EDITORIAL

Las escuelas de pensamientos, los usos artísticos y hasta las capillas ideológicas tienden en todo tiempo, como movidas por una necesidad inexorable, a dar por hecho y, a proclamar directa o indirectamente, su presunta superioridad sobre sus homólogos.

Una sutil arrogancia aguarda siempre en la estructura oculta de cada nuevo desplazamiento de la inteligencia humana. La exclusión y la intolerancia son fantasmas con los cuales tienen que vérselas los miembros de la especie so pena de caer rendidos a los pies del absurdo y la sinrazón. No hay manera de que el hombre se sobreponga al particularismo que engendra el predominio de los ídolos del teatro en de no pone en andamiento un principio activo en el que la voluntad se interponga entre la rutina mental y la creatividad.

En los tiempos que corren abundan las apuestas teóricas en las que, sin rubor, son enarboladas los estándart de la permanencia y de la perfección del estado actual de la cuestión humana como reclamos ineludibles. Según esta cómoda manera de ver las cosas, no hay derecho a imaginar mundos ni ordenamientos alternativos, porque no hay futuro; soñadores, artistas y pensadores tendrán, por fuerza, que ceder sus puestos a lo tecnócratas, los políticos y los ministros de la información masiva, dioses mayores de la nueva circunstancia; la razón, conforme esta venerable conciencia epocal, no manda sobre los designios humanos ni debe regir el curso de la historia posible; lo estético ocupa el lugar de la lógica y, poco a poco, se aposenta en los altares de la moralidad; la racionalidad, y la ley propia, hace lugar a las plantas de lo concreto y de las particularidades. Lo que de algún modo es sólo uno de los puntos de miras posibles se presenta como único e irremediable.

Más, irremediable para el hombre como ser genérico, sólo la historia, en el sentido de marco y no como fatalidad. El pasado es el cadáver, la parte muerta que en cada uno se anida; pero la historia por venir depende por completo de la autonomía de la voluntad que se realiza a la sombra de la razón. 

Consciencia y voluntad son polos interactivos, en constante reciprocidad. Empero, el denominado discurso postmoderno se presenta, las más de las veces, como la concepción del mundo por excelencia, y con la misma suficiencia y supuesta inevitabilidad que el imperativo de supresión de las fronteras políticas y de las barreras económicas.

La nivelación de las reglas mercantiles de Occidente no implica necesariamente la identidad de los modos de conciencia de los habitantes del globo. El horizonte de la razón es infinito, no así los alcances de las miradas de los espíritus que, asaeteados por el advenimiento del fin del siglo, presienten la llegada conjunta de mil abismos insondables que podrían dar al traste con el estado de cosas presente. La cronología y la vida humana no marchan al mismo ritmo, al mismo tiempo, ni en el mismo tren..

Más allá de la fe en sus propios fundamentos y de las jergas que suelen acompañar a las modas de fin de siglo, la vida, el hombre, la historia, el cosmos, permanecen siempre como misterios insondables que a cada instante se renuevan. Para penetrar hasta su intimidad, ningún medio ha provocado ser tan certero como la racionalidad de tipo occidental, sin desmedro de otras formas de aproximación a la realidad como la intuición y la epojé, por ejemplo.

La novedad y la abundancia de medios no son los mejores espejos del bien y de la verdad, supremas aspiraciones de la especie desde sus primeros pasos. Pero hasta los vicios cuando están de modas pasan por virtudes.

Todo puede suceder un día, luego, lo correcto es someter al crisol de la razón toda manifestación de la cultura que pueda influir en el desenvolvimiento futuro de la historia, de la humanidad o de la nación de la cual formamos parte. Tal es el propósito de este número de la REVISTA ACADEMIA. 

Sonó la hora de poner en claro ¿qué somos? y hacia adonde se dirige la balandra nacional, no sea que la ignorancia de la propia identidad favorezca la absorción del propio país por alguno de los centros de poder que en la actualidad se disputan la preeminencia en el mundo, vale decir en la tarea de la construcción de la historia inmediata del género. Pero no es a lomos de la moda, la exclusión ni la intolerancia que se ha de edificar la auto-conciencia de la República Dominicana, sino a la sombra de la más paciente y rigurosa reflexión de que sea capaz la élite pensante de nuestro espacio-tiempo histórico. Sin una clara visión de lo que se es, de lo que se tiene y de lo que se espera, no hay horizonte.

En cuanto a la permanencia en los altares augustos de la cultura de las modas artísticas, políticas y filosóficas que, de tiempo en tiempo, suelen aserrar el aire con sus gestos y alborotar el espacio con sus gritos, hijas bastardas de los momentos en que acontecen y a los cuales acompañan en su corto tránsito existencial. Hoy como ayer tiene sentido traer a escena las palabras que cada vez que alguien le expresaba admiración febril, pero falsa o interesada, por su hijo, el emperador, solía pronunciar, en su francés defectuoso, Letizia Bonaparte, «Pourvou que celá doure»: ¡Con tal de que eso dure!

Sólo lo que equidista perdura,  sólo lo que es verdadero permanece.