Su trabajo implica un ajuste de cuentas con los postulados del relativismo moral, de la moral hedonista y, muy particularmente, del pragmatismo utilitarista. Todas estas corrientes radicalizan un aspecto de la vida moral y, creando lo que podríamos denominar sus absolutos respectivos, desde los cuales definen lo que es bueno y lo que es malo, terminan adoptando posturas excluyentes. Como resultado de estas actitudes, la sociedad contemporánea se ve perturbada por conductas en serie caracterizadas por la irresponsabilidad social y un egoísmo exacerbado.

Cabe mencionar aquí las conclusiones de Adolfo Sánchez Vázquez cuando, luego de caracterizar las ya aludidas doctrinas éticas, nos dice al enjuiciar una de ellas: «Al reducir el comportamiento moral a los actos que conducen al éxito personal, el pragmatismo se convierte en una variante utilitarista teñida de egoísmo…» (1).

EL RETO DE LA ÉTICA ECOLÓGICA: ABRIRSE PASO EN UN CAMINO ESCABROSO

El desafío más prominente al que se enfrenta la ética ecológica es la escalofriante artificialidad y superficialidad que exhibe y caracteriza la vida posmoderna: hay muchas personas que viven «ajustadas» a una especie de segunda naturaleza, muy cerca de lo in vitro. Nos encontramos ante un hábitat superpuesto: como si el ser humano empleara los recursos de la propia naturaleza para fabricar otra «naturaleza» hecha a su imagen y semejanza. Así, el niño observa desde lo alto del apartamento un mundo extraño y ajeno del cual no forma parte. Cuando sale al campo, prefiere el aire acondicionado del auto al que se origina en la montaña. La flor que adorna su apartamento, cien por ciento artificial, adquiere un valor más esencial que la que ha crecido bajo el candente sol. Y, cuando sea adulto, Alex no tendrá que escribir versos a su pareja: en cualquier tienda ya están escritos los poemas que la conmoverán.