Cesar Cuello Nieto

No me gusta que aplaudan al inicio, ya que ustedes no saben si lo que voy a decir les satisfará. 

Sin embargo, me alegra enormemente y les agradezco por sus amables palabras. 

En mis clases, solía no sentarme y no era por nada, era porque no me veían, Jajajaja, a menos que el grupo fuera pequeño y nos encontráramos en una mesa, como en la materia Filosofía de la Tecnología, donde nos sentábamos en una mesa de forma semicuadrada.

Me complace ver a colegas y exalumnos de larga data aquí, y que hayan organizado este evento para escucharme. Esto me satisface, no porque infle mi ego, sino porque me brinda la oportunidad de hablar nuevamente en un auditorio de la universidad donde invertí mis mejores años.

He estado trabajando en este tema por bastante tiempo, y como mencionaron Eulogio y Minaya, no ha sido improvisado. No me considero experto; de hecho, lo peor que le puede pasar a un filósofo es ser llamado experto. No entraré en esa discusión, pero sería enfrentarme a figuras como Sócrates, Ortega y el propio Marx.

De alguna manera, uno trabaja un tema y, hasta cierto punto, se especializa. Aunque el medio ambiente no es en sí mismo un tema filosófico, se puede abordar desde una perspectiva filosófica. Existen numerosas corrientes que tratan el medio ambiente desde un enfoque filosófico. Según Ortega, la diferencia entre un filósofo y otros profesionales es que el filósofo mira la realidad desde el horizonte, no  frente a frente, sino con una visión lejana y de totalidad.

Un exalumno mío , Alejandro Arvelo, aquí presente, escribió un libro titulado «Si quieres filosofar», que utilicé en la materia de Introducción a la Filosofía. Me fueron muy útiles esos textos que él compiló allí, pues son un buen inicio para adentrarse en la filosofía. Creo que en algún momento se lo mencioné a él, y espero que se anime a hacer una nueva edición si aún no lo ha hecho.

Entonces, la filosofía aborda estos temas. Por lo tanto, cuando a Eulogio le hicieron esa pregunta de para qué sirve la filosofía, probablemente pensó que era una pena que esa persona no conociera de filosofía, ya que entendería que el medio ambiente, la sociedad, el ser humano, el feminismo, el movimiento de las mujeres, el movimiento obrero, la historia y la tecnología pueden ser analizados desde una perspectiva filosófica.

Tuve la suerte de estudiar con un pionero en el campo de la filosofía de la tecnología, el Dr. Carl Mitcham, en la Universidad Politécnica de Nueva York. Fue una feliz coincidencia, ya que por lo mismo que un profesor me había rechazado en otra universidad, él me aceptó, diciendo que lo que yo llevaba era lo que estaba buscando en un discípulo. Ese otro profesor afirmó que los rusos no enseñaban filosofía, sino ideología, pero no entraré en esa discusión.

Para darles una idea de cómo comenzó toda esta discusión, al menos desde mi perspectiva, diré que la era moderna es la era de la división y fragmentación de la realidad. La ciencia moderna no habría existido sin la fragmentación. Las ciencias se desprenden de la «madre filosofía», como solía decirse al conocimiento filosófico, y comienzan a especializarse, estudiando la realidad de manera fragmentada.

Las ciencias naturales nacen primero, seguidas por las ciencias de la historia, las ciencias sociales y así sucesivamente, especializándose. Es decir, van desmembrando la totalidad para estudiarla por partes, lo cual no es algo malo ni negativo.

El problema surge cuando se olvida reconstruir esa totalidad, ese conjunto que se desmembró y fraccionó. Resulta que muchos de aquellos que son especialistas en un fragmento, luego incursionan en otros fragmentos que no dominan e incluso hablan del todo, que tampoco dominan. Por eso, un  conocido filósofo de la antigüedad afirmaba: «Yo solo sé que no sé nada», refiriéndose al conocimiento fragmentado de los especialistas, artesanos y demás personas que creen saber mucho porque conocen un poco de la realidad.

La modernidad se caracteriza por este fraccionamiento, y la crítica a dicho fenómeno también tiene sus orígenes en el pasado. Entonces, la era moderna es la era de la fragmentación de la realidad y del conocimiento que los seres humanos poseemos sobre ella. En la base de la discusión hay dos aspectos clave: la división social del trabajo y la fragmentación del conocimiento, dos fenómenos que representaron avances gigantescos en la construcción de la sociedad capitalista moderna, particularmente en el desarrollo de sus fuerzas productivas y de la economía.

Sin embargo, estos avances también han llevado a la más sofisticada alienación de la condición humana. Esta expresión es muy general y de carácter filosófico. Espero que los estudiantes no se asusten ni se duerman, pero en resumen, esta fragmentación y división del trabajo han impulsado el desarrollo de la humanidad al mismo tiempo que la han degradado, causando la pérdida de la visión de totalidad y el entendimiento de la realidad, lo cual se traduce en alienación y falta de juicio crítico.

Cuando no reconocemos la totalidad, degradamos esa totalidad. Si el conocimiento se queda solamente en una fracción, entonces es limitado. Eso no significa que las ciencias basadas en la fragmentación no hayan avanzado, sí lo hicieron, de la mano de una ideología o filosofía como el positivismo. Esta corriente filosófica adoptó la fragmentación, entendiendo que solo el dato positivo y concreto sacado de la realidad producía conocimiento. A partir de esta visión, se dejaron de lado muchos aspectos de la realidad que la ciencia, desde esa perspectiva, no aborda.

Un autor relevante en este contexto es Adam Smith, considerado el padre de la economía clásica y del liberalismo económico. Su pensamiento desembocó en lo que ahora conocemos como neoliberalismo, que consiste en dejar que las fuerzas del mercado regulen todo, incluyendo cuestiones económicas, sociales y ambientales. Según esta perspectiva, los gobiernos no deberían intervenir en áreas como la vivienda o la educación, ya que el mercado se encargaría de solucionar estos problemas.

Smith argumentó que la gran multiplicación de producciones en todas las artes, originadas de la división del trabajo, daba lugar a una sociedad bien gobernada y a una opulencia universal que llegaba hasta las clases inferiores. Esta idea evolucionó con el neoliberalismo en la teoría del goteo, que plantea que si se produce mucho y se permite que la sociedad crezca, eventualmente los beneficios llegarán a los estratos más bajos en forma de empleo o asistencia. Sin embargo, esta teoría del goteo ha sido objeto de críticas y polémicas en diferentes contextos, ya que en muchas ocasiones no se materializa en mejoras sustanciales para las clases menos favorecidas.

Bueno, aunque Adam Smith creía en, en este desbordamiento de la riqueza hacia los más pobres, es importante reconocer hasta dónde llegó la evolución de su pensamiento. Todos sabemos que, cuando los organismos internacionales buscan “sanear” una economía, suelen reducir los programas sociales y la intervención gubernamental en áreas como la atención a los más pobres. El neoliberalismo defiende que el mercado debe ser el encargado de determinar quién recibe educación, atención médica y otros servicios, lo cual se ha demostrado que resulta  en una sociedad deshumanizada y desigual.

No obstante, Adam Smith no era ningún tonto; de hecho, estos pensadores clásicos eran inteligentes y dominaban muy bienel conocimiento de su época. Smith, consciente de los problemas derivados de la división del trabajo, señalaba que un hombre que pasa su vida entera ejecutando unas pocas operaciones simples no tiene oportunidad de ejercitar su entendimiento en general. La uniformidad de su vida estacionaria corrompe el empuje de su inteligencia, destruye la energía de su cuerpo y lo incapacita para emplear su fuerza en cualquier otro terreno que no sea su especialidad. Esta destreza, entonces, parece haber sido adquirida a expensas de sus virtudes intelectuales y sociales.

A pesar de su optimismo en que el mercado solucionaría los problemas, la crítica a este enfoque ya estaba presente en sus palabras. No es casualidad que, a partir de esta base, Karl Marx haya desarrollado su pensamiento, convirtiéndose en el último economista clásico.

Debatí mucho este tema en Estados Unidos, donde argumentaba que Marx también fue un economista clásico. La diferencia consistió en que él  propuso  soluciones radicales, como la revolución y la transformación del capitalismo en un sistema no dominado por el mercado. No es casualidad que, con el sentido crítico del fundador de la economía política clásica, surgiera posteriormente un pensador como Karl Marx. Además, la filosofía de Hegel y el socialismo utópico de Saint-Simon también influyeron en su teoría.

A medida que avanzaba la división social del trabajo, impulsada por la invención y la innovación tecnológicas, también se daban logros en la fragmentación del conocimiento. La ciencia se desgajaba y diferenciaba del todo filosófico, dando paso a una visión y praxis fragmentada, unilateral, mecanicista y simplificadora del mundo y del pensamiento humano. Esta fragmentación sirvió cómodamente a la esencia excluyente y expoliadora del sistema capitalista emergente.

La estrategia de dividir para vencer ha sido aplicada en diversos campos, incluidos el político y el militar, así como también, en el ámbito social y económico. En este sentido, José Nun, quien fuera Ministro de Cultura durante el gobierno de Néstor Kishner en la Argentina planteaba que, la dominación opera mejor fragmentando y dividiendo, creando opacidad y haciendo que la gente se preocupe por lo más inmediato. Así, las personas tienen una idea vaga sobre la sociedad en su conjunto, conocen la existencia de ricos y pobres, pero no están en condiciones de elaborar por sí mismas las mediaciones entre su experiencia inmediata y la experiencia global.

Me gustó ese fragmento del autor, porque expone el conformismo con el conocimiento inmediato y la inmediatez, que está relacionado con el tema de la sostenibilidad. Veremos que la degradación del medio ambiente viene de la mano de una visión inmediatista. Esta visión inmediatista significa que, ante necesidades básicas como comer y guarecernos, usamos la naturaleza que está a nuestra disposición.

Surge entonces la polémica entre aquellos que argumentan que los ambientalistas no quieren que el país se desarrolle, no permiten la extracción de minerales ni la explotación de riquezas naturales. Sin embargo, es importante recordar que la explotación indiscriminada de recursos naturales no necesariamente beneficia al país o a la región donde se realiza. Un ejemplo es Pedernales, una de las provincias más pobres del país, donde la extracción de bauxita por empresas multinacionales no dejó beneficios significativos para la población local, que continuó tan o más empobrecida que antes de la explotación del mineral.

La crítica al extractivismo, es decir, extraer sin miramientos las riquezas naturales, es un tema problemático. Menciono de paso mi experiencia trabajando en Costa Rica, cerca de un parque donde había conflictos con oreros artesanales que extraían oro de los ríos, pero a su vez destruían la flora y la fauna. Costa Rica invirtió años en brindarles a estos oreros artesanales alternativas de vida, para conservar el parque y sus recursos naturales, hasta que al fin lo consiguió. Esto demuestra la importancia de una gestión sostenible y consciente del medio ambiente en la región.

La Península de Osa, situada en la parte suroeste de Costa Rica, es una de las regiones más ricas en biodiversidad, comparable incluso con la Amazonía. Se ha conservado en gran medida gracias a una visión de largo plazo en lugar de privilegiar el inmediatismo que conlleva explotar sus recursos naturales, como el oro. La extracción de recursos por multinacionales a menudo no enriquece a los países de origen y deja el ambiente degradado una vez que los minerales se agotan.

La pregunta clave es si se puede satisfacer las necesidades básicas de la población sin degradar el medio ambiente hasta el punto de hacerlo irrecuperable. La visión de largo plazo plantea un desarrollo sostenible que tenga en cuenta tanto las presentes como  las futuras generaciones. Esta lucha por la conservación se ha llevado a cabo en muchas regiones y ha resultado en victorias para la preservación del medio ambiente, mejorando a la vez las condiciones de vida de la gente local.

Esta postura de buscar un desarrollo sostenible no es nueva. En 1972, se publicó un libro llamado «Los límites del crecimiento», escrito por un grupo de autores brillantes liderados por Donella Meadows. Este libro fue el primer planteamiento serio que permitió la conformación de la concepción  del desarrollo sostenible, proponiendo límites al crecimiento económico en lugar de seguir una expansión sin restricciones.

Plantear límites al crecimiento en 1972 fue un tema controversial, ya que la visión predominante promovía el crecimiento económico constante como medio, supuestamente, para mejorar el bienestar social. A pesar de las críticas, el concepto de desarrollo sostenible ha evolucionado y sigue siendo un tema relevante en la actualidad.

Además, proponer  límites al crecimiento significaba condenar al hambre y desaparición a una gran parte de la población que, según había planteado Thomas Malthus, se multiplicaba en progresión geométrica, mientras que la capacidad de  producción de alimentos crecía en progresión aritmética. Sobre esta base, muchos argumentaban que no era recomendable imponer límites al crecimiento, ya que no había suficientes alimentos y recursos disponibles para satisfacer las necesidades de la creciente población humana. 

A pesar de esto, el debate sobre la necesidad de establecer límites al crecimiento finalmente fue incorporado, al menos parcialmente, en la teoría del desarrollo sostenible. Sin embargo, esta incorporación no fue completa, ya que la concepción del desarrollo sostenible estuvo influenciada por los intereses de las corporaciones multinacionales presentes en la Organización de Naciones Unidas (ONU).

Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), aunque importantes, se quedan cortos en comparación con los planteamientos iniciales de la teoría del desarrollo sostenible. En parte, esto se debe a que el concepto de desarrollo sostenible se convirtió en una moda, y su promoción fue impulsada por la ONU en función de la disponibilidad de fondos. Cuando estos fondos se agotaron, se introdujeron los Objetivos de Desarrollo Humano, que sí recibieron financiamiento y se convirtieron en la nueva moda. 

A partir de 2015, el enfoque en el desarrollo sostenible fue retomado con la introducción de los ODS.

Porque, al final, la burocracia parece alimentarse a sí misma sin necesariamente generar resultados tangibles. Por lo general, estos procesos no se evalúan a profundidad ni son vinculantes, y los gobiernos crean organismos burocráticos que consumen recursos sin lograr cambios significativos. Si no se genera conciencia a nivel de la sociedad, las burocracias no resolverán los problemas.

No voy a profundizar en los utopistas, pero menciono aquí que ellos abordaron temas políticos y sociales, como el clientelismo y la burocracia, que obstaculizan la resolución de problemas. De estos utopistas, también Carlos Marx extrajo ideas significativas. Por ejemplo, Saint-Simon, un socialista utopista, argumentaba que en el socialismo, la toma de decisiones no debía confiarse a gobernantes arbitrarios, elegidos por clientelismo, sino a directores generales seleccionados por sus habilidades profesionales. Es decir, promovía la meritocracia y la gestión eficiente del Estado.

Desde hace mucho tiempo, se ha hablado de la importancia de poner la gestión del Estado en manos de profesionales capaces, en lugar de confiar en quienes solo ondean banderas partidistas. A pesar de ello, este enfoque no ha sido adoptado ampliamente ni ha calado en la sociedad. El modelo socialista utopista, como sabemos, no llegó a materializarse.

Obviamente hubo intentos prácticos de aplicar estas ideas utópicas, como el caso de Robert Owen en Inglaterra. Owen, un capitalista y utopista, creía en el bien social y repartió sus empresas a los obreros, distribuyendo acciones y ganancias para mejorar su calidad de vida. Sin embargo, las empresas terminaron quebrando, ya que el capitalismo requiere explotar al obrero en lugar de socializar la producción, generando lo que Marx llamó plusvalía, el valor excedente que el capitalista se apropia al no pagar adecuadamente al trabajador.

Marx, heredero de esta corriente utopista, proponía un enfoque diferente. Celebraba el advenimiento de las ciencias naturales y entendía que la tecnología y la industria habían transformado la vida humana, preparando el camino para su emancipación. Aunque su efecto inmediato fue el fortalecimiento de la deshumanización del hombre, Marx creía que esto podía superarse en el futuro.

El autor grecofrancés Kostas Axelos plantea,  citando a Marx que, una vez superada la alienación tecnicista, la técnica podría desarrollarse de manera integral y no alienante. Para lograrlo, debería mantenerse bajo control de la comunidad humana y la sociedad en su totalidad, y la planificación multilateral de la producción técnica tendría que prevenir la generación de alienación y trastornos. 

Esta aspiración también era bastante utópica, pues sabemos que el modelo marxista no fructificó completamente hasta ahora. Aunque el ensayo basado en las ideas de Marx tuvo avances significativos, no ha conseguido construir la sociedad igualitaria que se proponía.

Las ideas de Marx sobre la alienación, provocada por un lado por la fragmentación generada por la división del trabajo y por otro lado por la apropiación privada capitalista de los resultados del avance científico y tecnológico, constituyen las primeras bases de lo que sería más tarde su concepción materialista de la historia, el materialismo histórico. Este enfoque representa un esfuerzo moderno por establecer una visión integral y totalizadora de las estructuras sociales, su dinámica e interacciones condicionales, tanto en la infraestructura como en la superestructura de la sociedad.

Con esta visión de totalidad, integral y holística, Marx aspiraba a sentar las bases no sólo para superar la visión fragmentada del mundo que surgió con el advenimiento del capitalismo, sino también para generar una praxis holística y multilateral que superara la simplificación y unilateralidad en las relaciones humanas y con el entorno, incluido el medio ambiente. Sin embargo, frente a esta visión de totalidad de Marx, la evolución del pensamiento científico fragmentado continuó profundizando la especialización.

A pesar de los esfuerzos de Marx, el pensamiento fragmentado no cedió ante su visión totalizadora, y surgieron nuevas corrientes neopositivistas que abogaban por una mayor especialización. La gente se enorgullece al ser llamada «especialista» o «experto» en un campo determinado. No obstante, es importante reconocer que ser especialista en un área no implica dominar todas las facetas del conocimiento. Esto no quiere decir que los especialistas no sean necesarios; de hecho, son fundamentales en muchos campos, como la medicina, donde cada experto se enfoca en una parte específica del cuerpo humano.

Sin embargo, cuando nos enfrentamos a problemas que requieren una visión más amplia y multidisciplinaria, es crucial ser conscientes de nuestras limitaciones como especialistas y buscar la colaboración con expertos en otros campos, en lugar de intentar abordar todos los aspectos por nuestra cuenta.

Está bien ser un especialista, pero lo que a menudo se pierde de vista es la importancia de tener una visión integral y holística. En el caso de la medicina, por ejemplo, los profesionales deben entender que necesitan trabajar en equipo con otros especialistas para tratar al organismo como un sistema complejo y no solo como una serie de partes aisladas.

Lo mismo ocurre con las ciencias sociales. Sociólogos, psicólogos y economistas, entre otros, pueden caer en la trampa de creer que su enfoque particular es suficiente para comprender la realidad social. En particular, algunos economistas pueden considerarse a sí mismos como científicos en el sentido más estricto y positivista, basándose en datos duros y cifras, en lugar de especular como los filósofos o los sociólogos. Esto puede llevarlos a desestimar metodologías cualitativas y considerarlas meramente como opiniones.

No hay nada en contra de los científicos naturales o económicos en sí mismos, pero es importante reconocer las limitaciones de centrarse solo en una fracción del panorama completo. Todos los científicos sociales, independientemente de su enfoque, pueden beneficiarse de adoptar una perspectiva más amplia y colaborar con otros especialistas para comprender de manera más efectiva el mundo en el que vivimos.

La visión fragmentada del medio ambiente puede llevar a una comprensión insuficiente de la naturaleza como un conjunto de sistemas interconectados. Por ejemplo, los manglares albergan numerosas especies que, aunque puedan parecer insignificantes, desempeñan un papel importante en el ecosistema. Los biólogos pueden explicar la función de moluscos y otras especies en el mantenimiento de la fauna y flora acuática en estos hábitats. Del mismo modo, la destrucción de arrecifes de coral tiene un impacto en la conservación del resto de la fauna y la flora marina.

El medio ambiente es un sistema en sí mismo, y los problemas en una área pueden afectar a otras. Por ejemplo, se ha hablado recientemente sobre el sargazo y cómo el cambio climático podría haber modificado las corrientes marinas que solían mantenerlo en el llamado «océano del sargazo». La alteración de estas corrientes ha llevado al sargazo a otros mares, afectando el turismo, la calidad del agua y la vida marina en esas regiones debido a las sustancias tóxicas que contiene.

En resumen, es fundamental considerar el medio ambiente como un sistema, ya que la destrucción de una especie o la alteración de un ecosistema puede tener efectos en cascada en las cadenas alimenticias y en la vida en general. Abordar estos problemas de manera efectiva requiere una comprensión holística de los sistemas naturales y cómo interactúan entre sí.

La degradación del medio ambiente es un proceso gradual, y aunque no nos enfrentamos a consecuencias inmediatas, estamos afectando negativamente el entorno en el que debemos coexistir con otras especies. Por lo tanto, es fundamental retomar una visión filosófica y sistémica para equilibrar la tendencia hacia el especialismo y las áreas de conocimiento específicas.

Cuando se cuestiona la utilidad del filósofo, es necesario entender que el propósito de la filosofía es mantener viva la visión de totalidad y la necesidad de un enfoque complejo y sistémico de la realidad. La pregunta sobre la validez o utilidad de la filosofía, en sí misma puede considerarse inadecuada e inapropiada, especialmente cuando se le hace a un filósofo.

La metáfora de no dejar que los árboles nos impidan ver el bosque es particularmente relevante en este contexto. Aquellos que han estado en bosques ricos y biodiversos pueden apreciar la importancia de entender el bosque como un sistema complejo, en lugar de centrarse únicamente en una especie en particular. De manera similar, un enfoque puramente especializado puede limitar nuestra comprensión de la complejidad de la realidad en su totalidad.

Cuando solo se entiende una pequeña parte del conjunto, no se puede apreciar el todo. Esta metáfora es útil para comprender la crítica al predominio del especialismo y la visión inmediatista, que solo se enfoca en satisfacer necesidades inmediatas sin considerar las consecuencias a largo plazo. Por ejemplo, no importa si nos estamos comiendo el último cangrejo o la última langosta preñada, lo único que importa es saciar el hambre en ese momento, sin preocuparnos por el futuro de la especie.

Es cierto que las personas con necesidades básicas insatisfechas, como el hambre, pueden tener dificultades para prestar atención a discusiones teóricas o complejas. En este sentido, es importante recordar que la teoría también debe conectar con la realidad y abordar las necesidades humanas.

Ezequiel Ander, un sociólogo argentino que conocí en la década de los 80, señaló que la fetichización del crecimiento económico como meta de la sociedad y el ganar dinero como el principal objetivo de la existencia nos ha llevado a la situación actual. La realidad que enfrentamos es, según él,  el resultado de una civilización del despilfarro, un desarrollo sin finalidad humana y existencias personales sin sentido de la vida.

Por lo tanto, es fundamental rescatar y promover en las aulas un enfoque crítico, infectando a los estudiantes con la idea de que es posible un enfoque más completo y holístico. A partir de una comprensión más compleja de la realidad, ya sea social, natural o humana, podemos plantear soluciones más efectivas para enfrentar los desafíos que nos aquejan como humanidad.

Sin embargo, me pregunto si existen salidas a esta encrucijada. ¿Es la humanidad incapaz de recomponerse y avanzar hacia un desarrollo armonioso con la naturaleza? Creo que sí, pero encontrar esas salidas requiere transformar la realidad. Sin transformación, no hay manera de progresar y continuaremos atrapados en la misma lucha entre el inmediatismo y el mediatismo, entre el corto y el largo plazo, entre quienes predican en el desierto y aquellos que multiplican el pan para que la gente coma. Es difícil ganar esa batalla cuando la mayoría se guía por sus necesidades básicas más elementales.

En 1990, la autora que lideró el análisis del libro «Los límites del crecimiento», a quien conocí en Costa Rica en 1994, decía lo siguiente (y aclaro, que no era socialista, sino simplemente una pensadora lúcida): «Continuar con la presente estructura de la economía y los sistemas sociales del mundo no nos llevará a un futuro deseable. No cerrará la brecha entre ricos y pobres, no hará nuestro ambiente más limpio y no terminará con la guerra y el conflicto. Son las estructuras actuales las que crean la brecha entre ricos y pobres, los problemas ambientales y las guerras. Solo la reestructuración solucionará esos problemas.»

Esta pensadora entendía cuál era el rumbo de la humanidad y repito, aunque no era socialista ni de izquierda, su análisis lúcido nos ayuda a comprender la necesidad de transformar la realidad para enfrentar los desafíos actuales.

¿Cuál sería el desenlace si continuamos así? Llegó el siglo XXI y esas ideas siguen vigentes. Ya en su tercera década, los problemas de desigualdad, destrucción del medio ambiente, inequidades, hambre, miseria y guerras persisten. Las guerras solo alimentan el poder de los poderosos, la maquinaria militar y los consorcios que producen armas.

La conciencia de la necesidad de un modelo de desarrollo integral y holístico, capaz de superar la presente crisis social, humana y medioambiental del sistema actual, comenzó con estos planteamientos y desembocó en un informe llamado «Nuestro Futuro Común» de la ONU, encabezado por la primera ministra de Noruega Gro Brundland, de ahí el nombre de «Informe Brundtland».

En este informe, se intentó recoger y sintetizar todos los planteamientos que se estaban dando sobre el desarrollo sostenible, dando lugar a muchas corrientes. A veces se cree que la visión del desarrollo sostenible es única, pero no lo es. En mi tesis doctoral analicé varias corrientes que existían en ese momento: una orientada a la conservación, otra económica, sustentada por los neoliberales, otra neomarxista, apoyada por algunos marxistas y una ecologista, llamada ecología profunda.

El problema con estas corrientes era que todas tenían su sesgo y limitaciones. Ni la visión económica del desarrollo, centrada en impulsar la economía como fuente de progreso social, ni las demás ofrecían una perspectiva completa para abordar de manera eficaz los retos que enfrentamos en la actualidad.

La ecología profunda, planteaba la necesidad de conservar las especies y los ecosistemas, ignorando en gran medida  que el ser humano vive en medio de estos ecosistemas y depende de ellos. Si no se genera conciencia sobre la importancia de conservarlos, no importa cuánto se hable sobre la conservación, los seres humanos continuarán destruyendo su entorno. Por lo tanto, es necesario elevar la conciencia e integrar el aspecto social en el pensamiento del desarrollo sostenible.

Es interesante notar que antes del movimiento generado por el libro «Los límites del crecimiento», Rachel Carson escribió un libro llamado «La primavera silenciosa». Ella decidió investigar el tema del libro porque se dio cuenta de que los trinos y cantos de pájaros en jardines y campos estaban disminuyendo aceleradamente. Al investigar, encontró insectos y otros animales muertos debido al auge de la aplicación de agroquímicos, particularmente, el DDT. 

El DDT, un pesticida utilizado para combatir la malaria, fue un ejemplo de cómo una solución centrada en un problema de salud puede causar daños al medio ambiente y a los humanos. Si bien fue un gran avance para combatir la enfermedad que afectaba a millones de personas en el mundo, también tuvo serias consecuencias negativas.

Por ello, es necesaria una visión más amplia y holística para abordar los problemas actuales. A partir de esta comprensión más amplia, surgió la concepción del desarrollo sostenible, en la que nos encontramos actualmente. Sin embargo, queda mucho por hacer para lograr un futuro verdaderamente sostenible, y es crucial que no nos quedemos solo en palabras, sino que actuemos en consecuencia.

Iré cerrando mi exposición, ya que creo que he logrado presentar mis ideas de manera coherente sin tener que leer mi ponencia, haciendo que se entienda lo que estoy planteando. El aspecto ético de esta corriente y del desarrollo tecnológico en sí, se ha ido dibujando a lo largo de mi discurso, pero aún necesito focalizarlo más.

Hace relativamente poco tiempo, existían varias corrientes éticas que trataban de la relación persona a persona: no hacer el mal, no dañar al otro, no dañar al vecino, etc. En ese entonces, la tecnología no tenía un impacto tan grande como para dañar el futuro distante, como menciona Han Jonas. Es la tecnología en su fase contemporánea la que crea un desarrollo de tal dimensión capaz de comprometer no solo el presente, sino también el futuro; de dañar el futuro distante, de penetrar en el tejido social y quedarse allí por mucho tiempo, ya sea en términos de contaminación ambiental, destrucción, como las armas nucleares o devastación de la cultura.

Por ejemplo, consideremos una presa hidroeléctrica. Estudié su impacto en algún momento. Un proyecto de este tipo es un enorme aporte al desarrollo, ya que nos proporciona energía, permite tierras para riego y ofrece muchos otros fines, como proveer agua potable. Sin embargo, también debemos ser conscientes de las posibles consecuencias negativas que pueden surgir de este tipo de desarrollos tecnológicos.

A menudo sucede que en los lugares donde se construye una presa, comunidades enteras quedan sepultadas bajo el agua, junto con su cultura, cementerios y yacimientos arqueológicos. Todo queda sumergido en una gran área y esto, muchas veces no se toma en cuenta, generalmente debido a la visión enfocada en la solución de necesidades inmediatas, sin importar la existencia de valiosos sitios arqueológicos o especies naturales. Algunos argumentan que eso no proporciona energía ni alimentos, entonces, ¿de qué sirve?

Estudié este tema en el caso de Costa Rica, donde aún existen comunidades indígenas vivas. En una ocasión, se planeaba construir una presa que inundaría el territorio de varias comunidades indígenas. Sin embargo, los indígenas se opusieron y lograron detener la construcción de la gran represa que habría sepultado sus tierras e historia. Aunque se les ofreció reubicarlos en otras tierras, para estas culturas el tema de la tierra no es simplemente un pedazo de terreno donde producir. Los indígenas están ligados a su tierra, forman parte de ella y de todo su entorno, incluyendo la flora y fauna. Están arraigados allí, pues allí entierran a sus muertos, lo cual es importante para ellos.

Cuando se desplaza y reubica a estas comunidades, en realidad se les está reduciendo a la nada, se les está matando, porque no son separables como individuos de su entorno y cultura. Es importante considerar estos aspectos al planificar el desarrollo tecnológico y económico, a fin de poder  garantizar un enfoque holístico y sostenible.

A veces se pierde de vista la importancia de combinar el desarrollo con la conservación y protección de la riqueza cultural, social y natural. En el caso de Costa Rica, lograron evitar la construcción de esa presa que habría afectado a comunidades indígenas. Así, el desarrollo debe ir acompañado de la preservación y protección de estos valores.

El gran desarrollo de la tecnología nos plantea desafíos éticos. Ya no basta con que no hagamos daño o tratemos bien a los demás que están cerca de nosotros. Se necesita responsabilidad y abordar el tema del desarrollo tecnológico con conciencia social y ambiental. Muchos avances tecnológicos, como la exploración espacial, la inteligencia artificial, la clonación y la fertilización in vitro, nos obligan a tratarlos con cautela y responsabilidad, evaluando sus diversos impactos en lo económico, social, cultural y natural, así como la incertidumbre que envuelven estos desarrollos.

Lo que menos tienen los gobiernos actualmente es una visión sistémica. A menudo, los ministerios e instituciones actúan de manera aislada, sin comunicarse entre sí ni articularse para alcanzar objetivos comunes. Por ejemplo, en mi investigación sobre el capital intelectual realizada en esta Universidad, observé que cada departamento actúa de manera aislada: la escuela, la cátedra, la biblioteca, el archivo, las investigaciones y la docencia.

Cuando se pregunta cómo se articulan estos esfuerzos para alcanzar los fines propuestos por la universidad, la respuesta suele ser que cada uno hace su parte y el otro debe hacer la suya. Sin embargo, no es fácil integrarse para lograr objetivos comunes e institucionales, y mucho menos a nivel del Estado. Debemos esforzarnos por adoptar una visión más holística y colaborativa en nuestras instituciones y en la búsqueda del desarrollo sostenible.

Entonces, yo sostengo que la responsabilidad es la base ética tanto de la modernidad como de la posmodernidad. Sin embargo, no me siento cómodo usando estos términos porque creo que su uso no está suficientemente justificado. No creo en la subjetividad absoluta ni en la objetividad absoluta, por lo que no voy a incorporar el uso del término posmodernidad a mi vocabulario.  No estoy en contra de estos términos, pero creo que es necesario incorporar la responsabilidad porque nos obliga a ser cautelosos, a asumir nuestra responsabilidad y a responder por los impactos positivos o negativos que causamos en la realidad cultural, social, humana y natural.

La razón por la que el ser humano debe ser responsable de su accionar es porque es el único ser que transforma el ambiente de manera consciente. Otros seres pueden depredar el ambiente, pero la naturaleza tiene por lo general respuesta para ello. Sin embargo, la naturaleza ya no tiene respuesta para la gran profundidad del impacto que está causando el ser humano con su desarrollo tecnológico y científico. El ser humano ha sofocado la capacidad de regeneración y resiliencia de la naturaleza. Por lo tanto, se necesita la lucidez y la razón humana para fijarse en cada desarrollo que pueda afectar esta capacidad regenerativa de los sistemas naturales, sociales y culturales.

Para no destruir la naturaleza, los ecosistemas y los sistemas sociales y culturales de manera irreversible, es necesario asumir el desarrollo con responsabilidad. Esto implica responder, rendir cuentas y auxiliarse tanto de la ciencia como del conocimiento tradicional. A veces, la ciencia no tiene respuestas para situaciones en las que se requiere el conocimiento y la experiencia tradicional. Por lo tanto, es necesario combinar ambos tipos de conocimiento.

En cuanto a la tecnología y la innovación, no soy anti tecnólogo, sino crítico del desarrollo tecnológico. Creo que es importante ser responsable y considerar todas las aristas del desarrollo tecnológico y en el caso de ahora, de la inteligencia artificial.

La tecnología, que nos libera de muchos esfuerzos y trabajos pesados, también puede alienarnos y someternos. La Inteligencia Artificial es un tema nuevo que genera ciertos temores en la gente, pero esto no es algo exclusivo de esta tecnología en particular. Históricamente, cada tecnología disruptiva ha generado cierto miedo e incertidumbre. En la década de los 80, cuando estaba realizando mi maestría en transferencia de tecnología y filosofía de la tecnología, el tema de la privacidad ya era un tema de preocupación, particularmente,  el desarrollo de las tecnologías digitales y de la información que se vislumbraba. En aquel entonces se hablaba del video teléfono y se imaginaba la falta de privacidad que esto podría conllevar. Cualquier nueva tecnología disruptiva puede generar temor, fundado o infundado, pero lo importante es analizar cuáles son los cuidados y precauciones que debemos tener al desarrollarlas y usarlas.

No podemos sobredimensionar los supuestos avances y virtudes de ningún desarrollo tecnológico. La tecnología es la respuesta práctica que da la inteligencia humana para solucionar problemas concretos. A diferencia de la ciencia, que tiene una función teórica, la tecnología existe para resolver problemas prácticos. Si surge la Inteligencia Artificial, es para resolver problemas prácticos. Si surge la computadora, es para resolver problemas. En ese sentido, siempre hay una razón práctica detrás del desarrollo de tecnologías nuevas.

Es cierto que algunas veces los problemas son creados y que hay que tener cuidado con esto. No podemos dejarle todo al mercado y a los intereses particulares que hay detrás de este, ya que los desarrollos tecnológicos deben ser abiertos y democráticos. Tienen que ser beneficiosos para la sociedad en general, no solo para aquellos que los desarrollan y los comercializan. Debemos asegurarnos de que los desarrollos tecnológicos tengan un impacto social y medioambiental positivo, y para ello, es importante que el Estado intervenga para representar a la sociedad y velar por su beneficio. En resumen, abogo por una intervención del Estado que tenga sentido y profundidad, y que invite a la sociedad a participar activamente en el desarrollo tecnológico.

El Estado debe intervenir en áreas estratégicas para lograr beneficios sociales y mejorar la calidad de vida de los sectores más vulnerables de la sociedad. En un sistema capitalista, como en el que vivimos, es importante buscar la manera de superar situaciones critica como la vivienda, la salud, la educación, entre otras, y eso solo lo puede lograr el Estado, no el mercado. 

En conclusión, agradezco a mis colegas profesores por invitarme a participar.

Gracias a todos.