Entrevista al profesor Víctor Burgos        Ver biografía 

Nos encontramos en la Biblioteca Central del Recinto Universitario Regional de Santiago, para dar continuidad a este programa de la gestión del profesor Eulogio Silverio, El Archivo de la Voz. Estamos en compañía de una de las figuras emblemáticas no sólo del Recinto Santiago de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), sino también de la Escuela de Filosofía, el profesor Víctor Burgos, un filósofo de vocación y maestro por elección desde su tierna edad.

Profesor de la UASD en dos escuelas durante casi 30 años: la Escuela de Filosofía y la Escuela de Sociología. Es egresado de la licenciatura en Filosofía por el Seminario Santo Tomás y la Universidad Católica Madre y Maestra, que no era pontificia en ese entonces. Actualmente, tiene estudios de maestría y se encuentra realizando su tesis doctoral. Bienvenido, profesor Burgos, a este programa de la gestión del maestro Silverio, que nos acompaña como de costumbre.

Muchísimas gracias, maestros Arvelo y Silverio. Me satisface enormemente y me siento tan cómodo como pez en el agua al participar de este proyecto, que privilegio es hacerlo desde la Escuela de Filosofía y desde la Universidad Autónoma de Santo Domingo, esa institución que ha sido mi compañera por más de 30 años, de la cual me siento producto y resultado. He tenido la oportunidad de romper esquemas, paradigmas epistemológicos e iniciar nuevos procesos de pensamientos. Me he sentido socialmente acogido, profesionalmente apreciado y personalmente amado. Por ello, agradezco profundamente a Silverio y a este magnífico trabajo que está realizando para visibilizar lo que soy. Todo hombre, sea grande, mediano o pequeño, necesita de algún modo, si es una persona pública, un biógrafo. Yo no lo tengo, ni podría tenerlo, pero ahora cuento con el lujo de que usted, Silverio, la Escuela de Filosofía y la Universidad Autónoma de Santo Domingo sean mis biógrafos, y no podría haber mejores.

Cuando hablamos de biografía, hablamos de vida y la vida, digamos, tiene dos dimensiones: una biológica y otra propiamente biográfica. La dimensión biológica, en el caso del maestro Burgos, aborda cómo emergí a la vida, de dónde vengo, quiénes son mis padres, mis primeros recuerdos de infancia. Son excelentes preguntas porque me hace recordar momentos que, a pesar de las dificultades históricas y sociales, recuerdo de manera dorada y bonita. Hace 68 años, comencé mi vida en un pequeño campo de Moca, limítrofe con Salcedo, situado en la frontera entre la provincia Espaillat y la provincia Hermanas Mirabal (anteriormente Salcedo). Así, soy de la frontera, enfrentando los problemas que ésta conlleva, no sólo en la personalidad de las naciones, sino también en la identidad personal. Entre Moca, que me reclamaba, y Salcedo, que hacía lo propio, me vi en la necesidad de tomar una decisión. El 5 de mayo de 1956 marqué el inicio de mi existencia biológica como dominicano. 

Desde aquel momento, han transcurrido 68 años en los que me he ido construyendo y transformando en la persona que soy hoy, un ciudadano de la República Dominicana. Soy padre de cuatro hijos, dos varones y dos mujeres, y abuelo de cinco nietas. Junto a mi esposa Rosario, resido en Santiago de los Caballeros, una ciudad que me ha acogido desde hace muchos años y ha dejado una huella indeleble en mi ser, imprimiendo en mí el sello distintivo de este lugar. Me considero una persona bondadosa y siempre he mantenido que, en lo que respecta a la personalidad, soy un santiaguero, un cibaeño, debido a que me identifico plenamente con estas cualidades de bondad e ingenuidad, las cuales he ido cultivando a lo largo de los años. 

Con el tiempo, comprendí que detrás de esta bondad debía existir un mecanismo de defensa, ya que el mundo exterior no siempre refleja la misma bondad que uno posee o espera. Me presento: soy Víctor Burgos. Mis padres también fueron oriundos de esta región o llegaron aquí desde otras partes, ubicados entre Espaillat y Hermanas Mirabal, donde se encuentra la raíz de mi drama familiar. Mi padre provenía de Palmarito, una localidad rural de Vacui, bañada por el río que separa esta tierra de Algarrobo, cerca de Moca, mi ciudad natal. En aquellos tiempos, eran zonas remotas, pero la gente encontraba su camino, especialmente en la agricultura, como fue el caso de mi padre, mientras que mi madre se dedicaba al hogar. 

Nacido en la frontera y criado con un fuerte sentido de identidad, mi madre siempre reivindicó su ciudadanía mocana con orgullo, una actitud que también adopté. Esta mezcla de orígenes y la historia familiar me llenaron de orgullo. Mi padre, un agricultor de Salcedo, y mi madre, con sus fuertes raíces mocanas, me legaron un rico patrimonio cultural. Durante mi formación y desarrollo personal, me vi en la necesidad de definir mi propia identidad, eligiendo ser mocano, un sentimiento avalado por mi cédula de Salcedo. 

Estudié en el liceo Emiliano Tejera, donde coincidí con Roberto Reina, futuro rector de esta Universidad y participante de El Archivo de la Voz. Entre Salcedo, heredado de mi padre, y Moca, elegido con orgullo por mi madre, delineé mi identidad, enfrentando mi propio dilema fronterizo. Antes del liceo y de compartir esos primeros dos cursos con el maestro Reina, viví mis años de primaria e intermedia, etapas repletas de recuerdos inolvidables. Aprecio que me hayas planteado esta pregunta, ya que me brinda la oportunidad de rememorar aquellos años escolares en la zona de Algarrobo, donde las escuelas más cercanas se encontraban a unos 5 o 6 kilómetros de distancia, obligándome a cruzar montañas, ríos y valles para llegar a la escuela de Palmarito Arriba, casi en las cercanías de Salcedo.

Recuerdo vívidamente esa pequeña escuela y el pupitre en el que me sentaba, así como a la directora, mi alfabetizadora, Doña Prieta Valerio, quien no sólo era una figura maternal para los estudiantes, sino también para sus padres. Doña Prieta, que desafortunadamente ya falleció, era casi como una madre para mí y tía del profesor Ramón Valerio de esta Universidad, a quien respeto y aprecio profundamente. Su influencia fue determinante en mis primeros años de formación académica, hasta el quinto curso. Posteriormente, asistí a una escuela más cercana en Palmarito Abajo, dirigida por Doña Diana y José, profesores excepcionales y altamente profesionales de Salcedo, quienes dirigían esta escuela más cercana a mi hogar pero aún dentro del ámbito de Palmarito y Salcedo. Los añoro con veneración y respeto y me satisface enormemente que hayas traído a colación este tema, permitiéndome rendir homenaje a la memoria de Doña Prieta Valerio.

Efectivamente, aún conservo en la memoria a los amigos de aquellos años formativos de la primaria, incluyendo a mi hermano Porfirio, quien era para mí un verdadero tesoro. Estudiábamos juntos y junto a otras de mis hermanas desarrollamos vínculos de una solidaridad fraternal, nacidos de la necesidad de apoyarnos mutuamente para sobrevivir. Siendo el más pequeño y quizás el más vulnerable, percibía la protección y el apoyo de mis hermanos, los cuales parecían solidarizarse conmigo y cuidarme en aquellos momentos de fragilidad.

Tengo en la memoria a un gran amigo, hijo de don Julio Vázquez, aunque su nombre se me escapa ahora, su recuerdo persiste. Algunos de ellos residen aquí, en Santiago. Los recuerdos de esa etapa de mi vida, entre los 7 y 10 años, aunque algunos se difuminan, permanecen vivos. Había un señor conocido como «el viejo», un empresario de Santiago, cuya memoria me transporta a una época en la que me sentía querido, cuidado y protegido, como si perteneciera a un mundo especial.

Esta experiencia de sentirme acogido y protegido no se limitó a la primaria, sino que se extendió al liceo. Durante aquellos años, entre 1970 y 1973, bajo el gobierno de Balaguer, que se empeñaba en construir lo que él consideraba sería el futuro de la República Dominicana, la sociedad se enfrentaba a cambios significativos. Balaguer tenía la intención de eliminar a ciertos líderes nacionales que podrían representar una amenaza para el tipo de sociedad que él deseaba, similar a los cambios vistos en Cuba y otros lugares.

En este contexto, la comunidad estudiantil, incluido Robertico Reina, como le decíamos, jugó un papel crucial en oponerse a Balaguer. Robertico, aún siendo joven, lideraba movilizaciones que paralizaban el liceo por semanas. La policía lo detenía frecuentemente, lo que incendiaba los ánimos en el liceo Emiliano Tejera. Nosotros le teníamos un gran cariño, quien compartía el aula conmigo y se sentaba delante de mí cuando no estaba ocupado en su activismo.

La resistencia contra Balaguer y el apoyo a Robertico complicaban, en ocasiones, nuestro regreso a casa, haciendo que llegásemos tarde en la noche. Viví un incidente cerca de Villa Tapia, cuando nos vimos obligados a tomar una ruta  opuesta a la habitual. Esta desviación nos llevó dos horas adicionales para llegar, haciendo que arribáramos casi al amanecer a nuestro hogar. Este incidente demostró el cariño y el respeto que sentíamos por Robertico, quien, a su vez, se mostró solidario con la comunidad estudiantil y los profesores de aquel entonces.

Entre los educadores destacados de esa época se encuentra el profesor José Acosta, docente de ciencias sociales e historia, quien aún vive y es considerado un gran maestro. La comunidad estudiantil de Salcedo le rindió homenaje, reconociendo su contribución a la educación. En aquellos años, el liceo Emiliano Tejera inició un programa experimental en educación, ofreciendo formación en artes industriales, como carpintería y electricidad. Durante uno de estos cursos, enfrenté una situación de hostilidad por parte de un compañero llamado Felipe, el cual, por razones que no recuerdo, parecía tenerme aversión. En esa ocasión, mi hermano intervino para defenderme, mostrando la solidaridad y el apoyo familiar en momentos de vulnerabilidad.

Estos años en el liceo fueron significativos para mí, marcando un período de intensa búsqueda de conocimientos en un contexto donde los recursos eran escasos. La semilla de mi vocación docente, plantada inicialmente por Doña Prieta Valerio, se fortaleció durante el bachillerato, definiendo mi carácter y mi compromiso con el respeto y el liderazgo.

Las condiciones para asistir al liceo eran difíciles, con un trayecto de ocho kilómetros de ida y vuelta, a menudo bajo la lluvia, por caminos montañosos sin pavimentar. Muchos compañeros abandonaron debido a estas adversidades, pero unos pocos perseveramos. En aquel contexto decisivo, se presentó una oportunidad que marcaría un antes y un después en mi vida: el anuncio de becas para formarse como maestro en la Escuela Normal Luís Napoleón Núñez Molina. Percibí esto como un momento crucial para seguir mi vocación educativa, considerándolo una señal para avanzar hacia mis aspiraciones pedagógicas. 

Me sentía como una tortuga queriendo crecer pero limitada por su caparazón. Decidí entonces arriesgarlo todo, motivado también por el deseo de superar limitaciones personales. Contacté a la coordinadora de aquel entonces, Doña Argentina Vargas de Muñoz, quien posteriormente se convirtió en directora de la Escuela Normal. Inicié los trámites, recopilé la información requerida y me preparé para el examen de admisión que se llevaría a cabo en Moca. 

Con ilusión y ciertas dudas, dada la competencia, me esforcé en mantener la confianza en mí mismo. Incluso enfrenté el desafío de encontrar ropa adecuada para presentarme en la ciudad, lo que en sí mismo fue una barrera. Finalmente, vestido de manera apropiada, me dirigí a la escuela Andrés Bello para realizar el examen. Pocos días después, superé esta prueba y fui informado de una siguiente fase de selección, lo cual reforzó mi confianza en mis capacidades.

Posteriormente, participamos en tres días de convivencia en la Escuela Normal Luís Napoleón Núñez Molina, donde me esforcé en destacar y aprender de los valiosos profesores presentes. Al final de este periodo, fui seleccionado para estudiar en la institución, marcando el comienzo de mi formación como maestro normal primario.

Durante los dos años en la Escuela Normal, tuve acceso a una rica cultura de lectura y a recursos como la biblioteca. Uno de los momentos más significativos fue cuando nos asignaron leer «Emilio, o De la educación» de Jean-Jacques Rousseau, sugerido por el profesor Abel, un pedagogo y didacta excepcional. Esta experiencia resultó ser reveladora, marcando un punto de inflexión en mi comprensión de la educación y la pedagogía. Aquel primer acercamiento con la filosofía, en un entorno propicio para el estudio y la reflexión, acompañado del silencio de la biblioteca, fue fundamental. El respaldo gubernamental nos proporcionaba excelente alimentación y condiciones ideales para nuestra formación. Mujeres encargadas de la limpieza aseguraban que nuestro único enfoque fuese el aprendizaje. Así, me formé como maestro en la Escuela Normal Luis Napoleón Núñez Molina entre 1973 y 1975, donde maestros significativos dejaron una marca imborrable en mi educación.

Doña Mamina, como cariñosamente llamábamos a la madre administradora Herminia Viuda de Pimentel, fue particularmente influyente. Al notar nuestras maneras aún rústicas, especialmente en la mesa, asumió la tarea de educarnos en urbanidad, transformándonos en jóvenes refinados en el uso de la mesa en tan sólo seis meses. Esta formación en etiqueta se extendía más allá del comedor, cuidando el vestir, el andar, y cómo nos presentábamos en sociedad, complementando así la formación profesional.

Valoro textos fundamentales para mi formación como maestro, tales como «Emilio o De la educación» de Rousseau, entre otros, que no he vuelto a ver. Estos materiales fueron cruciales en mi desarrollo pedagógico, guiado por figuras como Doña Mamina y Don Héctor Tejada, el director. Esta educación formal, rigurosa y exhaustiva, fue esencial para convertirme en el educador que soy hoy.

Con esta sólida base, mi interés en la filosofía comenzó a crecer, alimentado no sólo por «Emilio», sino también por otros libros que tocaban la filosofía de la educación. Mi mente, siempre ambiciosa e imaginativa, se veía constantemente estimulada. Curiosamente, frente a la Escuela Normal se encontraba un seminario de formación para sacerdotes, al cual asistíamos a misa los domingos por la noche. La visión de los seminaristas y el contacto con figuras eclesiásticas como Monseñor Moya, fundador de la Universidad de San Francisco de Macorís, y otros sacerdotes, me impactaban profundamente. Tras graduarme, comencé a trabajar como maestro en Moca, labor que desempeñé por dos años. Esta etapa no sólo marcó el inicio de un nuevo capítulo en mi vida, sino que también profundizó mi interés por la filosofía. El gobierno me asignó un salario inicial de 84 pesos, una cantidad buena para la época, aunque inicialmente debí haber recibido 125. Ese primer cheque es un recuerdo noble para mí.

En mi rol de educador, me esforcé por aplicar la pedagogía adquirida, pese a las limitaciones de recursos en las escuelas rurales donde enseñaba. Con inventiva, transformé el entorno y la escuela en un espacio educativo dinámico, haciendo uso de estrategias creativas para superar la escasez de materiales. Trabajé en comunidades como Santa Rosa, Las Guazumas y Güerito, entre otras, donde dejé una huella importante.

Sin embargo, después de dos años, sentí la necesidad de buscar nuevos horizontes. Mi vinculación previa con el seminario me llevó a considerar una transición hacia el sacerdocio. En el Seminario San Pío X, tras renunciar a mi puesto de maestro, obtuve la oportunidad de enseñar a los seminaristas, lo que me permitió mantener el apoyo económico para mi familia.

Durante mi primer año en el seminario, tuve la fortuna de encontrarme con filósofos y teólogos de la talla de Richard Ben Cosme y Monseñor Roque Adames, cuya profundidad y rigor intelectual me impactaron gratamente. Este encuentro con la filosofía teológica, a pesar de las críticas por ser considerados «filósofos idealistas», marcó un punto valioso en mi desarrollo intelectual.

El respeto y la admiración que sentí por estos pensadores, junto con la enseñanza de la cristología y la interacción con figuras como el padre Díaz, reforzaron mi compromiso con la búsqueda del conocimiento y la profundización en temas filosóficos y teológicos. Después de finalizar mi primer año como seminarista en el liceo de San Pío X, proseguí mi formación en Santo Domingo, en el renombrado Santo Tomás de Aquino. Este cambio representó la continuación de mi incursión en el mundo de la filosofía y la educación, llevándome a un ámbito donde la comunidad de sacerdotes jesuitas se destacaba por su complejidad intelectual, abarcando disciplinas como la cosmología, la epistemología y la antropología.

Entre estos intelectuales, conocí a Jorge Cela, profesor de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, y a Machín, un jesuita cubano y cosmólogo de gran renombre. Ellos, junto con otros, trabajaban en temas que la filosofía intenta explicar: la dinámica del ser y del cosmos, este último actualmente ha experimentado transformaciones que plantean grandes desafíos para la Escuela de Filosofía de la UASD.

Esta problemática, en particular los aspectos axiológicos y éticos, es abordada con notable empeño por los profesores de nuestra Escuela. Me siento genuinamente orgulloso de sus contribuciones en el campo de la ética, la moral y la axiología, que representan un desafío para el director. Su gestión innovadora incluye iniciativas como El Archivo de la Voz, reflejando el compromiso de la Universidad Autónoma de Santo Domingo con la exploración filosófica en áreas tan diversas como la epistemología, la axiología, la filosofía política y social y, especialmente, la ontología.

Mi interés por la ontología, a pesar de los retos que presenta, es una muestra del amplio espectro temático que la UASD está capacitada para abordar, gracias a la presencia de filósofos y estudiantes dotados para indagar en los misterios del universo. Este recorrido académico y personal, iniciado en el seminario, me llevó a cuestionar mis propias aspiraciones y el camino a seguir, incluso considerando seriamente la vocación sacerdotal. La búsqueda de seguridad profesional y el anhelo de reconocimiento mediante certificaciones y títulos tuvieron un peso considerable en la definición de mi rumbo futuro, destacando la complejidad del camino hacia la realización de mis objetivos y aspiraciones. Me encontré en una encrucijada al darme cuenta de que, aunque había completado años de estudio en filosofía en el seminario, este no ofrecía una titulación oficial reconocida por el Ministerio de Educación Superior, entonces conocido como CONES.

Ante esta situación, un grupo de profesores y yo, conscientes de nuestras necesidades académicas y profesionales, decidimos trasladarnos a Santiago. Allí, la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, institución afiliada a la misma iglesia, nos brindó la oportunidad de obtener el título de licenciado en filosofía. Esta decisión nos permitió interactuar con destacados filósofos, como el padre Emilio Brito, un joven metafísico y epistemólogo de la Universidad Jesuita de Lovaina, que enriqueció  nuestra formación.

Posteriormente, al considerar continuar los estudios en filosofía o iniciar una nueva carrera, nos enfrentamos a una discriminación ideológica palpable, especialmente en entornos donde predominaba el materialismo marxista. Esta situación reflejaba un rechazo hacia los que proveníamos del seminario, vistos como adherentes al idealismo filosófico en contraposición a las corrientes materialistas que influían significativamente en la academia y la sociología de la época.

Sin embargo, con el paso del tiempo, la situación se «democratizó» y la rigidez ideológica se suavizó, permitiéndome finalmente ingresar a la Universidad Autónoma de Santo Domingo en 1997. Este período de transición reflejó una apertura creciente hacia la diversidad de enfoques y pensamientos filosóficos, superando la perspectiva marxista que enfatizaba la necesidad no sólo de comprender el mundo, sino de transformarlo. Este principio, sin lograr la ruptura entre idea y materia que se anticipaba, representó un hito en el debate intelectual y filosófico, revirtiendo la mirada crítica hacia Hegel y propiciando un ambiente académico más inclusivo en la Universidad Autónoma y entre los sociólogos y pensadores de la época.

A pesar de la discriminación inicialmente enfrentada, esta interacción con la academia, que nunca se desvinculó de su compromiso ideológico de transformación y modificación del mundo, se convirtió en una experiencia enriquecedora. La imposibilidad de ingresar a la Universidad en los primeros años 80 reflejaba aún las tensiones ideológicas de la época, visibles, incluso, en el aspecto físico y en las actitudes de quienes proveníamos del seminario, asumidos como impregnados de idealismo.

Esta situación cambió gradualmente y hacia 1997, el acceso a la Universidad Autónoma se abrió, permitiendo una mayor diversidad ideológica. Dentro de este contexto más abierto, la figura de Luis Gómez Pérez emerge como catalizador de un cambio trascendental, con la creación de una maestría en educación superior destinada a formar académicos para el Cibao. Este programa, de rigurosa exigencia y amplio alcance, se equiparaba en calidad a los doctorados, subrayando un compromiso con la formación de una sociedad crítica y responsable.

En este marco, la filosofía occidental y el estudio de textos como «La dialéctica de lo concreto», de Karel Kosík, se convirtieron en herramientas esenciales para nuestro desarrollo intelectual, permitiéndonos abordar la complejidad del mundo con una perspectiva crítica y transformadora. Esta fase de mi carrera académica no sólo evidenció una ruptura epistemológica en mi trayectoria personal, sino que también reflejó el compromiso de la Universidad Autónoma de Santo Domingo con promover un pensamiento filosófico que buscase comprender y, al mismo tiempo, transformar la realidad. «La dialéctica de lo concreto» se convirtió en una obra fundamental en este proceso, al proporcionarme las herramientas para reinterpretar y reflexionar sobre el mundo, a partir de un enfoque que me reconectaba con Hegel y Marx, pero desde una nueva perspectiva.

Esta obra, que siempre llevé conmigo hasta perderla recientemente, nunca dejó de ser relevante para mi desarrollo intelectual. Durante la maestría en educación superior iniciada en 1986, tuve la oportunidad de aprender de destacados profesores como Roberto Cassá, en economía; Luis Gómez Pérez, en sociología; y Vanna Ianni, quien reside en Italia. Este programa, pese a enfrentar retos institucionales y demoras en la graduación, fue extraordinariamente enriquecedor, superando en rigurosidad y alcance a muchos doctorados.

La experiencia en esta maestría significó un avance único en mi comprensión del mundo y de la filosofía. Participé en talleres sobre pensamientos y autoorganización, los cuales ampliaron mi visión sobre la filosofía de la complejidad junto al profesor Sotolongo. Este aprendizaje se consolidó como un pilar en mi formación, llevándome a explorar temas de gran actualidad, siempre bajo la guía de «La dialéctica de lo concreto», que se convirtió en mi libro de cabecera, mi catecismo personal, sin caer en el dogmatismo.

Graduado con una maestría en educación superior, con mención en ciencias sociales, este logro académico preparó el terreno para mi futura contribución como académico en la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Este título, equivalente en contenido y exigencia a un doctorado, me permitió defender con éxito mi posición en un concurso, demostrando la validez de mi formación a pesar de las exigencias institucionales de aquel momento.

Finalmente, mi experiencia demuestra la importancia de mantener la integridad y el respeto institucional dentro de la UASD, enfrentando los desafíos con argumentos válidos que garanticen la supervivencia y la relevancia de esta academia, más antigua que la República Dominicana misma. Este compromiso con la excelencia y la innovación en la educación superior es crucial para el avance de la sociedad dominicana y el desarrollo de futuras generaciones de pensadores críticos. He sido testigo y parte activa de este esfuerzo, bajo el liderazgo de destacadas figuras como Eulogio Silverio, quien ha realizado una labor excepcional. Personalmente, estoy decidido a continuar contribuyendo con esta causa, sin contemplar la jubilación, porque creo firmemente en este compromiso.

La Universidad Autónoma de Santo Domingo ofrece espacios de participación y convoca a sus académicos a fortalecer la institucionalidad, algo crucial en un contexto donde la corrupción es una preocupación general, aunque menos presente en nuestra institución. Me enorgullece ser parte de este cuerpo académico y trabajar en la defensa y la promoción de nuestra universidad. La Escuela de Filosofía, en particular, realiza un trabajo formidable, educando y desafiando la superficialidad y los mitos prevalentes en nuestra sociedad, a través del pensamiento crítico.

Enfrentamos el desafío de contrarrestar el conocimiento superficial y erróneo, frecuentemente propagado como verdad absoluta en las redes sociales y otros medios. Este esfuerzo requiere de nosotros como académica, promoviendo un enfoque correcto y una comprensión más acabada de la realidad. A través de mi enseñanza, busco construir sobre los principios de democracia y diversidad, inspirados por la naturaleza, para formar una sociedad más justa e inclusiva.

La maestría en educación superior no sólo enriqueció mi perspectiva académica y profesional, sino que también influyó en mi concepción religiosa, llevándome hacia una fe y una práctica más comprometida y consciente. Como católico practicante, encuentro en mi fe una fortaleza personal que se complementa con mis aspiraciones filosóficas de comprensión y significado. Este enfoque integrado me facilita abordar abiertamente la educación y la religión, permitiéndome contribuir a la solución de desafíos sociales y promover valores como la solidaridad, alineando nuestras acciones con nuestras convicciones sociales. Este análisis se extendió a una parroquia local, donde exploramos la coherencia entre el discurso de solidaridad y su práctica efectiva. Observamos que, a pesar de las dificultades económicas y sociales, un número amplio de la comunidad practicaba la solidaridad, aunque no siempre se evidenciaba una coherencia plena entre lo proclamado y lo actuado.

La investigación se amplió a un estudio con políticos en Santiago, revelando una desconexión alarmante entre el discurso y la acción, un fenómeno que no se limita a un contexto, sino que se ve en diversas sociedades. Por ejemplo, una exploración del comportamiento cívico en La Habana contrastó fuertemente con los hallazgos en Santiago, donde las normas de educación vial y respeto por el prójimo no se cumplían con la misma rigurosidad.

Este problema de coherencia entre el discurso y la práctica también se abordó en el contexto eclesiástico, donde se evaluó la contribución de las iglesias al orden social y a la solidaridad comunitaria. A pesar de las situaciones identificadas, mi compromiso con promover el cambio social de manera evolutiva y conservadora permanece intacto, sin que ello interfiera con mi sistema de creencias.

Frente a la percepción común de que la filosofía promueve el ateísmo o está en conflicto con la fe religiosa, sostengo que mi experiencia personal y profesional refuta tal presupuesto. En mi experiencia, la filosofía ha profundizado mi comprensión y vivencia de la fe, demostrando que es posible una coexistencia armónica entre la razón y la creencia religiosa. Esta simbiosis contribuye ampliamente al desarrollo de una sociedad más equitativa y reflexiva. Mis clases en la universidad, ya sean presenciales o virtuales, se han convertido en verdaderos laboratorios de ciencia del pensamiento y de democracia, espacios fascinantes donde se populariza la filosofía y se promueve un pensamiento crítico.

El esfuerzo del maestro Silverio por democratizar la filosofía, llevándola a todos los rincones y fomentando un entorno donde conviven las ideas conservadoras de la religión con las avanzadas de la filosofía, es ejemplar. He logrado combinar, al estilo de Santo Tomás de Aquino, razón y fe, manteniendo la distinción entre los diferentes criterios de verdad que rigen la religión, la ciencia y la filosofía, pero sin generar conflictos o frustraciones internas. Respeto las distintas maneras de entender el mundo, participando activamente desde mi esfera en el intento de comprenderlo, interpretarlo y transformarlo.

La fe también ocupa un lugar importante en mi vida. La iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, en Moca, por ejemplo, ha sido un refugio en momentos de angustia y soledad. Es en este lugar donde encuentro consuelo y fortaleza para continuar mi labor científica y filosófica. Mi práctica religiosa y mi dedicación a la filosofía no son esferas separadas, sino partes de un todo que enriquece mi vida y mi comprensión del mundo.

En mi trayectoria, he tenido que «consumir» filosofía, no sólo para vivir de ella vía la enseñanza, sino para enriquecer mi propio entendimiento de la vida. Mi profunda inmersión en el pensamiento de Aristóteles, entre otros, ha sido crucial en mi desarrollo personal y profesional. Me ha permitido ver la filosofía no sólo como un campo de estudio, sino como una forma de vida. Esta experiencia me ha llevado a reflexionar sobre la posibilidad de dedicar más tiempo a la filosofía académica y a la posibilidad de publicar uno o dos textos adicionales en este sentido, más allá de los materiales didácticos que ya he organizado y utilizado en mis clases, como mi texto de introducción a la filosofía y el de valores y civismo, «Cultura y Civismo» que, lamentablemente, están agotados.

Durante mi extensa carrera como profesor de filosofía en la Universidad Tecnológica de Santiago, donde serví por cerca de 40 años, participé en la redacción de estos libros bajo la dirección del Departamento de Filosofía, impulsado por la necesidad de incluir esta materia en todas las universidades. A pesar de los planes para una tercera edición, el fallecimiento de Don Príamo Rodríguez Castillo durante la pandemia detuvo este proyecto.

Aunque he contribuido al campo de la filosofía y la sociología, me considero, ante todo, un filósofo. He absorbido los conocimientos de grandes pensadores para nutrir mi enseñanza y mi comprensión del mundo. Nacido en una región fronteriza y habiéndome desarrollado en disciplinas que también exploran fronteras, como la sociología y la filosofía, lo que me posiciona de manera única para hablar sobre las complejidades de las relaciones entre República Dominicana y Haití.

Considero que ambos países tienen identidades bien definidas, con diferencias culturales, históricas y tradiciones marcadas. No temo una fusión, ni creo que exista una base lógica para tal preocupación. El Estado dominicano, al igual que Haití, tiene la obligación de proteger sus fronteras y ciudadanos. Confío en la capacidad del liderazgo político dominicano, a pesar de sus defectos, para defender la integridad del territorio y mantener la soberanía nacional, como ha sucedido a lo largo de la historia reciente. Esta confianza en la preservación de la integridad territorial y la defensa de la soberanía es vital para el futuro de las relaciones entre República Dominicana y Haití. Históricamente, el territorio dominicano ha experimentado cambios en su extensión, pero es fundamental mantener una postura de solidaridad respetuosa de nuestro suelo. Mi optimismo sobre el destino de la sociedad dominicana nunca ha sido tan fuerte, basado en mi experiencia de vida y en la observación de un liderazgo comprometido con diversos sectores de la sociedad.

La República Dominicana ha contado con el apoyo internacional en momentos cruciales y es esencial aprender a vivir la solidaridad cuidando la soberanía. No temo por el futuro incierto que algunos presienten para la nación; al contrario, veo con optimismo el porvenir. Este optimismo se sustenta en la existencia de un liderazgo social, religioso, político y empresarial comprometido con el bienestar del país.

A pesar de los ataques hacia la democracia actual y el desencanto que puede generar un liderazgo político corrupto, la participación en las elecciones es una manifestación de confianza en el sistema democrático. Comparando la situación de República Dominicana con la de otros países en la región, valoro aún más nuestra estabilidad y compromiso con la protección de nuestra sociedad y territorio.

La solidaridad internacional es vital y debemos apoyar las decisiones del gobierno en la gestión de las relaciones con Haití, siempre desde una perspectiva humanitaria y entendiendo las complejidades históricas de ambos países. La inteligencia, el coraje y el valor del liderazgo político dominicano son fundamentales para defender los logros alcanzados hasta ahora.

La filosofía, como aliada de la democracia, legítima el análisis y la discusión sobre el sistema político dominicano y las relaciones entre República Dominicana y Haití. Los filósofos tienen el deber de encarar estos temas, contribuyendo al debate público y a la comprensión de los desafíos que enfrentamos como sociedad. Esta participación fortalece el discurso democrático y destaca la importancia de la filosofía en la contemplación de temas actuales para el país y la región. En relación con las acciones que el Estado dominicano podría emprender para promover la filosofía y así reforzar la democracia, hay mucho que se puede hacer. La filosofía puede jugar un rol determinante en el análisis de estos asuntos fronterizos complejos, como el caso de Haití y República Dominicana, que históricamente han presentado luchas en términos de convivencia y gestión de recursos compartidos.

La investigación científica, respaldada por la filosofía, es esencial para entender y abordar los problemas que viven las comunidades fronterizas. En este contexto, podría ser beneficioso para el Estado dominicano considerar la creación de un ministerio específico que se enfoque en eso, dada la delicadeza de esta área geográfica.

La Universidad Autónoma de Santo Domingo tiene un papel fundamental que desempeñar en el estudio de esta problemática, proporcionando apoyo al gobierno en la formulación de políticas y estrategias para mejorar las condiciones de vida en dichas zonas. Esto podría incluir proyectos que aumenten la densidad poblacional dominicana en esas áreas, mejorando así la calidad de vida y asegurando la integridad territorial del país.

Es casi obligatorio que tanto el Estado como la Universidad trabajen juntos en el desarrollo de proyectos visibles que resuelvan estas cuestiones, como podría ser un programa integral en Jimaní y otras zonas de la frontera. La UASD, como líder entre las instituciones públicas, está posicionada de manera única para investigar y formular soluciones a desafíos críticos, influyendo positivamente en el bienestar y la estabilidad de la población y el territorio dominicano. 

Las irregularidades de las migraciones y el manejo de los recursos naturales en esas comunidades demandan una filosofía que, mediante el pensamiento crítico, contribuya a la democracia. Esta interacción con la democracia sugiere que el Estado dominicano podría intensificar su apoyo a la filosofía para reforzar las bases de nuestra sociedad. La filosofía tiene el potencial de profundizar en la comprensión de los temas fronterizos, estimulando una convivencia más armoniosa entre las poblaciones que comparten espacios.

La Universidad Autónoma de Santo Domingo podría liderar estudios que esclarezcan estas problemáticas, proponiendo soluciones que mejoren las condiciones de vida en la frontera, asegurando la permanencia de la población dominicana y manteniendo la integridad territorial. Este esfuerzo conjunto entre el Estado y la UASD es imprescindible para fortalecer la democracia y fomentar el respeto por la diversidad, la inclusión y la convivencia pacífica. Estos son pilares primordiales para el desarrollo sostenible de la República Dominicana y su cohesión social.

Despedida

Nos sentimos orgullosos de contar con la participación de individuos con la misma formación y compromiso que usted, que han aportado grandemente a nuestro entendimiento colectivo. Es esencial involucrarlo más en nuestras iniciativas, especialmente en la contribución a «La Barca de Teseo», la revista de la Escuela de Filosofía. Esta publicación es un vehículo maravilloso para la difusión del pensamiento filosófico y debe ser reforzada para asegurar su permanencia y relevancia más allá de cualquier gestión administrativa.

Además, en 2025, tenemos planificado el sexto Congreso Dominicano de Filosofía, que se centrará en la filosofía expresada en español, explorando las contribuciones de la filosofía en la República Dominicana y, más específicamente, la filosofía dominicana. Su participación en este evento sería invaluable, dada su experiencia y conocimiento profundo en estos campos.

Estamos agradecidos por su constante disposición y apoyo a nuestras actividades y proyectos. Santiago ha sido como un segundo hogar para nosotros desde 2006 y recordamos con aprecio las veces anteriores que vinimos, incluyendo cuando sustituimos al profesor Darío, quien fue director en su momento. Su colaboración y presencia enriquecen nuestra comunidad académica y contribuyen al avance de la filosofía en nuestra sociedad.