Por Francisco Antonio Avelino

Estas dos concepciones han suscitado diferentes interpretaciones en la historia de la Filosofía, que no es el caso mencionar, pero sí de discutir cuál es el valor real de cada una de ellas. Frecuentemente se suele acusar a algún filósofo diciendo que sus profundos conocimientos del discurrir dialéctico occi dental han evitado su posible originalidad. Esta afirmación de por sí es apresurada y poco reflexiva, pues el problema podemos decir que es múltiple, presentándose primero esta interrogación: ¿es el deseo de concebir un sistema cosmológico y antropológico de lo existente con el mayor porcentaje de exactitud hasta donde ésta es posible al hombre, la finalidad esencial de la filosofía, o ésta es meramente el panorama del mundo que cada uno creamos de acuerdo a nuestra particular manera de ser y de sentir? En el primer caso sería necesario conocer todo el acervo cultural desde Ferecides de Siros, Onomácrito y Hesiodo, sin olvidar las concepciones orientales en que se basan sus mitos, hasta Heidegger, Sartre, Jasper y Nicolai Hart man. Todo esto sería necesario para poder expresarnos con cierta seriedad y posibilidad de aportar algo. En el segundo de los casos deberíamos olvidarnos de todo, cerrar las bibliotecas e irnos al altiplano de Bolivia a pensar y soñar, fungiriamos de poetas, de metafísicos y quién sabe si hasta de profetas. Tal vez podríamos explicarnos la realidad con cierta originalidad. cosa que dudo, pues pronto comenzaríamos a parecernos en nuestras lucubraciones al Bhagavad Gita, si se posee un espíritu apegado a lo mítico-místico o coincidiríamos tal vez con Demócrito, Pitágoras o Platón si poseemos una onticidad científica. Pero supongamos el mejor de los casos, no se sabe nada y se concibe un ordenamiento o desordenamiento de lo que está ahí, que no tiene ninguna relación con cualquiera otra concepción existente. Seríamos originales ¿pero nuestra originalidad, resistiría las críticas que subyacen en todos los sistemas filosóficos construídos por el hombre en el curso de veinte siglos del filosofar occidental? Resistiría también el desacuerdo necesario con las concepciones casi incontrovertibles de la ciencia, que por hipótesis no han sido estudiadas. Si luego de concebir la realidad a nuestra guisa y parecer, estudiamos, como se ha propuesto, todo ese trasfondo cultural de que antes hablábamos, no transformaríamos conscientemente, aun sea en parte, nuestro sistema, conciliándolo con aquellos que más nos gustasen; estaríamos, sin duda, cayendo en un plagio consciente, y esto sin aportar nada, pues llegaríamos a conclusiones elaboradas por otros hombres tal vez cientos de años antes.

Es imposible enfrentar un tema tanto de ciencia como de filosofía sin tener en la mente todo lo que se ha pensado hasta ese momento sobre tal tema. Es la única forma en que sería posible adelantar ya sea en el establecimiento de las leyes del espacio-tiempo o en el discurrir sobre la esencia y finalidad de «eso que está ahí», ya que «eso que está ahí» no es más que el ser en sus múltiples formas. La originalidad no es lo que debe buscar el filósofo sino la verdad, que permanece inaccesible para él y sólo puede acercarse a ella sin jamás alcanzarla. El único medio para esa búsqueda es la erudición; sin ella nos alejamos del amor a la sabiduría, pues filosofía es precisamente eso: amor al saber, y amor es deseo, necesidad de identificarse con ese algo que se anhela, esa ansia de identificación es el fundamento mismo de la búsqueda. Es imposible su realización absolute, pues para llegar a ser lo que no somos tendríamos que destruirnos para ser lo otro, y esto es imposible. Lo que es no puede dejar de ser. Esa búsqueda tiene un camino interminable y el único carruaje con que se puede recorrerlo es el conocimiento, ayudado, claro está, por los ingenios de nuestro propio razonamiento.

Allá, en el fondo de la aspiración de todo filosofar está la «cosa en sí», lo incognoscible, que es necesario buscar, pues si lo encontráramos ya no existiría esa ansia, esa búsqueda, La filosofía habría dejado de existir y el hombre se habría convertido en homo sapiens absoluto, algo muy parecido a lo que los creyentes llaman Dios. La originalidad es una consecuencia de la búsqueda de esa imposibilidad de certeza que atormenta al hombre y lo obliga a investigar. Por no poder resolver de manera absoluta ninguna de nuestras grandes interrogantes, a cada latido del tiempo surgen nuevas inquietudes que engendran un quehacer crítico sobre todo lo anteriormente pensado. Se rechaza en parte o en totalidad los sistemas anteriormente elaborados, y es en el discurrir dialéctico para fundamentar ese rechazo donde se encuentra la originalidad. Como vemos la originalidad surge de esa insatisfacción, con que la misma erudición nos atormenta, y que el hombre no versado en el conocimiento filosófico sufre en impotencia, pero que a los «que estamos condenados por Dios a ser filósofos» como decía Hegel nos impulsa a discutir todo eso que se nos presen ta en el estar ahí, y enfrascados en esta investigación surgen las intuiciones que hacen posible una nueva concepción.

El problema de la originalidad de la filosofía americana

La originalidad de que hemos hablado es la única posible dentro de la labor filosófica de una cultura determinada. Pero cuando una civilización, asombra la aurora de sus prime ros días y una nueva forma de conducta humana se moldea y comienza a deslizarse por sobre toda la herencia recibida, las concepciones metafísicas ajenas se discuten dentro de la siste mática extraña y por siglos la filosofía, la ciencia y el arte permanecen en sus viejos cauces, mientras una conducta real frente a la vida y a los problemas morales es cumplida de acuerdo al nuevo medio geográfico y humano, Tarde o temprano la disparidad entre sentimiento y pensamiento frente a los problemas de ese estar en algo que creemos «no ser», es decir el estar en el mundo. Esta disparidad engendra no ya una insatisfacción sino un conflicto. La nueva civilización tiene dos caminos, o transforma con un nuevo sentido las concepciones filosóficas que ha recibido, dándoles un nuevo sentido y significación. Es el caso de Grecia con relación a Oriente. O las acepta conci liándolas con las tangencias de su propia vida, y simplemente desarrolla las concepciones ya clásicas de la cultura anterior. Es el caso de Roma con relación a Grecia. No es que al afirmar esto estemos criticando o menospreciando la labor de los pueblos posteriores al Heleno, sólo señalamos dos formas de conductas diferentes, de dos pueblos distintos, al recibir culturas ajenas a sus respectivas onticidades. Estas dos formas de reaccionar pueden ser tan fructiferas; la una como la otra. Los ejemplos anteriormente propuestos así lo muestran. Grecia construyó con los elementos fundamentales de la civilización orien tal todas las bases de las ciencias física, biológica y política actual, creó la filosofía sistemática y dió a la historia, a la literatura y al arte un sentido hasta entonces desconocido. Roma perfeccionó los moldes clásicos de la literatura y el Arte griegos, y fundamentándose en la filosofía estoica nos legó el armazón básico y estructural del derecho occidental.

Ahora es necesario preguntarse si en ésta, nuestra América somos sólo un capítulo más de la cultura europea:

O si por el contrario nuestras diferencias de origen étni co e histórico con los europeos podrán en el futuro, transformar nuestras manifestaciones en el campo de la cultura, más precisamente en el de la filosofía, pues en la literatura ya es un hecho cumplido, como ya ha moldeado una conducta muy di versa de la del europeo, para encarar las muy numerosas vicisitudes y pocas alegrías de la existencia en el quehacer práctico de la «lucha por la vida».

No hay duda que los hispanoamericanos sólo tenemos de común con los europeos, una parte de nuestros antecedentes históricos, en cuanto heredamos su cultura, pues el indoamericano es en su mayoría mestizo, mezcla del indio y del europeo en ciertas partes del continente o del europeo, el indio y el negro en otras. Pero en todas es el híbrido el tipo de hombre existente, con excepción de pequeñas minorías, que en todas partes se han mantenido en la primera esfera social, y que se creen puerilmente blancos puros.

Ha dicho Warner Jaeguer al referirse al proceso de formación de la areté heroica, «es un hecho fundamental de la historia de la cultura, que toda alta cultura surge de la dife diferenciación de clases sociales la cual se origina a su vez en la diferenciación del valor espiritual y cultural de los individuos». (Paideia. Los ideales de la Cultura Griega, Fondo de Cultura Económica, México). Y vemos que nuestro proceso de diferenciación social apenas está comenzado, ya que la actual situación social en hispanoamérica nos fué impuesta por la conquista y mantenida por los herederos de los conquistadores después de la independencia. Si comparamos además las hetero géneas formas de encarar los problemas del existir por el his panoamericano, se advierte, que éstas responden a directivas generales comunes. Nos damos cuenta de inmediato que en el «continente de la esperanza» está ya gestándose una nueva forma de convivencia humana. Y por tanto una nueva forma de manifestación cultural.

Si esta labor de cultura permanecerá como hasta ahora han sido todas las manifestaciones del hombre occidental, una transformación más acabada y completa de la cultura grecolatina, sólo podemos afirmarlo como una probabilidad, pues hay que contar con que a diferencia de los europeos no somos casi exclusivamente pertenecientes al grupo racial indo-ario.

Por el contrario contamos con otros elementos de herencia histórica y antropológica, que han determinado en ese producto de la mezcla racial que es el híbrido una actitud frente a la vida diferente y singular, que necesariamente transformará no sólo toda la actividad humana del continente sino también toda su manifestación cultural.

Esto ya es un hecho en ciertos sectores. La política y la literatura tienen un sentido y modo de ser estrictamente hispanoamericanos. El proceso de reacción de lo verdaderamente americano contra los elementos extranjerizantes que nos impuso la conquista y han mantenido las esferas superiores con su adoración intelectual a Europa, sólo está comenzando, y tal vez no nos será dado contemplar toda su grandeza, pero es algo inevitable. El devenir, ya sea humano, físico o social no se detiene jamás.

Por esto es por lo que afirmamos que nuestra aparente servidumbre espiritual frente a la cultura europea es sólo un fenómeno momentáneo.

El hispanoamericano posee un concepto del tiempo, bastante reñido con el concepto clásico vivencial de éste, nos referimos a la forma como en el decidirse cotidiano tenemos en cuenta lo que habrá de suceder. (El profesor Waldo Ross ha hecho notables sugerencias a este respecto en su curso de filosofía hispanoamericana dictado en la Universidad de Santo Domingo 1956-1957). Es decir, su conducta frente a los problemas vitales está íntimamente enlazada a una extraña y peculiar concepción de la futuricidad. Esa conducta que está dirigida en cuanto es juicio de valor por el hecho de tener siempre presente el futuro atado al azar y en segundo término nuestra propia habilidad. El más humilde ciudadano, siente en el fondo de su alma, que puede llegar a desempeñar cualquier actividad pública o privada, aunque no se encuentre intelectual y moralmente capacitado para ello. Pues su patria le pertenece, ya que la ha heredado de los conquistadores, y como es lógica consecuencia, con lo suyo puede hacer lo que le plazca, si tiene oportunidad.

Y como todo acontece ligado a explosiones incausadas y casi siempre particularistas, muy a menudo realiza sus deseos.

asombrosa, y a menudo se ve a un «don nadie» convertirse en

La naturaleza le ayuda, pues su prodigalidad en bienes es «don alguien» de la noche a la mañana. Es sin duda por esto que no ha podido existir en hispanoamérica una verdadera normalidad institucional; lo demuestra la agitada y convulsa historia de cada una de las repúblicas que componen la gran nación ibero-americana. Ahora lo pertinente es volverse a preguntar si esta manera de encarar la realidad podrá determinar una o varias concepciones filosóficas concordes con su espíritu.

La originalidad de este tipo que podría realizarse en nuestra América en el campo de la investigación filosófica, probablemente estaría concentrada más en un sistema de moral que de metafísica, pues no es muy difícil desprendernos de algo de que formamos parte. Nuestra posición racional es ática, pero nuestra acción humana es típicamente americana. Paradójico, pero cierto. El conflicto, es que pensamos como europeos y vivimos como americanos. ¿Hasta cuándo existirá esta disparidad, que es en sí un contrasentido? Es difícil decirlo, pero tendrá que desaparecer. No es que olvidemos los cánones clásicos del pensar greco-latino, sino que dejemos de pensar dentro de un espíritu que no es el nuestro.

Podría objetársenos que la metafísica tiene necesariamente que determinar la moral, pues de nuestra concepción del ordenamiento o desordenamiento de todo «eso que está ahí», tendría necesariamente que deducirse nuestra escala de valores éticos. Olvidaría nuestro contradictor que las concepciones morales, han existido siempre, que aún en ciertos animales se observa una cierta ayuda mutua que es según los naturalistas la génesis del concepto moral.

El hombre lo único que ha hecho es tratar de fundamentar filosófica o míticamente los conceptos de bien, de justicia y de defensa común. El hombre filosofa o construye los mitos religiosos, porque no alcanza a comprender la realidad, ni su propia existencia. En un caso investiga valientemente, en otro teme, adora y sueña. Pero no es de ninguna manera necesario al hombre, una metafísica o una religión, para comprender la significación del bien, la necesidad de la defensa común y la justicia. Posteriormente trata de explicar su fundamento, pero ya las intuía y las cumplía.

El estudio comparativo de los pueblos primitivos lo demuestra indefectiblemente. A pesar de que la religión es un hecho que ha sido considerado innato al hombre, es muy lógico pensar apoyándonos en la teoría de la evolución y en datos de in antropología, que los primitivos pseudoantropoides, el hombre de Cromagnón, el homo Pekinensis, etc., vivían en comunidad y esto implica ya la apreciación de la defensa común, y la utilidad de la ayuda mutua, lo cual es sin duda un juicio de valor. Tal vez algún idealista nos diga, que es sólo una manifestación más acabada del instinto de conservación, y de ninguna manera un de valor, pero esta manifestación sería por lo menos uno de los elementos integrantes de la génesis del juicio de valor.

No es de lugar en este trabajo investigar el origen y esencia de estas realidades innatas al hombre, o tal vez adquiridas en su evolución a través de un proceso de autoperfeccionamiento de la naturaleza. Pero sí se nos impone por lo menos discutir someramente, otra de las interrogantes que se deducen necesariamente de nuestra posición. El pensamiento ¿es en sí, y no sólo como realidad abstracta, sino también en cuanto es producido o intuido por el hombre dependiente o no de la naturaleza de éste?

El pensamiento en cuanto es idea, «Relación de compresión significativa», en una palabra entidad lógica, es por sí mismo independiente de toda determinación humana y por lo tanto social. A comprende significativamente a B, o no la comprenda, será lo mismo en cualquier lugar del espacio, o en cualquier estadio del decurso del tiempo. (Véase El Problema Antinómico de la Fundamentación de una Lógica Pura. Andrés Avelino, Editora Montalvo, Ciudad Trujillo, 1951). Ahora bien, el pensamiento en cuanto es filosofía está ligado indisolublemente a lo físico y a lo humano, que son los componentes de eso que tratamos de representarnos, el Cosmos; se encuentra determinado por éstos ya que sería imposible referirse a ellos sin haberlos percibido antes, y al percibirlos los humanizamos, pues tenemos que hacerlos pasar por el tamiz de los sentidos». (Para ver esto con mayor exactitud, véase La Crítica de la razón Pura, Kant).

En cuanto que al actuar desde el momento de nuestro advenimiento a la vida consciente, estamos influidos por las ideas y sentimientos de nuestro medio y las tradiciones que estructuran la sociedad en que vivimos; la filosofía muy ciertamente está determinada en parte, por ese conjunto de vivencias heredadas y adquiridas que es el alma humana. Aunque estas concepciones que hoy elaboramos, más tarde tal vez, cuando sea mos «comenzados» en ese «banquete de los gusanos» que es la muerte, modifique a su vez la tradición y el sentir de nuestros descendientes, y determine una nueva forma de vida una nueva filosofía distinta de ésta misma. y hasta

Es en cuanto a esto que afirmamos que en América hispana no existe una filosofía propiamente americana. No se ha estructurado todavía un sistema de metafísica o de ética, que refleje nuestro particular modo de ser y de sentir.

Ahora bien, nuestros filósofos en el sentido estricto de la palabra, dialogan, es verdad, con Europa, y discrepan de sus filosofías creando a veces sistemas que no tienen ninguna semejanza con los anteriormente existentes, pero su método tanto como su sentido y finalidad es tan europeo como las con cepciones rechazadas por ellos.

Existen sí pensadores que filosofan asistemáticamente dentro de la producción literaria y sólo éstos han enunciado muy someramente concepciones filosóficas propiamente ameri canas, Guillermo Francovich es un ejemplo, (Ver Los Hijos de la Roca; Ediciones Orión, México 1954). Supay, Guillermo Francovich, Editorial Charcas Sucre, Bolivia 1939. El mundo, el hombre y los valores, Editorial Fénix, La Paz, Bolivia 1945.

Para poder afirmar la existencia de una filosofía cualquiera es necesario, que se haya estructurado un sistema de pensamiento que trate de explicar, con rigidez dialéctica, o como se ha pretendido después de Husserl por una mera descripción de los fenómenos, todo eso que se encuentra en el mundo y en nosotros. Pretender una filosofía hispanoamericana que desprecie el Logos y se fundamente en una comunión irracional con lo ambiental, lo telúrico como suele decirse, es negar con esta misma afirmación la existencia de tal filosofía; pues no hay nada más afilosófico que una comunión irracional con la selva.

Claro que se han estructurado filosofías de lo irracional, pero nuestros críticos de filosofía pretenden deducir de nuestra abigarrada y diversa literatura una concepción fundamental de lo existente que sería nuestra filosofía. Esto no es filosofía, es meramente la forma de encarar del hombre americano los problemas del existir, expresado del modo más afilosófico que se conoce, por eso es que nuestra filosofía hispanoamericana existe actualmente como parte integrante de la europea, con sus caracteres diferenciales bien delineados, pero que de ninguna manera la separan del espíritu del pensamiento occidental.

Es en cuanto a que nuestra filosofía encare los temas universales de lo antinómicamente problemático, con un nuevo método o al menos con un nuevo sentido es que pecamos de una ausencia completa de labor sistemática. No podemos decir que la producción literaria sea filosofía, esto es algo nuevo e insólito. Nuestra filosofía está por escribirse y es tal vez a los hombres de nuestra generación a los que la historia ha reservado, las glorias y penalidades de tan ardua faena.

Francisco Antonio Avelino

Ciudad Trujillo República Dominicana.