Prof. Eulogio Silverio

Estoy completamente de acuerdo con usted, profesora. Los juicios, opiniones y cualquier intento de definir a un individuo tienden a limitarlo, a encerrarlo en un conjunto de características que se perciben como esenciales para su ser. Este enfoque se alinea con la visión del humanismo cerrado, que considera al ser humano como un ente estático y definible.

Sin embargo, esta perspectiva contrasta con la del humanismo existencialista, que concibe al ser humano como un proyecto en permanente construcción. En esta visión, la esencia del individuo no es inmutable, sino que se va formando de forma dialéctica, moldeada por las experiencias, decisiones y circunstancias de la vida.

Entiendo que siempre es aconsejable resistir la tentación de encasillar a las personas en categorías rígidas y, en lugar de ello, debemos esforzarnos por reconocer la capacidad inherente de todo ser humano para el cambio y la autodefinición.

En relación con la expresión «el infierno son los otros», comparto plenamente su perspectiva. Al igual que usted, considero que la presencia de los demás nos obliga a asumir ciertos comportamientos para hacer posible la convivencia social. No es casualidad que el concepto de persona tenga su origen en las máscaras usadas en el teatro para representar personajes. Desde el momento en que nos hacemos conscientes de nosotros mismos y de nuestro estar en el mundo, nos vemos en la obligación de asumir máscaras para representar personajes tan distintos uno del otro, dependiendo de la situación que corresponda, que nos lleva a preguntarnos: ¿dónde dejamos de representar personajes y representamos nuestro yo auténtico, si tal cosa existe?, ¿dónde nos quitamos todas las máscaras sociales, dónde dejamos de actuar?

En cierta ocasión pensé, erróneamente, que éramos auténticos cuando estábamos junto a nuestra pareja sentimental. Había observado, que frente a ella, mostramos cosas que no mostramos frente a nadie más. Sin embargo, luego descubrí que frente a ellas es donde tratamos de realizar nuestra mejor actuación. Esto es así, al menos para el caso del hombre dominicano heterosexual. A la mayoría de los hombres dominicanos les preocupa menos perder el trabajo o fallar una prueba académica o profesional importante, que fallar sexualmente con su compañera.

La cuestión de si se puede ser auténtico mientras se vive en sociedad es profundamente compleja, por cuanto Sartre sostiene que la autenticidad se logra al no engañarnos a nosotros mismos, al reconocer nuestra libertad intrínseca y al entender que esta libertad no es gratuita, sino que conlleva una responsabilidad y un precio. Somos conscientes de que la autenticidad, en el sentido pleno, está comprometida desde que decidimos vivir en sociedad. Las normas sociales, las expectativas y los roles que se nos imponen limitan nuestra libertad y, por ende, nuestra capacidad para ser auténticos. Sin embargo, hemos elegido pagar este precio para hacer posible nuestra convivencia con los demás.

Algunos, que no se atreven a sacar las consecuencias de los conceptos que definen, dicen que quizás la autenticidad no se sacrifica completamente, sino que se transforma y se adapta a las circunstancias sociales. A estas afirmaciones respondemos con un no categórico. Se es auténtico cuando nos atrevemos a afirmar nuestra libertad frente a las normas y las expectativas sociales que se tienen de nosotros. Eso es ser auténtico.

Otra forma de ser auténtico es asumir que hemos elegido limitar nuestro ejercicio de la libertad en beneficio de la convivencia social, porque somos conscientes de que nuestras acciones y decisiones afectan a los demás y al tejido social en el que estamos inmersos.