Por ARMANDO CORDERO

Doctor en Filosofía, USD.

1-La Era de Trujillo como época de renacimiento cultural

En la Patria Dominicana, como en la mayoría de los pueblos surgidos del vasto mundo lusohispánico a esta orilla del Atlántico, hay una gran despreocupación con respecto a los problemas filosóficos. Las reflexiones que acuerda la Teoría de la Ciencia por medio de la Lógica y la Teoría del Conocimiento; la Teoría de los Valores por mediación de la Ética, la Estética y la Filosofía de la Religión; y la Concepción del Universo mediante la Metafísica del Espíritu, la Metafísica de la Naturaleza y la Concepción del Universo en su más estricto sentido, han inspirado poco interés aun dentro del círculo de escritores e intelectuales en quienes la facultad de aprehensión y entendimiento, unida a la intensidad de sus ideas, constituyen los mejores testimonios de sus aptitudes para el ejercicio metódico de la actividad filosófica.

Pero la Era de Trujillo, por excelencia época del Renacimiento Dominicano, ha sido propicia para que nuestra conciencia filosófica se oriente hacia las más elevadas metas. Autodidacto de clara visión, Rafael Leonidas Trujillo, insigne forjador de la Patria Nueva, no ignora que la vida de los pueblos debe afirmarse en la política cultural con tanta efectividad y ponderación como en la política financiera, la agrícola, la industrial, la mercantil, la jurídica y la militar, y trazó su programa de gobierno con sujeción a un plan de cultura tan admirable por los principios en que se inspira como por las normas de trabajo que lo rigen.

Estimulado por el ambiente de paz que estamos viviendo, trabajan algunos ensayistas anhelosos de superarse como seres pensantes. Tan halagadora reacción está vinculada en parte al movimiento que tuvo su origen en 1932, año en que Haim López-Penha, respetable caballero y hombre de pensamiento elevado ocupó la tribuna de «Acción Cultural», para ofrecer su interesantísima conferencia acerca de «José Ortega y Gasset y los nuevos grandes libros». Educado en Alemania en años durante los cuales estuvo regida la conciencia filosófica de esa gran nación por las orientaciones que fijaban las escuelas de Marburgo y de Baden, tan culto intelectual desarrolló una labor de importancia básica para el pensamiento filosófico dominicano. En su calidad de Gran Comendador del Supremo Consejo del Grado 33 de la Masonería Dominicana puso él a disposición de la juventud la biblioteca LUMEN, ya nutrida con una gran parte de las traducciones hechas por la Revista de Occidente, publicación estelar que trajo a nuestro país, como a muchos otros conglomerados del Hemisferio Occidental, las corrientes filosóficas del historicismo germánico, la gnoseología, la axiología y el existencialismo.

Desde entonces comenzaron a circular profusamente en nuestros medios culturales, las obras del Conde de Keyserling, del Barón vonUexküll y de Spengler, Scheler, Messer, Russel, Husserl, Brentano, Yung, Driesch, Heimsoeth y otros no menos notables.

Hoy en día, podemos ufanarnos de contar con algunos intelectuales de ostensible cultura filosófica, y entre éstos ocupan los sitios de superior jerarquía Andrés Avelino, el pensador dominicano de más altos vuelos; Pedro Troncoso Sánchez, jurisconsulto y pensador de penetrante visión; Juan Francisco Sánchez, ensayista de nota y sobrio escritor; y Fabio A. Mota, hombre pensante que une a su gran cultura la vocación educadora.

2.-El pensamiento filosófico de Andrés Avelino

Con la publicación de su Metafísica Categorial, inicio Andrés Avelino la ardua empresa filosófica que ha culminado con obras como Prolegómenos a la Unica Metafísica Posible, Esencia y Existencia del Ser y de la Nada, El Problema de la Fundamentación del Cambio y la Identidad, Une Lettre a Maritain, Filosofía del Conocimiento (cinco publicaciones en «Anales» de la Universidad de Santo Domingo) y El Problema Antinómico de la Fundamentación de una Lógica Pura, y que señala para un futuro muy próximo dos nuevas aportaciones de fundamental importancia para la evolución del pensamiento filosófico en Santo Domingo. Me refiero a los libros inéditos que el vigoroso pensador ha intitulado Filosofía de lo Ético y Los Problemas Antinómicos del Existencialismo.

Conozco algunas de las ideas exteriorizadas en la última de estas obras, y me reafirmo en la convicción de que su autor sigue elevando nuestra posición espiritual en el ámbito de la humanidad pensante.

La desastrosa postura ideológica de la filosofía existencial frente a la sociedad humana, obedece, según Avelino, al hecho de haber enfocado el problema ontologismo-onticismo desde un punto de vista filosófico científico, posición que discrepa con la del padre del existencialismo, el gran Soren Kierkeggaard, quien asume a su vez una actitud metafísico-teológica. El existencialismo heideggeriano, con el de Sartre como adepto casi en la totalidad de sus planteamientos, piensa fundamentalmente en la existencia del homo naturalis, del riesgo y del drama del individuo, del absurdo y la paradoja, de la desesperación y la angustia, mientras Kierkeggaard concibe la existencia del homo cristianus, la creencia en la existencia de Dios y la esperanza y la fe. La desviación se explica por la influencia que ejercen en la filosofía heideggeriana el fenomenologismo de Husserl, el naturalismo de Nietzsche y el biologismo irracionalista de Bergson.

De ahí la falsa postura de la metafísica heideggeriana, la cual señala un movimiento de retroceso para la filosofía existencial que logra su mejor expresión durante el siglo pasado con el pensamiento del gran filosofo danés. La actitud enfocada desde nuestro país frente a la disputa del realismo y del idealismo, tiende a establecer con

Andrés Avelino que hasta el momento actual ninguna metafísica o filosofía ha logrado situarse dentro de un realismo absoluto, ya que todas acuden a un modo de ser para llegar al ser; y de ahí que sean a la vez realistas e idealistas. Tal modo de ser puede encerrarse en el átomo, en el hombre o en la conexión mixta del hombre y mundo que implica la existencia humana.

Pero el metafísico de lo categorial llega a conclusiones más elevada aun, poseído de un fervor religioso que nada tiene de impugnable. Las metafísicas actuales, como las de todos los tiempos, pretenden hallar el ser en sí mismo, partiendo de un modo de ser; y no es ése el método a seguir. No se llega al ser-unidad en virtud de una búsqueda, sino por obra de la revelación. Sólo Dios puede ser el ser y éste se vislumbra en los horizontes de la religión.

Andrés Avelino realiza también una verdadera epopeya de trabajo intelectual al combatir el sistema kantiano y la concepción relativista de lo suprasensible en que incurren Bergson y Heidegger. Los sistemas de categorías enunciados por Aristóteles, Kant, Hartmann, Windelband y Whitehead, los considera mal fundamentados, puesto que para él se manifiesta lo categorial al través de lo eidético y de lo psíquico. Juzga a Husserl como un positivista utópico, y asegura que la ciencia, la ontología y la fenomenología o ciencia de la esencia obtienen su validez fundamentándose en la metafísica.

Guiado por su intuición no-sensible como órgano de visión espiritual, nuestro filósofo tomó posición en una quinta esfera del ser para organizar categorialmente todos los objetos, sin excluir la realidad divina. Cinco y no cuatro (según lo determina la ontología contemporánea), son las esferas de la realidad o del ser.

19- La de los objetos reales sensibles; 29- La de los objetos reales trascendentes; 39- La de los objetos reales inmanentes (psíquicos); 49- La de los objetos reales ideales (también trascendentes); y 5- La de los objetos reales valentes.

La división de la esfera de los objetos reales en subesferas de los objetos físicos y subesferas de los objetos psíquicos, le parece improcedente en razón de que los objetos de una y otra subesfera no poseen la misma estructura óntica.

Edgard Sheffield Brightmann, filósofo norteamericano, en juicio publicado por la Revista Philosophy and Phenomenological Research, de la Universidad de Buffalo, New York, elogia el vasto conocimiento de Andrés Avelino con respecto al pensamiento filosófico germánico, y lamenta que no se haya difundido tanto la filosofía de su tierra, como para merecer una crítica tan estimulante.

El influjo recíproco de la metafísica y del espíritu captador de la realidad en su doble aspecto universal y particular, no escapa ni por un solo momento a la penetrante visión del filósofo dominicano. Su obra no implica, como en muchos otros casos de pensadores americanos y europeos, un esfuerzo asintotal de originalidad; desde mi particular punto de vista constituye una nueva evidencia de que nuestro continente dialoga ya con Europa en torno a los más complejos problemas del pensamiento humano, señalándole nuevas rutas por los vastos caminos del pensamiento.

Entre las obras filosóficas de Andrés Avelino llama sobre todo la atención su libro «El Problema Antinómico de la Fundamentación de una Lógica Pura». Al irrumpir con el siglo XX la edad contemporánea de la filosofía, una de las primeras reacciones frente a los sistemas de la filosofía moderna (1600/1900), que a su vez había revolucionado el conjunto de principios filosóficos que rigieron durante las edades antigua y medieval, se enderezó a la integración y fundamentación de la Lógica como rama autónoma del saber humano, esto es, como una ciencia desvinculada de la Psicología, la Gramática, la Metodología, la Matemática, la Gnoseología y la Ontología, disciplinas que en su mayoría gravitan sobre ella desde los tiempos de Aristóteles, o, si se quiere, desde la época del Nyaya de Gotama, conjunto de doctrinas de acuerdo con las cuales dieron los hindúes, con prioridad al príncipe de los filósofos griegos, las reglas que rigen los actos del pensar.

En Alemania, el país más representativo de la actualidad en asuntos filosóficos, fueron hechas las primeras aportaciones encaminadas a la sistematización de una Lógica Pura. El movimiento encauzado a este fin, entre otros filósofos de universal nombradía, contó con Edmund Husserl y Alexander Pfander, habiendo coincidido con las corrientes que se suscitaron en los albores de este siglo en favor de la Metafísica, del Neorrealismo y del Irracionalismo.

Ambos filósofos intuyeron el problema partiendo la distinción indispensable entre el pensar, fuerza o facultad del alma humana, y el pensamiento, objeto ideal derivado de aquél.

En el acto del pensar -según Pfander-  actúan cinco factores que «se reúnen merced a un conjunto de relaciones peculiares», esto es, el sujeto pensante, el pensar mismo, el pensamiento pensado, las expresiones verbales y los objetos hacia los cuales se dirige la voluntad reflexiva del ser humano.

En la época en que los logicistas germanos comenzaron a ocuparse del problema de la fundamentación de la lógica como una rama autónoma del saber humano, el único de los cinco factores de que hemos hablado que podía utilizarse en provecho de una disciplina de tal naturaleza, no había sido diferenciado del pensar, elemento que en unión del sujeto pensante se halla dentro del dominio de la Psicología, mientras que las expresiones verbales se desarrollan en el campo de la Gramática, y los objetos hacia los cuales apunta el pensamiento, están acotados por las numerosas disciplinas que informan nuestros conocimientos.

Era imperioso hacer una distinción racional entre el pensamiento y el pensar

En su obra intitulada «Investigaciones Lógicas» y en la parte destinada a los «Prolegómenos para una Lógica Pura», rechaza Husserl, tildándola de escéptica y empírica la concepción psicologista de la Lógica, la cual proviene de «una ceguera total para lo ideal en general, pues no tener el sentido despierto más que para las realidades es lo que conduce a considerar los objetos lógicos como hechos de conciencia, como fenómenos psíquicos».

El gran logicista de Friburgo erradica, mediante el ejemplo de la «máquina sumadora, conjunto mecánico», y de «la suma, relación cuántica», la equiparación errónea de lo lógico con lo psíquico. «La máquina sumadora es un artefacto mecánico que, como tal, está constituido por resortes, tornillos, etc., mientras que la suma está integrada por una agregación de unidades. La máquina es lo mecánico, la suma es lo matemático; pero la suma no es la máquina. De esta misma manera: el pensamiento se da en el pensar; pero el pensamiento no es el pensar».

De ahí que la Lógica, concebida como ciencia de los pensamientos, y si se permite la redundancia a que se refieren Romero y Puciarelli, «de los pensamientos en cuanto tales», quede desvinculada de los elementos extralógicos que la han impurificado en el curso de las edades históricas.

La extraordinaria labor desarrollada en Alemania en pos de una Lógica Pura ha sido impugnada por Andrés Avelino, merced a quien la posición de la República Dominicana, en lo que apunta al estudio de los problemas fundamentales del pensamiento humano, se ajusta al ritmo de los empeños predominantes en los centros principales de la cultura occidental.

Al combatir los estudios hechos por los logicistas germanos, afirma el filósofo dominicano que estos «habían rechazado el pslcologismo, el gnoselogismo y el normativismo de lo lógico, pero de un modo puramente teórico». Por eso ha intentado descuajar los elementos extraños a la Lógica, mediante un trabajo sistemático realizado en torno a las determinaciones que la informan.

El logicista dominicano emprende su ardua tarea partiendo de «la distinción indispensable entre pensamiento y juicio», dos significaciones que para la Lógica tradicional y la Lógica ontológica representan lo mismo. Tal identificación es rechazada categóricamente por él, quien define el pensamiento como «una relación de comprensión significativa o categorial entre dos significaciones», y el juicio como «un pensamiento sustentado por un sujeto».

El primero constituye un elemento lógico por excelencia; mas el segundo, en su «calidad de pensamiento sustentado por un sujeto», niega, afirma o juzga y, por lo mismo, cae de pleno en el ámbito de las ciencias del espíritu, de la historia, de la  jurisprudencia, la filología, la política, la teología y demás disciplinas en que lo psíquico actúa como fundamento.

Dar integridad y fundamento a una Lógica como la que ha ensayado Andrés Avelino, en la cual es básico el propósito de erradicar elementos extralógicos inherentes a «lo gramatical», términos y proposiciones»; a lo psicológico, «juicios, raciocinio, razonamientos y modalidad del juicio»; a lo gnoseológico, «la verdad y el sentido cognoscitivo»; y a la óntico, «la referencia a los contenidos objetivos de todo tipo, la representación simbólica de tales contenidos objetivos de todo tipo, la representación simbólica de tales contenidos objetivos», implica la portentosa empresa de revolucionar en lo más íntimo de su estructura los principios lógicos supremos, o, por lo menos, los que han existido como tales en la historia de la Lógica.

El conjunto de voces técnicas, los términos, las significaciones con que se debe descubrir un mundo lógico puro, requieren cuidadosa búsqueda, riguroso seleccionamiento.

Así actuó el logicista y metafísico dominicano al concebir su Lógica formal pura.

Juan David García Bacca, filósofo hispánico tan eminente como profundo, ha reconocido, en un comentario publicado por la Revista Nacional de Curtura (Caracas, Venezuela, 1952), la elevada tarea de Andrés Avelino, en su interés de fundamentar la Lógica de acuerdo con una teoría de la significación, más pura que la enunciada por Husserl.

Una Lógica de los pensamientos, por lo peculiar de su objeto, difiere de una Lógica del pensar, de una Lógica del método, de una Lógica del conocimiento, de una Lógica del onto; y exige amplia visión del mundo de las significaciones.

No cabe duda de que Andrés Avelino, tal como afirma Luis Recasens Siches, por «su vigorosa potencia constructiva, ofrece una eminente contribución al pensamiento del presente».

3.-Pedro Troncoso Sánchez: su postura metafísica y su concepción frente al problema de la polaridad de los valores

Pedro Troncoso Sánchez es un pensador a quien preocupan fundamentalmente los problemas de la Metafísica y de la Filosofía de la Cultura, temas a los cuales dedica la mayor parte de los ensayos contenidos en su libro Bosquejos Filosóficos, intitulados Bosquejos para un Ensayo de Concepción de la Historia,. Análisis Filosófico-histórico de la Invasión Haitiana, el Americanismo de Sarmiento, Introducción al más Puro Idealismo, Meditaciones de Hans Castorp, El Universo en el Hombre, Glosas al Evangelio de San Juan y La Vida al Revés.

Sin duda, el proceso de elaboración del pensamiento filosófico dominicano tiene en este notable pensador uno de sus cultivadores más sinceros. Ensayista de franca tendencia éticopersonal, busca en la filosofía razones a lo que siente íntimamente, y defiende, como poseído de una acendrada lealtad a sus propias convicciones, la posición de los filósofos metafísicos frente a los llamados filósofos positivistas, cuya falta de visión interna resalta por su decidida solidaridad con los hechos que pueden ser probados científicamente.

El triunfo de la Era Científica, cuyas leyes pretenden señorear todas las jerarquías del saber, no puede determinar el desplazamiento de la Metafísica. Frente a los que ven en ella un mundo de ideas ficticias, pone de manifiesto que el hombre de ciencia, según profundiza en sus investigaciones, va advirtiendo una transformación gradual de las cosas. Además, la ciencia, en lo que se refiere al progreso moral y espiritual de la humanidad ha sido enteramente nula.

Pedro Troncoso Sánchez enfoca el problema del mundo exterior tomando como punto de partida tanto el sujeto como el objeto, realidades a las cuales identifica, sin que ningún complemento del segundo escape en la fusión, llámese color, forma,  solidez, sabor, etc.

Intuyendo el mundo espacial como una misteriosa fluencia del yo puro, se refiere al hecho científico de la transmisión de pensamiento. ¿Cómo es posible  -se pregunta- que una realidad inespacial ónticamente inextensa como el pensamiento, aparezca trasmitiéndose al través del espacio? Para comprender metafísicamente este hecho -agrega- habría que convenir en una de estas cosas; ¿o que el pensamiento es un objeto espacial, como el sonido o el perfume, o en que el espacio es sólo un producto de la conciencia? Descartada la primera hipótesis por ontológicamente errónea, queda en pie la segunda como la única explicación posible de la transmisión de pensamiento.

Ya concebido el espacio como una proyección del yo, estudia el problema del tiempo, y con Hans Castorp, el confundido personaje de Tomás Mann en su novela «La Montaña Mágica» pregunta lo que es para llegar a la conclusión de que puede ser físico, biológico, psíquico, mental e intuicional. En cada una de estas manifestaciones tiene su propio reino, pero sujeto a la relatividad de todas las cosas frente a Dios como ser y tiempo absolutos. Desde su particular punto de vista, pensando al tiempo determinó el Supremo Hacedor la razón de ser de toda existencia.

La idea del tiempo es, por tanto, de gran vastedad en la concepción metafísica de Pedro Troncoso Sánchez. Sin acudir al conocido procedimiento de intuirlo con referencia al transcurso de las horas o del lenguaje, y al través de éste al verbo que nos habla de presente, pretérito y futuro, o al adverbio que señala los grados de aproximación o de alejamiento, como al decir ayer, mañana, hoy, temprano, tarde, ayuda a conocer tan problemática expresión de lo infinito, con la misma amplitud de pensamiento que hay en Berthelot cuando demuestra que estamos en la aptitud de imaginar diversas medidas de tiempo, pero superando al científico francés en cuanto prescinde de nociones derivadas de los sentidos al plantear su clasificación.

La capacidad filosófica de Pedro Troncoso Sánchez se ha manifestado también al través de la ciencia de los pensamientos. Filosofando acerca de los problemas que plantea la noción de una Lógica pura, y en cartas dirigidas a Andrés Avelino, el 21 de agosto y el 25 de septiembre de 1951, respectivamente, desde Roma, toma posición especial. No duda que la Lógica de Avelino sea pura sin ser Lógica Matemática; pero entiende que se debe a la fundamental formación matemática de su expositor el superbo interés de purificarla. El conviene en que deben erradicarse los elementos extralógicos normativos y gramaticales; pero no es partidario ni cree que sea posible prescindir de las conexiones de la Lógica con la Ontología, la Psicología y la Gnoseología, ya que considera indispensable el concurso de estas disciplinas para contemplar los fundamentos estrictamente ideales del pensamiento.

En la filosofía axiológica de Pedro Troncoso Sánchez, me ha llamado la atención de manera especial su ideal del valor y el inteligente enfoque que hace con respecto al problema de la polaridad.

Su contestación a la pregunta ¿qué son los valores? corresponde a la marcha de fines que pone estos objetos en contacto con el espíritu. Absolutos y eternos, porque no varían en el espacio ni el tiempo, y objetivos porque así como la electricidad estaba ahí antes que se la descubriese, los valores tienen su objetividad antes que el hombre los estime, ellos son, según este culto ensayista, realidades que advienen al sujeto para convertirlo en instrumento de un mundo de cultura, de un mundo del todo inaccesible a las bestias, porque éstas sólo disfrutan de un ambiente de cosas que apetecen o aborrecen, realizando inconscientemente un programa económico inherente a la vida, pero no al espíritu.

Nuestro ensayista no advierte tan sólo entre el ser humano y las bestias «una diferencia de especie o de grado», él pone énfasis en sus ideas al señalar en el primero la presencia de valores religiosos, éticos, estéticos y de conocimiento, que ejercen absoluta preponderancia sobre los fines vitales y económicos de la existencia humana. Subordina así los llamados valores utilitarios en su concepción axiológica, dejándose dominar por un misticismo que, si bien constituye la mejor evidencia de su vigor espiritual, no deja de reñir con los propósitos fundamentales de la Teoría de los Valores, por lo menos en el tratado en que ésta actúa como filosofía de la cultura. No es prudente subestimar el valor utilitario, porque la actividad económica forma parte del desarrollo cultural.

Por otra parte, afirma Pedro Troncoso Sánchez con certera visión metafísica y epistemológica del problema, que no hay valores negativos, sino valoraciones negativas. De ahí su disputa con los sustentadores de la polaridad, quienes colocan frente a lo sagrado lo profano, frente a lo vital lo mortal, frente a lo verdadero lo falso, frente a lo bueno lo malo, frente a lo bello lo feo, como valores positivos y negativos.

Para los polaristas, «si algo vale, algo necesariamente no vale»; mas, no advierten éstos -señala con mucho tino el impugnante- «Que sostener el no valer de un valor es admitir que no es real».

Al intuir la esencia de la valoración negativa, hace notar que, de seguro, no es el causante de una acción ofensiva quien canta, al incurrir en ella, el supuesto valor negativo, sino una persona de mejores condiciones espirituales, que puede ser el mismo autor, ya con nuevas perspectivas, quien asimila un valor positivo al rechazarla.

Con respecto a la esencia de la valoración negativa, procede agregar que ésta no sólo responde a los requerimientos del no deber-ser, sino también a las exigencias del no saber o no poder-ser.

Sólo la exigencia o el normativismo del deber-ser como posición del hombre tiene validez en los dominios de la axiología. Desde los tiempos de Sócrates, Platón y Aristóteles, y entonces en estado balbuciente, la axiología busca la constante irrupción de lo justo, lo bello, lo bueno y lo santo en el alma. Humana. Todo lo contrario a estos objetivos implica ausencia de contenido axiológico.

Las controversias internacionales, los conflictos bélicos, la lucha de hombre contra hombre y de hermano contra hermano; en conclusión, las notas características de la crisis de la cultura, se explican de conformidad con la siguiente alternativa: de una parte están los hombres y las naciones que asimilan los valores con amplitud de alma, y de la otra, los que actúan como las bestias, porque no han podido hacerse partícipes de ese reino maravilloso.

El problema de la compenetración humana, del respeto mutuo, de la solidaridad internacional organizada es, pues, un problema de preferencias axiológicas.

La posición estimativa de Pedro Troncoso Sánchez y el sentido cristiano de sus especulaciones, bien pueden servirnos de orientación a todos los que, buscando las luces refulgentes de la filosofía, soñamos con un mundo que tenga por imperativos categóricos pensar con nobleza y vivir con dignidad.

Explicable resulta a todas luces que un ensayista de tan elevada jerarquía espiritual, vea en la historia un proceso de cultura y no un conjunto de hechos naturales, ya que su acontecer rige por las relaciones de medio a fin y no por las de causa a efecto.

De ahí la postura que adopta al juzgar el problema histórico determinado por la ocupación haitiana. Antes del movimiento independentista, nuestros antepasados constituían una colectividad sin sentido de su propia existencia, porque no intuían valores. Sólo la figura apostólica del Arzobispo Dr. Pedro Valera Jiménez se agiganta, y señala: he aquí el valor Patria.

49- Juan Francisco Sánchez y los problemas atinentes a la filosofía existencial y la filosofía del Arte

Juan Francisco Sánchez es un ensayista de gran cultura, a quien atraen los problemas atinentes a la filosofía existencial, la filosofía del arte y la filosofía como esencia de la historicidad. Sus ensayos de mayor mérito: Estructura y Esencia de la historia, ¿Libertad o Determinismo?, Las Enseñanzas de Khrisnamurti, Si y No al Existencialismo Sartreano, Un Mundo en Crisis, La «Verdad» en el Arte, Filosofía, Psicología y Realidad y De la Métrica de Rubén Darío, son fieles exponentes del vigor de su pensamiento.

Desde su adolescencia se dedicó al estudio comparado de las religiones, del misticismo, del evolucionismo científico y de la teoría del arte, penetrando así al campo de la filosofía dominado por una tendencia ecléctica que no le ha impedido tomar posición propia en algunos de sus ensayos.

Como posturas fundamentales de su eclecticismo precisa considerar, en primer término, la necesidad de una crítica de la cultura intelectual, cuya expansión resulta para él exagerada en contraste con el deficiente desarrollo del mundo deontológico. En segundo término, sugiere admitir la división de la filosofía en «una esfera teórico-conceptual, probabilista, provisionalista, relativista» que actúe a manera de órgano adecuado de las especulaciones cuantas veces lo requiera la historia en su proceso evolutivo, y en otra «esfera práctica ético-religiosa», encaminada a operar en el mundo de la eticidad, no sólo para liberar el espíritu del «yo personal» que lo esclaviza, sino también para establecer un nuevo orden de vida.

Dada la negatividad de la conciencia moral en cuanto fija un deber-ser, sin poder mostrar lo que él llama la acción pura, sobre la segunda esfera gravita la misión asaz difícil de proporcionarle al hombre una sabiduría identificable con la filosofía moral de tipo activo que tanto hemos menester. Su eclecticismo no sólo se integra así mediante la selección de doctrinas susceptibles de avenencia, sino a la luz del principio superior que en la filosofía ecléctica da nuevo significado a los elementos que intervienen en la conciliación.

Al incorporarse al grupo de intelectuales iberoamericanos que se preocupan por los problemas de la filosofía existencial, considera que en esta corriente de pensamiento hay una fuerza transformadora similar a la que superó la vicisitud en que la filosofía griega tuvo que soportar la subordinación de la cultura antropocéntrica a la cultura cosmocéntrica. Según él, no obstante sus grandes falsedades, el existencialismo puede llegar a ser la piedra angular de una Era Filosófica en que la filosofía intuitiva esté por encima de la filosofía especulativa, y el método analógico por encima del método matemático, en aras de una tendencia inquisitiva o de un relativismo analítico que no se empeñe por la aprehensión del verdadero ser, sino que intente profundizar con preferencia en los problemas y el sentido de la historia.

Como crítico de la filosofía existencial, simpatiza con la teoría general expuesta por Heidegger para la consideración del ser, y rechaza el epifenomenismo de Jean Paul Sartre. Le atrae la hermenéutica del filósofo «para quien la angustia representa un medio trascendental del conocimiento»; pero le repugna el excesivo dogmatismo del filósofo galo. La sobriedad del discípulo de Rickert y de Husserl, le parece más filosófica que la prolijidad del pensador de Saint-Germain-des-Pres. El existencialismo sartreano, «fenomenismo absoluto, libertad absoluta, ateísmo», entraña para él un conjunto de contradicciones, y entre éstas fija como la peor el plantear un movimiento dialéctico en que sólo vale un polo, ya que el otro lo utiliza como pretexto. Luego impugna el hecho de que se trate de la libertad como prisión y del ser como pobreza.

Al definir su posición toma como fundamento el existencialismo de San Agustín. Puede parecer raro, pero lo cierto es que hay quienes vinculen la filosofía existencial con la filosofía del célebre Obispo de Hipona, cuya postura en ese campo ha sido considerada «como una referencia de cada verdad a sus experiencias personales». Preconiza así un estado de subjetividad original que se caracteriza por la erradicación del pensamiento razonador y jerarquiza el ser en los crisoles de una actitud mística.

En su medular ensayo Filosofía, Psicología y Realidad Humana, se pregunta ¿por qué medio puede el hombre conocerse a sí mismo si prescinde de la razón y del pensar? Y al responder a tan problemática interrogación formula una hipótesis en que se compenetran la metafísica y el misticismo. Considerando que todo el Universo es un proceso de energía en marcha», de acuerdo con Leibnitz, Whitehead, Bergson y otros, entiende que ésta se acendra en su fuerza creadora cuando da origen al ser humano, ya que entonces obtiene conciencia de sí misma pero he aquí que de este modo «adviene el yo como tragedia cósmica, porque quiere ser vida para sí. Por ello reclama una fuga del hombre de la subjetividad temporal que lo asedia, mediante un estudio psicoterapéutico del yo, como única forma de lograr que en éste se manifieste lo eterno.

Liberado por obra de su acción pura, «el hombre se convierte, aunque sea por instantes -según afirma- en la ley cósmica, y en virtud de la esencia creadora de ésta, inmanente en el hombre, puede encarnarla en el plano fenoménico transformando la naturaleza en espíritu, la temporalidad en eternidad. El yo contingente –añade- queda concebido como la personalidad (persona, máscara) por oposición a la individualidad original, concepción que invierte los términos de la significación que usualmente se le da hoy en día. Para el yo contingente existen las categorías, como funciones reguladoras, que tienen que ser trascendida históricamente, porque pertenecen al mundo corporal. Todo esto -dice a la postre- queda comprendido en el marco de una profunda religiosidad en la cual se admite la tripartición de cuerpo, alma y espíritu, correspondiendo este último a la más alta realidad en el hombre, encarnación de la Trascendencia en Inmanencia; si bien se concibe que todo es real y sólo por la errada interpretación del mundo por el yo contingente, existe la ilusión».

No se trata, pues, de un verdadero existencialista, sino de un pensador que sustenta esa posición por considerarla propicia para llegar a su meta. No debe olvidarse que para Heidegger y Sartre, la esencia del hombre no es más que su propia existencia (Dasein para el primero, y pour-soi para el segundo), la cual logra su máxima expresión en la muerte como aniquilación total. Porque no hay alma, espíritu ni vida, sino desnuda facticidad, existimos sin razón de ser. Por todo esto, precisamente, se ha dicho que la filosofía existencial constituye la más tremenda impugnación metafísica de la inmortalidad.

Buen conocedor y admirador de Platón, Plotino y San Agustín

Juan Francisco Sánchez compenetra ciencia y mística, filosofía y religión, como quien busca, con estos tres insignes pitagóricos, los objetivos éticos fundamentales del gran filósofo y matemático de Samos: preparación, purificación y perfección.

En su original ensayo La Verdad en el Arte, señorea Juan Francisco Sánchez fuerza de visión como pensador ecléctico, al estudiar las significaciones «verdad» y «verdadero», metafóricamente aplicadas al fenómeno artístico. Después de  enfocarlas a la luz del concepto trascendentista, en que son productos de la armonía imperante entre el contenido de la cogitación y el objeto señalado en ella, y desde el punto de vista pragmático, en cuya virtud quedan subordinadas a los  requerimientos de la vida práctica o utilitaria, las refiere al concepto inmanentista, de acuerdo con el cual obedecen a la correspondencia de los fundamentos de la obra con ella misma.

La intensidad de concepto, el poder de sistematización y la sutilidad analítica que se advierten en esa obra son admirables. El conjunto de equivalencias metafóricas que ella aporta con respecto a la «verdad» en determinadas ramas de las artes plásticas y de las artes de la palabra, revisten fuerza categorial y originalidad para la filosofía del arte en todos los ámbitos del hemisferio occidental, al través de cuyos altos destinos culturales no puede quedar rezagada la tierra dominicana. Pequeña en volumen, pero grande en sus proyecciones, La «Verdad» en el Arte no sólo constituye un magnífico exponente de nuestro desarrollo intelectual, sino que también consagra a su autor como uno de los hombres mejor preparados en América para tratar los problemas inherentes a la consideración filosófica de la vida artística.

5.-Fabio A. Mota y la Evolución del Pensamiento Filosófico

Fabio A. Mota es médico, político y pensador de ideas eclécticas. Sus obras principales: Neosocialismo Dominicano,

Prensa y Tribuna y Un Estadista de América, acerca de la ingente obra de gobierno del Generalísimo y Dr. Rafael Leonidas Trujillo Molina, Benefactor de la Patria, amalgaman ideas políticas, sociológicas y filosóficas; pero sus mejores aportaciones en lo que se refiere directamente a la filosofía están contenidas en la serie de trabajos que publicó desde 1938 a 1940 en «Anales de la Universidad de Santo Domingo», con el título de Evolución del Pensamiento Filosófico, el único Curso de Historia de Filosofía Griega y Medioeval publicado hasta ahora en la República. Por el poder de síntesis y la claridad de exposición, constituye un justificado motivo de orgullo para la filosofía dominicana.

Mota es uno de los pioneros de nuestro actual movimiento filosófico. Ya el 7 de mayo de 1915, siguiendo el constructivo ejemplo de Luis Arístides Fiallo Cabral y Francisco Eugenio Moscoso Puello, publicaba en la revista Renacimiento, dedicado al primero de éstos, entonces profesor de la Facultad de Filosofía y Letras del Liceo Dominicano, y al Lic. Luis C. del Castillo, un artículo intitulado Algo de Filosofía escrito a sugestión de las señoritas Ana Josefa Frómeta y Carmen Lebrón. En esa época se preguntaba:»¿Es la metempsicosis el fundamento del moralismo  socrático? No puedo afirmar que Sócrates tomó sus doctrinas de los sistemas hindúes, eso sería no conocerla; pero sí deseo dejar entendido que en cada una de las etapas de la Filosofía Jónica, hay principios fundamentales de los sistemas a que me refiero, que son varios, de los cuales tomaré aquellos que abundan en datos para ilustrar mis aseveraciones».

Inmediatamente hace un breve estudio de los sistemas Vedanta, Sankhya, Nyaya y Kanada, como productos de la filosofía oriental exponentes del llamado Saber de la Salvación.

El 14 de diciembre de 1935, en ocasión de una velada celebrada en el Ateneo Dominicano, como testimonio de simpatía intelectual con el eminente catedrático de la Universidad. de Hamburgo, Dr. Adolfo Meyer, sustentador del holismo o filosofía de la totalidad, volvió Fabio A. Mota a dar notaciones de su fervorosa consagración a la noble tarea del filosofar, no sólo enfocando el pensamiento filosófico del homenajeado, en el cual advierten los mejores conocedores del mismo una amalgama de «lo cósmico, lo histórico, lo social, lo psíquico, lo biológico, lo químico, lo físico y lo matemático», sino también haciendo conceptuosas consideraciones en torno a las aptitudes filosóficas y al virtuosismo de un representativo grupo de  intelectuales dominicanos.

Por lo que apunta en especial a la evolución del pensamiento filosófico, señala el distinguido pensador, y no se equivoca, que con anterioridad al estudio de las corrientes filosóficas que informan el pensamiento helénico, hay que analizar el proceso en que la explicación del mundo era mítica y mística. «Por eso el origen del pensamiento filosófico hay que ubicarlo en el conjunto de creencias que constituyen las religiones, las cuales son en el fondo filosofías místicas que procuran explicar el misterio de todo cuanto afecta la vida y el destino del hombre».

Brahma, el dios supremo de los indios, y el brahmanismo como sistema de organización religiosa, política y social; Zoroastro o Zarathustra y su religión de los magos o mazdeísmo; Buda o Sakiamuni (el Solitario de los Sakias), como creador de una nueva religión contraria al formalismo de los brahmanes; Hesíodo y sus poesías de carácter religioso, moral y didáctico, son exponentes de un alborear de la conciencia humana que obtiene formas concretas de expresión allá en Mileto, la Patria de Tales, de Anaximandro, de Aspasia y de la escuela jónica; que con Tales de Mileto da nociones de filosofía de la naturaleza y de filosofía mecanicista, y con Anaximandro y su teoría de lo infinito, nociones de substancia, fuerza y vida; que inspira a Zenón de Elea el arte de argumentar y a Empedocles de Agrigento el concepto de indestructibiildad de la materia y de la conservación de la energía, que frente al problema de la locura humana, pone el llanto en boca de Heráclito y la risa en la faz de Demócrito; y que, a la postre, robustecida por las luminosas ideas de Sócrates, sobrepone el estudio de los problemas antropológicos al de los estudios físicos que tanto preocupan a los pensadores del materialismo cosmológico.

Con reverencia estudia Fabio A. Mota la figura religionaria y apostólica del «partero de la verdad», cuya mayéutica, vista a la luz de la psicología contemporánea, proclama como precursora del método psicoanalítico con que Sigmund Freud  investiga los complejos del subconsciente.

El enfoque que hace del drama en que Aristófanes presenta a Sócrates «como un embaucador sagaz que pervierte a la juventud de Atenas», mientras el filósofo calumniado lucha por salvarla como entidad  moral y espiritual, constituye el capítulo más impresionante de su estudio.

Al bosquejar el pensamiento platónico, reconocido desde el punto de vista gnoseológico como la más antigua forma de filosofía realista, ya que preconiza la existencia de las cosas como reflejos posteriores de las ideas, ofrece en perfecta visión de conjunto tanto las suministradas por el orden sensible como las que provienen del entendimiento, cuyo origen es siempre interno, aunque aparezcan a sugestión de los sentidos. El mundo contingente o de los fenómenos, objeto de la física, y el mundo trascendente o de las ideas, objeto de la dialéctica, ciencia pura, advienen exegéticamente conducidos por Fabio A. Mota; el primero procede del segundo, y este último obtiene explicación en Dios «como fuerza creadora inmanente de su propia naturaleza».

Mas, frente a tan representativa corriente de la sabiduría griega, surge un verdadero monumento: esto es, el pensamiento de Aristóteles de Estagira, cuyas impugnaciones a su insigne maestro son analizadas por el docto comentarista de «Evolución del Pensamiento Filosófico¨, con la primordial atención que requieren  para orientar la juventud en el conocimiento del más coherente sistema filosófico de todos los tiempos. Su estudio de las disputas atinentes al problema de las ideas, a la relación de la materia y del vacío con el espacio, a la metampsicosis y a la teoría del Estado, no puede ser más objetiva.

El fervor que profesa a la filosofía de Sócrates, explica el interés que le despierta el pensamiento de Epicuro. Pretermitido en la Academia y el Liceo, el moralismo socrático logra nueva vigencia con el más célebre discípulo de Jenócrates, a pesar de que Epicuro no encuentra en la mesmedad o esencia del individuo la razón del ser de la virtud y del bien, sino que la funda en la relación ser humano con el universo. Mientras el padre de la filosofía pone como base de la ciencia moral el perfecto conocimiento de sí mismo, el mal interpretado fundamentador del placer como fin derivado del cultivo del espíritu y del ejercicio de la virtud, entiende que tiene por principio el conocimiento de la naturaleza.

Así como la filosofía de Epicuro se inspira en las finalidades de la moral socrática, actuando como tendencia precursora del utilitarismo sustentado por Stuart Mill y Herbert Spencer, tomó la física de Zenón como punto de partida el materialismo de Heráclito. Fabio A. Mota señala tales vinculaciones, y tras de ofrecer una visión panorámica de la primera en su triple aspecto canónico, físico y ético, haciendo resaltar el influjo que ejerce sobre ella también el pensamiento de Demócrito y su marcada tendencia a concebir la felicidad humana de acuerdo con el sentido práctico de la vida, investiga la segunda en las manifestaciones del devenir y a través de la teoría del optimismo.

Luego hace un breve esbozo de la doctrina política en cuya virtud se considera que la escuela estoica dio los principios en que se fundamentan los derechos del hombre, sin duda productos de aquella corriente del derecho natural iniciada por

Zenón de Citio, impugnador de la idea de esclavitud sustentada por Aristóteles, porque veía en el hombre un ser racional, y no un animal adquirido por compra o por conquista.

Cuando Mota estudia los problemas referentes a la Escuela de Alejandría o Neoplatónica, punto de contacto de cultura occidental y oriental, y cuando ahonda en procesos filosóficos de la Edad Media; cuando analiza la Patristica y al profundizar en los mares de la filosofía escolástica; cuando expone el pensamiento de los filósofos que aceptaban existencia real de las ideas generales universales (realistas), las de filósofos quienes no eran ideas, sino palabras sin fundamento (nominalistas), y al seguir la trayectoria solución conceptualista; cuando refiere la segunda escolástica y ocuparse del Renacimiento Filosófico, en él se compenetran el fervor a la enseñanza y el amor al saber con una fina penetración de la hermenéutica filosófica.

Es magnífica la tarea desarrollada por Fabio A. Mota en el trabajo de que se trata, pero precisa un nuevo esfuerzo en provecho de la cultura filosófica de la juventud dominicana, y éste quedaría del todo realizado si hace extensiva  sus exposiciones a las edades modernas y contemporáneas de la filosofía siguiendo el mismo método y preocupándose por conservar su proverbial sentido didáctico.

6.-Otros Exponentes de la Cultura Filosófica Dominicana

Forman parte además del grupo que confiere atención primordial a los problemas filosóficos en nuestro país: Salvador Iglesias B., un neotomista o neoescolástico con tendencias al moderado, autor de una tesis intitulada La Experiencia en Suárez y de los ensayos El Eclecticismo de Santo Tomás, El Hombre Integral, Las Principales Escuelas Contemporáneas de Psicología, Filosofía y Arte, La Formación de la Personalidad a la luz de la Psicología Consideraciones acerca de las Ideas Psicológicas de San Agustín y Filosofía y Arte en la Era de Trujillo.

Manuel María Guerrero, cuyos ensayos Sociología Política Dominicana, Bases para una Sistematización del Pensamiento político de Trujillo y La Tragedia de la Filosofía, revelan robustez de pensamiento y altura de concepto.

Gustavo Adolfo Mejía, autor de El Pragmatismo de Nietzsche, El Triunfo del Positivismo e Identidad del Pensamiento Antiguo y del Pensamiento Contemporáneo. En su documentada obra Historia de Santo Domingo, se advierten a trechos consideraciones filosóficas de la historia; Joaquín Salazar hijo, hombre de letras y diplomático de quien conozco sendos trabajos acerca de los notables pensadores Antonio Caso y Alejandro Korn.

Enrique Patín, cuya obra Observaciones acerca de nuestra Psicología Popular, examina a la luz de la antropología psíquica los complejos del pensamiento dominicano; y Guillermo Gowrie, autor de una obra filosófica intitulada Nueva Estética.

Manuel A. Peña Batlle, jurisconsulto y escritor eminente, desaparecido a destiempo, escribió entre otras obras de sumo interés: El Descubrimiento de América y sus Vinculaciones con la Política Internacional de la Epoca, Enriquillo o el Germen de la Teoría Moderna del Derecho de Gentes, Transformaciones del Pensamiento Político, El Sentido de una Política, La Rebelión de Bahoruco, La Isla de la Tortuga y La Patria Nueva, todas muy abundantes en concepciones tan vinculadas a la Filosofía Práctica por medio de la Filosofía Moral como a la luz de la Filosofía del Derecho.

Carlos Sánchez y Sánchez, también jurisconsulto y escritor notable, hace aportaciones a la Filosofía Práctica en sus obras: La «Independencia Boba» de Núñez de Cáceres ante la Historia y el Derecho Público, Los Problemas de la Seguridad Continental en el Derecho Internacional de América. Curso de Derecho Internacional Público Americano y la Intervención a Distancia.

Oscar Robles Toledano, intelectual de extraordinaria cultura, cuyo dominio de los temas inherentes a la Filosofía del Derecho es admirable, y José Ramón Rodríguez, muy entendido también en esa materia, no han publicado aún ninguna obra de su especialidad.

Máximo Coiscou Henríquez se ha distinguido por sus aptitudes como profesor de Introducción a la Historia, y como tal ejerce gran dominio sobre la Filosofía de la Historia, rama básica de esa disciplina. Es autor de una obra intitulada Historia de Santo Domingo, en dos tomos.

César A. Herrera ha publicado: Cuadros Históricos Dominicanos, La Batalla de las Carreras, La Poesía de Salomé Ureña de Henríquez en su Función Social y Patriótica y De Hartmont a Trujillo. Se advierte en él, gran orientación hacia la Filosofía de la Historia.

Gradualmente va aumentando el número de los que, guiados por las irradiaciones del saber racional, no pueden ignorar ya que la vida -según afirma el Conde de Keyserling- únicamente adquiere sentido cuando sus procesos empíricos dejan de ser para el hombre últimas instancias, y se convierten en medios de expresión de algo más alto o más hondo.