Austeridad
Arquelao, rey de Macedonia (413-399), hijo ilegítimo de Pérdicas, fue un decidido protector de las artes y las letras; pretendió que Sócrates se trasladase a su corte, ofreciéndole a cambio grandes riquezas, y el ilustre filósofo le contestó: Poco cuesta la harina en Atenas, y el agua es gratis.
Calidad
El filósofo griego Aristipo, discípulo de Sócrates y fundador de la escuela cirenaica, iba embarcado a Corinto. Sobrevino una tempestad y no fue capaz de disimular el miedo que sentía. Otro de los pasajeros, al observarlo, le dijo: Nosotros, pobres ignorantes, no tenemos miedo; en cambio tú, un filósofo, tiemblas. Ello se debe, contestó el filósofo, a que tenemos una vida muy distinta que conservar.
Conferenciantes En la Academia de Jurisprudencia, de Madrid, estaba una vez un orador, bastante pesado, pronunciando un discurso sobre filosofía. Después de vagar durante horas por los espacios imaginarios, comenzó su resumen, diciendo: ¿Queréis saber mi opinión sobre los filósofos? Pues os la diré en dos palabras. Si Sócrates me llamase a sus lecciones, acudiría; si Platón me llamase a sus lecciones, acudiría también; si Krause me llamase… me callaría. ¡Krause te llama! -vociferó uno desde los últimos bancos.
Crítica
El célebre escultor y arquitecto Policleto de Sición, rival de Fidias, comenzó al mismo tiempo dos estatuas iguales, pero en una trabajaba públicamente, mientras que de la otra nadie tenía noticias. Tratándose de la primera, atendía todos los consejos y observaciones que le hacían los críticos; para la otra, se dejaba llevar exclusivamente de los dictados de su genio creador. Terminadas las dos estatuas, las expuso juntamente, y las censuras fueron unánimes para la primera y unánimes también los elogios para la segunda. -Atenienses -dijo entonces Policleto-, la estatua que censuráis es obra vuestra, y la que tanto alabáis es obra mía.
Filosofía
Preguntaron una vez al filósofo griego Aristipo en qué se diferenciaban los filósofos de los demás hombres. -En que si todas las leyes se suprimiesen contestó- nuestra manera de conducirnos sería la misma.
Humillación
Cuenta Diógenes Laercio que una vez Dionisio el Viejo, tirano de Siracusa, invitó a su mesa al filósofo griego Aristipo; pero llegado el momento, le designó el último puesto. -Sin duda -comentó el filósofo de Cirene-, has querido rehabilitar este puesto.
Ironía
Habiendo definido Platón al hombre, como «un bípedo implume», Diógenes, para subrayar irónicamente tal definición, adquirió un gallo, lo desplumó, y arrojándolo un día en el aula de Platón exclamó: ¡He ahí el hombre de Platón!
Por la cruz o por la espada
El criado de Leibniz, Eckhart, informa de una vez en que el filósofo era el único pasajero de una pequeña embarcación. Se desató una terrible tormenta, y los marineros, suponiendo que Leibniz ignoraba su idioma, acordaron lanzarlo por la borda y repartirse sus bienes. Hizo creer que no había escuchado nada, pero entonces sacó una cruz y fingió orar. Al ver que no era hereje, los soldados se volvieron atrás. Colocado en una situación similar, Descartes desenvainó su espada y obligó a los marinos a abandonar su plan.