Muy buenos días, me complace saludar a nuestra distinguida mesa principal, a mis compañeros, Dr. Roberto Marte, Director de UASD-Recinto San Francisco, al maestro Alejandro Arvelo y a nuestro querido director Eulogio Silverio, con quien hemos compartido muchos momentos en Santiago, y al Maestro Pedro Abreu, quien hace mucho tiempo me enamoró de la filosofía.
Quiero también agradecer la presencia de los maestros y maestras amigos quienes siempre aceptan nuestras invitaciones y están aquí hoy con sus estudiantes. Saludo también a los estudiantes comprometidos y conscientes, quienes siempre están pendientes de actividades, como esta que contribuyen a su formación.
Apreciamos la presencia de todos los que nos acompañan hoy. Como decía Pablo Milanés sobre Cuba y Puerto Rico, Filosofía y Letras, son alas del mismo pájaro. A pesar de los desafíos presentados por la pandemia, gracias a Dios ya se vislumbra una nueva apertura para la carrera de Filosofía y Letras. Nos complace saber que se volverán a ofrecer materias en estas carreras tradicionales.
Nos complace estar aquí hoy, especialmente porque cada año se organiza este evento. Como le decía a Pedro, el próximo año planeamos hacerlo aún más grande, invitando a más escuelas, porque la filosofía es inherente a nosotros, los seres humanos.
Pero no estoy aquí para dar un discurso, sino para compartir con ustedes algo especial. Voy a hablar sobre Pedro, sobre su madre, sobre Salomé Ureña, que escribió un poema a su Pedro, como presagiando el gran intelectual que sería su hijo.
Mi Pedro
Dedicado a su hijo «Pedro Henriquez Ureña»
Mi Pedro no es soldado; no ambiciona
de César ni de Alejandro los laureles;
si a sus sienes aguarda una corona,
la hallará del estudio en los vergeles.
¡Si lo vierais jugar! Tienen sus juegos
algo de serio que a pesar inclina.
Nunca la guerra le inspiró sus juegos:
la fuerza del progreso lo domina.
Hijo del siglo, para el bien creado,
la fiebre de la vida lo sacude;
busca la luz, como el insecto alado,
y en sus fulgores a inundarse acude.
Amante de la Patria, y entusiasta,
el escudo conoce, en él se huelga,
y de una caña, que transforma en asta,
el cruzado pendón trémulo cuelga.
Así es mi Pedro, generoso y bueno,
todo lo grande le merece culto;
entre el ruido del mundo irá sereno,
que lleva de virtud germen oculto.
Cuando sacude su infantil cabeza
el pensamiento que le infunde brío,
estalla en bendiciones mi terneza
y digo al porvenir: ¡Te lo confío!