Por: ÁNGEL GARRORENA BONITO,
Profesor en la Universidad de Santo Domingo
«Mentes más jóvenes que la mía están tratando de construir un mundo a base de funciones hamiltonianas y otros símbolos, tan libre de prejuicios, que ni siquiera obedecen a las leyes de la aritmética ortodoxa». EDIGTON
A pesar de las variaciones realmente sorprendentes que la interpretación de los fenómenos naturales ha sufrido sobre todo en estos últimos 50 años, el problema fundamental de la Filosofía de la Naturaleza sigue centrado en los mismos o muy semejantes términos a como aparecía en los escritos de los filósofos griegos y que puede ser formulado: ¿Las leyes que descubrimos en la Naturaleza, expresión de las relaciones entre los fenómenos que ocurren en el espacio y en el tiempo, existen en ella y son descubiertas por nuestra observación y experimentación, o las introducimos nosotros?
Este problema fue ya planteado por Platón, lo encontramos en las disputas medioevales de los universales y es el problema básico de la Crítica de la razón pura. Kant siente como respuesta de la anterior pregunta: «No podemos hacer experiencias más que partiendo de formas de pensamiento determinadas, como las de causalidad y sustancia». Hegel y otros discípulos de Kant, afirman rotundamente que no sólo reside en nosotros la forma del conocimiento sino también su contenido, no sólo el orden sino la realidad misma.
La reacción contra esta extremada posición idealista de la Filosofía de la Naturaleza, se produce en forma de un positivismo, también extremista, representado por Comte, Mach y Oswal, entre otros muchos. La tesis básica de esta nueva posición puede ser resumida: Las percepciones sensoriales no sólo son la fuente de todo conocimiento sino su misma naturaleza. La existencia de un mundo más allá de las sensaciones no puede probarse por la experiencia y, de acuerdo con la teoría positivista, es algo físicamente inadmisible, un concepto vacío. Las sensaciones constituyen por sí mismo el mundo, el único del que nos da razón la observación. La crítica de cada uno de estos sistemas es sobradamente conocida y está por completo fuera de mi propósito; lo que me interesa apuntar ahora es cómo ese positivismo del siglo XIX retoñece al iniciarse la que podemos llamar Física Moderna.
Desde el primer momento se plantea la cuestión en los siguientes términos: La Física no trata de averiguar la esencia y estructura de la materia, sino solamente los procesos que percibimos en su observación. La atomística fue considerada por Mach como una hipótesis fuera del campo de la Física, puesto que los átomos no pueden percibirse por los sentidos. La concepción atómica de Rutherford Bohr, en la que se considera al átomo como un diminuto sistema planetario, con su núcleo central y sus electrones girando en órbitas elípticas, que necesita del conocimiento de la posición y la velocidad de los electrones y simultáneamente de valores energéticos correspondientes a cada posición del electrón, es una teoría inadmisible para este flamante materialismo. Las órbitas electrónicas no son mesurables; no son determinables ni la posición ni las otras cualidades apuntadas y como, según esta repetida teoría, solamente lo que se puede medir existe, la teoría atómica carece de valor.
La Mecánica de las matrices de Heisemberg, no está fundada en órbitas electrónicas, ni en supuestos saltos de los electrones de una órbita a otra, con la consiguiente absorción o desprendimiento energético, sino que toda ella está fundada en la frecuencia e intensidad de las líneas espectrales, fenómeno totalmente controlable por la experimentación. Heisemberg se propone formar con el principio de correspondencia, según el cual existe una relación entre el número de vibraciones del electrón y las líneas espectrales y entre éstas y las demás propiedades del átomo, una nueva Física. Con estos datos construye lo que los matemáticos llaman una matriz y siguiendo las normas de cálculo de ésta (un tanto diferentes de las de los números) trata de deducir las leyes de la Mecánica.
Esta actitud escéptica de los modernos positivistas, rechazando de plano la teoría atomística por considerarla como una opinión acerca de la realidad exterior a la experiencia, no fue aceptada por todos los físicos, sino que se hicieron muchos ensayos con el fin de establecer una teoría en la que pudieran reunirse sin contradicciones las experiencias de la Física Clásica y de la Física Cuántica. Por lo pronto, es innegable que la fe en la existencia de los átomos, aunque no puedan ser percibidos por los sentidos, nos ha permitido descubrir numerosas realidades nuevas en el microcosmo.
El problema de la indeterminación de la posición del electrón en su órbita, que fue enfocada en forma estadística, encuentra una solución brillante en la suposición de Broglie que imagina al electrón, no como una partícula material sino como una onda que llena toda su órbita; como a cada electrón le corresponde una determinada longitud de onda (dato experimental) no puede hallarse indiferentemente en cualquier posición.
Max Planck, el genial creador de la teoría de los cuantos, fue de los primeros opositores del moderno materialismo, sus opiniones, contenidas en una serie de conferencias, pueden ser resumidas: si verdaderamente los hechos experimentales constituyen lo absoluto, hemos de entender los de cada cual, lo que nos llevaría a un verdadero «solipsismo» y a la negación de una ciencia independiente, esto es, de una ciencia objetiva. Para él existe una realidad exterior, independiente de nosotros, realidad que no es cognoscible de una manera inmediata. El objetivo de la ciencia está más allá de la experiencia y su camino es infinito.
Entre las varias opiniones sobre el propósito y el alcance de la Física, es notable la del ilustre matemático Hilber, quien sostiene que «el principio a priori no es más que la expresión del pensamiento para determinar condiciones previas ineludibles, pero la línea divisoria entre lo que poseemos a priori y lo que hemos de confirmar experimentalmente, no es la trazada por Kant, que dio demasiada importancia al papel y capacidad del a priori. Ya Einstein enseña, con la aplicación de la Geometría no euclídea, a no dar a los conceptos de espacio y tiempo la rigurosidad kantiana.
Siguiendo el camino de la investigación inductiva, con la experimentación y el razonamiento lógico de tipo matemático, se llega a elaborar un sistema de conceptos y símbolos que, inmediatamente, consideramos como una representación física del mundo. De tal forma se capta un aspecto del cosmos, expresado en medidas y números; los demás aspectos quedan fuera de la investigación física, lo que no quiere decir, como pretenden los materialistas, que no existan. Deberá tenderse en estas representaciones a prescindir del antropomorfismo, esto es, de los elementos aportados directamente por los sentidos, e incluso de los introducidos por los aparatos que completan su acción. La utilización constante de estas representaciones del mundo para encauzar los fenómenos naturales ha sido de tal eficacia que, con razón, consideran los físicos estos triunfos como la justificación de sus métodos. Cada nuevo descubrimiento equivale a una visión más profunda de la realidad. Lo que guía al investigador, como siempre, es su fantasía, sin la cual es imposible ningún descubrimiento.
La famosa categoría de Kant: «sustancia que permanece invariable en medio de la variación de los fenómenos», que fue la base de la Física clásica, queda reemplazada por la idea de que el punto material es al propio tiempo onda y partícula (las ondículas de Eddington). La realidad encerrada en el microcosmo no puede describirse a base de los conceptos macrocósmicos corrientemente utilizados por nosotros. Los fotones (partículas elementales de luz), y los electrones (partículas elementales de electricidad) participan simultáneamente del carácter de materia y del de onda; los conceptos de materia y luz se completan mutuamente y puede pasarse de uno a otro por las relaciones de Plank; pero si preguntamos cuál es el mecanismo de esta transformación, esta pregunta no tiene sentido, ya que con ella se pretende buscar en el macrocosmo algo comparable, y «este algo» no existe. De la misma manera, pedir explicaciones de la indivisibilidad de la partícula más pequeña -el electrón-, no tiene sentido, puesto que no es nada parecido a nuestro mundo de grandes dimensiones. Una parte de la descripción de las propiedades del microcosmo sólo es un complejo de conceptos representable con palabras tomadas del macrocosmo y otras, de las propiedades de las ondas; unas y otras son representaciones que corresponden a algún aspecto de la realidad.
Con todo, es imposible prescindir de lo que forma nuestro lenguaje a través de miles de años. Como dice Born, «estamos condenados a expresarnos por cuadros de palabras». La dificultad principal está en que las palabras usuales de nuestro lenguaje llevan dentro formas habituales de representación, desde cuyos puntos de vista los fenómenos del microcosmo son irracionales. Las nuevas teorías se fundan en conceptos físicos tales, que, si se prescinde del aparato matemático, resultan indescriptibles. Dice Dirac, que en estos últimos tiempos se ha ido descubriendo, cada vez con más claridad, que la naturaleza obedece a un plan de leyes básicas no imaginables por representaciones sensibles. No queda más posibilidad que la representación matemática y sólo con estos símbolos matemáticos es posible expresar la profundidad de las relaciones entre los fenómenos naturales.
La perfección a que se ha llegado en el formulismo matemático, permite comprender el mundo físico con más precisión que nunca. Esto no debe enorgullecernos hasta el punto de olvidar que las explicaciones de la Física no dejan de ser manifestaciones sensibles de algo cuyo contenido desconocemos.
Asimismo, es imposible una explicación de los fenómenos biológicos por medio de representaciones macrocósmicas; la destrucción, con luz ultravioleta, del bacterium-coli, parece demostrar que sigue una ley muy semejante a la que preside la disgregación de un átomo de radio. La macrofísica es incapaz de explicar tales procesos que están regidos por la microfísica y sólo con el conocimiento de esta última, como dice Jordan, es posible que se llegue un día a comprender los fenómenos de la vida.
Podemos resumir de este modo nuestro pensamiento: Las imágenes que nos hacemos del mundo, a base de nuestra experiencia sensorial, no pueden ser idénticas a la realidad, son un modelo y siempre un modelo provisional que, a medida que nuestros conocimientos avanzan, deberá tenderse a sustituir por otro mejor. Estos modelos se van separando del primitivo a medida que aumenta el área de nuestra experiencia. No olvidemos que se trata de imágenes, y sepamos, dentro de qué límites tienen valor. Los progresos de la ciencia moderna demuestran hasta qué punto estas imágenes han sido útiles a los descubrimientos. Termino con estas sugerentes ideas de Anaximandro de Mileto: Toda investigación, y toda teoría de ella derivada, es un intento de limitación del infinito a algo único y concreto y, por tanto, lleva consigo el germen de la muerte.