Probablemente conoces el caso de un hijo que ha buscado incansablemente a su madre desconocida. ¿Qué móviles le incitan a buscarla? ¿Una necesidad de encontrar el horizonte perdido que constituye parte inseparable de quien inicia esa búsqueda?
De la misma manera, existe la necesidad de conocer otro tipo de orígenes. Estos se refieren a un pasado colectivo, a una herencia de valores compartidos. En el caso de la historia de la filosofía occidental, se trata de la evolución y herencia de ideas y valores en que nos formamos e identificamos. Esto sólo bastaría para justificar el estudio de la historia de la filosofía. De la misma manera en que un hijo busca a su madre por ser suya, buscamos los orígenes y evolución de nuestros valores por ser nuestros.
Pero hay otra razón fundamental para el estudio de la historia de la filosofía: Al adentrarnos en ella, entramos en contacto con una herencia de cuestiones e interrogantes que son el esfuerzo de generaciones por entender sus vidas y sus mundos. Ellas intentaron responder a su modo, y con los recursos de que disponían, a preguntas que eran fundamentales para dar sentido a sus épocas. Pero, precisamente, por estar situadas en épocas específicas, dichas respuestas son relativas a ellas, nunca son definitivas. Esta es la razón por la que la historia de la filosofía occidental, implica un retomar constantemente las mismas preguntas. Las cuestiones son las mismas, las respuestas, no. Cada generación responde de acuerdo a sus horizontes y sus necesidades.
Así, los problemas que abordamos en esta historia: ¿Qué es el conocimiento? ¿Cuáles son los criterios de validación de conocimiento? ¿Qué es la verdad? ¿Qué es el bien? ¿Qué es la libertad? ¿Cuál es el mejor tipo de sociedad en que los hombres pueden vivir?, etc; son respondidas de un modo distinto por un hombre del siglo IV a.C. que por un hombre del siglo XX.
Porque cada generación percibe el mundo a partir del sistema de valores y creencias de su sociedad y época, teniendo la necesidad de responder a las inquietudes propias de sus contextos específicos. Las respuestas son funcionales si se adecuan a dichos contextos. Pero los contextos no son inmutables, están en constante proceso de transformación, por lo que las respuestas también deben cambiar para adecuarse a los nuevos contextos.
De ahí la inevitable necesidad de que retomemos las mismas preguntas del pasado; no se trata de un círculo vicioso, sino de un proceso de retomar los problemas que compartimos con otros contextos históricos, pero con respuestas adecuadas al nuestro. Y en la medida en que nuestras respuestas se adecuan a nuestros contextos, evoluciona nuestra comprensión del mundo, aún cuando las respuestas que producimos no son las que originariamente esperábamos. Del mismo modo en que el almirante Cristóbal Colón atravezó el océano para encontrar un mundo que no encontró, pero en dicho trayecto, encontró otro.
Asimismo, la historia de la filosofía occidental es un trayecto el que atravesamos un mar de interrogantes que, aunque no nos proporciona una solución definitiva, nos ofrece un océano de nuevas perspectivas y metas que enriquecen nuestras vidas, al enriquecer nuestros estados de conciencia.