Entrevista al profesor Diógenes Saviñón

En esta mañana acogedora, nos encontramos en el despacho del director de la Escuela de Filosofía de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, profesor Eulogio Silverio, para una nueva entrega del programa «El Archivo de la Voz».

Hoy contamos con un invitado de primer nivel, muy especial, que ha dedicado aproximadamente 30 años de servicio a nuestra escuela. Se trata del querido Diógenes Saviñón, quien ingresó a la universidad, como hemos mencionado, inicialmente como profesor ayudante en 1994.

El profesor Saviñón tiene una destacada trayectoria de servicio continuo, es egresado de la Escuela de Filosofía de esta institución y ha sido también un servidor de apoyo a la docencia de la universidad por largo tiempo.

Le damos la bienvenida, profesor Saviñón.

Como usted sabe, este programa fue ideado por el maestro Silverio, con el fin de legar a la posteridad la voz y la presencia de los profesores de la escuela. Este testimonio resalta el capital humano con el que contamos actualmente  y, por extensión, otras instancias de la universidad, que también tienen en su plantilla personas que se han dedicado al oficio de pensar, que han reflexionado filosóficamente y que han contribuido al quehacer filosófico dominicano, como es su caso.

Profesor., cuéntenos, sin omitir detalles, ¿quién es Diógenes Saviñón? ¿Dónde nació? ¿Quiénes son sus padres? ¿Cómo llegó a la universidad? ¿Cómo se interesó por los estudios filosóficos?

Nací en Santo Domingo, el 17 de junio de 1960, sin embargo, mi fecha de nacimiento oficial es el 5 de julio de ese mismo año. Celebro ambos días: uno para estar en concordancia con la biología y el otro para cumplir con la ley. Los celebro de esta manera para complacer a mis amigos. Mi primer año, no obstante, no lo viví en Santo Domingo, sino en un municipio llamado Sabana de la Mar. No tengo recuerdos de esa época, pero mi madre me mostró una foto donde aparezco con trenzas, sin explicarme el motivo, aunque supongo que se debía a alguna promesa que estaba cumpliendo, ya que en aquella época no era común que un varón llevase trenzas.

Mis recuerdos comienzan en 1963, extrañamente con un hecho político que cobraría importancia para mí mucho después. El día que derrocaron al profesor Juan Bosch, vi por primera vez a un hombre, Federico Grullón, conocido como El Veterano, bailando con una silla en señal de júbilo. Curiosamente, este señor era el padre de un periodista asesinado en Haití mientras cubría unas elecciones. Un grupo de militares disparó a la camioneta en la que él estaba grabando, lo que trágicamente culminó en su muerte.

Ese mismo año, mi padre, quien era oficial de la fuerza aérea y llegó a ser teniente, fue a realizar un curso en la base americana del canal de Panamá. A su regreso, trajo un televisor en blanco y negro, lo cual se convirtió en un acontecimiento familiar y para todo el barrio, ya que los niños se aglomeraban en la ventana de mi casa para ver hasta los anuncios que transmitían.

Recuerdo, también, algunos eventos de la Revolución de Abril: el sonido de disparos, gente corriendo, explosiones y muertos. Durante esa época, mi familia se tuvo que trasladar del centro de la ciudad en la calle Moca, de Villa Juana, entre lo que era la 16 y la 18, hoy Américo Lugo y Arturo Logroño, a Villa Duarte. Esta área fue muy afectada durante el conflicto, vivíamos cerca del cementerio de la Máximo Gómez, donde ocurrieron muchos eventos violentos. Regresamos a nuestra casa cuando terminó la guerra.

Comencé a tomar conciencia política durante los 12 años de gobierno de Balaguer, en el bachillerato. Viví en Villa Juana hasta los ocho años, cuando un trágico accidente automovilístico cobró la vida de mi padre, lo que llevó a la familia a mudarse. Nos trasladamos a un lugar que era prácticamente rural, a diferencia del centro de la ciudad que era una vía frecuentada por el transporte público y que sigue siéndolo hoy. Nos mudamos al ensanche Quisqueya, donde en aquel entonces no existían avenidas como la 27 de Febrero o la Núñez de Cáceres. Las calles eran de piedra y en ellas había matas de guandules, lechosa y yuca. Las casas eran de madera, con techos de zinc y cercas de alambre de púas. Era común, a diario, ver gente arreando vacas en el sector. Era tan rural que cuando las personas salían de allí decían que iban «a la ciudad» para trabajar, hacer diligencias o visitar a familiares, porque lo percibían como un campo. Hoy en día, ese lugar es el centro de la ciudad.

Viví allí durante 30 años, desde que llegué a los ocho hasta que me casé y me mudé a los 38 años. Durante ese tiempo, vi transformarse ese campo en un centro urbano. Las antiguas casas de madera fueron gradualmente reemplazadas por torres de apartamentos.

Mi educación básica la realicé en Villa Juana, en el colegio Sagrado Corazón de Jesús, ubicado en la esquina de las calles Mauricio y Moca, a tres o cuatro cuadras de mi casa. Iba caminando al colegio donde cursé el kinder, primero y segundo grado. Posteriormente, completé la primaria en el Quisqueya, en tres colegios distintos: el Patronato San José, el Aurora Tabares Beliar y el octavo grado en el Colegio Don Bosco, que ya estaba fuera del entorno de mi barrio. Durante esta época, se prolongó la 27 de Febrero hasta esa zona, vinieron los Juegos Centroamericanos y ocurrieron muchos eventos.

Después, ingresé al liceo de Peritos, donde continué mis estudios secundarios. Mi padre, que mencioné era militar, también trabajaba en la farmacia del hospital Ramón de Lara, era farmacéutico y se encargaba de fabricar medicamentos. Él fue a hacer un curso de farmacia en el Canal de Panamá. Aunque los detalles de su diploma son inciertos, fue reconocido por su capacitación allí. En ese momento, mi atención se volcó hacia la política y comencé a tomar conciencia de lo que estaba sucediendo: un régimen no democrático, represión a los jóvenes y escaso espacio para la oposición. Me involucré en política impulsado por un primo que vivía conmigo y que estudiaba en la universidad. Él me conectó con un dirigente estudiantil de la OEA, en el liceo, para que me reclutara en un grupo llamado Fuerza Juvenil por el Socialismo, del PSD.

Influenciado por mi educación en un colegio de curas, tenía curiosidad por conocer el marxismo. Sin embargo, tuve muy mala suerte con esa ideología, pues en mi primera reunión con el grupo, donde sólo éramos cuatro personas, me enfrenté a una gran decepción. Alguien preguntó: «¿Quién es Diógenes?», y ante la afirmación de que yo era el jefe, me di cuenta de que no iba a aprender nada si yo mismo tenía que liderar sin tener conocimientos previos.

En el local encontré tres libros: uno de Stalin sobre táctica y estrategia, otro del Che Guevara sobre la guerra de guerrillas, y un libro de inglés. Dejé el de inglés en el local y me llevé los otros dos, pero nunca pude entender lo que decía el libro de Stalin debido a su complicada jerga, y aunque el libro de Guevara estaba en un español claro, no me fue útil, debido a que no tenía ninguna inclinación militar. A pesar de que mi familia venía de tradición militar, mi padre me instruyó desde niño para que no siguiera ese camino, enfatizando lo duro de la vida militar y su deseo de que yo no sufriera lo mismo.

Me decepcioné profundamente porque, aunque tenía curiosidad, la situación no parecía ofrecerme lo que buscaba. Un día, mi primo, sabiendo que me gustaba dibujar, me dejó una cartulina, un creyón y un texto que decía algo así como «Balaguer asesino», pidiéndome que hiciera una ilustración. Cuando estaba pegando el cartel en el mural del FJ, justo en la entrada del liceo, sentí que alguien me observaba. Al voltear, me encontré no sólo con estudiantes, sino también con varios profesores, incluida una profesora, pariente del historiador de Samaná, quien me reconoció y comentó conocer a mi familia. Me dijo: «Yo soy de Sabana de la Mar y dudo que su familia sepa que usted está haciendo estas cosas. Usted ahora es comunista y le va a ir muy mal. En cuanto vea a uno de sus parientes, le voy a decir en qué está involucrado». En ese momento, ya desanimado con el marxismo y consciente de que no había aprendido nada, y siendo el jefe sin saber realmente qué hablar o hacer, busqué la forma de desvincularme a la primera oportunidad. Le entregué la llave a alguien que estudiaba en el turno de la tarde, yo estudiaba por la mañana, con el argumento de que le sería más conveniente tener la llave para no tener que esperarme para acceder al local.

Después de terminar el bachillerato, dos hermanos llamados Rubén y Fredy Corona, conocidos en el ámbito político, vinieron a mi casa a invitarme a una reunión en la universidad en el local del FJS. En la reunión estábamos los tres y me dijeron que el partido me había asignado una misión en mi supuesta calidad de dirigente experimentado del área estudiantil. Mi decepción aumentó al escuchar eso, pues no tenía experiencia alguna. La misión que me propusieron era hacer el bachillerato de nuevo para desarrollar al grupo, con dos opciones de lugar: Boca Chica o Manoguayabo, ambos cerca de ingenios azucareros. Era 1978 y la situación no era favorable, así que me negué. Les expliqué que había terminado el bachillerato, que mi intención era ir a la universidad y que mi familia no aceptaría esa decisión porque ellos me mantenían. Además, ya me había integrado al PLD. Lo primero que me dijeron fue «traidor» y muchas cosas más, pero a partir de ahí se rompieron las relaciones y entonces ingresé a la universidad.

En cuanto a mi familia, he hablado de mi padre, pero mi madre se llama Evangelina Suárez y mi padre, Diógenes Darío Saviñón. Aunque soy Vargas de apellido, mi madre, que siempre ha sido ama de casa y ha vivido la mayor parte de su vida en Sabana de la Mar, es quien tenía ese apellido cuando me registró. Ella ha intentado convencerme de cambiarlo, pero a estas alturas eso implicaría demasiado papeleo y complicaciones. Actualmente, mi madre tiene entre 86 y 87 años, sigue muy lúcida y se resiste a venir a la capital, prefiere permanecer en su ambiente habitual. Por otro lado, mi interés por la lectura comenzó antes, incluso, de ingresar a la universidad. No sabía leer al principio, así que empecé por observar las caricaturas del periódico «El Caribe», que se recibía diariamente en mi casa. Me atraían especialmente las tiras de «Doña Terme Bunda» y «El Doctor Merengue», y los domingos disfrutaba de una revista que incluía «Daniel el Travieso», «Educando a Papá» y «La Pequeña Lulú».

Con el tiempo, me convertí casi en un adicto a los cómics, conocidos localmente como «paquitos». Llegué a leer entre 10 y 30 diarios, desarrollando un método para ubicar a personas en el ensanche, en barrios como Morales, lo que hoy es El Millón, Quisqueya y Bellavista. Realizaba un recorrido diario, intercambiando estos cómics de manera gratuita. Algunos cobraban por ello, pero mi interés era simplemente leer. En séptimo curso, me dijeron que esta afición estaba afectando mis estudios; me enfrenté a la disyuntiva de si venderlos o verlos convertidos en una fogata. Con dolor, opté por venderlos y comencé a leer libros. Los primeros fueron «Enriquillo», «El Hombre Mediocre» y «La Teoría de las Especies», de Darwin.

En mi paso al bachillerato, mi familia compró una enciclopedia y una colección de clásicos, que incluía unos 12 tomos. Estas colecciones me ayudaron con mis tareas y marcaron mi primer contacto con la filosofía. Leí de manera muy asistemática a Platón y Aristóteles, y parte de la «Ilíada» y la «Odisea». Más que la lectura sistemática, me interesaban las frases; tanto es así que llegué a hacer una colección de citas filosóficas, pasándolas a máquina para tener un registro propio.

Ya en la universidad, decidí que finalmente aprendería sobre marxismo al cursar materias como historia, sociología y filosofía. Me sentí muy entusiasmado con este nuevo capítulo académico, aunque tenía que estudiar textos como el «Diccionario Filosófico» de Rosental y Afan, así como manuales soviéticos que eran, en cierto sentido, doctrinales. Sin embargo, eso no mermó mi entusiasmo y pronto comencé a reflexionar sobre qué estudiar. Me dije que debía elegir algo que me permitiera conocer al hombre profundamente; consideré historia, sociología, filosofía, antropología, política y psicología. Finalmente, opté por la filosofía porque sentía que allí aprendería sobre marxismo de forma más integral.

Al comenzar a estudiar filosofía, conocí a profesores destacados como Lusitania Martínez, Miguel Sáez, Darío Solano y Avelino, y también me llamaron la atención los de otras escuelas sobre los que había leído en revistas y suplementos literarios. Descubrí que eran los mismos profesores de la universidad. Cuando vi a Pedro Mir, me esforzaba por asistir a sus conferencias y siempre estaba atento a lo que decía, así como a otros escritores importantes de diversos movimientos literarios que también eran profesores en la universidad. Me interesé profundamente por la literatura, comprando sus libros y leyéndolos con avidez.

Mi compromiso político se profundizó al ingresar al PLD. Ahí comencé a ver otra perspectiva del marxismo, distinta a la de los manuales soviéticos. Seguí de cerca los textos de Juan Bosch, comprando sus libros el día de su lanzamiento y devorándolos en pocos días. Durante mi tiempo en el PLD, tuve la suerte de trabajar directamente con él, acompañándolo como parte de su escolta. Sin querer, y en contradicción con los deseos de mi padre, incursioné en el área militar al recibir ciertos entrenamientos para poder acompañarlo. Pero, lo que más valoraba era estar cerca de alguien cuya obra estudiaba en vivo.

Fue una época enriquecedora porque, mientras estudiaba filosofía y estaba en contacto directo con Bosch, también llevaba a cabo una militancia política activa. Me convertí en un cuadro político, participando en el cogobierno universitario, aunque siempre lo veía como algo secundario. Al mirar mi currículum hoy, me sorprende ver cuántas funciones de cogobierno ocupé. Incluso, llegué a ser directivo del sindicato de empleados y estuve en la administración de la cooperativa que existía en ese entonces.

Inadvertidamente, tuve una participación completa tanto en el cogobierno como estudiante, como dirigente sindical, y no me veía así, pero eso era lo que hacía. Se supone que el hombre es lo que hace, y aunque no me percibía como tal, hoy reconozco que sí lo era, porque estuve varios años haciendo algo que me negaba a admitir.

Finalmente, llegué a formar parte de un taller filosófico llamado José Carlos Mariátegui, auspiciado por la profesora Vanna Yanni, una italiana que fue profesora de filosofía y sociología durante unos 20 años antes de regresar a Italia. Hoy aún conservamos una gran amistad y nos comunicamos a través de las redes sociales. Siempre mantenemos contacto y, cuando ella visita el país, la acompaño, intercambiamos ideas y libros, y ella me pide información sobre el país. Participé en un taller filosófico que organizó varios seminarios, como uno sobre el marxismo en los años 80, del cual se otorgaron certificados. Un día descubrí que un grupo de personas buscaba estos certificados y, curiosamente, los tenía yo. Después de casi 40 años, algunos los he ido entregando.

Adoré mi época de estudiante, cuando tuve que analizar obras complejas como «Crítica de la Razón Pura», de Kant y «Fenomenología del Espíritu», de Hegel. Para aprobar esas materias, era indispensable leer los libros, y tuve que gastar casi un mes de salario para adquirirlos; uno de los libros costaba alrededor de 70 pesos y el otro 90, mientras yo ganaba 150. Tuve que comprarlos en dos meses para no quedarme sin nada y seguir contribuyendo económicamente en casa.

Añoro especialmente cuando elegí la materia de Estética con gran ilusión porque el profesor iba a ser Don Pedro Mir. Sin embargo, durante las dos primeras semanas, no apareció, y luego nos enteramos en la escuela que se había jubilado recientemente. Nos asignaron a una profesora recién ingresada a la universidad. Al verla, algunos de los estudiantes, que eran mayores que ella, y otros de nuestra edad, nos miramos con sorpresa. Muchos vieron esto como una oportunidad para proponer ideas y facilitar el trabajo, pero tuvieron mala suerte. La profesora, cuyo esposo era de la Escuela de Historia, rechazó todas las propuestas de no trabajar. Hasta nos informó que deberíamos leer directamente los textos de Platón, Aristóteles y otros filósofos, y señaló cuántos ejemplares había disponibles en varias bibliotecas para asegurarse que nadie pudiera argumentar que no tenía dinero para comprar los libros. Esto provocó que de los 60 estudiantes que éramos inicialmente, únicamente unos 20 continuáramos, ya que los estudiantes de arte decidieron abandonar el curso.

A pesar del inicial descontento por no tener a Pedro Mir como profesor, terminé disfrutando de la metodología de la nueva maestra. Luego trabajé en otro curso sobre filosofía latinoamericana, que era su tesis de doctorado en Alemania. La experiencia de estudiar filosofía fue muy interesante. Aunque mi inclinación política no cambió y seguí siendo marxista, me dediqué a leer la obra completa de José Carlos Mariátegui, de quien inicialmente conocía los «Siete Ensayos sobre la Realidad Peruana». Descubrí que tenía muchos más libros, y conseguí copias de sus obras en la embajada de Perú. Encontré textos tan interesantes como «Defensa del Marxismo» y varios análisis sobre la realidad europea, lo que también me enriqueció considerablemente. Otro autor latinoamericano que captó mi atención fue Aníbal Ponce, conocido por su obra «Educación y Lucha de Clases» y descubrí que había escrito muchas otras igualmente extraordinarias. Ponce abordó a Simón Bolívar en uno de sus escritos, prácticamente contradiciendo a Marx de principio a fin. En este trabajo, se propuso reivindicar a Bolívar desde una perspectiva marxista, argumentando que Marx no había comprendido adecuadamente a Bolívar. Esto representó una postura audaz para un marxista, pero Ponce se sintió comprometido, como latinoamericano, a hacerlo y, en mi opinión, logró una publicación para la posteridad.

Además, leí varias obras de José Ingenieros, quien, según su alumno Aníbal Ponce, tenía una personalidad poliédrica y parecía un hombre renacentista: abogado, médico, filósofo y uno de los grandes criminólogos argentinos con reconocimiento internacional, capaz de dialogar con los grandes criminólogos de su época y cuya obra sigue siendo estudiada hoy en día.

Tuvimos la oportunidad de explorar más allá del marxismo, adentrándonos en toda la tradición filosófica. Por ejemplo, estudiamos historia de la filosofía con el maestro Luís Cruz, una experiencia que resultó grandiosa y que nos llevó a forjar una gran amistad.

Llegó el momento de concluir los estudios; terminamos la carrera de filosofía enfrentándonos a la famosa pregunta que carga todo estudiante de filosofía: «¿Qué estudias?» Cuando respondía «filosofía», comúnmente escuchaba que eso no valía la pena, que me moriría de hambre, o que debería estudiar otra cosa y considerar la filosofía como un hobby. Escuché estos comentarios de familiares y conocidos durante toda mi carrera, excepto de una señora que opinó que estudiar filosofía tendría sentido si viviera en un país desarrollado como Inglaterra, Francia o Estados Unidos. Curiosamente, ella concluyó preguntándome cuándo la República Dominicana enviaría un astronauta a la luna, lo que me dejó pensando sobre su percepción de la filosofía.

Años después, compartí esta anécdota en una clase con un alumno de filosofía que también era artista plástico. En la siguiente clase, me trajo una caricatura que ilustraba ese diálogo, en la que aparecíamos la señora y yo discutiendo sobre cuándo la República Dominicana enviaría un astronauta a la luna. Conservo esa caricatura como un gesto pintoresco de mi experiencia docente.

Desde que ingresé a la universidad el 10 de enero de 1994, he trabajado principalmente con estudiantes de introducción a la filosofía, aunque también he abordado otros temas y asignaturas. Esta ha sido una experiencia positiva, en la que hemos encontrado utilidad práctica a la filosofía. Además, he compartido mi vida de estudiante de filosofía con mi militancia política, aunque ahora estoy completamente alejado de la política. Siempre tendré preocupaciones políticas, pero en resumen, así ha sido mi accionar en la universidad desde un punto de vista académico y administrativo. Creo que mi experiencia como profesor primario antes de ingresar a la universidad me ayudó mucho. Me entusiasmé con la educación cuando, al comenzar mi primer año como profesor, la Secretaría de Educación ofreció un curso de actualización para profesores en servicio.

Tenía 17 años cuando la directora del colegio me indicó que debía realizar ese curso. Aquellos que lo completaran obtendrían el título oficial de profesor y podrían conseguir trabajo en el gobierno. El problema era que yo ganaba 40 pesos y el curso costaba 50. La directora me dijo que el colegio lo pagaría y descontaría de mi sueldo 10 pesos mensuales. Decidí hacer el curso, aprendiendo cómo elaborar un programa, definir objetivos y planificar. El entrenamiento duró todo el año escolar.

Al finalizar, las instructoras vinieron a verificar que aplicáramos lo aprendido. Estaban satisfechas con los profesores del colegio, incluyendo a la directora, porque habíamos implementado todo correctamente. Al principio, me di cuenta de que era un programa masivo, parecía que en el país aquellos que enseñaban y no tenían título de bachiller necesitaban obtenerlo. Me tocó estar en un grupo de 150 personas, de las cuales éramos dos varones y ambos jóvenes; yo tenía 17 años y el otro alrededor de 20. La profesora, que era muy curiosa y metódica, comentó que había leído la lista de los 50 alumnos en su casa y había registrado un varón y ahora había dos. Nos preguntó los nombres y quién era quién. Uno parecía femenino y, años después, me di cuenta de que era un nombre latino masculino. Había un carnicero en mi barrio con el mismo nombre, lo que me sirvió como recurso nemotécnico, aunque en esa ocasión no pude recordarlo.

En 1978, tras el cambio de gobierno, intentamos obtener los certificados, pero nunca aparecieron. No supimos si los documentos fueron descartados por los funcionarios salientes o los entrantes. Fue una gran decepción, pues mi título oficial jamás fue emitido.

Más tarde, participé en un concurso en la universidad para empleados. Aunque había más de 500 candidatos, tomé la prueba mecanográfica y, el día del examen psicológico y de conocimientos generales, ocurrió algo memorable. El coordinador del examen nos dijo que nunca olvidaríamos ese día porque coincidía con un hecho histórico: la entrada de los sandinistas a Managua y la huida de Somoza de Nicaragua, el 19 de julio de 1979. Fui seleccionado en una terna, pero cuando me llamaron el teléfono de mi casa estaba dañado y no pude escuchar bien la llamada. Inventamos una solución en casa para recibir la llamada a través del teléfono de un vecino. Así me enteré de que había sido seleccionado.

Finalmente, cuando llegué a la universidad, me asignaron organizar una escuela que estaba hecha un desastre debido a conflictos entre empleados y administradores. Allí aprendí cómo funcionaba la universidad desde adentro, familiarizándome con los reglamentos, lo cual contrastaba con el caos que encontré inicialmente. Me tocó trabajar en un contexto donde todo se hacía con la regla, y llegué a una encerrona. Las desorganizaciones internas llevaron a que algunos empleados escondieran papeles para perjudicarse mutuamente, lo que requirió un orden total de la documentación. Nunca pensé que tendría que enfrentarme a una situación así, pero fue un aprendizaje importante. Posteriormente, trabajé en la Facultad Jurídica como administrador de terrenos de la universidad durante cinco años, un cargo que asumí gracias a mi experiencia como dirigente sindical y apoyo a un rector.

Después fui trasladado a la Facultad de Humanidades, en el Decanato, y actualmente estoy en el registro, encargándome de las investiduras, además de continuar con la docencia. Estas son algunas de las actividades que he realizado aquí en la universidad. Las experiencias en la Escuela de Filosofía, tanto como estudiante y luego como ayudante profesor, me permitieron entrar en contacto con diversas gestiones administrativas.

Comencé mis estudios de filosofía alrededor de 1980 o 1982. A lo largo de los años, he visto cómo la escuela ha evolucionado. Al principio, me sorprendía ver que había ingenieros, abogados y médicos enseñando filosofía, pero con el tiempo esto ha cambiado y los puestos de profesorado lo ocupan estrictamente filósofos. También, tuvimos una época en la que los sociólogos se convirtieron en filósofos, y he sido testigo de este proceso en las diferentes gestiones.

Igualmente, he presenciado muchos eventos significativos, como los congresos de filosofía que comenzaron en los 90. En aquel entonces, algunas personas se preguntaban qué podría hacer un filósofo dominicano, pero hoy hay una producción filosófica abundante y de gran calidad. La escuela ha tenido una participación activa en este desarrollo, incluyendo la fundación de una asociación de filósofos, inicialmente presidida por Julio Minaya y ahora por Leonardo Díaz. Esta asociación nos representa y nos visibiliza ante otras instancias internacionales, mostrando el desarrollo y el reconocimiento creciente de la filosofía en nuestro contexto. Actualmente, la filosofía, especialmente la ética, está de moda, y los filósofos hemos ganado un espacio que nos protege de ser objeto de burla. No obstante, nos enfrentamos al desafío de que, aunque todos los profesionales afirman tener su propia ética, esto ha impedido que nuestra escuela imparta ética en todas las carreras. A menudo, argumentan que no necesitan la ética que ofrecemos porque ya poseen la suya. Al revisar los textos y los programas que utilizan, notamos que la ética que mencionan es, en esencia, similar a la nuestra. Esto quizás se deba a una confusión entre ética, normativa y moral, que son conceptos distintos. La ética se refiere a la reflexión filosófica sobre las normas y las costumbres, que son fuentes de estas normas. En cambio, cada profesión ha creado su versión de «ética profesional», apartándose del concepto filosófico de ética.

Otro problema que hemos enfrentado es la exclusión de la filosofía en el bachillerato, un cambio impulsado por organizaciones internacionales que creían que esto fomentaría el estudio de áreas técnicas y evitaría que los jóvenes se «contaminaran» con ideas filosóficas, alejándolos incluso de las ciencias sociales. Este cambio no logró desmotivar los estudios universitarios, pero sí afectó a la filosofía, ya que no hemos logrado jamás reintroducirla en el bachillerato. Cuando los estudiantes se encuentran con la filosofía por primera vez en la universidad, se sorprenden, preguntándose qué relación podría tener Aristóteles o Platón con carreras como la ingeniería electromecánica o la odontología. No obstante, nosotros, los profesores de filosofía, tenemos argumentos convincentes: si no quieren aprender a pensar bien, entonces, quizás, no deberían estudiar filosofía. Esto suele dejarlos en silencio y reflexivos.

Parece que en el diseño del ciudadano del futuro, el Estado dominicano no contempla que la gente piense y actúe con autonomía. Una de las razones por las que la filosofía ha sido temida, especialmente en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), es debido a su enfoque en formar profesionales críticos. En la universidad, la filosofía ha mantenido una hegemonía, motivando a generaciones de estudiantes a cuestionar y a pensar. Actúa como un participante crucial y como un elemento metodológico en muchas carreras, especialmente en las ciencias sociales. Por ello, ha sido vista como algo problemático por algunos, que temen que ‘contamine’ a los estudiantes demasiado temprano.

Alejandro Arvelo. Es interesante lo que plantea, profesor, sobre si al Estado dominicano realmente le interesa formar ciudadanos operarios o consumidores en lugar de ciudadanos críticos. Desde la época de los griegos hasta el presente, la filosofía ha jugado un papel fundamental en la formación de la ciudadanía porque pensar correctamente es esencial, independientemente de si uno es un intelectual. Muchas personas se sienten atraídas por la filosofía simplemente por cultura, incluso sin tener una formación académica formal.

Sobre la sobre determinación de la política partidista y de lo religioso, estas no se avienen bien con un sujeto capaz de pensar y decidir por sí mismo. Probablemente, esto podría causar una especie de temblor en esos modos de conciencia. Tales determinaciones buscan lo que describe el cuento de Juan Bosch, «La Mancha Indeleble», donde se espera que la gente «se quite la cabeza» al entrar a una capilla o un partido y simplemente obedezca. Esto es lo contrario a lo que debería ser la ciudadanía.

Claro que la crítica no es bien vista por aquellos en el poder, porque el poder prefiere la sumisión. A propósito del poder, usted mencionó haber tenido la gran oportunidad de trabajar cerca de una persona como Don Juan. La visión común y estereotipada de Don Juan, ¿es la verdadera, o usted tiene una perspectiva distinta desde su cercanía?

Cuando llegué estaba muy influenciado por el estereotipo, hasta tal punto que cuando él hacía un chiste no me reía porque pensaba que era un truco, pues tenía una imagen de ser sumamente serio. Pero con el tiempo comencé a entender que hay una diferencia entre lo que se dice y la realidad que tenía frente a mí. Don Juan tenía un sentido del humor bastante agudo y delicado. Me encontré con una persona que, contrario a lo esperado, quería hablar y constantemente me preguntaba sobre mi entorno y mi trabajo en la universidad, utilizando esto como un método para captar información. En ocasiones, sus preguntas me dejaban sin aliento y a veces sin respuesta. Por ejemplo, un día me preguntó: «¿Qué dicen de mí en la universidad?» Sorprendido por la pregunta, le respondí lo primero que se me ocurrió: «Dicen que eso de la clase gobernante y la clase dominada son invenciones suyas.» Él sonrió, tomó un libro de detrás de su escritorio, lo abrió y me pidió que leyera lo subrayado. Era un texto sobre la clase políticamente dominante y la clase económicamente dominante, una variación en la terminología pero el mismo concepto. El libro era «El Anti-Dühring», de Engels, y me preguntó si sabía quién era Engels. «Sí, el compañero de Marx», respondí. Entonces, me contestó: «Esos conceptos son marxistas. ¿O van a argumentar que Engels no era marxista? Son marxistas de oído, pero no estudian».

En esa ocasión, él continuó preguntándome muchas cosas y siempre me recomendaba investigar más. Cuando le mencioné que estudiaba filosofía, me preguntó si tenía contemplado estudiar latín y griego, y al saber que esas asignaturas habían sido eliminadas del pensum, me instó a investigar por qué. Me explicó: «Como te dije en Francia, no estudias filosofía, estudias la historia de la filosofía, ¿acaso vas a leer a Platón y a Aristóteles en griego y a Cicerón en latín? Estás estudiando historia de la filosofía». En la siguiente ocasión que lo vi, me preguntó si había investigado lo que me pidió. Había preguntado a alguien por qué eliminaron esas materias y me respondieron que porque son lenguas muertas. Le transmití esa respuesta y él comentó: «¿Por eso hay que dejarlas ahí, porque son lenguas muertas y no evolucionan? De hecho, como no evolucionan, son más fáciles de estudiar. Además, el latín se usa como lengua de la ciencia, todas las especies están escritas en latín. Vaya idea tuvieron de eliminar el griego y el latín porque son lenguas muertas».

Curiosamente, descubrí que él poseía textos didácticos de latín y griego de cuando estaba en primaria y bachillerato. Me sorprendió que, incluso, en la educación dominicana de esa época se impartían estas lenguas. Se extrañaba de que si estábamos estudiando filosofía, no viéramos latín y griego.  En otra ocasión, cuando íbamos a salir y el carro tuvo un problema con el motor de arranque, él bromeó: «No vamos a tirarlo». Al preguntarle cómo pensaba hacerlo sin un barranco cerca, me dijo entre risas: «No, van a empujar el carro un poco hacia atrás». Su sentido del humor siempre estaba presente, hasta en situaciones complicadas. Una vez, al enfrentarnos a un problema con el coche, nos instruyó: «Denle una vuelta completa a la llanta y luego empujen un poco hacia adelante hasta que complete la vuelta y entonces intenten arrancar.» Aunque todos estaban incrédulos, el carro arrancó. Años después, leyendo sobre su vida en un libro encargado por Vicente Bengoa durante su tiempo en el Banco de Reserva, descubrí que Juan Bosch, cuando vivió en Chile, se ganaba la vida arreglando baterías y había diseñado un dispositivo para cargarlas. Hay una anécdota de alguien que relata cómo solucionó un problema similar con su carro, lo cual demostró su habilidad práctica para reparar artefactos.

Bosch tenía un hermano mecánico y escultor llamado Pepito Bosch. Esto me hizo reflexionar sobre cómo a menudo vemos a los intelectuales como seres ajenos a lo práctico, sumidos siempre en los libros. Conviviendo con él, me di cuenta de su gran interés por las cuestiones prácticas, un día lo escuché en «La Voz del PLD» hablando sobre un error común: la gente cuando tiene baterías descargadas las mete en el freezer para recargarlas. Él explicó que esto era un disparate y aclaró que en un conjunto de baterías, unas se descargan completamente mientras que otras aún retienen carga. Aconsejó verificar cuál aún tiene energía y desechar las que estaban completamente descargadas.

Inspirado por sus consejos, compré un dispositivo pequeño que prueba distintos tipos de baterías y muestra el nivel de energía restante. Este aparato, que me costó unos 50 pesos, me ha sido útil año tras año. Cada vez que algo deja de funcionar, como una linterna o un radio, retiro y pruebo las baterías, descubriendo a menudo que no todas están descargadas.

Bosch mostraba un gran interés por lo práctico y era un observador increíble. Solía levantarse a las 5 de la mañana, hacía su desayuno, leía todos los periódicos y dedicaba ese tiempo exclusivamente para sí mismo hasta las 8:00 a.m. Después de esa hora, recibía a las personas con o sin cita, sabiendo que su tiempo se vería completamente ocupado. Si estaba trabajando en un libro, escribía desde las cinco hasta las ocho, y la regla era que, tan pronto terminase de desayunar, se debían retirar y lavar inmediatamente los platos y utensilios. Si no se hacía así, él mismo se encargaba de limpiarlos para no distraerse de su escritura.

Así, yo me ocupaba de retirar los utensilios como de costumbre, y mientras fregaba temprano en la mañana, escuché que abría una puerta en la cocina que se bamboleaba como en las películas de vaqueros. Al voltear, él me detuvo diciendo: «No, no, siga fregando». Era mucho más alto que yo, miraba por encima de mi hombro y me corrigió: «Usted lo está haciendo mal, ¿cómo se puede fregar mal?» Yo usaba un jabón azul, y aunque estaba seguro de que dejaría todo brillante, insistió en que enjuagara bien el estropajo para quitarle todo el jabón, luego me enseñó a usar el jabón de forma eficiente, frotando menos espumoso que antes, lo cual, según él, hacía que el jabón durara más.

Además de preocuparse por estos detalles prácticos, siempre estaba dispuesto a dar consejos. Un día, para mi sorpresa, me trajo el desayuno, lo cual contrastaba enormemente con otros directivos que, aún en cargos menores, se comportaban de manera pretenciosa. Esta humildad era refrescante y diferente a lo que generalmente se esperaba de alguien con su estatura política.

También, se preocupaba por la salud de quienes lo rodeaban, observando detenidamente y recomendando visitar al médico si notaba algo inusual. Su sentido del humor era notable; a menudo, al salir de reuniones tensas, intentaba levantar el ánimo con bromas que, aunque podían resultar forzadas, aliviaban la atmósfera.

Una anécdota particular ilustra su enfoque práctico: había una perrita llamada Melaza que solía interrumpirlo mientras escribía. Un día, frustrado porque la perrita no lo dejaba trabajar, tomó su máquina de escribir portátil y se trasladó a un lugar tranquilo donde sabía que no sería molestado. Cuando Doña Carmen preguntó por él, simplemente le dije que se había ido con su música a otra parte, lo que reflejaba su manera única de manejar las interrupciones con un toque de humor y determinación. Además, siempre estaba atento a no dejar que tareas menores lo distrajeran de su labor principal: la escritura.

Su preocupación por las cosas prácticas y los demás se extendía a todos los aspectos de la vida cotidiana y a menudo me sorprendía con consejos sobre cómo mejorar en las tareas más mundanas. Una vez llevó chocolate con pan a los guardias de seguridad, demostrando su accesibilidad, cualidad rara en alguien de su envergadura. Este comportamiento contrastaba fuertemente con otros dirigentes que, aun siendo menos, eran arrogantes y altivos.

Su vida cotidiana era un ejemplo de disciplina y dedicación. A pesar de comenzar su día bien temprano, equilibraba su tiempo entre escribir, atender a los visitantes y participar en actividades sociales y políticas. Siempre buscaba optimizar el tiempo, prefiriendo realizar las comidas principales en momentos que no interrumpieran el trabajo ni comprometieran su participación en eventos importantes.

En resumen, su capacidad para combinar humor, práctica y disciplina hacía que Don Juan no sólo fuera un líder eficaz, sino también un ser humano profundamente conectado con la realidad y con las necesidades de los demás, siempre enseñando y dejando un impacto duradero en quienes lo conocían.

Se dedicó a escribir sobre el movimiento renovador, y siempre me sorprendió que, aunque todo el mundo citaba el texto, nunca apareció en forma publicada. Tuve que buscarlo en varios lugares y, al encontrarlo, me pregunté por qué nunca se había publicado como libro. Era parte de una publicación periódica que prometió convertirlo en libro al concluir, pero no se materializó porque desapareció.

Así que me asigné la tarea, sin decírselo a nadie hasta ahora, de recuperar y publicar el texto, aunque ha sido muy difícil debido a que falta una parte. Utilicé un último recurso que era ir a la biblioteca que recibió la donación de la biblioteca de Balaguer, porque sabía que ahí estaba la revista completa; él era presidente y guardaban todo lo que se publicaba. Sin embargo, después de más de 20 años, ellos dicen que todavía no está habilitada para el público, lo que es lamentable porque contiene muchos datos interesantes.

Bueno, dejando un poco a Bosch, en cuanto a la influencia de otros profesores, además de los que ya mencioné como Sáez, Vannay y Cruz, un profesor de matemáticas durante mi bachillerato también dejó una impresión duradera. Aunque enseñaba una materia poco relacionada con la política, invitó al profesor universitario Narciso González al liceo para dar una conferencia sobre la Revolución de Abril, lo que me impactó profundamente. Él hablaba con gran elocuencia y emotividad. Esa conferencia despertó mi interés por entender más profundamente ese evento que viví como niño y víctima. Comencé a recopilar todo lo que podía sobre la Revolución de Abril, leyendo artículos y libros, y persiguiendo toda información disponible desde esa conferencia.

Creo que la Revolución de Abril es el evento más importante del siglo XX dominicano porque fue un momento en que la sociedad dominicana se unificó y se movilizó con un propósito determinado. Aunque el resultado no fue el esperado por el pueblo dominicano, fue una demostración de valor y determinación que transformó a muchas personas, incluido al profesor Juan. Él mismo dijo en su autoanálisis que esta gesta cambió su pensamiento y lo convirtió en marxista. Este cambio se detalla claramente en una edición de su libro «La Mañosa», en los años 80.

Además, me llamó la atención una premonición que hiciera Fidel Castro, el primero de mayo de 1965, en un discurso en la Plaza de la Revolución, donde habló sobre la situación dominicana, demostrando su conocimiento sobre Bosch, a quien había conocido durante su época de estudiante universitario. Castro incluso mencionó una invasión a la República Dominicana liderada por el maestro, destacando su relevancia en la política regional. Él reconoció que conocía a Bosch y sabía que era un demócrata, pero le interesaba ver cómo este acontecimiento afectaría su visión del mundo, especialmente después de que el «imperio» impidiera que se realizara algo democráticamente con argumentos insostenibles. Castro se preguntaba qué haría Bosch ahora y cómo esto cambiaría su perspectiva mundial.

Después de las elecciones de 1966, Bosch se alejó del país para dedicarse a estudiar el marxismo, tal como él mismo aconsejaba: escudriñar directamente en los autores principales como Marx y Engels, y no a sus intérpretes. Esta inmersión en los textos marxistas lo llevó a adoptar el marxismo. A veces olvidamos que cuando leía, hacía anotaciones en los libros, una práctica que sería interesante explorar más a fondo. Existe una fundación que posee estos libros anotados por él y sería provechoso para los estudiosos tener acceso a estas notas.

Utilizaba el libro como una herramienta; anotaba y hacía observaciones que podrían ser reveladoras. Dado su fondo como periodista y su costumbre de revisar muchos libros, estos apuntes al margen podrían inspirar nuevos libros. La compilación de sus observaciones podría resultar en publicaciones que reflejen pensamientos que, aunque expresados, quedaron registrados en esos márgenes.

Era metódicamente prolífico. Escribía varios artículos por semana y estructuraba libros a partir de esos artículos, publicándolos semanalmente y luego recopilándolos en libros una vez completados. Esta metodología ilustra su disciplina y su enfoque sistemático hacia la escritura y la publicación.

A lo largo del exilio, Bosch continuó escribiendo y muchas de sus obras fueron publicadas en periódicos y revistas. Parte de su trabajo fue rescatado por los cubanos en una colección titulada «Juan Bosch en Cuba», que contiene escritos que nunca se habían publicado en la República Dominicana. Aunque fue difícil obtenerlos, finalmente se resolvió con la publicación de sus obras completas en 40 tomos, que incluyen toda su correspondencia y escritos, disponibles también en formato digital. Esto es un testimonio de su legado duradero y de su influencia continua en la cultura y la política dominicanas. Apenas el año pasado, en la Feria del libro, adquirí en físico los 40 tomos de sus obras completas de manos de la gente de Efemérides Patrias. Siempre tengo a mano el tomo número 40, donde está el índice completo, para consultas rápidas. Intento sacar tiempo para leer, como hice con los dos tomos de «Juan Bosch en Cuba», que leí casi de una sentada hasta terminarlos, porque contenían material que no había visto antes. Es fascinante cómo, a pesar de no estar de moda, Bosch sigue siendo una fuente enorme para entender al país y aprender metodología de primer nivel, dado su enfoque en todo lo que hacía.

Es sumamente interesante leerlo; es imperdible tanto en la historia del pensamiento como en la historia de la literatura, no sólo dominicana sino también en lengua española. Es lamentable que sea desconocido por algunos, porque fuera del país su obra sigue siendo publicada y reconocida. Líderes progresistas como Hugo Chávez y Rafael Correa han citado y publicado sus textos, demostrando un interés internacional en su trabajo. Correa, por ejemplo, publicó un libro compilatorio llamado «Nuestra América», que incluye todo lo que Bosch escribió sobre América Latina.

En términos filosóficos, reconozco a varios maestros entre los filósofos que he leído. Siempre me ha gustado Sócrates desde que empecé a contactar con la filosofía. También, me atraen filósofos como Diógenes el Cínico, por su ingenio, que me recuerda a algunos personajes dominicanos cuyas expresiones parecen filosóficas aunque ellos no lo sepan. De los filósofos antiguos, Heráclito es otro de mis favoritos, y de los modernos, he desarrollado un interés amplio, aunque siempre con una base en la cultura, esencial para entender cualquier teoría, como la de Freud, que está profundamente enraizada en referencias mitológicas. Este enfoque integrador me ha permitido explorar más allá del marxismo, abriendo nuevas perspectivas en mi comprensión filosófica.

Dentro de lo más reciente, he sentido atracción por la interdisciplinariedad. La primera vez que encontré este término fue en 1998 en un texto en francés. Al traducirlo, me di cuenta de lo interesante que era esta vertiente y decidí investigar más sobre ella. Descubrí que una universidad colombiana ofrece maestrías enfocadas en esta concepción filosófica. Solicité información al respecto, aunque la respuesta fue algo vaga y no aclaró muchas dudas, pero sigo interesado en profundizar en este campo.

Queremos agradecerle, profesor, por el tiempo dedicado y la riqueza de conocimientos compartida en este programa de la gestión del profesor Silverio, «El Archivo de la Voz». Siempre cerramos con una intervención del profesor Silverio y un juego de palabras que hemos ideado juntos. Ahora, le mencionaré tres términos para que usted exprese, en un golpe de voz, qué evocaciones le sugieren:

Departamento de Filosofía de la UASD:

Una experiencia intelectualmente enriquecedora. He tenido la oportunidad de interactuar con personas que me han iluminado y con quienes he tenido un intercambio interesante durante todo el tiempo que he estado en contacto con la escuela, tanto como estudiante como profesor.

Filosofía Dominicana:

El filosofar dominicano es un proceso de construcción con una base sólida. Estamos avanzando significativamente. Me molestó una vez leer un artículo de la UNESCO sobre filosofía en el mundo que no representaba adecuadamente a la República Dominicana. Investigando, supe que el autor estaba desactualizado. Desde entonces, he visto muchos trabajos  en filosofía que, lamentablemente, no siempre se convierten en publicaciones.

Facultad de Humanidades:

Mi casa, un lugar un poco más grande donde he hecho muy buenos amigos y he disfrutado de ver la producción intelectual de generaciones anteriores. Lamento que no exista un centro similar al de estudios de la realidad dominicana; deberíamos recuperarlo. La facultad y la universidad, en general, tienen el compromiso de aportar a la solución de problemas dominicanos. El reto no es nada más producir, sino también asegurar que lo producido sea visible. Estos son los puntos de reflexión que nos ofrecen una mirada al valor y a los desafíos que enfrentamos en el ámbito académico y cultural en la República Dominicana.

A menudo me pregunto qué pasó con ciertos trabajos y por qué únicamente nosotros, internamente, los leemos, cuando realmente son aportes significativos para el país. La UASD debería tener una política editorial clara para dar visibilidad a su producción, aunque a veces parece que muchos textos son marginados. Creo que la facultad debe tener un rol activo en dar a conocer y motivar la producción de conocimientos.

Además, hay muchas personas con ideas que necesitan materializarse en libros y contribuciones, que enfrenten la actual encrucijada de la República Dominicana y sus opciones como país. Nuestra generación dedicó su vida a mejorar el entorno, aunque los frutos no siempre alcanzaron la dimensión que soñamos. Sin embargo, es esencial reconocer que todo es mejorable. Hay muchas acciones que podemos tomar más allá de las infraestructuras físicas, que son las más visibles.

Quizás lo que falta no es tanto la producción académica, sino la ingeniería social, que debe avanzar mientras la infraestructura física crece. A veces, aunque las construcciones físicas impresionen, la sociedad puede desmoronarse; la violencia y la falta de solidaridad y respeto son síntomas de una crisis más profunda de valores. Y aquí es donde los filósofos, y no nada más nosotros, debemos actuar, no limitándose a lamentarse, como muchos hacen de manera casi burlona. En lugar de eso, debemos enfrentar estos problemas de manera activa.

Finalmente, en cuanto al perfil ideal de un profesor de filosofía, podría decir que lo dejamos a Platón. Pero en la práctica, creo que el profesor ideal debe estar a tono con la tecnología, que son herramientas esenciales para potenciar el conocimiento.

Hoy en día, el acceso a textos y recursos es casi ilimitado; lo que antes era inasequible, ahora está al alcance de un clic en nuestro celular. Esto es algo que disfruto enormemente: la capacidad de buscar cualquier información en el momento y estudiar de manera más efectiva. Por ejemplo, decidí estudiar griego, pero dejé un paréntesis para aprender creole haitiano debido a la necesidad práctica de comunicarme mejor con mi contexto inmediato.

Este enfoque integrador me ha permitido explorar más allá del marxismo, abriendo nuevas brechas en mi comprensión filosófica. Esto se evidenció cuando propuse a la doctora Emma Polanco, quien era candidata en ese momento, la creación de un instituto de estudios haitianos. Ella mostró entusiasmo, afirmando que sería la primera inscrita, aunque después no se tocó más el tema. Mi interés se inspiró al descubrir que en países como Ecuador, Chile y México existen centros en universidades dedicados al estudio de la realidad haitiana tanto en Haití como en la diáspora.

Agradecer, como siempre, al estimado Saviñón por su participación en este programa, «Archivo de la Voz» y concluimos esta sesión con unas palabras de nuestro director, profesor Eulogio Silverio.

Gracias, Arvelo. En primer lugar, reconocer la contribución del profesor Saviñón, quien ha sido un gran amigo y profundo conocedor de nuestra universidad. Sería enriquecedor organizar un encuentro para discutir exclusivamente sobre la historia de la universidad y las anécdotas de Don Juan en futuras sesiones.

Valoramos su compromiso con la Escuela de Filosofía y deseamos contar con su participación en el 6to Congreso Dominicano de Filosofía en 2025. Asimismo, le animamos a colaborar con la revista de la escuela, «La Barca de Teseo», publicando artículos con temas de su interés, como el Movimiento Renovador o las anécdotas del profesor Bosch.

Gracias por su dedicación y por socializar su experiencia con nosotros, asegurando así que su legado educativo y filosófico perdure en los anales de nuestra institución.

 

Biografía de Diógenes Saviñón

Filósofo y profesor

Diógenes Saviñón nació en Santo Domingo, Distrito Nacional, el 17 de junio de 1960, aunque su partida oficial de nacimiento data del de 5 de julio del mismo año, lo que le permite celebrar su cumpleaños dos veces: uno para dar continuidad a la estadía biológica y otro para estar en concordancia con la ley.

Son sus padres, los señores Diógenes Darío Saviñón, oficial de la Fuerza Aérea Dominicana; y Evangelina Suárez, ama de casa, oriunda del municipio Sabana de la Mar, donde el pequeño vivió apenas un año y del que tiene vagos recuerdos. Sólo que usaba dos trenzas.

Sus recuerdos, más bien, se remontan a 1963, con un hecho político que cobraría importancia para él mucho después: el derrocamiento del presidente Juan Bosch.

Estudios. Realizó los cursos básicos en el sector de Villa Juana, en el colegio Sagrado Corazón de Jesús, ubicado entre las calles Mauricio Báez y Moca, a tres o cuatro cuadras de su casa. Completó la primaria en el ensanche Quisqueya, en tres colegios distintos: el Patronato San José, el Aurora Tabares Beliar y el Don Bosco.

Luego ingresó al liceo de Peritos, donde volcó su atención hacia la política y comenzó a tomar conciencia de lo que estaba sucediendo: el país sitiado por un régimen no democrático, represiones contra los jóvenes y escaso espacio para la oposición, injusticias que, conjuntamente con el impulso de un primo, lo llevaron a involucrarse decididamente en los movimientos de izquierda y las actividades partidistas.

A través de su primo, fue conectado con un dirigente estudiantil de la Organización de Estados Americanos (OEA), para que lo reclutara para un grupo denominado Fuerza Juvenil por el Socialismo, apéndice del PSD. Aunque entró al grupo armado de curiosidad, su decepción fue inmediata, pues no era lo que esperaba. No obstante, su primo, que sabía que le gustaba dibujar, le dejó en la casa cartulinas, creyones y una nota que decía “Balaguer asesino”, para que hiciera una ilustración. Pero cuando la estaba colocando en el mural del FJ, justo a la entrada del liceo, se encontró con compañeros y profesores, especialmente una que conocía a su familia desde Sabana de la Mar, quien en seguidas lo encaró: “Dudo que sus padres sepan que está haciendo estas cosas. Usted ahora es comunista y le va a ir muy mal”.

A pesar de las amenazas y desilusionado con el marxismo, después de terminar el bachillerato, fue contactado por los hermanos Rubén y Darío Corona, altamente conocidos en el ámbito político, para que participara en una reunión con los miembros del FJS, en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), donde le comunicaron que el partido comunista, en su calidad de dirigente experimentado, le había asignado la misión de repetir el bachillerato para desarrollar el movimiento, con dos opciones: Boca Chica o Manoguayabo, ambos cerca de ingenios azucareros.

El joven Saviñón se negó rotundamente, alegando que sus padres no lo permitirían y porque corría 1978, año convulso para el país. Además de que ya había ingresado al recién formado Partido de la Libración Dominicana (PLD) y estaba decido a matricularse en la UASD, donde no sólo se graduó de licenciado en Filosofía, sino que comenzó a trabajar, ocupando hasta ahora varias funciones, en la Facultad de Ciencias Jurídicas, como administrador de los terrenos de la universidad; y en el Decanato de la Facultad de Humanidades. Actualmente, está asignado a la Unidad de Registro, como encargado de las investiduras y forma parte del cuerpo de profesores ayudantes en la propia Escuela de Filosofía.

Influencias. Además de su primo, que lo introdujo en el ir y venir de los movimientos políticos, Saviñón fue notablemente influenciado por la elocuencia, la emotividad y la determinación del profesor Narciso González, quien asistió como invitado al liceo para dictar una conferencia sobre la Revolución de Abril, hecho que de por sí ya lo había marcado de niño, cuando tuvo que lidiar en el agitado barrio de Villa Juana con detonaciones de bombas, disparos, jóvenes corriendo para protegerse, cuerpos masacrados en las calles y madres atravesadas por la impotencia y el dolor.

En la universidad, quedó gratamente sorprendido al conocer profesores a los que leía en revistas y suplementos literarios y a los que rendía reverencia y admiración, figuras como el poeta Pedro Mir, por lo que se esforzaba por asistir religiosamente a sus clases, conferencias, tertulias y seguir con sobrada atención todo lo que decía; así como Lusitania Martínez, Darío Solano, Miguel Sáez, Avelino, Luis Cruz y la italiana Vanna Yanni, con quien aún conserva una amistad que traspasa el tiempo y con la que tuvo la oportunidad de participar en varios talleres filosóficos sobre José Carlos Mariátegui y el marxismo en los años 80.

Pero, sin lugar a dudas, su más reconocida influencia viene del profesor Juan Boch, ya que adquiría todos sus libros, comprándolos y leyéndolos a pocos días del lanzamiento,  apreciando, a partir de sus ideas, una perspectiva distinta del marxismo, muy diferente a la de los manuales soviéticos.

Este nivel de influencia, se intensificó cuando entró a trabajar con el destacado político como parte de su escolta personal. Saviñón describe esta época como un estallido de conocimientos y acción, pues mientras estudiaba filosofía en la UASD estaba en contacto directo con un hombre de su estatura intelectual, a la vez que reivindicaba su militancia activa, ya que para ese entonces era miembro del PLD y participaba en el cogobierno universitario, además de formar parte del sindicato de empleados y de la cooperativa de la misma universidad.

Al aceptar trabajar con Bosch, lo hizo bajo el estereotipo de que era un hombre reservado, frío y distante, por lo que se cuidaba hasta de reírse cuando hacia algún chiste, no fuese una trampa para desnudar su personalidad. Sin embargo, con el tiempo comprendió que existía una diferencia abismal entre lo que se decía y la realidad.

Enseguida, se dio cuenta que Don Juan poseía un sentido del humor agudo y delicado. Le gustaba hablar, conocer a los que tenía cerca. Constantemente lo indagaba sobre su trabajo en la universidad, respuestas que utilizaba como método para contrastar información. Una vez le preguntó: ¿Qué dicen de mí en la UASD?, sorprendido y un poco asustado, Saviñón le contestó: “Dicen que eso de la clase gobernante y la clase dominada son invenciones suyas”. El sonrió, tomó un libro detrás de su escritorio, lo abrió y le pidió que leyera lo subrayado. Era un texto sobre la clase políticamente dominante y la clase económicamente dominante, una variación en la terminología, pero el mismo concepto.

El libro era El Anti-Dühring, de Engels. No se detuvo, continuó con las preguntas, ¿usted conoce el autor? “Sí, amigo de Marx”, contestó, esta vez rió más fuerte, y señaló: “¿Van a argumentar que Engels no era marxista? Son marxistas de oído, no estudian”.

Cuando se enteró que pertenecía a la carrera de filosofía, le sugirió estudiar latín y griego; y lo instó a investigar por qué estas asignaturas habían sido eliminadas del pensum. Luego de hacer las indagaciones le respondió: “Dicen que son lenguas muertas”. Esta vez no lo tomó con humor y con mucha sapiencia indicó: “Como te dije en Francia, no estudias filosofía, estudias historia de la filosofía, ¿acaso vas a leer a Platón y a Aristóteles en griego y a Cicerón en latín? Por eso, hay que dejarlas ahí, son lenguas muertas, no evolucionan. De hecho, como no evolucionan son más fáciles de comprender. Además, el latín es la lengua de la ciencia, todas las especies están escritas en esa lengua. Vaya idea tuvieron al eliminarlas. Vaya idea”, repitió un tanto molesto.

Incluso, descubrió que guardaba textos didácticos de latín y griego de cuando cursaba la primaria y el bachillerato, ya que en la educación dominicana de esa época se impartían como parte del curriculum y con grado nivelado de obligatoriedad, no como  cursos optativos.

Pero, según Saviñón, Bosch no sólo se preocupaba por temas educativos, le daba mucha importancia a los oficios prácticos. Se sorprendió que en una ocasión el carro presentó problemas con el motor de arranque y bromeó: “No vamos a tirarlo”. Al cuestionarlo sobre cómo lo harían, dijo: “Vamos a empujarlo un poco hacia atrás”.

En otro momento, que volvieron a tener dificultad con el carro, los instruyó: “Denle una vuelta completa a la llanta, luego empujen hacia delante hasta que complete la vuelta y entonces intenten arrancar”. No obstante a que todos miraban incrédulos, el automóvil arrancó. Años más tarde, Saviñón entendió su acierto, al leer en un libro sobre su vida, que había encargado el entonces administrador del Banco de Reservas, Vicente Bengoa, que cuando vivía en Chile se ganaba la vida reparando baterías e incluso había diseñado un dispositivo para cargarlas. Además, su hermano Pepito Bosch era escultor y mecánico y, al parecer, lo dotó de algunas habilidades para arreglar artefactos.

Aunque parezca paradójico, Saviñón percibía a Bosch como un hombre práctico. Solía levantarse a las 5 de la mañana y dedicaba tiempo para sí mismo, hasta las 8:00 am. Si estaba trabajando en alguna publicación escribía en ese espacio. Después recibía a las personas con o sin cita. Desayunaba antes que se acumulara la gente y la regla era retirar los utensilios desde que terminara de desayunar, sino lo hacía él mismo, pues no toleraba distracciones, sobre todo, al momento de escribir o atender asuntos del partido.

Saviñón cuenta que una vez mientras fregaba se le acercó y lo detuvo: “Usted lo está haciendo mal, ¿cómo se puede fregar mal? Insistió en que se debía enjuagar bien el estropajo, para quitarle todo el exceso de jabón y lograr mejor brillo e higiene. Así, también, el jabón duraba más”,  mientras lo miraba detenidamente  pudo observar que era muy alto y esbelto.

Asegura que además de preocuparse por esos detalles prácticos, Bosch estaba pendiente de la salud física y emocional de quienes lo rodeaban. Le gustaba ayudar y servir. Recuerda que un día, para su sorpresa, él mismo le sirvió el desayuno. Y en ocasiones, llevaba chocolate con pan a los guardias de seguridad. Era dueño de una humildad refrescante, que contrastaba con la arrogancia de otros miembros del partido que estaban por debajo de su envergadura política e intelectual.

Al pasar el tiempo, Saviñón define a Don Juan como un ser próximo, pero complejo. Un ejemplo de disciplina, determinación, equilibrio, servicio y buen hacer. Un escritor prolífico, que supo conectar sus escritos con la realidad. Un político eficaz, estudiado y admirado por líderes determinantes a nivel mundial. Incluso, todavía le resulta llamativa una premonición que hiciera Fidel Castro el primero de mayo de 1965, en un discurso en la Plaza de la Revolución, donde destacó la situación dominicana, demostrando su conocimiento del profesor Bosch, a quien había conocido en la época de estudiante universitario y ponderando su relevancia en la política regional. En ese entonces, a Fidel le interesaba ver cómo los acontecimientos que se estaban dando en el área afectarían su visión del mundo, especialmente después de que el “imperio” impidiera que se realizara algo democráticamente con argumentos insostenibles. Estaba atento a cuáles serían sus acciones y comportamiento ante hechos tan bochornosos.

Con respecto a esta premonición, está convencido que después de las elecciones de 1966 y a lo largo del exilio, Bosch se convirtió en un marxista confeso y práctico, que durante esta amarga travesía, se alejó para conocer mejor los postulados de Marx y Engels y no a sus intérpretes. Y esto, de acuerdo a sus investigaciones, se evidencia en las observaciones que hacia cuando leía, ya que usaba los libros para ponderar o contradecir ideas. Definitivamente, estas notas pudiesen significar publicaciones muy reveladoras, que ayudarían a seguidores y detractores a entender los registros de su pensamiento y la armadura real de su personalidad política e ideológica.

Por su cercanía y admiración, Saviñón podría pasar días recreando experiencias vividas con Don Juan, a quien siempre atesorará como un hombre excepcional. Un escritor referencial, ampliamente citado por otros escritores. Un líder desprendido que luchó hasta el desgarro por este país. Un dominicano de talla mundial que valoró y defendió con intensidad cada pueblo de América, como bien lo recoge el libro compilatorio, publicado por el entonces presidente ecuatoriano Rafael Correa, titulado precisamente “Nuestra América”.

Lecturas. Desde temprana edad, en Saviñón la lectura ha tenido un sentido de búsqueda. De necesidad inquietante por entenderse y entender su entorno.

Como ilustrador en ciernes, comenzó leyendo “comics” o “paquitos”, como se conocen en República Dominicana. Iba de sector en sector, entre vacas, alambres de púas, caminos de tierra y piedras, para comprarlos o intercambiarlos con sus amiguitos, mientras esperaba pacientemente los que venían encartados los domingos en los suplementos del periódico El Caribe: Doña Terme Bunda, El Doctor Merengue, Daniel el Travieso, Educando a Papá y la Pequeña Lulú.

En plena adolescencia, alimentaba sus preocupaciones políticas con textos de Stalin sobre tácticas y estrategias, que aunque no los comprendía por su complicado idioma y “jergas”, los devoraba con ansias, como niño que devora una barra de chocolate. Prosiguió con enciclopedias, la Ilíada, la Odisea, Enriquillo, de Manuel de Jesús Galván; El Hombre Mediocre, de José Ingenieros; La Teoría de las Especies, de Darwin; Platón y Aristóteles, fijando sus primeros pasos por el andar filosófico, que terminaría siendo su trayecto definitivo.

En sus inicios universitarios, se encontró con El Diccionario Filosófico, de Rosental y Afan; poesías de don Pedro Mir; novelas, cuentos y artículos de Juan Bosch; Critica de la Razón Pura, de Immanuel Kant; Fenomenología del Espíritu, de Hegel; obras de Freud; Siete ensayos sobre la realidad peruana y Defensa del Marxismo, hasta completar todas las publicaciones de José Carlos Mariátegui; Educación y Luchas de Clases, de Aníbal de Ponce; y el recorrido completo por los libros de José Ingenieros, que ya conocía desde la adolescencia.

Como profesor de filosofía, sigue descubriendo cosas nuevas en Platón, Aristóteles, Sócrates, Heráclito y Diógenes, el Cínico, al que asocia con muchos de sus colegas y a quien cita constantemente reivindicando un tanto el humor inteligente, ingenioso y audaz que, sin lugar a dudas, aprendió de su líder y maestro, el profesor Juan Bosch.

Intereses. Aunque con menos inclinación hacia la política-partidista, Saviñón aún permanece hurgando en teorías que tengan un enfoque integrador sobre marxismo, cultura, economía y referencias mitológicas, que le permita abrirse a otras perspectivas políticas y filosóficas.

Asimismo, siente una profunda atracción académica por la interdisciplinariedad, término que escuchó por primera vez en 1998, en un libro en francés, y que al traducirlo pudo comprender que las disciplinas que tienen como centro el quehacer humano, no deben estudiarse separadas, no pueden avanzar, sino confluyen como ramas de un mismo tronco.

De igual forma, ha propuesto en múltiples ocasiones la creación de un instituto de estudios haitianos, nuestro vecino y socio más importante y, por consiguiente, tiene mucho que decirnos. Haití es una fuente real de investigación, como lo han demostrado México, Chile, Ecuador, algunos países de Europa, Canadá y Estados Unidos.

Pero no sólo ve necesaria la creación de un instituto de estudios haitianos, le preocupa que la UASD no posea un instituto que aborde exclusivamente la realidad dominicana, para desde allí aportar a la solución de los graves problemas que, por lo visto, son históricos y permanentes. El reto no es nada más producir conocimientos, sino también asegurarse de que lo producido se visibilice y tenga injerencias en la sociedad.

Cree fielmente en la validación de la ética filosófica como eje transversal de todas las demás carreras, ya que muchos profesionales afirman tener su propia ética, pero lo que evidencian es una terrible confusión entre ética, normativas y reglamentos. No entienden que la ética es la savia vital de vida.

Apuesta por el regreso de la filosofía al bachillerato, un cambio impulsado por organizaciones internacionales que pensaban que al quitarla fomentarían el estudio de áreas técnicas y evitarían contaminar a los jóvenes con ideas filosóficas, alejándolos, entonces, hasta de las ciencias sociales. Parece que en el diseño del ciudadano del futuro, el Estado dominicano no contempla que la gente piense y actué con autonomía.

Saviñón aspira y trabaja porque tanto la UASD como el gobierno realicen una verdadera ingeniería social, avanzar en planos físicos, de infraestructuras, pero también en planos éticos, morales, pues existe la impresión colectiva de que todo lo que hemos logrado hasta ahora va rumbo a desmoronarse. Definitivamente, nuestros males son más urgentes y peligrosos de lo que vemos a simple vista. De lo que se percibe en la cotidianidad envolvente.