Julia Rosario

Por: Julia Rosario

¡Hola, buenas tardes!

Para comenzar, quiero preguntarles si recuerdan a Diógenes y Boquechivo.

¿Lo hacen?

Este personaje era la estrella de una conocida caricatura. Pero hoy, en lugar de enfocarnos en Boquechivo, dirigiremos nuestra atención hacia Diógenes: el personaje de pantuflas negras, lentes oscuros y vestido en harapos, que solía estar sentado encima de un huacal, acompañado por una pequeña lata.

Resulta que este Diógenes era un filósofo, y es probable que esta sea una de las imágenes mentales que muchas personas tienen al pensar en un filósofo. Y se preguntan: ¿cómo puede vivir alguien que estudia filosofía? Porque existe la idea de que se va a la universidad para prepararse para un trabajo, no para educarse como fin en sí mismo.

Desde hace años, la filosofía me estaba llamando la atención. La primera vez que supe de alguien dedicado a este campo fue cuando investigué la biografía de Juan Luis Guerra, ya que tenía que entrevistar a un compañero que debía imitarlo. Dentro de su formación académica, además de la música, me enteré de que había estudiado filosofía.

Me pareció muy extraño. Luego, al investigar más a fondo, descubrí que había estudiado filosofía y letras. Ante mi desconocimiento, recurrí a mi amigo infalible: Google. Busqué «filósofo» y encontré: persona que se dedica a la filosofía, lo cual es bastante obvio. Luego busqué «filosofía» y encontré: disciplina académica que aborda de manera trascendental el conjunto de conocimientos y reflexiones, y que en un sentido holístico se ocupa de las esencias, los últimos fines y las primeras causas.

No entendía nada de lo que decía esto, y me pregunté: ¿cómo alguien se dedica a esto? Decidí dejarlo ahí. Claro, me quedé con algunas dudas rondando en mi cabeza, pero pensé: no, filosofía no.

Luego, en otra ocasión, sentí curiosidad por saber a qué se dedicaba el director de mi escuela, quien era sacerdote. Pero, además de eso, ¿qué formación tenía para ser director? Le pregunté a un compañero cercano a él, y me dijo: «él estudió filosofía». ¡Otra vez esa profesión extraña! Nuevamente busqué, y nuevamente encontré la misma definición poco inspiradora, pero lo dejé ahí. Entendí que era una obligación estudiar eso para ser sacerdote, y pensé: «bueno, yo no quiero ser sacerdote, así que no me interesa».

Hasta que un día, navegando por YouTube, vi una serie de videos relacionados con el excandidato a la presidencia de Chile, José Antonio Kast. Hubo un video en específico sobre un debate acerca de si se debía enseñar religión en las escuelas. No fue lo que se dijo en el video lo que me motivó, sino un comentario que, parafraseando, decía: «lo que debemos enseñar en las escuelas es filosofía, porque enseña a pensar». Me quedé pensando: ¿por qué? ¿Acaso no se supone que el ser humano piensa por naturaleza, simplemente por ser un ser humano? Entonces me pregunté: ¿realmente pienso? ¿Verdaderamente pensamos los seres humanos? ¿Hacemos honor a ser seres racionales?

A partir de ese asombro inicial, y de ver que esta «obviedad» no era tan obvia, empecé a cuestionarme ciertas cosas. ¿Realmente podemos pensar en un mundo donde siempre debemos estar entretenidos, viendo o haciendo algo? ¿Podemos pensar en un mundo en el que se espera que hagamos lo que ya deberíamos hacer? Vamos a la primaria, secundaria y luego a la universidad, eso es lo que se espera. ¿Estamos pensando? ¿O acaso estamos condicionados para pensar lo que quieren que pensemos? Me pasé toda la noche en vilo, pensando en todo esto. Y, ¿cómo no enamorarme de la filosofía? Pensé: «filosofía, soy tuya, haz conmigo lo que quieras». Pero había un problema: ya estaba estudiando psicología. Sin embargo, me sentía tan feliz y revitalizada que pensé que podría estudiar filosofía y psicología al mismo tiempo.

Tenía una compañera que planeaba ingresar a esta universidad, y decidí unirme a ella. Tomé la decisión, pero el problema era comunicárselo a mis padres. Ya sabía lo que iba a hacer, independientemente de lo que ellos dijeran. Me parecía muy trágico decirles desde un principio: «saben, voy a estudiar otra carrera y será filosofía», porque ese era el problema, que se trataba de filosofía.

Mi mamá tomó bastante bien la idea de que estudiara otra carrera; ella dijo que tenía mucho tiempo y que si sentía que podía hacerlo, adelante.

Decirles a tus padres que vas a estudiar filosofía es como decirles que vas a estudiar música. Ellos esperan que estudies un instrumento como el violonchelo o la guitarra, pero no; decirles que vas a estudiar filosofía es como decirles: «no, papá, quiero tocar la güira o el pandero».

Mi mamá no entendía qué era la filosofía ni cuál era su utilidad. Al menos, ella no veía a filósofos salvando vidas como los médicos o dando clases. Al principio, le dije a mi mamá que podría trabajar en la docencia con esa carrera. Ella me sugirió que mejor estudiara veterinaria, pero al final no le hice caso.

Creo que no hubo mucha resistencia porque mi mamá entendía que ya estaba estudiando psicología y que, por ese lado, podría tener un futuro asegurado. Ella pensó: «que tome la filosofía como un hobby». Pero cuando vio que me enfocaba más en la filosofía que en la psicología, comenzó a decirme que debía dejar la filosofía. Le respondí que si dejaba alguna de las dos, sería la psicología, y ella ya no me molestó más con eso. Hasta que decidí que ya no quería estudiar psicología.

Ha sido una de las mayores desilusiones que le causé a mi madre, y todavía me lo menciona de vez en cuando. Pero al final, uno no vive para sus padres ni para complacerlos.

A pesar de todo, mientras estudiaba filosofía, me sentía muy feliz. Incluso se lo comenté a los Testigos de Jehová. Su reacción fue como si hubiera invocado al mismísimo Satanás. Y con razón, porque ellos sabían que si me adentraba en la filosofía, iba a dejarlos tarde o temprano; simplemente, no había otra opción. Luego, dedicaron dos horas mostrándome videos de personas haciendo cosas que, según ellos, no eran agradables para Jehová, tratando de insinuar sutilmente que debía dejar la filosofía. Incluso sentía que en algunas reuniones, uno de los ancianos me lanzaba indirectas para que abandonara esa carrera. Finalmente, hice lo que tenía que hacer con ellos y me alejé.

No había manera de conciliar ambas cosas.

Llegué aquí con la intención de reclutar gente para la filosofía, pero lo que veo es que ya hay filósofos aquí. Entonces, no se va a poder hacer. Aun así, estoy feliz y contenta de hacer lo que me gusta con mucho amor y pasión.

Sé que sería interesante que hubiera personas aquí por razones diferentes a la filosofía, porque al final estamos haciendo filosofía para filósofos y deberíamos dejar que la filosofía llegue a otros lugares. De la misma manera que no hay que ser matemático para saber que dos más dos son cuatro, ¿por qué hay que ser filósofo para saber pensar o tener un pensamiento crítico? Hasta que la filosofía no se vea como algo que vaya más allá y se descentralice, será imposible que haya un verdadero auge y que la gente pueda apreciarla. Pero al menos ustedes tienen algo, y quiero que lo sepan: cuando la gente los vea, verán en ustedes la representación de la filosofía, porque posiblemente, ¿cuántos filósofos se encuentran en el mundo?

Yo era la única estudiante de filosofía en una clase de estadística, y me veían como la representación de la filosofía. Necesitamos que ustedes representen eso y sean esa imagen de la filosofía, porque lo que veían en mí era filosofía. Si dicen «conocí a alguien que estudiaba filosofía y era así», comprenderán que la filosofía es de esa manera. Traten de ser la filosofía.

Quiero terminar con una reflexión que adapté, preguntándome ¿para qué sirve la filosofía? Escuché esta idea en palabras de Eduardo Galeano, pero originalmente hablaba de la utopía. Voy a cambiarla y decir que se trata de la filosofía. La filosofía es como el horizonte: te acercas dos pasos y se aleja dos pasos, te acercas diez pasos y se corre diez pasos más.

Entonces, ¿para qué sirve la filosofía?

Precisamente para eso, para caminar.

¡Muchísimas gracias!

Han sido unos oyentes maravillosos.