Como expresión de su forma de vida, se conoce poco hoy día sobre el pensamiento filosófico de Juan Francisco Sánchez. No se sabe mucho acerca de su crítica filosófica, sus ideas sobre el mundo y la vida, y por qué se manifestó de esa manera en términos generales. Es por eso que su obra a menudo es desconocida o ignorada, y cuando se ha hablado de él, se ha limitado su actividad intelectual a la labor de exégesis filosófica o exclusivamente a la de pedagogo e investigador universitario. Aquellos que así se han pronunciado solo han enunciado una verdad a medias, ya que han ignorado los aportes filosóficos e historiográficos más importantes y significativos de su obra.

Juan Francisco Sánchez nació en la ciudad de Santo Domingo el 17 de diciembre de 1902 y murió en la misma ciudad el 4 de octubre de 1973. Era hijo de Juan Francisco Sánchez Peña, militar, político y masón, cuyo padre fue el patricio Francisco Del Rosario Sánchez, y de Emilia Mercedes Sánchez. Pero, ¿qué dijo Sánchez y qué hace interesante el estudio de su pensamiento?

El quehacer filosófico de Sánchez está muy unido al desenvolvimiento de su vida como masón y profesor universitario. Entre los filósofos que surgieron a raíz de la Reforma Universitaria de 1937, y de lo que en virtud de ésta se denominó «Movimiento Filosófico Dominicano», ocupa un lugar muy destacado.

Desde su juventud, y ya habiendo obtenido el título de bachiller en Ciencias Naturales, Sánchez se interesó por cuenta propia en el estudio de la Teosofía y la creación musical y literaria. Así, antes de darse a conocer como filósofo, se presentó como poeta y talentoso intérprete y compositor. Años más tarde, el 19 de octubre de 1932, por inclinación y tradición familiar, se inició como Masón en la Logia Cuna de América.

Los estudios teosóficos son los que, al parecer, despertaron en Sánchez profundas inclinaciones hacia la masonería. Estas inquietudes también lo llevaron, años después, a elegir Filosofía como carrera y a dirigir su atención hacia el estudio de corrientes filosóficas occidentales, así como de diversas doctrinas filosóficas religiosas emparentadas con la filosofía vedanta y las ciencias esotéricas.

No se ha podido determinar con precisión cuándo ingresó Sánchez a la Facultad de Filosofía. No se sabe si fue durante el régimen de los «Estudios Libres» o después de la Reforma Universitaria de 1937. Lo más probable es que haya sido a partir de ese año, ya que en 1943, establecido el plan de los «Estudios Enciclopédicos», aparece como monitor en dicha Facultad. A mediados de la década de los 40, obtiene el título de Licenciado en Filosofía. Sin embargo, en 1936, a los 34 años de edad, mientras se dedicaba a los estudios de la filosofía masónica, dio a conocer «Ideas y Comentarios», obra en la que expone de manera asistemática y fragmentaria las ideas que sustentan la matriz de su orientación metafísico-filosófica.

Como podemos observar, el quehacer intelectual de Sánchez se inició durante los primeros años de la década de los 30, cuando, a raíz del ascenso de Trujillo al poder del Estado, se efectuó un proceso de reorganización político-social que, en términos ideológicos, tuvo una profunda incidencia en el marco de todo lo que representaba en ese espacio histórico la cultura. Mientras se reprimían y desarticulaban ideas, sentimientos y valores, surgían otras ideas y valores en esta incipiente formación cultural, que buscaban de manera extremadamente impositiva la homogeneidad y el consenso ideológico. Una vez instaurado el nuevo régimen, se perfiló su carácter despótico. De este modo se configuró lo que vendría a ser en su esencia el espíritu de la Era.

Dentro del marco de esta formación cultural, además del espectáculo y la radio, dos instituciones jugarían un papel estelar: la Iglesia y la Escuela, siendo esta última doblegada por la ideología del dictador. La enseñanza, en sus más diversos niveles y modalidades, sería forzada a actuar en íntima vinculación y al servicio de la praxis ideológica tan sistemática que le iría imprimiendo el Estado trujillista. Este paternalismo tiránico orientaba y dirigía la educación y la cultura como estrategia política de producción de valores, como base de sustentación ideológica destinada a fortalecer y consolidar el régimen instituido. A pesar de que Sánchez llegó a sentir su vida y la de su familia conminada, no se sometió en su totalidad al desideratum del déspota. Si bien se vio compelido, se limitó a enseñar algunos de sus aspectos positivos en lugar de exaltar y justificar, como muchos intelectuales de su época, la personalidad y las acciones del dictador. Su filosofía fue más bien un acto de sutil rebeldía contra el régimen implantado y las condiciones epocales externas a su contexto. Estas condiciones fueron suficientes para que su sensibilidad quedara afectada, sobrecogida y, en rigor, en su retraimiento, se dedicara a la divulgación de ideales éticos y filosóficos.

En su búsqueda teosófica-filosófica, Sánchez se caracteriza por el infinito y específico valor espiritual que supone en la naturaleza humana. Su afán por una cultura íntegra y el ardor religioso de que la virtud se sobreponga a toda actitud meramente cognoscitiva, crea en él nobleza de espíritu y cierto desprecio hacia la vida terrenal y los fanatismos políticos y religiosos.

En 1932, el presidente Trujillo hizo un llamado oficial a Pedro Henríquez Ureña con la finalidad de organizar la educación superior, y al llegar, lo nombró Superintendente General de Enseñanza. Convencido de la función que debe desempeñar la filosofía en toda cultura, nuestro ilustre filólogo y humanista se propuso restablecer la enseñanza superior de su letargo. Con tal propósito, creó la Facultad Libre de Filosofía y Letras, cuyas labores iniciaron el 18 de febrero de 1932. Sin embargo, el enfrentamiento entre los ideales humanistas de Pedro Henríquez Ureña y las perversas pretensiones de Trujillo no se hizo esperar, y ese mismo año, de manera inesperada y forzosa, Pedro Henríquez Ureña tuvo que abandonar el país.

Según Don Armando Cordero, esta Facultad Libre de Filosofía de la Universidad de Santo Domingo (USD) no logró una larga vida. No obstante, la simiente lanzada no cayó en tierra estéril. En 1937, con el Lic. Julio Ortega Frier a la cabeza, y luego, en junio de 1938, en ocasión de un nuevo ciclo de actividades culturales iniciadas en el Ateneo Dominicano, comenzó a funcionar la Facultad de Filosofía promovida por Henríquez Ureña y continuada por Fabio A. Mota y Carlos Sánchez y Sánchez, además de actuar como profesores Andrés Avelino, Pedro Troncoso Sánchez, Oscar Robles Toledano, Virgilio Díaz Ordóñez, Manuel A. Amiama, Francisco Prats-Ramírez y Aquiles Nimer, la mayoría de ellos masones. A este grupo de profesores se integró Juan Francisco Sánchez a finales de la década del 30.

Es importante destacar también la brillante labor que, simultáneamente con otros intelectuales emigrados, desarrolló Hain López Penha al ocupar la tribuna de «Acción Cultural» para ofrecer conferencias acerca de Don José Ortega y Gasset y los nuevos grandes libros. Educado en Alemania mientras estaba regida la conciencia filosófica de este gran país por las orientaciones que fijaban las Escuelas de Marburgo y de Badén, López-Penha desarrolló una labor de importancia básica para la cultura dominicana. En su calidad de Gran Comendador del Supremo Consejo del Grado 33 de la masonería dominicana, puso también a disposición de la juventud la «Biblioteca Lumen», ya nutrida con parte de las traducciones hechas por la «Revista de Occidente», publicación que trajo al país las corrientes filosóficas del historicismo germánico, la fenomenología, el neokantismo, el intuicionismo, el existencialismo y otras corrientes filosóficas de moda de esa época. Desde entonces comenzaron a circular en nuestro medio las obras del Conde Herman de Keyserling, del Barón J. Uexkull, Spengler, Ortega, Scheler, Messer, Russell, Kant, Brentano, Husserl, Freud, Jung y otros (2) no menos notables.

De este proceso, en consecuencia, se reafirma la Facultad de Filosofía como órgano de Enseñanza Superior destinado a la propagación de la cultura y al fomento de la investigación científica y los estudios enciclopédicos, ateniéndose al principio aristotélico que concibe la filosofía como saber racional, científico y teorético al que se puede aspirar.

Los orígenes del movimiento filosófico del cual forma parte Juan Francisco Sánchez, así como este destacado número de académicos y masones, tienen su base en ese acontecimiento político-académico y cultural; pues establecida la Facultad de Filosofía, esta supone el fundamento institucional para la Enseñanza Superior, la difusión de la cultura y el quehacer filosófico.

Hacia 1940, el auge de los estudios filosóficos se concentra en la USD. La creación de la Facultad de Filosofía es donde se concretiza este hecho. No obstante, la esencia de su conformación orgánica no la deja expedita a la influencia de todas las corrientes filosóficas de la época, ya que la política cultural del régimen interactúa como estructura de acción y control social que busca sobremanera la identidad y la homogeneidad de criterios como estrategia ideológica totalitaria que persigue reducirlo todo a una unidad autocrática en donde lo racional es personalizado y concebido como fundamento y condición de la cultura. En los Anales de la Universidad y su Revista de Filosofía se publicarán trabajos de catedráticos y estudiantes inquietos en el estudio de diversas disciplinas filosóficas. A este hecho contribuyeron los intelectuales emigrados de la Guerra Civil Española, llegados en esa época. Entre ellos figuran Fernando Sainz, Luis Llorens Torres, José Almoina, Segundo Serrano Porcela, Malaquías Gil (quien ha echado raíces entre nosotros). Un fenómeno parecido sucedía en distintos círculos y aulas universitarias de países latinoamericanos con Gaos, Xirau, García Bacca, Ferrater Mora y otros. Esta incidencia migratoria enmarcó a la Universidad en la atmósfera de otros ambientes más desarrollados, constituyéndose en Centro Superior en donde se estudiaban diversas corrientes filosóficas (3).

Hasta la fecha, no se había situado nuestro país, con excepción de Antonio Sánchez Valverde, a nivel de la crítica filosófica. A dominicanos como Andrés Avelino y Juan Fco. Sánchez, entre otros, no sólo les debemos este hecho, sino también, el habernos puesto en su época al tanto de lo que en materia de filosofía sucedía en otras tierras.

El empirismo de Russell, el marxismo, el existencialismo de Sartre, el psicoanálisis de Freud y toda la tradición positivista y científica occidental y su técnica son en Sánchez objeto de estudio y de crítica.

Bien entrada la década del 40, su pasión y empeño en el estudio de la cultura filosófica oriental y occidental le destacan como fino y riguroso ensayista. Con entusiasmo, se adscribe al movimiento filosófico de la época. Manuel Valldepares, Contín Aybar y Don Armando Cordero así lo juzgan. Señorean en Sánchez, nos dicen, profundidad, belleza y precisión analítica. Seguro de la filosofía en su búsqueda constante, en su actitud de curiosidad y asombro, reclama ansiosa nuevos horizontes. No podría ella desarrollarse a plenitud sin las gravitaciones que ejercen la crítica bien conducida y el rigor en sus juicios.

Más ilustrado que crítico, Sánchez, durante esta misma década, se destaca por el rigor metódico de los trabajos que da a la publicidad. Para estos años, da a conocer a través de Cuadernos Dominicanos de Cultura y Revista Dominicana de Filosofía los siguientes ensayos: «Estructura y Esencia de la Historia» (1943), «¿Libertad o Determinismo?» (1946), «En torno al problema de las Categorías» (1946), «Las Enseñanzas de Krishnamurti» (1948), «Sí y no a Sartre» (1949), «Los Tres Cuerpos y la Liberación» (¿?), «Un Mundo en Crisis» (1950) y otros.

En estos años, al dedicarse al estudio y a la crítica de la filosofía existencialista, se interesa por la hermenéutica filosófica de Heidegger, al tiempo que rechaza rotundamente el epifenomenismo ontológico de Sartre. Su concepción de la metafísica, contraria a la de este, es una metafísica del optimismo. Pues, le resulta cruel y hasta repugnante su ateísmo, lo mismo que su teoría de la libertad absoluta y de la responsabilidad humana. La ontología sartreana entraña no más que un conjunto de absurdos y de contradicciones. Siendo lo que le critica fundamentalmente, -y lo cual no le perdona- el hecho de concebir la muerte como aniquilación total, crítica que constituye la mayor impugnación que sobre la inmortalidad del alma se haya hecho. Sugiere, en cambio, una filosofía práctica e intuitiva, que supere y trascienda toda especulación puramente racional. De aquí que proponga el predominio del método analógico por encima del método matemático, lo cual hace que su empeño se enarbole en aras de un misticismo teosófico que no sólo busca profundizar en los problemas éticos, históricos y estéticos de la existencia humana, sino en la aprehensión del verdadero ser.

La ‘alerta pasividad’ es la filosofía práctica que desde sus primeros escritos ya alude Sánchez. Pues su propuesta está encaminada a operar en el mundo de la eticidad, no sólo para liberar al espíritu del «yo personal», que le esclaviza, sino también para establecer un nuevo orden de vida destinado a combatir lo que él entiende que son las principales características que denuncian la crisis cultural y espiritual del hombre contemporáneo.

Establecidos determinados valores a consecuencia de la confusión y la búsqueda de lo novedoso, y dada la negatividad de nuestra conciencia moral en cuanto fija un deber-ser sin que se pueda manifestar la acción pura o verdadera acción, es así como, teniendo en cuenta esta condición humana, surge la posibilidad de esta acción pura y, por ende, de que gravite la misión asaz difícil de proporcionar al hombre una sabiduría identificable con una filosofía práctica que tanto es menester al hombre de hoy. De aquí su ‘filosofía de la vigilancia creadora’, la cual no solo resulta ser una integración original de la filosofía de Krishnamurti, Jinarajadasa y del vedantismo místico-filosófico oriental, sino también del misticismo y la filosofía occidental, especialmente del misticismo de San Juan De la Cruz. Así, integra su eclecticismo mediante la selección de un conjunto de doctrinas y filosofías a la luz de una visión propia y de un principio superior que, en su filosofía, da nuevo significado a los elementos que intervienen en la conciliación (4).

Ahora, como siempre, nos dice, es obvio que el camino de la sabiduría comienza por el autoconocimiento, más allá de la subjetividad psicológica y más acá de la subjetividad ilusoria de la construcción intelectual especulativa. La verdadera ciencia del hombre, que abarca y desdobla a la vez a la antropología y a la sociología, cifra en traer a la vida concreta su auténtico ser siempre desconocido y atemporal, cuya milagrosa presencia solo intuimos en fugaces y raros momentos de éxtasis, pero tan poderosa y maravillosa que nos da el uno y el todo, el encuentro del hombre-con-el-hombre-, en-el-hombre y para-la-eternidad.

Fruto de esta situación epocal, como de una admirable y muy original preocupación, Juan Fco. Sánchez, orientado por las concepciones que sobre el hombre y la filosofía de la historia nos ofrecen Dilthey, Windelband y Ortega, se perfila desde el inicio de la década del 50 como pionero en el estudio y la indagación que en determinados períodos personajes y corrientes filosóficas tuvieron en la conformación de nuestra cultura espiritual.

A mediados de esta década, por mor de su formación y su connotada propensión inquisitiva, se atiza en Sánchez un admirable y bien fundado interés por desentrañar la esencia filosófica de nuestro pasado. Filosofía, Historia y Cultura intervienen con dinamismo en sus investigaciones, haciendo en su discurrir acto constante de angustia y preocupación.

Concluye que la independencia cultural, así como la ausencia de tradición filosófica, nos han dejado como signos el eclecticismo, la provisionalidad y la inconstancia. De aquí la desarticulación fundamental de los movimientos filosóficos hispanoamericanos. Siempre hemos vivido filosofando a destiempo y de espalda a nosotros mismos.

En el caso nuestro, se acentúa aún más el rezago y la extemporaneidad, esto por causa de la pobreza espiritual y la vida agónica que ha llevado el país en su historia. A esto agrega Sánchez que, naturalmente, el desligamiento de las esencias hispánicas no es cosa que se podía efectuar así no más, y por ello, por un fenómeno psico-sociológico inevitable, nuestras visiones «modernas», muchas veces han quedado condicionadas e incrustadas inconscientemente en nuestro pasado cultural hispánico.

Nuestra falta de conexión y tradición se deriva de lo mencionado anteriormente, lo que hace que nuestro pensamiento no tenga el orden y la correlación observados en países con escuelas y tradiciones. Por lo tanto, es posible que nos retrasemos o nos adelantemos en comparación con otros movimientos filosóficos. Esta desconexión y eclecticismo después de la época de la independencia de Hispanoamérica es algo que se debe tener en cuenta al escribir nuestra historia de las ideas filosóficas. Según Sánchez, esto causa atraso, prejuicios, espíritu de autoridad, tradicionalismo insuperable y tardíos ecos de rebelión contra la época colonial, ya que el ideal de la emancipación política fue seguido por el de la emancipación cultural.

Todo esto genera en él un sentimiento insoportable que lo conmueve y lo impulsa a buscar, estudiar y superar nuestro pensamiento. Por lo tanto, se une al grupo de intelectuales iberoamericanos que se ocupan del estudio del pensamiento filosófico de su entorno, así como de los problemas y corrientes filosóficas de actualidad internacional.

Como resultado de su sentimiento de insuficiencia, Sánchez comenzó a presentar con cierta sistematicidad los resultados de su preocupación a partir de 1955. En este entonces, publicó «La Filosofía Española del siglo XVI: Su influencia en Santo Domingo». Luego seguirían otros estudios de incalculable valor para la cultura nacional e hispanoamericana, como «El Pensamiento Filosófico en Santo Domingo (siglo XVIII): Antonio Sánchez Valverde» (1956) y «El Pensamiento Filosófico en Santo Domingo: La Lógica de Andrés López Medrano» (1956). Además, también se incluyen en esta lista «Historia Sintética de la Masonería» (1948) y «La Universidad de Santo Domingo» (1955), aunque la temática sea un poco diferente y de una época anterior.

Debido a la reflexión que llevó a cabo y al carácter histórico de su búsqueda, el pensamiento filosófico de Sánchez figura entre el de esos filósofos hispanoamericanos que, como José Vasconcelos, Rodó, Korn, Caso y otros, lucharon por la emancipación del pensamiento iberoamericano. Estos fundadores comprendieron que, por su esencia, la filosofía no puede ser un dogma religioso o laico, y entre las muchas libertades que postularon, no fue una de las menos importantes la libertad de información y de adopción de ideas de las diversas corrientes filosóficas(6).

Metafísica e Historia de la Filosofía (Moderna). El 14 de febrero de 1962, primeros años de autonomía universitaria, es nombrado decano de la Facultad de Filosofía y Educación.

La vida de Juan Francisco Sánchez fue una entrega íntegra en bien de la masonería y en pro de la Universidad; para la cual, aún después del Movimiento Renovador y de las fuertes luchas intrauniversitarias, continuará trabajando como académico hasta el momento en que el grupo Fragua que orquestaba el denominado Plan Cayetano Rodríguez del Prado a través de la FED, demanda la salida de un conjunto de académicos (dentro de los cuales se encontraba Sánchez) considerados como neotrujillistas. No obstante, Sánchez no desistió a su compromiso como profesor y a su responsabilidad para con la Institución muy a pesar de los cambios políticos e ideológicos que en ese momento histórico se efectuaban en el interior de la misma estructura docente y administrativa de la Universidad.

En 1967 es jubilado. Bajo un estado de salud muy precario se acoge en su lecho y muere 6 años después. Su actividad intelectual nace con la era de Trujillo y cesa con la apertura del proceso democrático dominicano.

No conformándose con los aportes ya mencionados, nos ofrece también para esta misma década, algunas obras y estudios cuyo valor filosófico es digno de que se le tome en cuenta. Esto, porque en ellos, además de sentar una perspectiva místico-filosófica muy original se sitúa a nivel de la crítica y de la actualidad filosófica hispanoamericana de su tiempo: «Un Mundo en Crisis» (1950), «La Verdad en el arte» (1951), «Filosofía, Psicología y Realidad Humana» (1953), «De Rerum Natura: el poema de Lucrecio» (1953), «Vida Razón e Historia en Ortega y Gasset» (1955), «La Vigencia de Santo Tomás» (1956), y finalmente, «Pensamiento y Verdad» (1957). Estos escritos le consolidan como un hombre de pensamiento profundo y de estilo elegante y sencillo, rasgos distintivos que son destacados por la ilustrada crítica filosófica de la época.

En esta fase que inicia ya desde el primer quinquenio del 1950, el problema ético-religioso y filosófico fundamental que se plantea es el de la realización de lo que considera en el hombre la esencia humana’, la cual no sólo se logra de momento en momento por medio de la percatación de que existimos como un complejo de naturaleza, mundo y eternidad; lo eterno cósmico y divino existe en nosotros como ‘subjetividad original’ y soporta en ocultación y ahogo, el peso de la naturaleza. La simbiosis entre lo temporal y lo eterno es lo que produce el ‘yo’, el ser-que-no-es, el obstáculo número uno, especie de pecado original.

No se trata, pues de oponer un yo ‘Superior’ a un yo ‘Inferior’ con el objeto de ‘progresar’ o de dominarlo. Cualquier esfuerzo forma parte del yo, lo fortalece y lo continúa. Por otra parte, lo falso no puede progresar, sólo ‘continuar modificándose’. La resolución está, como han dicho muchos místicos, en la desaparición del yo. Esto sólo se logra mediante la percatación de sí mismo, pues, es el autoconocimiento aquella revelación que no tiene principio ni fin. La actitud será la de ‘alerta pasividad’; en ésta, la naturaleza y el mundo se revelan a la *subjetividad original’ que es en esencia Inteligencia. Esta última es trascendente al proceso racional del pensamiento, pues lo que percibe es superarla por la vida de una actividad intuitiva superior, de índole mística.

En 1948 la Gran Logia Nacional le confiere el cargo de Gran Orador y en 1950 el Grado 33 de la masonería, funciones que asume casi a la vez con la de catedrático auxiliar hasta 1950, año en que es nombrado catedrático numerario de la Facultad de Filosofía y Educación. En 1952, a la edad de 50 años, presenta su tesis para el doctorado en Filosofía. Años después impartió cátedras de Teoría del Arte,

La Teosofía no es una religión. En su sentido antiguo es ciencia y sabiduría divina. Y, a pesar de que contiene por derivación la idea de Dios, no solamente abarca lo religioso, sino también, lo científico-filosófico. Se considera como una Ciencia de ciencias, pues de hecho no hay ciencia completa si se ignora algún aspecto de la naturaleza, sea este visible o invisible.

Referencias: CORDERO, Armando, Estudios para la Historia de la Filosofía en Santo Domingo, Imp. Arte y Cine, Ciudad Trujillo, 1956, p. 71-72 ALFONSECA, Iván, Inquietudes Filosóficas en Santo Domingo. Cuadernos de Filosofía, No. 2, Santo Domingo, R.D., 1981 CORDERO, Armando, La Filosofía en Santo Domingo, Imp. Arte y Cine, Santo Domingo, R.D., 1973 SANCHEZ, Juan F., El pensamiento filosófico en Santo Domingo. VILLEGAS, Abelardo, Panorama de la Filosofía Iberoamericana Actual.