Dr. José Flete Morillo

Una de las cualidades del arte, en sentido general, es su controversialidad; no es que sea controversial en sí mismo, sino que, por no estar limitado a una racionalidad estricta, tiene licencia para romper con los convencionalismos que pretenden imponer límites.

El arte, cualquiera que sea su manifestación, la única verdad que obedece y defiende a «capa y espada», es la verdad del arte mismo. Sin hacer caso a los caprichos convencionales, el arte expone su creatividad rompiendo los cánones del realismo primitivo que, desde sus orígenes, ha intentado encasillar a la humanidad en su limitada cosmovisión.

La escena pictórica del hombre de Cromañón, que cristalizó la escena de la cacería de mamuts, así lo atestigua pues revela algo más que una «colectividad empoderada»; describe, también, su instinto destructivo que no pertenece solo a un ser humano, sino que todos adolecen del mismo mal.

En cuanto a la historia social, política, económica o cultural, el arte suele ser más incisivo; repara en esos detalles que la euforia circunstancial descuida y evita mencionar bajo pretexto furtivo.

Un ejemplo apropiado es la pintura titulada «El 2 de mayo de 1808, La carga de los mamelucos en Madrid» (Francisco de Goya: España, 1815), cuyos trazos muestran una realidad incómoda a quienes ven en la Francia del siglo XIX un modelo ejemplar de la civilización europea; allí, el artista español recrea el lado oscuro de la Francia bonapartista.

Goya, como todo artista, amplifica aquellos detalles que la humanidad desconoce, producto de todo bullicio emocional del que adolece. De modo que, ni siquiera la historia escapa de la lupa del arte; sus orígenes, por incómodos que sean, forman parte de ella y nada, ni siquiera la vergüenza que le humilla, puede quitarlo o evadirlo, pues es parte de su anatomía cronológica.

Lo anterior sirve para entender las razones que llevan al profesor Werner Olmos, coordinador del Centro de Multimedia-ITLA, a recrear la historia, no conforme a las naturales pasiones humanas, sino desde la entereza de un artista. La pintura que infunde aliento al pequeño anfiteatro de la institución citada recrea la historia de las luchas que defendieron la estabilidad de la recién proclamada independencia dominicana, presenta una bandera que se ajusta a los hechos históricos, bandera que, según la historia misma, presenta los colores de manera diferente a la bandera dominicana de hoy; lo cierto es que él no se aparta en lo más mínimo de la realidad de nuestra Historia Patria, sino que, como todo buen creador, va al corazón mismo de los hechos, como Goya, y nos lleva de la mano a nuestro pasado. Ver historia de la bandera dominicana. 

Quizás para muchos, que con celo patriótico cuestionan los símbolos de los relatos de la pintura, el profesor Olmos ha cometido un craso error simbólico. Pero no es así, los hechos lo respaldan. El contexto histórico que narra su pintura, en vez de cuestionar la entereza del artista, nos convoca a entender la realidad del asunto: que el profesor procura que no nos perdamos los detalles.  Olmos, en su versión, nos recrea los orígenes de aquella gesta gloriosa donde flotó airosa el prototipo regio de la bandera que, al Sol de hoy, los dominicanos exhibimos triunfantes.

En mi percepción, Werner Olmos procura conservar la exactitud histórica de los hechos. Su obra, más que una pintura histórica, es una pantalla gigante que nos toma de la cara y nos sumerge en el corazón de los hechos, sin permitirnos evadir el sentido de la verdad.

¿Atenta él contra el sagrado símbolo tricolor? En ninguna manera; por el contrario, nos dice que la misma responde al ideal patricio de su ideólogo, quien aparece en el fresco diseminado por todas partes del escenario bélico que allí se describe, flotando como figura cimera y perfecta.

Pienso que la obra de Werner Olmos da cuerpo a la historia de nuestra gloriosa Bandera Dominicana; el hecho de que presente los cuadros azules en horizontalidad paralela en el lado superior, y el rojo de igual forma en el inferior, no es un acto de malcriadeza ni ofensa, ni es símbolo de desconocimiento, porque la cruz blanca permanece marcada por el Escudo Nacional que late inmensamente en el centro de aquella.

El ITLA, mediante la obra del artista, demuestra que es un centro de enseñanza científica, pues no ha perdido su sentido de objetividad.

¡Enhorabuena, profesor Olmos!