Por: Dustin Muñoz, artista plástico, estudiante de término de Filosofía (UASD).

Cuando España emprende la búsqueda de una nueva ruta para llegar a Oriente y así abastecerse de productos asiáticos, como las especias, cuyo consumo se había incrementado en Occidente a partir de las Cruzadas, Europa vivía el aire rebelde de las ciudades contra los feudos y el refrescante humanismo renacentista, generador de grandes expectativas en términos humanos, creando las condiciones del Racionalismo y la Reforma. España había logrado la reconquista con la expulsión de los árabes y se encontraba políticamente unida en una monarquía absolutista bajo el poder de los Reyes, los Nobles y la Iglesia.

En ese mismo momento en que España era una potencia político-militar en Europa, la isla de Haití, a la que el Almirante llamó la Española, vivía el período llamado «Neoindio» o “Agrícola”, caracterizado por una base económica fundada en el cultivo de la tierra, la propiedad colectiva de los bienes, y una cosmovisión que no superaba el panteísmo primitivo.

En esas condiciones tan diferenciadas, impactan esas dos culturas, provocando de inmediato el dominio de una sobre la otra en todos los aspectos.

Los españoles, conscientes y con objetivos claros de controlar políticamente los nuevos territorios y llevar oro y especias a España, saciaron su carácter individualista con la ingenuidad taína, la cual explotaron, buscando fortuna rápida y prestigio social.

En el primer contacto con los taínos, estos pasan a ser vasallos libres de la Corona, sosteniendo una relación tributaria. Pero ya al entrar al siglo XVI, la relación era esclavista, y justo en 1504 se hace legal esta relación con el establecimiento definitivo de las Encomiendas por parte de la Corona. Con esta modalidad, la Reina entendía que estos hombres serían libres. Nunca fue así. Y lo mismo sucedió con las Leyes de Burgos, promulgadas en 1512 como resultado de la protesta de los dominicos en 1511, que en la voz de Montesinos toma vida con el Sermón de Adviento, actitud que fue enfrentada por los frailes Franciscanos.

La desaparición de los taínos en menos de cincuenta años indica que el trabajo al que habían sido sometidos no era resultado de una actitud libre.

La desaparición fue producto principalmente de los castigos y matanzas que los españoles llevaron a cabo para convertir a los aborígenes en mano de obra esclava. «… siempre usaron de ellos como de bestias para cargas», dice Las Casas, y agrega: «Tenían mataduras en los hombros y espaldas de las cargas, como muy matadas bestias». En otra parte señala: “Pusieron en armas, que son harto flacas y de poca ofensión y resistencia y menos defensa (por lo cual todas sus guerras son poco más que acá juegos de caña y aun de niños…»

Se percibe que el sometimiento era tan fuerte y la imposibilidad de enfrentarlos tan marcada, que sólo en esa condición podría haber preferido una cultura, con un desarrollo histórico como el de los taínos, la elección del suicidio tanto colectivo como individual como forma de solucionar la intranquilidad de su existencia. En su historia del Nuevo Mundo, publicada en 1565, dice Benzoni: “Los naturales, viéndose oprimidos en modo intolerable y forzados a toda clase de trabajo y fatigas, sin esperanza de recobrar su libertad, lloraban y suspiraban, deseando morir. Muchos hubo que, desesperados, iban a ahorcarse a los bosques, no sin antes matar a los hijos diciendo que para ellos era mejor morir que vivir tan miserablemente, sirviendo a tan crueles ladrones y tiranos ferocísimos…”

El descubrimiento entraña un impacto: lo moderno y lo primitivo. Dos momentos en uno.

La disparidad vivencial impidió la integración entre españoles y taínos en el desenvolvimiento de la Española. Sólo en el breve período indo-hispánico de 1492 a 1520 puede hablarse de una minitransculturación de lenguaje, religión, forma de vestir, dieta, etc. Fue tímida por el mismo taíno, que no estaba en condiciones de asimilar la cultura de quien lo maltrataba y era responsable de su desaparición.

El abismo entre ambas culturas respecto de una comunicación diáfana. Los códigos de estas culturas son diferentes. Una, con lengua de uso necesario que se limita a comprender y comunicar su condición. Enunciar hechos o describir situaciones de sus diversos menesteres, sin preocupación metalingüística. La otra, con un lenguaje estructurado con reglas específicas que implican el contenido no sólo del objeto a que se refieren, sino al concepto con el que se ha designado el objeto. Con una abstracción, formalización y simbolización en el lenguaje que no tienen necesariamente objeto en la realidad concreta, pero sí son posibles en la lógica de los hechos o en la lógica del pensamiento. Dominan conceptos, que sólo un alto grado de racionalidad permite abstraerlos, crearlos y discursar sobre ellos.

En esa relación, sólo el español podía buscar formas de establecer la comunicación con los taínos, pero para ello debían educarlos; porque sólo así era posible conocer sus experiencias y vivencias. Es con la formación de la complejidad lingüística europea, haciendo uso de la abstracción, formalización y simbolización colonizadora, que el taíno podía explicar la visión del mundo que entrañaba su cultura, en término de esencia, antes y al contacto con los españoles. De otro modo, no podría explicar con «exactitud» la esencia de su mundo y desde su mundo, sin el dominio de la lógica del lenguaje colonizador. Por eso «sus cosas» quedaron limitadas a lo que los españoles interpretaron desde sus experiencias vivenciales y no desde la comprensión taína. La comunicación se dio limitada. Los españoles entendieron de los taínos, lo que desde sus condiciones era capaz de proyectarse como posible en su mundo.

No tenemos una vivencia taína desde su misma experiencia; no contamos con sus conceptos desde su misma abstracción. El mismo Fray Ramón Pané1 admitió dudas de comprensión cuando dice: »como los indios no tienen escrituras, ni letras, no pueden dar buena información de lo que saben acerca de sus antepasados, y por tanto no concuerdan, y menos se puede escribir ordenadamente lo que refieren». Más adelante agrega: «…no saben contar bien estas fábulas, ni yo puedo escribirlas con exactitud. Por lo cual creo que pongo primeramente lo que debía ser lo último, y lo último lo que debía estar antes…».

Pronto en la Colonia, la mano de obra taína fue sustituida por la del negro africano, así como la economía aurífera era sustituida por la industria azucarera. Ese cambio empeoró la situación en la comunicación de vivencias, pues el nuevo esclavo era objeto del español que lo había comprado. Además, por su juventud, que oscilaba entre 15 y 20 años, carecía de saberes, ya que procedía de culturas sostenidas por tradición oral, y sólo en los mayores residían los saberes.

Eso los coloca en el nuevo escenario, 1961 como un arte individualizado, despersonalizado y sin historia.

Ante ese hecho, no se podría esperar en la Colonia un pensamiento filosófico propio, generado por el descubrimiento mismo y la nueva realidad vivencial, sino que se impuso el ideario filosófico, político y social hispánico del pensamiento y la forma de vida de los colonizadores, que con la creación de centros de estudios, como la Universidad de Santo Tomás de Aquino, en la Española del siglo XVI, logran prolongar hasta el siglo XVIII el tibio atardecer del imperio escolástico en el horizonte del Nuevo Mundo. Las Leyes de Indias mandaban que en la Universidad del Nuevo Mundo, súbditos y naturales se graduasen en todas las ciencias y facultades como manera de «honrar y favorecer a los de nuestras Indias y desterrar de ellas las tinieblas de la ignorancia». Con ello se instaura en la colonia la forma hispánica de ver el mundo.

  1. Fray Ramón Pané, dice el conde «fue el primer europeo de quien particularmente se sabe habló una lengua de América. Las Casas, refiriéndose a él, dice: hombre simple y de buena intención que sabía algo de la lengua de los indios».
  2. Universidad Primada de América, que a solicitud de los dominicos fue fundada el 28 de octubre de 1538, por la Bula In Apostolatus Culmine», del Papa Paulo III, bajo el reinado de Carlos I de España.