Sherlock Holmes

Sherlock Holmes

«Mi querido señor Sherlock Holmes:

Durante la noche del 3 ocurrió un desagradable suceso en Lauriston Gardens, cerca de Brixton Road. Nuestro hombre de servicio vio allí una luz a eso de las dos de la mañana y, como la casa está deshabitada, sospechó que pasaba algo raro. Encontró la puerta abierta y en la habitación del frente. que estaba sin muebles, descubrió el cadáver de un caballero, bien vestido, en cuyo bolsillo había tarjetas con el nombre de «Enoch J. Drebber, Cleveland, Ohio, USA». No hubo robo, ni hay tampoco ningún indicio acerca de lo que pudo causar la muerte del hombre. Hay manchas de sangre en la habitación, pero en su cuerpo no hay ninguna herida. No sabemos cómo llegó hasta la casa vacía. En realidad, todo el asunto es desconcertante. Si quiere ir por la casa a cualquier hora antes de las doce, me encontrará allí. He dejado todo como está hasta ponerme al habla con usted. Si usted no puede venir, le daré más detalles y estimaré como una gran gentileza de su parte que me diga su opinión.

Lo saluda cordialmente TOBIAS GREGSON. …sus dedos ágiles volaban de un lado a otro por todas partes, mientras palpaban. presionaban, desabotonaban, examinaban… Tan rápido era el análisis que nadie habría podido adivinar la minuciosidad con que lo realizaba. Finalmente olfateó los labios del muerto y luego echó una ojeada a las suelas de sus botines de charol.

Sacó de su bolsillo una cinta de medir y una gran lupa redonda. Con estos dos  implementos recorría de un lado a otro la habitación, se detenía a veces, ocasionalmente se arrodillaba y en una oportunidad se tiró a lo largo boca abajo. Tan absorto estaba en su tarea que parecía haber olvidado nuestra presencia, pues hablaba para sí mismo en voz baja continuamente, con un constante fluir de exclamaciones, gruñidos, silbidos y pequeños gritos de estímulo y expectativa. Mientras yo lo observaba, me vino a la mente de manera irresistible la imagen de un reposadero de pura sangre y bien adiestrado, cuando salta hacia adelante y hacia atrás a través del huidero, gimoteando en su ansiedad, hasta que da nuevamente con el rastro perdido. Continuó sus investigaciones durante veinte minutos más, midiendo con el mayor cuidado la distancia entre marcas que eran totalmente invisibles para mí y aplicando ocasionalmente su cinta de medir a las paredes, de manera igualmente incomprensible. Recogió muy cuidadosamente de cierto lugar del suelo un montoncito de polvo grise hizo una envoltura con él. Finalmente, examinó con su lupa la palabra que había en la pared, recorriendo cada una de sus letras con minuciosidad. Hecho esto, pareció quedar satisfecho, pues volvió a guardar en su bolsillo la cinta y la lupa. «Dicen que el genio es una capacidad infinita de labor osidad», observó con una sonrisa. «Es una mala definición, pero se aplica a la tarea del detective.»

Holmes tomó nota de la dirección.

«Venga, doctor, iremos a buscarlo». dijo. «Les diré una cosa que quizá pueda ayudarlos en este caso», continuó, volviéndose hacia los dos detectives. «Ha habido un asesinato aquí y el asesino era un hombre de más de seis pies de alto, en plena juventud, de pies pequeños para su altura, que usaba botines ordinarios de puntas cuadradas y fumaba un cigarro Triquinópolis. Llegó aquí con su víctima en un cabriolé de cuatro ruedas tirado por un caballo que tenía tres herraduras viejas y una nueva en la pata delantera derecha, Es muy probable que el asesino tenga un rostro encarnado y que las uñas de su mano derecha sean sumamente largas. Son sólo unas pocas indicaciones, pero quizá puedan serles útiles.»

Lestrado y Gregson se miraron uno al otro con una sonrisa incrédula.

«Si este hombre fue asesinado, ¿cómo lo fue?», preguntó el primero. «Veneno», dijo lacónicamente Sherlock Holmes, y salió a grandes pasos.

Si usted describe una serie de acontecimientos, la mayoría de las personas le dirán cuál puede ser el resultado. Pueden articular esos acontecimientos en sus mentes y razonar a partir de ellos para concluir que deberá ocurrir tal o cual cosa. Pero hay pocas personas que sean capaces, si usted les dice un resultado, de elaborar por su propio razonamiento cuáles fueron los pasos que condujeron a ese resultado.

Sherlock Holmes, salió de su silla con una exclamación de alegría. «El último eslabón», profirió exultante. «Mi caso está completo.» Los dos detectives lo contemplaban con asombro. «Tengo en mis manos todos los hilos que han contribuido a formar esa maraña», dijo mi compañero con tono seguro. «Les daré una prueba de mi conocimiento. ¿Tiene usted a mano esas píldoras?»

«Las tengo», respondió Lestrade, y sacó una cajita blanca…»

volcó el contenido del vaso en un platillo y lo colocó frente al perro, que lo bebió rápidamente hasta dejarlo seco. La actitud sumamente seria de Sherlock Holmes se nos impuso tanto que nos sentamos todos en silencio, vigilando atentamente al animal y a la espera de algún efecto sorprendente. Pero no hubo nada semejante. El perro continuaba estirado sobre el almohadón, mientras respiraba trabajosamente, pero en apariencia no estaba mejor ni peor a causa de la bebida.

Holmes había sacado el reloj, y a medida que pasaban los minutos sin que se produjera nada, iba apareciendo en su rostro una expresión del mayor disgusto y desengaño. Mordisqueaba sus labios, golpeaba sobre la mesa con sus dedos y mostraba todos los síntomas de la más aguda impaciencia. Tan grande era su emoción que sentí una pena sincera por él, mientras que los dos detectives sonreían burlonamente, nada disgustados por el contratiempo que Holmes experimentaba.

«No puede ser una coincidencia», exclamó finalmente mientras saltaba de su silla y caminaba agitadamente de un lado a otro de la habitación. «Es imposible que sea una mera coincidencia. Las mismas píldoras que me resultaron sospechosas en el caso de Drebber son halladas después. De un lado a otro de la habitación.

«Es imposible que sea una mera coincidencia. Las mismas píldoras que me resultaron sospechosas en el caso de Drebber son halladas después de la muerte de Stangerson. Y sin embargo son inocuas. ¿Qué puede significar esto? No puede ser falsa toda mi cadena de razonamientos. ¡Es imposible; Y, no obstante esto, ese malvado perro no manifiesta ningún signo de empeoramiento. ¡Ah, lo tengo! Con un grito de alborozo se precipitó a la caja, cortó la otra píldora en dos, la disolvió, le agregó leche y se la presentó al perro. Apenas parecía haber humedecido su lengua en la bebida, cuando el desdichado animal experimentó un estremecimiento convulsivo en las patas y cayó tan rígido y sin vida como si hubiera sido alcanzado por un rayo.

Sherlock Holmes aspiró profundamente y se secó la transpiración que corría por su frente. …golpearon a la puerta y el representante de los callejeros, el joven Winggins, introdujo su insignificante e insípida figura. «Permiso, señor», dijo tocándose la melena.

«Tengo el coche abajo.»

«Salud, muchacho», dijo Holmes suavemente.

«¿Por qué no introducen este modelo en Scotland Yard?», continuó, mientras sacaba un par de esposas de acero de un cajón. «Vean, qué bien funcionan los resortes. Se fijan en un instante.»

«El viejo modelo es bastante bueno», observó Lestrade, «con tal de que encontramos el hombre al que se las debemos poner».

«Muy bien, muy bien», dijo Holmes sonriendo. «El cochero puede ayudarme con los baúles. Pídele que suba, Wiggins.»

Me sorprendió oír que mi compañero hablaba como si estuviera a punto de emprender un viaje, puesto que no me había dicho nada acerca del mismo. Había una maleta en la habitación, y él la tomó y empezó a atar sus correas. Se hallaba empeñado en esta tarea, cuando el cochero entró en la habitación.

«Ayúdeme con esta hebilla, cochero», dijo mientras se arrodillaba sin volver la cabeza.

El individuo se adelantó con un aire hosco y desafiante, y puso sus manos sobre la maleta. En ese instante se oyó un golpe seco, con una resonancia metálica, y Sherlock Holmes se puso de pie nuevamente.

«Caballero», exclamó con los ojos chispeantes, «permítanme que les presente al señor Jefferson Hope, asesino de Enocjh Drebberr y de Joseph S tangerson».

La letra Escarlata de ARTHUR CONAND DOYLE. (Tomado del testo de Irving Copi: Introducción a la Lógica)