Prof. Luis F. Cruz Licenciado en Filosofía.  Coordinador de la Cátedra de Historia de la Filosofía (UASD).

80 El principio filosófico «Cogito, ergo sum» (Pienso, luego existo), evocador del nombre de Descartes, no es originalmente cartesiano, en el pretendido sentido de mostrar el «yo» como hecho de conciencia primario o como una verdad indudable, cierta e irrefutable. Lo es en cuanto a la construcción de la expresión, pero sobre todo, -y es lo que importa para la Historia de la Filosofía- asumido como principio, fundamento o punto de partida de una nueva filosofía, de la filosofía moderna, en realidad, de toda la filosofía,según el pensador francés.dob

¿Qué impulsa a Descartes a buscar una verdad firme, inconmovible, capaz de resistir la más mínima duda?

Inmerso el filósofo en la nueva cosmovisión procedente del Renacimiento, conocedor de los importantes cambios de los siglos XVI y XVII, afectado por las contradicciones frente a las nuevas teorías en ciencia y filosofía, cuyos fundamentos habían sido por largo tiempo los aristotélicos, se pregunta si es posible el conocimiento cierto de alguna verdad, pues «no existe cosa alguna fuera de discusión, y por lo tanto, libre de duda» 

(Discurso, II).

Al buscar dicha verdad inconmovible sobre la cual pudiese construir el edificio de la filosofía, asume como método precisamente la duda (la duda metódica). «Desde tiempo atrás había observado que en lo relativo a las costumbres, se suele seguir opiniones inciertas con la misma buena fe que si fueran verdades absolutas; y como mi propósito era dedicarme exclusivamente a la búsqueda de la verdad, pensé que debía… rechazar como falso lo que me inspirara la más mínima duda» (Id., IV).

Aunque se trata de una duda universal de la du sal Descartes no incurre en el escepticismo (Id., III) -,su idea es dudar de todo hasta descubrir una verdad, si existe, que no pueda ser refutada a fuerza de su evidencia. De esta suerte, en ese proceso dubitativo, expresa: «… pensaré que el cielo, el aire, la tierra, los colores, las figuras, los sonidos y todas las demás cosas exteriores, no son sino ilusiones y engaños…; me consideraré a mí mismo como sin manos, sin ojos, sin carne, sin sangre…» (Meditaciones, I). Esta duda (ficticia y metódica) permitió a Descartes intuir que si se duda, de esto o de aquello, es preciso que el que duda exista, porque no se puede dudar (= pensar) sin existir. Así, escribió: Observando que esta verdad: pienso, luego existo, era tan firme y tan segura que las más absurdas suposiciones de los escépticos no serían capaces de negarla, juzgué que podía aceptarla sin escrúpulo como el primer principio de la filosofía que andaba buscando» (Discurso, IV).

Descartes vivió entre los años 1596 y 1560. A temprana edad ingresó al famosísimo colegio de La Fleche, pero VI no fue sino en el Oratorio de Jesús donde Descartes conoció el pensamiento agustiniano. 

San Agustín (354-430) -precede a Descartes en doce siglos- fue el más brillante de los filósofos y teólogos de la Patrística; sostuvo controversias con los escépticos. Alardeando éstos de estar siempre irresolutos, negando toda verdad o «afirmando» que no podíamos estar seguros de nada, planteando la OURE duda por principio, reciben la argumentación contraria del prestigioso pensador. El filósofo presenta a sus adversarios un aserto incontrovertible. La pregunta de San Agustín a los escépticos o académicos sería ésta: ¿Podemos o no podemos estar seguros de algo?

En su libro «De Trinitate» (Acerca de la Trinidad) razona San Agustín contra el escepticismo de esta manera: «Sin embargo, ¿quién dudará que vive, recuerda, entiende, quiere, piensa, conoce y juzga?; puesto que si duda, vive; si duda, recuerda su duda; si duda, entiende que duda; si duda, piensa… Y aunque dude de todas las demás cosas, de éstas jamás debe dudar; porque si no existiera, sería imposible la duda». El autor de la Ciudad de Dios agrega: «Ora duerma, ora esté despierto, vive. Ni en sueños falla esta ciencia, porque el dormir y el soñar es propiedad del que vive. Y el académico no puede argüir contra esta ciencia, diciendo: acaso estés fuera de tí y lo ignoras, pues las alucinaciones de los enajenados se parecen mucho a las visiones de los sanos de la mente; pero el que loquea, vive…San Agustín concluye: «Opóngase mil ejemplos de visiones falaces al que dice: «sé que vivo»; nunca vacilará, pues el que yerra, vive».

La expresión original, latina agustiniana es ésta: «si, enim, fallor, sum» (si, pues, me equivoco, existo); la original latina, cartesiana, dice: «cogito, ergo sum» (pienso, entonces existo).

Ambas presentan el «yo» (o la autoconciencia) como el hecho de conciencia primario.

Pero en el caso cartesiano, el yo, el «cogito» (ego cogito = yo pienso) es tomado como primer principio y punto de partida para deducir de él -como verdad incontrovertible- toda la filosofía. Ya lo ha señalado en la 4ta. parte del Discurso del Método: el cogito es una verdad tan firme y tan segura que las más absurdas suposiciones de los escépticos no serían capaces de negarla, «y juzgué que podía aceptarla… como el primer principio de la filosofía que andaba buscando». 

Esta no era la actitud de principio de San Agustín; más bien, sólo atacar a los escépticos con su propia arma: «hay algo indudable, el yo».