Por: Luis A. Ulloa

El centro de todo el pensamiento filosófico de Eugenio María de Hostos lo constituye la moral, si bien supo abordar una gama amplia de cuestiones (lógica, teoría del conocimiento, teoría literaria, filosofía social, etc.). En lo ético, parece que estuvo siempre la preocupación móvil; pero, sobre todo, desde el punto de vista del contenido, la temática ostenta en él la primacía en la medida en que, a su juicio, la esencia de lo humano son el deber y el derecho.

La filosofía moral hostosiana es un auténtico racionalismo ético, si por tal se entiende la asunción de un vínculo óntico indisoluble entre razón y moral. En Hostos, ambos conceptos están referidos a una categoría superior: conciencia. La moral dimana de la conciencia, esto es, «el conocimiento del ser por el ser mismo, la más alta propiedad de la naturaleza humana, suprema guía y único poder capaz de gobernarla». En otra definición, «la conciencia es el órgano supremo de la personalidad humana, en la cual se reúnen, como órganos subalternos, todos los organismos inmateriales de la naturaleza humana».

En la conciencia reside nuestra autonomía, nuestro libre albedrío, nuestra libertad. Por tanto, la conciencia es, en definitiva, conciencia moral. El deber resulta, así, un imperativo, ley de la conciencia: «obligación libremente impuesta a sí mismo o contraída por el hombre, sumisión de la conciencia a las leyes y principios, preceptos y reglas, mandatos y ordenanzas de la naturaleza en cualquiera de sus manifestaciones y en cualesquiera fines y propósitos de la vida».

En cuanto al derecho, se fundamenta en el cumplimiento del deber por cada cual: «El derecho de otro es deber nuestro y el derecho nuestro es deber de otro». La convivencia humana se funda en un juego razonable de conciencias…

Por razón entiende Hostos el pensamiento en general, la capacidad de pensar. Nótese que la distingue de la conciencia en cuanto tal: no es la conciencia misma, sino que está subordinada a ella.

Significa que forma parte de ella, en tanto «órgano subalterno inmaterial de la naturaleza humana».

Ahora bien, el papel de la razón (que en Hostos incluye cuatro operaciones: intuición, deducción, inducción y sistematización) es producir conocimiento, no producir moral. «Si la razón no estuviera subordinada a la conciencia, bastaría que la razón, especulando así, sola, declarara justo, honesto, bueno, un acto, un hecho, para que esta serie de hechos fuesen buenos; pero como la razón está subordinada a la conciencia, y ésta es la que declara el bien o el mal, la razón se limita a declarar la realidad y la verdad de las ideas morales».

Esta función «limitada» que Hostos atribuye a la razón, la de juzgar el valor de verdad de los juicios morales, revela en el pensador puertorriqueño, sin embargo, su racionalismo ético: lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto, lo justo y lo injusto, la honestidad y la deshonestidad, etc. son reducibles a verdad y falsedad… por la razón.

Por esto, el desarrollo de la conciencia en general «equivale al desarrollo de la razón». Pues, ¿cómo podría haber conciencia del deber y del derecho sin conocimiento? «El fundamento de los deberes que la moral impone está en el conocimiento de las relaciones que ligan al hombre con la naturaleza; el conocimiento de los deberes sociales se funda en el conocimiento de las relaciones del individuo con la sociedad».

Como en Platón, podrá seguirse de ello que el mal y el bien son funciones directas del conocimiento y de la ignorancia.

La sociedad civilizada es una sociedad racionalmente desarrollada y, por tanto, desarrollada en su conciencia. Como Kant, Hostos también vio a la humanidad superar su culpable minoría de edad que la privaba de su racionalidad plena. Esta civilización es, según Eugenio María de Hostos, posible hoy, ya que «el hombre es ya adulto de razón, y hasta se puede considerar adulto de conciencia». Por tanto, moralmente adulto.

No significa que hayamos arribado, en los hechos, a un estadio moralmente superior. Hoy, se quejaba el pensador, el contraste «entre el progreso material y el progreso moral es tan manifiesto, que tiene motivos la razón para dudar de la civilización contemporánea».

Cien años después de la partida física del ilustre antillano, el «ajuste» de la civilización material con la civilización moral (o simplemente civilización) sigue como la principal ocupación de los hombres y mujeres justos.

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