Dustin Muñoz*
La reflexión en torno a la unidad y la variedad como factores estéticos, inherentes entre sí, nos sitúa en la espina dorsal en la composición de la obra de arte. Son inherentes, porque la existencia de uno, en este contexto, deja implícito el otro. Nos invita a suponerlo, aún en el caso extremo de que un artista, por razones de contenido temático, prefiera sacrificar uno de ellos, corriendo el riesgo de anular el goce estético, por favorecer la argumentación o fabulación.
Reconocemos estos factores como espina dorsal de la composición, porque en ellos se sostiene todo el aval compositivo, y porque en la justa distribución de la variedad dentro de la unidad encontramos el equilibrio de la obra.
En el caso de que los hechos presenten sólo uno de estos dos factores, o una injusta distribución de ellos, el espectador, con el rechazo, al aceptarlo como una condición de lo bello, dejará demostrado que el factor faltante, o la adecuada distribución, es necesaria para sentirse atraído por la obra de arte.
Estos factores se nos presentan en la obra como un juego de «acto y potencia». De acto, porque contiene estructuras palpables que evidencian una valoración estético-emocional determinada. De potencia, porque podría modificar el acto, al distribuir nuevamente en el mismo espacio, los elementos que contiene la obra. De manera que, a nivel de pensamiento existe siempre como potencia uno de estos dos factores, que le permite al creador el juego de alejarse y acercarse a la composición deseada, donde la obra puede presentar la preponderancia exagerada de uno con relación al otro, y siempre con relación con otro, para la adquisición aceptable que provoque el goce estético.
La eterna posibilidad de que uno de estos dos factores deje de existir como tal, es pasando a ser el otro; por tanto, no hay «unidad» tan absoluta que no implique, aunque sea de manera conceptual, la «variedad»; ni «variedad» tan absoluta que no implique, de igual modo, la «unidad». En este orden de ideas, un mismo objeto puede ser «unidad» en un contexto, y «variedad» en otro; pues el objeto en su esencia contiene los dos factores. Ejemplo: una mata de eucalipto, dentro de un grupo de matas de su mismo género, especie y variedad, en las mismas condiciones de ellas, mantiene unidad en el colorido, la forma, el tamaño, la situación, etc., diferente a que esa misma mata de eucalipto esté dentro de un conjunto de matas de amapola; pues en este caso ella será variedad dentro del conjunto de amapola.
El individuo, sea artista o espectador, verá siempre en la obra de arte nuevas posibilidades, que la constituyen como un ente generador de nuevos significados, propios para cada sujeto. Estos significados están relacionados con la formación del artista o del espectador sobre el tema tratado en la obra de arte, en lo que concierne a la fabulación; pero también en la composición respecto a los valores estético-emocionales y su distribución.
La obra de arte pasa a ser una nueva realidad, que como la naturaleza y otras entidades que puedan existir en orden, posee unidad y variedad, pudiendo resultar monótona, por una cantidad excesiva de unidad, o caótica, porque sobrepasa en variedad. Sólo aparecerá de manera armónica cuando se conjugue equilibradamente la variada
La armonía como mediación entre lo monótono y lo caótico, es la forma en la que el espectador sentirá goce estético, al igual que el artista.
Lo precedente no implica que el disfrute estético provocado ya por la obra no tenga otra posibilidad para ofrecer un nuevo deleite, sino que en ella hay tantas posibilidades como las hay en la naturaleza, pues siempre quedará el escape que le permite al espectador sugerir, y al artista crear nuevas formas. Así queda siempre la apertura para ofrecer nuevas soluciones e interpretaciones como respuesta de avance al interrogante que deja la presencia de lo general en el mundo particular que es la obra de arte.
El hombre da nuevas soluciones e interpretaciones acorde con su tiempo, su ambiente y su formación, diferente a la condición en que fue creada la obra de arte. Es sabido, que aun el artista, creador de la obra, no puede justificar la dimensión que ella abarca, en tanto que está llamada a trascenderlo y adueñarse de significaciones jamás soñadas por este.