Entrevista a la profesora Elsa Saint Amand Vallejo       ver  biografías

Doctor Alejandro Arvelo

Nos encontramos en el despacho del profesor Eulogio Silverio, director de la Escuela de Filosofía de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). Nos hemos dado cita aquí para dar continuidad al programa «El Archivo de la Voz». Hoy tenemos como invitada a una persona que es un símbolo y un modelo a seguir, no sólo para la nueva generación de filósofos y aprendices de filósofos, sino también para muchos de sus contemporáneos. Se trata de la profesora Elsa Saint Amand Vallejo.

La profesora Amand Vallejo comenzó estudiando medicina, pero pronto descubrió que su vocación era la filosofía. Tuvo la suerte de tener unos padres comprensivos, como ella misma dice en su libro “La Utopía Materialista de Spinoza”, que la apoyaron para que pudiera irse a España, donde cursó la licenciatura en Filosofía. También, hizo una licenciatura en Ciencias de la Educación en la Universidad Complutense de Madrid. Posteriormente, en la misma universidad, obtuvo su habilitación doctoral y completó su doctorado.

Tiene una Maestría en Derecho Internacional por la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). Es una maestra destacada y admirada, tanto por sus estudiantes como por sus colegas. Además de pertenecer al cuerpo docente de la Escuela de Filosofía, es profesora desde hace mucho tiempo en la Escuela de Ciencias Políticas de la UASD.

Bienvenida, estimada. Es un placer, tanto para el profesor Silverio como para quien le habla, que usted haya aceptado participar en este programa, «El Archivo de la Voz».

Doctora Elsa Saint Amand Vallejo

Muchas gracias, el orgullo es mío por estar aquí con ustedes, conversando acerca de lo que he podido aportar dentro de todos mis objetivos en la vida. Eran, digamos, muy ambiciosos en una época dificultosa, y logré salir del país buscando enriquecimiento intelectual y cultural, siempre con la idea de volver para dejarlo inserto en el espíritu de nuestra nación, que amo tanto y con tanta dedicación. 

Arvelo 

Hay una faceta que estoy seguro muchos de sus estudiantes y lectores no conocen: usted es músico profesional, pianista graduada del Conservatorio Nacional de Música, lo cual no es poca cosa. ¿Cómo se produce la confluencia entre esos diversos aspectos en la profesora Elsa Saint Amand Vallejo, la música, la teoría política y la filosofía?

Saint Amand Vallejo

Como siempre digo, me considero una persona de mucha suerte, porque siempre he tenido gente cerca que me ha nutrido. Me he alimentado de mis compañeros de edad, de mis maestros, de mis padres. Pero yo diría que la música y el arte siguen siendo el arcano de respuesta con respecto a las aperturas filosóficas a las que después pude acceder.

En primer lugar, me aproximé a la música por mi propia cuenta desde que tenía cinco años. Le dije a mi maestra de canto del colegio primario, cuando recién comenzaba mi educación básica, que quería aprender a tocar piano como ella lo hacía para acompañarnos con los himnos y todas estas cosas emocionales con las que se suele vincular a los niños con su nación. 

Tuvimos una primaria ejemplar en el Colegio San Luis Gonzaga y una maestra de música también ejemplar, alumna de Manuel Rueda, de la Escuela de Arte. Ella nos acompañaba; se llamaba Josefina de Peña, hermana de Aníbal de Peña, el gran compositor dominicano. Entonces, le dije, cuando tenía cinco años, que quería aprender piano y ella me preguntó: «¿Y en qué tiempo?» Le respondí: «En mi recreo». Así que, mientras mis amigas iban a jugar, yo me quedaba con ella hasta que pude hacer las primeras melodías, utilizando el equilibrio de las manos, lo cual tiene mucho sentido motriz para el cerebro y para todo.

Tuve una buena iniciación, con la gran suerte de quedar en sus manos. Después, se fue a Puerto Rico, destacó y tocó en muchos eventos importantes. Ahora está de regreso en la República Dominicana, aunque no se ha acercado todavía al ambiente musical, yo sí la busco y tenemos contacto.

Cuando ya tocaba algunas piezas, Josefina llamó a mi madre y le comunicó que estaba tomando clases de piano y que era justo hacer la retribución económica. Entonces, mi mamá se sorprendió y exclamó: «¿Ella toca piano? ¿Quién lo ha dicho?». Fue a ver y, cuando vio que era verdad, se puso tan alegre que fue inmediatamente a comprarme un piano y lo puso en la casa. Lo que quiero decir es que a mí nadie me indujo al piano, fui yo sola la que tuvo esa motivación.

Cuando terminé el bachillerato en el Colegio de Santo Domingo, entré en la Facultad de Medicina de la UASD con mucha ilusión de hacerme médico, pero la música sufrió. Era alumna, en ese momento, de los maestros Vicente Grisolía, Manuel Simó, Marina del Rosario, tuve genios en contacto directo, y había tenido que rezagar mis estudios de música por la exigencia de la medicina.

Fue entonces cuando conversé con mis padres y les expliqué que no quería dejar la música, que la medicina me estaba asfixiando. Si bien era divertido porque tenía buenas notas, sobre todo en química orgánica, que adoraba, no llegué a cursar fisiología. Mi papá decía: «Resiste hasta que llegue a fisiología”. El era medico. Sin embargo, como el piano sufría, estaba decidida a dejar la carrera.

En ese momento, se produjo un viaje de mi madre a España, encargada por la Junta Central Electoral de fabricar la tinta indeleble para las manos; y me sugirió: «Acompáñame a Madrid», y fui con ella. Cuando vi la Universidad Complutense de Madrid, que en ese tiempo era modélica, le dije a mi madre que quería quedarme, que deseaba estudiar filosofía. 

¿Por qué filosofía? Porque mi padre era médico, pero tenía en nuestra biblioteca muchos libros de Nietzsche. Les llamaban la atención y los leía tratando de sacarles algún contenido poético. Lo veía leyendo con tanta avidez que se los pedía prestado cuando terminaba. Así leí El nacimiento de la tragedia, Así habló Zaratustra, Más allá del bien y del mal. Mi padre tenía la obra completa de Nietzsche y la leía atentamente. Yo se la pedía con frecuencia. 

Mi mamá se opuso. Era científica, parasitóloga, especialista en parásitos, y le tenía mucho miedo a la filosofía porque pensaba que podía disparar la mente del joven hasta cuestionar las costumbres establecidas, y tenía razón. Pero en ese tiempo no lo entendía, solo quería romper el esquema social que me parecía disfuncional, como casi todos los de mi edad. Quería leer a Nietzsche. Mi mamá me sentenció: «Para leer a Nietzsche hay que estudiar filosofía». Así que decidí estudiar filosofía.

Tuve la dicha de tener compañeros de curso especialistas en Nietzsche que me dieron datos de cómo manejar esa lectura tan complicada, que parece simple. Ese es el problema con Nietzsche: la gente cree que está leyendo poesía cuando está comprometiéndose con una transformación de la moralidad. Nietzsche es muy difícil de interpretar, y gracias a que conté con estudiosos de él, pude enfocarme en donde realmente estaba apuntando.

Sin embargo, encuentro que Nietzsche fue desvirtuado ideológicamente. Los filósofos son a menudo llevados a la zona de interés particular de cada uno, y aunque la filosofía tiene como base la denuncia de la manipulación ideológica y la libertad del hombre, también ha sido utilizada para la opresión y el condicionamiento ideológico.

Estudiar filosofía no es fácil, pero es muy apasionante. Hay que abordarla con el corazón limpio, tratando de detectar cualquier intención de llevar lo que el filósofo aporta hacia lo personal, porque si no, no llegamos realmente a su esencia. Es como cuando critican a Platón; yo digo que esas críticas no son realmente a Platón. Las personas tiran piedras y con eso se sienten realizadas, contemporáneas. Pero quienes no han estudiado filosofía a fondo creen que ser contemporáneo es haber nacido ayer, y eso no es tan simple como el nacimiento. Ser contemporáneo requiere una apropiación del pasado, una inteligencia del pasado que te permita ajustarlo a tu momento. Solo así se puede ser verdaderamente contemporáneo. Por eso Hegel decía: «No critiques tu tiempo, porque en el mejor de los casos, tú llegas a ser tu tiempo, no puedes superarlo». 

Todas esas reflexiones las pude conocer gracias a maestros que me guiaron. Como no sé si tendré tiempo para contarles todo, les diré que fui conducida dentro de los estudiantes de la Complutense por maestros que me veían como una dominicana para la República Dominicana. A veces ellos indicaban: «Que salgan todos los españoles y se quede la de Santo Domingo». Preguntaba por qué, y me respondían: «Porque necesito hablar con usted aparte sobre América Latina y la situación que va a tener que enfrentar». Me hablaban de la colonia, de la conquista, de la identidad. Me decían que América Latina tenía que apropiarse primero de lo que es para después superar los escollos que tiene, y que mientras no se apropie de su verdadera identidad, no podrá superar sus problemas. El tiempo puede pasar, pero si seguimos mimetizándonos con otras culturas, será imposible dar los pasos de desarrollo que América Latina merece y necesita.

Podría extenderme mucho más, pero espero que usted me haga preguntas pertinentes para poder tratar esta preocupación por nuestro continente y por nuestro país. Esto se expresa con mucha claridad en ese ensayo sobre el lugar de la República Dominicana en el ámbito internacional en los siglos XVII y XVIII que presenté en el primer Congreso Dominicano de Filosofía. En ese caso, diríase que lo filosófico y lo político, lo filosófico y lo histórico, y lo filosófico y la preocupación por el porvenir van de la mano.

Arvelo

Claro que sí. Además de la maestra Josefina de Peña, ¿algún otro profesor dejó su impronta en la académica de hoy?

Saint Amand Vallejo

Sí, a dar clases me enseñó mi madre, que me llevaba consigo al aula universitaria. Era la universidad post-trujillista, que pretendía forjar al nuevo hombre dominicano de manera autónoma para que de aquí salieran los dirigentes. Ese era el objetivo de la universidad. Ella me traía, me sentaba en la mesa de trabajo y yo la veía disertar. La admiré mucho. Era una mujer hermosa,  inteligente y decente. Sus alumnos también la admiraban. Ella me enseñó a trabajar en el aula como si no fuera un aula, sino una matriz donde laos estudiantes se quedan impactadas y tú también, porque es un impacto colectivo.

Pero no solo mi madre dejó esa impronta. Desde que tenía seis años en la escuela primaria, tuve modelos como Doña Fabiola Catren de Pérez y Doña Antonia de Suazo, a quien decíamos Toñita. Eran ejemplos de formación y entrega. Me enseñaron que no podía hacer menos. No creo haber llegado a su nivel, pero siempre las tengo presentes cada vez que entro a un aula.

Doña Toñita era la suplente ideal. Si se le decía que debía ir al quinto curso, iba y preguntaba: «¿De qué es esta hora?». Si le respondían que era de literatura o de lengua española, comenzaba inmediatamente con el sujeto, el objeto, el verbo; y creaba una atmósfera que todos seguían con devoción. Caminaba entre las butacas, interpelando a cada alumno uno por uno. Todavía hago eso, y cuando lo hago, me da risa interior porque pienso que la estoy imitando y que he conseguido rescatar algo de ella después de que ya no existe. Se retiró y murió siendo muy vieja, pero dejó ese sello en mí.

Veo a muchos profesionales trabajando y la veo a ella en ellos: médicos, arquitectos, egresados de esa primaria. En ocasiones, nos juntamos para recordar cosas.

De los filósofos que he frecuentado y que influyen en mi obra, ¿quiénes han dejado huellas parecidas? Observando mi obra, uno se da cuenta de que he dedicado largas horas a Nietzsche, pero también a Hume y a Spinoza. Aunque, no he descuidado el plano dominicano, el pensamiento dominicano. En uno de mis ensayos, acerco de una manera original a Duarte y a Sócrates. 

Arvelo

¿Quiénes han dejado un modelo parecido al de Doña Toñita en la pensadora y educadora de estos tiempos?

Me gustaría explicar cómo entré a la Universidad Complutense. He contado que llegué a España con mi madre a una compra farmacéutica de productos. Ella me llevó a la embajada dominicana. Le cuestioné: «Mamá, pero ¿para qué? Acabamos de salir de Santo Domingo. Quiero conocer esta ciudad». Ella me respondió: «Ese es tu territorio. Si te pasa algo, ahí tienen que protegerte. Voy a hablar con el embajador y decirle que tengo una hija que se va a quedar aquí». Fuimos, hablamos con el embajador. Mi madre le explicó: «Esta es mi hija. Se va a quedar a estudiar filosofía y necesito que se sienta como en su territorio».

El embajador, que en ese momento era mi tío, nos recibió y contestó: «Sí, cuando ella quiera». Desde la embajada, pude ingresar en lo que se llama un colegio mayor, una residencia universitaria de las que rodean la Complutense. La Universidad Complutense de Madrid era en ese momento la más importante de España. Había un colegio llamado Hispanoamericano Juan Roncali, y ahí me envió la embajada dominicana. Mi mamá y yo fuimos, hablamos con la directora, que aún está allí y me pregunta por mi madre cada vez que hablamos. 

La directora se encargó de hacer los trámites para mi matriculación en la Complutense, ya que no la había preparado con el tiempo necesario. Cuando mi madre y yo estábamos en el despacho esperando la llamada para formalizar la inscripción en filosofía, una señora de las ventanillas gritó: «Que entre la de Santo Domingo». Había muchos españoles esperando, y por supuesto, hubo protestas. Mi madre le preguntó por qué llamaba a una de Santo Domingo habiendo tantos españoles. Ella respondió: «Un dictador que ustedes tenían hizo un acuerdo con Franco para que, en cualquier opción de entrada, si hay un dominicano, éste entre primero».

Por supuesto, Trujillo no hizo ese acuerdo para mí ni para nadie fuera de su órbita interna, porque él tenía control de las salidas al exterior. Pero me pude beneficiar de ese acuerdo y entré sin hacer el examen de admisión. Así ingresé con el bachillerato dominicano. Una vez dentro, el decano de la facultad, el doctor Rabade Romeo, formó un consejo de tres o cuatro profesores y me mandó a buscar al colegio mayor. Quería saber por qué una joven de 18 años venía de Santo Domingo a estudiar filosofía. 

Le expliqué que en Santo Domingo, después de los Beatles, había notado una gran tendencia hacia Oriente. Le señalé: «Siento una tendencia oriental. Los Beatles fueron a la India, fumaron con el gurú Maharishi, compartieron la pipa de la paz. La moda es oriental, con el cuello Neru. Reflexiono si Occidente no tiene nada que ofrecer al hombre, que haya que ir a buscarlo a Oriente. Reconozco el vacío cultural, pero quiero saber si Occidente está realmente vacío o si tiene algo que ofertar. Pensé que si tiene algo, para mí debería estar en España, por el idioma, la tradición, las costumbres y los valores que los españoles llevaron allá y que están inmersos en la lengua». 

No esperaban esa respuesta de una jovencita. Se miraron y dijeron: «Entra». Esto me hace pensar que mi ingreso estuvo bajo serio cuestionamiento, pero finalmente me dieron la entrada y, a partir de ahí, me trataron de manera especial. Reitero, tuve maestros que me marcaron, como Antonio Pérez Quintana, actualmente profesor de la Universidad de La Laguna en Tenerife, un estudioso genial de Hegel, que fue jesuita y vivió en Alemania. Habla alemán desde los ocho años y traducía a Kant del alemán al castellano desde esa edad, aunque luego se especializó en Hegel. Antonio Pérez Quintana, no sólo para mí, sino para toda nuestra generación, fue la mano amiga de los libros que había que leer previo a las cátedras de los otros profesores. Siempre estaba dispuesto a asesorar y ayudar, a pesar de que era un profesor no numerario (PNN).

También, conté con la fortuna de coincidir con grandes exiliados que regresaron a España, como José Luis Aranguren, quien fue mi profesor directo y amigo. Aunque tenía 80 años y nosotros 20, salíamos juntos a la Plaza Mayor a comentar lo que veíamos. Nos enseñó la cotidianidad del pensamiento y hablaba de cosas que todavía recuerdo: «Si yo, que he estudiado tanto, he viajado tanto y hablo tantas lenguas, me candidato políticamente contra la chica del telediario, ella me gana, y con mucho. Aunque no haya estudiado nada, aparece en el hogar español todos los días y la ven como una hija, y a mí me ven como un extraño. Ustedes están creciendo en un mundo donde la lógica no tiene cabida y donde solo la manipulación ideológica determina los resultados. Eso corrompe todos los proyectos». Presagiaba que tendríamos una vida difícil desde la filosofía, pero que si eso era lo que nos gustaba, no podía criticarnos.

Otro genio que nos ayudó fue Jacobo Muñoz, uno de los más inteligentes que he conocido. Pero casi nunca nos dio clase directamente, tenía un ayudante que evaluaba nuestro progreso. Al principio, él ponía tareas y apuntaba: «Hay que leer a Kant entero. Comiencen por las cartas a Marcus y luego sigan por el periodo precristiano. Vengo a evaluar». Así que todo el mundo en la biblioteca, estudiando el periodo precristiano. 

Estaba preocupada porque mi padre me había advertido que si reprobaba una materia, no podría terminar la carrera y tendría que regresar a hacer otra. Cuando Jacobo comenzaba con su «¿usted?», me moría de miedo. Una vez me dijo: «¿Y ese acento? ¿De dónde es usted? ¿Cubana?». Le respondí: «No, señor, soy de Santo Domingo». 

Él indicó: «Es la primera vez que conozco a alguien de Santo Domingo. Déjeme verla bien, acérquese». Y yo, bueno, todo el mundo me había alertado que era un necio y que no debía examinarme, porque la gente podía prorratear el examen, pero no podía. Tenía que venir en verano y traer las notas, así que debía asumirlo. La mayoría dejaba así las cosas. 

Cuando me tocó el examen, por suerte, había estudiado bien porque Antonio Pérez siempre estaba ahí ayudándonos. Él nos daba las monografías que teníamos que leer para poder entender la «Crítica de la razón pura». 

En el examen final, teníamos que dominar la «Crítica de la razón pura». Jacobo dijo: «Vamos a ver, en el tema libre, ¿qué haría usted, allá de Santo Domingo?». Le respondí: «Comenzaría desarrollando las antinomias». Me interrogó por qué, y le detallé: «Porque en las cartas a Marcus Herz, Kant dijo que las antinomias le habían revelado las limitaciones de la razón. Quería estudiar la validez de la razón para tratar la filosofía y cómo la razón podía convertirse en ideológica. Así que voy a analizar las variaciones de la razón que estudió en las antinomias y, a partir de ahí,  explicar el programa crítico». 

Él exclamó: «Interesante». Entonces me senté y lo escribí en varios folios, se los entregué, y me puso la mejor nota que había sacado hasta ese momento en la licenciatura. Me dio un sobresaliente porque le gustó cómo manejé el tema. Realmente, estaba bien asesorada, gracias a Antonio Pérez.

Otro maestro importante fue Gabriel Albiac, especialista en Spinoza. Tenía un seminario abierto sobre Spinoza para dominar su obra entera, y me inscribí porque era voluntario. Uno podía optar por Spinoza o por Kant. Ya Jacobo me había entrenado bastante en Kant, así que me fui a Spinoza. Spinoza es anterior a Kant, pero intelectualmente posterior en categorías. Esta es una de mis tesis: el pensamiento de Spinoza, según planteo en «La utopía materialista», es completamente actual.

Aunque a veces se me olvida lo que he detallado en el libro, realmente pienso que Spinoza es postmoderno, pero con una inteligencia de la postmodernidad diferente a la ideológica que corre hoy en las arterias intelectuales del mundo. Prefiero la visión de Spinoza, no obstante a que es una crítica a la modernidad. Gabriel Albiac, que todavía vive, era bastante joven cuando me dio clase. Se hizo experto en estudios judíos y hebreos, y en mi época se concentraba en Spinoza. Él hizo que me gustara Spinoza y me controló las investigaciones junto con el equipo de estudiantes. Leíamos «La ética», aunque no entendíamos todo. Sacábamos trozos e interpretábamos cosas que aún me repercuten, todo gracias al seminario de Spinoza que dirigía Albiac.

Otro maestro fue el doctor Marqueth, quien después emigró a la Universidad de Coimbra, en Portugal, porque se casó con una chica portuguesa. Cambió de esposa, ya que cuando era mi profesor, estaba casado con una española. Alejandro era una persona especial. Se vestía como Kant: chaqueta larga, cuadrada, al estilo romántico, con lazo y barba, pero no usaba la peluca que solía usar Kant. Tenía el pelo largo y rizado.

El doctor Marqueth era un especialista en Kant. Había ido a Alemania, me parece que a la Universidad de Frankfurt, a estudiar a Kant, y él también me ayudó a dominar el tema, además de Antonio Pérez. También, recuerdo a Don Ángel González Álvarez, quien escribió un tratado de metafísica que se sigue usando en América Latina, sobre todo, en Argentina. Fue un alumno aventajado de Ortega y Gasset.

Ortega y Gasset tenía una presencia significativa en la universidad en esos momentos. Fue profesor tanto de Aranguren como de Don Ángel. Con su tendencia europeísta, estaba cuestionado en esos tiempos. Tanto Ángel como Aranguren, cuando hablaban de europeísmo y se dejaban influenciar por las corrientes de Ortega y Gasset, eran mal vistos, porque era un momento de españolización. Finalmente, terminó imponiéndose la posición de Unamuno para esa generación, no la de Ortega y Gasset, quien llegó a plantear claramente los Estados Unidos de Europa en «La rebelión de las masas», por ejemplo. Era muy visionario en ese tipo de desarrollo, ya que había estudiado en Alemania.

Si lo hubiera podido conocer personalmente, le habría llamado la atención sobre el hecho de que en Alemania admiran mucho a España. Tengo una hija que es médico y cuando fue a hacer su especialidad en Bad Krozingen, Alemania, le preguntaban cómo eran las cosas en España y tomaban nota, porque España tenía una seguridad social ejemplar que toda Europa quería copiar. Todavía hoy, aunque deteriorada, la seguridad social española es un modelo a seguir. Fui a España a aprender filosofía, pero también a copiar crecimiento. Llenaba cuadernos de cómo se podría implementar un estado protector y perfeccionar la seguridad social.

La historia no caminó hacia eso, sino hacia un descalabro del Estado español, que arrastró a los estados latinoamericanos. No sé cómo Ortega y Gasset no se dio cuenta de eso. España tiene cosas únicas que otros países de Europa no tienen. Puede que me haya influenciado por haber vivido allá, pero soy hispana y orgullosa de serlo. En España, judíos y árabes convivieron como hermanos. Las herencias están en Córdoba, en Toledo, y en la mente de las personas. Cervantes comienza «El Quijote» afirmando que se lo robó, reflejando esa convivencia.

Es notable que la mente árabe conviva con la mente judía, lo cual hoy es sumamente difícil por razones políticas más que culturales, por razones creadas más que naturales. Si esas dos culturas se entienden, surge España. Un resultado de visiones diferentes que respetan las individualidades.

La gente ve el fracaso del capitalismo hoy en día y se inclina hacia el poderío mundial sin saber que este ha sido ensayado varias veces en la historia, generando explotación, derramamiento de sangre y dolor. A pesar de que Dante defendía la universalidad de la cultura, lo hacía por rechazo del feudalismo. Muchos tienden a los extremos, como sucede con Maquiavelo, que a veces no se comprende por qué confronta a la iglesia. Es precisamente por la unidad cultural de los pueblos itálicos.

Arvelo

Y a propósito de esa deriva hacia donde ha desembocado nuestra conversación, profe, en la República Dominicana tenemos una tendencia del pensamiento que plantea que somos un país africano, de negros, de acomplejados, que no se aceptan como hermanos de nuestros vecinos, como si la confluencia fronteriza generara hermandad. ¿Cómo ve usted al dominicano del presente a propósito de esos poderes con los que hemos tenido que lidiar, los del Norte y los del Oeste, que han invadido esta tierra en tiempos sucesivos?

Bueno, usted también es politóloga y experta en derecho internacional. Y considero que quejarse de la herencia histórica es inútil. Preguntar qué hubiera podido ocurrir es lo más tonto, porque nada aparte de lo que sucedió pudo haber sido jamás. Solo pasa lo que tiene que pasar y lo que cada etapa de la historia necesita.

Saint Amand Vallejo 

Alejandro, creo, desde mi humilde opinión, que somos nuevos históricamente hablando. Comenzamos a ser nación en el siglo pasado, cuando otros pueblos ya tenían historias rancias. Nosotros empezamos como una fusión en medio del mercadeo del primer capitalismo mercantil, cuando se vendían hasta seres humanos. Fíjate,  todavía hoy se venden hombres, mujeres, niñas, niños. De todo. 

Le infiero a mis alumnos: si quieren defender a los aborígenes, vayan a México y luchen por los aborígenes que están marginados. Es complicado defender al aborigen del siglo XV porque ya no queda nada de él. Pelear contra esos opresores es enfrentarse a molinos de viento. Vayan a combatir con los opresores de hoy, los que mercadean niños y marginan indígenas, como en México, donde les roban sus tierras.

Acompañé a mi esposo en un viaje relacionado con la productividad de la langosta en el Caribe. Representó a la República Dominicana y me llevó. En el hotel, me di cuenta de que las indígenas que hacían las habitaciones no miraban a la cara a las personas. Me comentaban: «No podemos mirarle, señora». Esto demuestra que hay mucho que hacer hoy, y no sirve de nada criticar a los colonizadores del siglo XV, porque actualmente existen colonizadores.

Por eso, he recalcado que me gustaría que se oficializaran aquí clases de latín y griego, aprovechando la dirección del maestro Eulogio Silverio. Una sola palabra puede decir tanto. Por ejemplo, Espinoza usa mucho la palabra «nos», que significa enajenación por efectos de un agente exterior. Ahora mismo, hay muchas esclavitudes: drogadicciones, esclavitudes educacionales, dependencias motivacionales y publicitarias. Es necesario centrarnos en los problemas actuales. Nadie va a querer a la República Dominicana más de lo que yo la quiero. Mi sueño es contribuir a que los ciudadanos de esta nación sean más cívicos, cumplan con las leyes y puedan competir legítimamente por trabajo y valor agregado.

No podemos lograr esto mientras incumplimos las leyes y criticamos lo que la historia ha traído. Si la historia impone un dictador, plantea Espinoza, es porque la gente se merece un dictador. Muchas cosas injustas se vuelven justas cuando la historia las arrastra, porque necesitan ser superadas para poder tener gobernantes más aptos. Si en época de dictadura burlamos la ley, entregamos nuestro pueblo a una dictadura no beneficiosa. 

Procuro que mis alumnos no sólo conozcan lo que los filósofos han aportado, sino que también sepan cómo comportarse como ciudadanos para ser más libres y competitivos. Eso es lo que se llama desarrollo.

En cuanto a la frontera y la negritud en la República Dominicana, explico lo que pienso humildemente. Creo que nosotros, por historia, trajimos una lengua. Pensamos en español porque se unificó la península con esa lengua, y las otras lenguas locales no pudieron imponerse frente al español. En el momento en que salieron los colonizadores, lo que se difundió fue el español de Isabel la Católica. Ese español se sembró en América, y cuando una lengua se siembra, también siembra sus valores, principios, formas de proceder, sazón, comida.

Nosotros comemos como los españoles, con la herencia árabe que se impuso allá en su momento. Los árabes influyeron grandemente, no únicamente en la gastronomía con el ajo y la cebolla, sino también con el álgebra, la visión del mundo y el aristotelismo. Los árabes fueron una fuente de fertilización cultural frente al mundo romano. España tiene la fusión romana, judía y árabe. Es mucho; es un crisol de culturas que fue capaz de venir y conquistar.

Enseño a mis alumnos: Moctezuma no fue a conquistar y dejar su lengua, ni Enriquillo pudo ir a llevar el quechua o la lengua taína. Fueron los españoles quienes se impusieron, con su cultura. La trata negrera no fue idea de los españoles, sino de los portugueses, quienes comenzaron a cazar hombres en África. Los líderes africanos de su tiempo, en cierta forma, estuvieron de acuerdo y entregaron a sus jóvenes y niñas para ser vendidos. 

Los esclavos llenaron Brasil, fueron cargados a Estados Unidos porque los ingleses se metieron en el negocio, y los españoles entraron en tercer lugar. Llegaron por la playa del norte de lo que hoy es Haití, comprando esclavos de los barcos. 

En la República Dominicana hubo menos esclavitud en comparación con otros lugares. Inmediatamente los esclavos se liberaban, se casaban y se mezclaban. Así, resultamos con una mixtura de colores y tipos de pelo muy hermosa y original, pero con una lengua y unos valores blancos. Por eso, muchos aquí intentan resaltar su parte blanca, y eso no es complejo; simplemente, se les impuso una lengua con unos sonidos a una etnia multicolor. 

Hasta que no podamos entender que tenemos derecho a ser como somos y a pensar como pensamos, no podremos reconocernos a nosotros mismos, lo que nos llevará a respetar a los vecinos. Mientras no nos respetemos, no podremos respetar a los vecinos. Tenemos miedo a las grandes potencias porque nos amenazan económicamente e interiorizamos que nos moriremos de hambre si no nos ayudan. Este miedo existe porque no sabemos el valor que realmente tenemos. 

Conservamos ese valor porque fuimos la puerta de la conquista europea en América. Contamos con la primera universidad, el primer hospital, el primer manicomio, el primer leprocomio, la primera escuela de niños, la primera secundaria, la primera misa y los primeros derechos humanos, todo en esta tierra bendita que no ha sabido adueñarse de su tesoro histórico. Explico a mis bachilleres que no critiquen la conquista hispana, pues al hacerlo, se critican a sí mismos y no llegarán a amarse nunca.

Espinoza me enseña que lo que deja la historia hay que asumirlo. La historia no pasa por casualidad, sino por un conjunto de combates de fuerza donde siempre gana el más poderoso, sea fuerte moral, económica o militarmente, como en la naturaleza. La historia, como aclara Espinoza, es el laboratorio de la humanidad, el laboratorio para la observación de lo que un hombre puede hacer. Si quieres saber lo que va hacer un gobernante, analiza la historia. Acércate a Nerón y a los romanos. Si quieres saber lo que puede hacer un filósofo, aproxímate a Aristóteles, quien traicionó su cultura para investigar en el Medio Oriente. Para entender de lo que un hombre es capaz, se debe estudiar la historia, ya que permite ver qué se puede hacer y hasta dónde se puede llegar. Espinoza postula esto:”No critiques la historia, asúmela. Mejora los problemas que has heredado, pero no gastes tu tiempo pensando en lo que pudo haber pasado”.

Espinoza también muestra algo muy pertinente en la actualidad: respetar la individualidad. Las fronteras tienen sentido. Ni Haití será Haití ni nosotros seremos nosotros si la frontera no se mantiene, debido a que las individualidades son integraciones de individuos y no se puede integrar lo disímil, lo que combate. No se deben fusionar porque se rompe la unidad de existencia; se existe individualmente. Espinoza nos habla de las existencias individuales. Tener fronteras no significa ser enemigos, todo lo contrario, mantener nuestras individualidades de manera que podamos decir que hemos logrado una expresión depurada de la dominicanidad. 

Debemos entendernos en nuestras diferencias y permitir que los científicos y los artistas trabajen a tope, apoyar el talento que nace y no abandonarlo. Cando logremos esto individualmente, podremos ser verdaderos hermanos de nuestros vecinos. Lamentablemente, no veo que históricamente se esté trabajando ni para el desarrollo dominicano ni para el haitiano. No se ha invertido lo suficiente, y aunque algunos piensan que desarrollar Haití es difícil, creo que es posible. Pero en Haití hay una clase alta que no habla la misma lengua que la baja y que los mira desde arriba. Mientras persistan en esa distancia, no resolverán sus problemas. Ellos deben unirse como nación, no emigrando y huyendo, sino trabajando juntos.

No quiero hablar como un gurú, pero la gente suele pensar que la filosofía es algo ajeno a la realidad. En mi texto de introducción a la filosofía de los años 90, hago una defensa apasionada de la filosofía y su relación con la medicina, la música y la lingüística. Para mí, la filosofía es una respuesta humana a los problemas humanos que impone la historia en cada coyuntura. Varios filósofos sostienen que sin filosofía no habría humanidad, porque la filosofía es el ejercicio crítico racional que busca la totalización de los problemas sin abandonar la base material.

A medida que pasa el tiempo, la formación académica se ha ido deteriorando; y no se puede llegar a los filósofos en toda su riqueza. Google da respuestas rápidas, pero lo importante no son las respuestas, sino la búsqueda. Creces buscando, no encontrando respuestas. Cuando encuentras una respuesta, dejas de buscar. 

Recuerdo que cuando era niña, llegaba de la escuela y mis amigas me esperaban con bicicletas para salir a jugar. Pero tenía que hacer tareas. Mi papá me ayudaba: «Eso lo puedes encontrar en el segundo libro que está en el estante del medio». Me quejaba, pero él insistía en que debía buscar las respuestas por mí misma y explicárselas luego. Así fue como desarrollé mi capacidad de enseñar. 

Hoy, los estudiantes encuentran respuestas rápido y buscan poco, lo que los hace incapaces de interpretar soluciones filosóficas a su momento. Cada filósofo reacciona a su tiempo; Kant es una reacción a la crítica de Hume, y así sucesivamente. Al perseguir respuestas por nosotros mismos, absorbemos el conocimiento y podemos comprender los puntos filosóficos. 

Esto me ha permitido leer a Espinoza y aprovechar su obra, porque él previsualizó muchos problemas actuales en el siglo XVII. Entonces, los atacó antes de que aparecieran. Cuando Kant y Hegel ofrecieron sus soluciones, Espinoza ya había visto que no servirían cuando se intentara aplicarlas. Efectivamente, vemos que no sirvieron para nada, que no fueron auténticas.

Espinoza propone que no se debe dar a la gente soluciones, fórmulas o modelos. Critica la moralidad tradicional porque proporciona modelos, pero eso no significa que piense que se puede delinquir o vivir de una pasión a otra. Él dice que, aunque sabemos poco y los más sabios somos unos ignorantes, todos debemos comportarnos decentemente, dignamente y con solidaridad hacia los otros seres humanos. No es correcto interpretar su crítica a la moralidad tradicional de otra manera.

Una frase operativa de Espinoza es: «No se puede separar una conducta del sujeto que se conduce». Si se hace, la conducta se convierte en un patrón y, al convertirse en un patrón, se vuelve inoperante. Piensa, por ejemplo, en los héroes. Cuando se aparta el heroísmo de la actitud de un héroe nacional, se vuelve inoperante. Hay que ver cómo un sujeto llegó a comportarse heroicamente para que otros puedan hacerlo en su momento, de la manera que les corresponda, y no copiando un modelo vacío que no tiene sustancia.

A Espinoza no le gusta el concepto de héroes, al igual que a Catón, el romano. Estoy investigando la relación entre los romanos y Espinoza porque muchas de sus ideas políticas tienen raíces en el pensamiento romano. A Catón no le atraían los héroes, y tampoco a Espinoza, porque el heroísmo separa la acción heroica del sujeto que la realizó. Esto crea un modelo de heroísmo que ninguna vida humana puede seguir fielmente, ya que cada uno debe actuar conforme a su propia causa eficiente, reaccionando a las circunstancias particulares de su vida.

Espinoza está en contra del enjuiciamiento moral. Cree que nadie puede ser juzgado moralmente, lo cual también tiene sentido en la República Dominicana, donde se acostumbra a acusar de ladrón a todo el mundo, pensando que así se justifican a sí mismos. Sin embargo, juzgar a otro no te justifica. Ser honesto significa portarte bien en todas las áreas, y nadie puede hacer eso perfectamente. No debemos aplicar patrones rígidos de moralidad a los demás, puesto que todos somos humanos y flaqueamos.

Espinoza aboga por la protección y la comprensión, para que los individuos no queden desamparados frente a un estado que los golpea con el azar. Plantea que la exposición al azar y a la fortuna produce un hombre miedoso y paralizado, ideal para la dominación. Por eso, conecta la idea de necesidad con la idea de Dios. Hay una famosa expresión de Einstein que ha hecho fortuna. Cuando le preguntaron si creía en Dios: «Claro que creo, yo creo en el Dios de Espinoza».

Arvelo 

Para nuestra audiencia, profesora, ¿cuál es ese Dios, el Dios de Espinoza?

Saint Amand Vallejo

Espinoza cree, y tiene razón al creer, que la idea de Dios merece y puede ser aclarada. Esto es necesario porque la gente usa el concepto de Dios de manera indistinta y casi siempre de forma imaginativa. Cuando le preguntas a alguien si cree en Dios, deberías también preguntar a qué se refiere con «Dios». La palabra «Dios» se usa para abarcarlo todo, y la mayoría de la gente la utiliza para incluirse a sí misma, pero aumentada, de manera que se opacan todos los demás. Usan el término «Dios» para el egoísmo: «Ay Dios mío, dame el hombre ideal y quítaselo a Juana», «Ay Dios mío, dame más dinero que al maestro», etc. Entonces, Dios resulta ser como un yo todopoderoso, un yo individual capaz de imponerse sobre las otras subjetividades. Esta es una interpretación desvirtuada, porque la imaginación puede ser empleada tanto positiva como negativamente.

Los grandes científicos, como Einstein, usan la imaginación positivamente porque tienen una clara idea de Dios. Según Espinoza, quien no entiende a Dios no puede hacer nada porque Dios es todo, es la realidad. La interrogante de si Dios es real, considera Espinoza, es tan absurda como preguntar si el número dos es par. Dios es la realidad. Cuando cuestiona qué es el Dios de Espinoza, la respuesta es: la realidad, que tiene un núcleo duro y unas expresiones singulares; Dios es expresivo, como diría Deleuze, y está presente en cada una de las realidades que produce. Está siendo siempre y eternamente, porque no está en el tiempo; el tiempo es humano.

Espinoza y Kant colaboran en la idea de que el tiempo es humano, cultural, trascendental y constructivo. Pero Dios es productivo, no tiene que ver con el tiempo, y está creando continuamente. Si dejara de crear, toda la realidad se comprimiría y dejaría de ser. Esto no puede ser, porque si la realidad se expresa, su única limitación sería la nada, y la nada no tiene fuerza para imponerse. La realidad de Dios es evidente, está en todo y se hace presente. No verlo es imposible; postular su irrealidad es totalmente ilógico. Dios está en todo y estamos dentro de él. Espinoza apuesta por conocer la realidad de Dios a través de la lógica.

Una vez que conoces el núcleo duro de la realidad y el núcleo productivo de la sustancia, podrás ver cómo se produce la realidad. La ciencia es eso, la filosofía también, y el arte igualmente. Todo es un intento de conocer la manera de proceder de Dios, porque Dios es una manera de proceder, no una cosa. Si lo cosificamos, quedamos cosificados nosotros porque estamos en él. Ver a Dios cosificadamente, imaginativamente y negativamente es supersticioso. Si hacemos eso, estamos presos de las cosas. El capitalismo ha hecho eso, nos ha hecho dependiente de las cosas y ha terminado cosificando a Dios, viéndolo como una realidad no creativa ni productiva. Esto deja al hombre solo y muy mal parado.

Spinoza critica mucho la teología tradicional porque, según él, ha mantenido criterios que llevan al individuo a volverse ateo. Postula que una persona atea no confía en el resultado del trabajo presente, no entiende que al comportarse solidariamente con los demás y con la naturaleza vaya a tener éxito. Por lo tanto, persigue el éxito a cualquier costo, pues parte de que la vida tiene una limitación.

Uno ve la realidad limitada, como limitada es tu existencia, y no te consideras parte de un proyecto creativo. Eso es lo que piensa el ateo, de acuerdo a Spinoza. Él mismo asegura que es todo menos un ateo. A pesar de que ha sido encasillado con los ateos, pero afirma: «No soy tan estúpido, no creo en la limitación de mi poder comprensivo ni en las limitaciones de un Dios infinito». Más bien, ve a Dios como absolutamente infinito, así lo define.

Un profesor me preguntó una vez en un examen oral qué era el Dios de Spinoza, y yo le respondí «causa sui», a lo que se quedó callado, aduciendo que me refería a una causa sin causa que se vive causando por la eternidad. Si no pienso que hay una causa que se vive produciendo, ¿por qué voy a comportarme bien? ¿Por qué voy a cumplir con la parte de la realidad que me ha tocado, aunque sea mínima? Pero esa es la parte de la realidad que me ha tocado, y tengo que atesorar que, al cumplir con esos patrones de acción, puedo contribuir con el absolutamente infinito creativo que Spinoza destaca que se expresa en infinitos atributos, de los cuales el hombre solo conoce dos: el cuerpo y la mente.

Solamente nos movemos en la mente y, mira, todo lo que podemos hacer en la mente. Tenemos ya una hora hablando, y también fíjate lo que se puede hacer con el cuerpo: la gente cruza los brazos, toca piano, crea arte, toca violonchelo, pinta, hace teatro, se transforma. Es decir, nos podemos mover en lo extenso y en lo pensante. Pero Spinoza asume que Dios no se limita a lo extenso y lo pensante; por definición, no puede limitarse a nada y tiene infinitos canales de manifestación, de los que como dije anteriormente solo conocemos dos. Nuestra visión limitada, sin embargo, puede llegar a la productividad, porque una misma y única es la productividad corporal y mental, y así se supone que son las otras.

Podemos conocer a Dios en perspectiva humana, pero no debemos concebirlo como un hombre grande con barba, porque eso es imaginativo y además idolátrico. Las idolatrías son uno de los puntos que Spinoza enfrenta con más fuerza.

 Arvelo

Como señala, profesora, hemos estado dialogando por poco más de una hora, pero parecería que va una semana, pues usted es un río eternamente vivo de creatividad y pensamiento. Para mantener pendiente a la audiencia, decidimos de manera artificial que hemos llegado al final, pero sabemos que no es así. Una conversación tan rica como esta merece naturalmente mucho más tiempo.

Para finalizar, hacemos dos cosas: la primera, es cederle la palabra al señor director, que siempre cierra estos encuentros; y la segunda, que ahora tomaré como primera, es mencionarle algunas expresiones o términos para que usted, en un solo golpe de voz, nos manifieste qué le evocan. Por ejemplo, si menciono pensamiento filosófico dominicano, usted diría:

Saint Amand Vallejo

Legítimo, responsable, valiente y actual.

Arvelo

Si hablo de la Escuela de Filosofía de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, usted contestaría:

Saint Amand Vallejo

Labor, organización, objetivos y logros.

Arvelo

Sobre la Facultad de Humanidades de la misma universidad:

Saint Amand Vallejo

Integración de distintas áreas que tienen que ver con el hombre, una conjugación que se está dando orgánicamente, descubriendo las aportaciones filosóficas que puede, por ejemplo, hacer la Escuela de Comunicación e inquietudes de investigación que tienen otras escuelas. Pienso que estamos funcionando y debemos hacerlo más todavía».

Arvelo

Respecto a la política real de la República Dominicana en el siglo XXI:

Saint Amand Vallejo

No se ha superado la dictadura de Trujillo. Las dictaduras no se desarraigan de un día para otro, se logra con mucha inversión educativa, y a ningún presidente se le ha permitido hacerla. Las influencias internacionales han puesto grilletes, porque conozco personalmente a algunos que han sido presidentes y han querido hacer cosas, pero no han podido. Con tanta cantidad de talento en la República Dominicana que no se haya podido avanzar, me hace intuir manos extranjeras con planes específicos que nos impiden crecer. Mi esperanza es que esos poderes se enfrenten entre sí y nos dejen vivir, porque aquí sobra creatividad y deseo.

Arvelo

Sobre la República Dominicana, identidad o identidades:

Saint Amand Vallejo

Identidad. La República Dominicana es una individualidad orgánica que tiene su pasado, su historia, su futuro y su presente. Un presente descuidado, no por falta de talento, sino porque no se ha escolarizado adecuadamente al ciudadano, al futuro ciudadano. Los países deben enfocar el desarrollo desde el recién nacido, con escuelas preescolares aptas que enseñen canto, orquesta, música. Esa es la primera enseñanza, y de ahí se pasa a la primaria básica, con dominio del lenguaje y de la historia, y luego a una secundaria específica y a su carrera, sea técnica o artística. Aquí hay mucha gente brillante, lo digo convencida, ya que conozco y sé que la inteligencia sobra, debido a una siembra que se hizo hace un tiempo, desde la época de la conquista. Se repite que vinieron ladrones y presos en el primer viaje de Colón, pero no se reconoce que trajeron educadores y otros de buen hacer. Eso se nota en niños y jóvenes, que, aunque no han tenido primaria de calidad, son muy perceptivos y productivos cuando se les da el material adecuado. La República Dominicana es un proyecto que no se puede abandonar, y debemos trabajar unidos en el presente para que el futuro adquiera sentido.

Arvelo

Muchísimas gracias, profesora. Qué mejor manera de poner un punto y aparte a esta charla que debe continuar en algún momento. 

Saint Amand Vallejo

Gracias a ustedes, han sido muy amables y me siento bien contenta de participar en un proyecto conjunto de nuestra escuela. Generalmente, estoy en el aula o investigando, pero con el corazón siempre estoy aquí, pendiente de lo que pasa. Me enorgullece cualquier logro de los sucesivos directores que han pasado. Me ha alegrado estar acá esta mañana y les deseo la mejor de las suertes.

Arvelo

Profesor Silverio, como de costumbre, cierre este Archivo de la Voz. 

Silverio

Usted fue mi profesora, la recuerdo bien. Una docente con gran formación; y cada palabra suya era una enseñanza, un aprendizaje. Comprometida y cercana a sus alumnos. Es un poco difícil ahora verme frente a esta distinguida dama como director, nada, asumimos esta responsabilidad con seriedad. Agradezco, maestra, por haber dedicado este tiempo para el presente y el porvenir. Documentar todo esto es importante. 

Cuando llegamos aquí quisimos documentar todo lo que había, pero hay poco material gráfico y audiovisual sobre nuestro cuerpo docente. Hay muchos puntos que nos conectan directamente. Usted comentaba sobre la preocupación de sus profesores en España por nuestra identidad cultural. Nosotros hemos mantenido una lucha por no aceptar lo que vino de España, pero nuestra identidad está naturalmente vinculada a esos valores, por más que queramos negarlo.

Un filósofo español, Gustavo Bueno, desarrolló un programa para dar a conocer la filosofía en español, no en inglés, alemán o francés. Es importante reconocer que España se unificó en español, y hay identidades que aún se reivindican. Bueno tiene un libro interesante que toca estos temas: «España frente a Europa».

Finalmente, queremos comprometerla con el sexto Congreso Dominicano de Filosofía, que realizaremos en 2025, siguiendo la línea de pensar en español, para distinguirnos y buscar nuestras raíces. 

También, invitarla a contribuir con artículos para la revista «La Barca de Teseo», que está indexada en varias bases de datos.

Gracias, profesora. Esta conversación ha sido sumamente completa y enriquecedora.