Si se toman las diferentes épocas del espíritu en figuras claras y determinadas, en simplificación esquemática, se ven allí la escolástica medieval, aquí el espíritu moderno; pero Descartes parece no pertenecer a ninguna de ellas. De ninguna manera es él sólo algo así como una figura de transición entre escolástica y ciencia moderna. Es el acertijo de una filosofía única en la historia que puede aparecer tan definida como escolástica que como moderna, que no es ninguna de las dos, pero que tiene una unidad propia de una ambigüedad substancial.
Descartes es un menospreciador de la escolástica, no considera ganancioso saber de sus disputas sin resultado. Pero él las conoce en el grado en que sus herramientas conceptuales estén a su disposición sin que sea consciente de dónde provienen.
Descartes es un hombre del mundo del Renacimiento, un moderno hombre de mundo e imbuido en gusto, posición y escepticismo por los antiguos filósofos y por Montaigne; él se libra de la costumbre y el prejuicio. Pero desde ese mundo quiere justo lo contrario de todo escepticismo: quiere certeza, método…
Es característico para la ambigüedad el hecho de que pudiera aparecer a la posteridad, a unos cuantos como piadoso católico, a otros como comienzo de la filosofía protestante y a otros más como revolucionario de la razón. La esencia del mero entendimiento es estar preparado y ser útil para toda posibilidad de la fe originada en otra fuente. Así, el mundo intelectual de Descartes es para otros un medio apropiado para figuras de la fe, completamente diferentes en sus contenidos; pero sólo para las dogmáticas, inclinadas al fanatismo. Es de presumir que ni un católico piadoso ni un protestante piadoso ni una mentalidad realmente racional puede reconocerse a sí mismo en la figura de Descartes. Su pensamiento conforma a aquellos que no viven ni quieren vivir ni de una unidad ni en relación a una unidad, a aquellos que más bien tienen como rasgo fundamental del propio ser un definitivo dualismo y pluralismo. En el campo de su fanática individualidad le será posible a otros lo que a Descartes le es extraño: una ideología relativizada en secreto, una nueva y robustecida forma escolástica, un estilo del pensamiento racional por la verdad, finalmente un nihilismo abismal en ropaje de absolutos alternantes.
Tal vez nadie haya tenido en su filosofar una comunicación verdaderamente íntima con Descartes. Pero innumerables fueron atraídos por él y se han sentido empujados hacia su pensamiento. Se puede uno preguntar qué es lo que atrae hacia él: tal vez algo que no se puede querer aislar desapercibidamente del mundo y en sí de la propia posibilidad con vestiduras de una universalidad racional; algo que apela a la falsa independencia en el vacío intelecto porque ha perdido una independencia existencial; algo que vive a base de una posición polémica y que está lleno de escondidos resentimientos. Pero, por supuesto, también son visibles otros motivos en un examen objetivo de las posibilidades del conocimiento cartesiano… y ante todo, una conmoción filosófica por los orígenes positivos del filosofar de Descartes.
Si se habla de los efectos de la filosofía cartesiana no se puede sostener nunca que Descartes es la única causa de ellos. Los inevitables deslices e inversiones de la naturaleza humana son visibles sólo en su trivialidad por la masa intelectual que se aproxima a un gran pensador y que lo debilita allí, donde él yerra. Descartes fue apropiado para ratificar y dar buena conciencia a esos deslices por medio de su grandeza y de su representativa presencia. Con él podía, en cierto modo, quedar asegurado el error de los deslices…
La posibilidad de una nueva interpretación del yo, del método y de la ciencia
Los grandes principios de la filosofía cartesiana, justamente a causa de su indeterminación en la claridad, fueron capaces de una constante interpretación nueva. Obraron como gérmenes de los que pudieron crecer cosas tan diferentes como la metafísica de Spinoza, la crítica kantiana de las condiciones trascendentales de la conciencia en general, la filosofía del yo de Fichte, etc. Todas recibieron un empuje de él del cual después se defendieron en la misma forma radical. En especial tuvieron influencia los pensamientos del «yo» (en cogito, ergo sum), el «método» y la «ciencia».
a) El cogito, ergo sum pudo aparecer hasta que Kant y Kierkegaard y hasta el presente como un punto cardinal del filosofar, de tal modo que Schelling, no sin razón, encuentra que Descartes dio la tónica de la nueva filosofía, aunque en seguida agrega que el cogito, ergo sum ha «obrado un encanto por el cual la filosofía fue retenida en el círculo de lo subjetivo y de la realidad de la mera conciencia subjetiva». b) El método obró porque «método» fue hecho tema por Descartes. Era algo nuevo presentarse ante la opinión pública con un programa: se trataba de un programa -desafiante y que despertaba las más grandes posibilidades- que establecía el método por medio del cual todo el conocimiento podía llegar a su meta segura. En la filosofía -cuya esencia es la verdad siempre presente-, la verdad, de la que vive el hombre que en ella piensa, se convirtió en el porvenir, en lo verdaderamente real. Ella misma se dio como inconclusa. Todo aquel que llegó a oír de ella se sintió impulsado a seguir por ese camino. A él tal vez no le será presentado el conocimiento ya listo, sino mostrado cómo puede ser también uno de los que encuentren algo nuevo. Desde entonces, a menudo -o fructífero o estéril- se ha originado un movimiento científico en la filosofía según el esquema aquí esbozado: invitación al método por medio del que cualquier otro puede producir algo… c) La filosofía fue siempre ciencia en el sentido de expresión clara y verdad expresada racionalmente. Ahora se hizo poderosa una posición fundamental con el énfasis de la nueva ciencia en la filosofía, posición que acentúa la ciencia imperiosa y válida universalmente y la declara también como esencia de su pensamiento; que en principio no se ve más diferenciada de otra ciencia, sino que interpreta a la filosofía como aquella ciencia en la que está contenida toda ciencia que dentro de ella tiene su lugar determinado en el todo. Por eso se debió acentuar la distancia con todo lo anterior y el nuevo comienzo de Descartes…
No se puede dudar del extraordinario efecto de Descartes hasta el presente (siglo XX). Tanto más hay que preguntarse si con ello lo consideramos como uno de los fundadores del espíritu moderno y si lo podemos llamar el origen de la filosofía moderna…
Cuando bajo espíritu moderno se entiende algo que fue un camino equivocado y necesario de rechazar, cuando en el pensamiento de los últimos siglos se subrayan aspectos que se tienen por nocivos, puede uno inclinarse entonces a rechazar con ese espíritu moderno a Descartes como uno de sus fundadores… Pero si en cambio en los tiempos modernos se ve más bien algo extraordinariamente positivo bajo una capa de insensatez y equívoco, positivo cuyo desarrollo todavía es tarea, entonces se convierte con Descartes en una de las figuras peligrosas que seduce siempre a deslices abrazadora incitación.