Leonardo Diaz

El conocimiento -ya sea filosófico, científico, religioso, artístico, etc.) se construye influido por una serie de factores. He aquí algunos de ellos:

La tradición: Todo conocimiento se elabora a partir de una herencia de valores existentes previamente al mundo del sujeto. Ella nutre de conceptos al individuo, le forma, le instruye y a partir de ellos, se interpreta el mundo.

La cultura: Es el sistema de valores de una comunidad específica la que instruye y determina nuestro concepto de realidad. Así, los dioses olímpicos formaban parte de la realidad de los griegos del siglo IV A.C. Para ellos, eran tan reales como lo son para nosotros hoy nuestros microscopios. Sin embargo, en nuestros días no podemos ver a los dioses griegos como reales, porque no compartimos la cultura en que dichos dioses constituían una realidad, del mismo modo en que hoy, un individuo de una cultura ajena a la cultura científica niega la realidad de los viajes espaciales o no tiene para él, ningún significado.

La sociedad: El conocimiento es una construcción social y es la sociedad la que valida el conocimiento. Piensa que, por ejemplo, ella influye en los criterios de qué es importante conocer, en qué tipo de investigación se debe invertir, etc. Así, nuestras sociedades valoran la tecnología, mientras otras valoran mucho más la experiencia religiosa, etc.

Las estructuras de poder: Toda sociedad está conformada por unas instituciones y organismos que constituyen fuerzas de presión que impulsan u obstaculizan la construcción del conocimiento. Piensa en los casos de la revolución de los experimentos genéticos, que cuenta con la vigilancia y a veces, el enfrentamiento de determinadas instituciones religiosas.

Las estructuras lingüísticas: El mundo es conocido a partir de un cuerpo de conceptos e ideas. Cuando expresamos: «Eso no es real”; «Eso es verdad», etc., ya tenemos previamente una idea de la realidad, de la verdad, etc. Sin conceptos previos, no podemos pensar el mundo.

Los paradigmas: Ese cuerpo de conceptos conforman un paradigma o un modelo teórico de la realidad, esto es, una idea del mundo. Cada época posee paradigmas a partir de los cuales, interpreta la realidad. Así, la astrología fue considerada ciencia de acuerdo al paradigma de la Mesopotamia antigua, pero no lo es de acuerdo al paradigma prevaleciente en la comunidad científica occidental contemporánea.

Podemos ver como los factores anteriormente señalados influyen en la construcción del conocimiento, en el caso histórico de Percival Lowell.

Percival Lowel era un astrónomo norteamericano que vivió desde finales del siglo XIX hasta los inicios del siglo XX. Desde muy joven había sentido una gran fascinación por el planeta Marte.Su época compartió la misma fascinación. A finales del siglo XIX, el autor inglés Herbert G. Wells escribió su novela de ciencia ficción: LA GUERRA DE LOS MUNDOS, una obra que narraba la invasión de la civilización humana por parte de los marcianos. El interés por Marte se convirtió en una obsesión.

Lowel se impresionó bastante con el planteamiento de un astrónomo italiano llamado Schiaparelli, sobre la existencia de «canali» (canales) en el planeta Marte. Schiaparelli se refirió a una serie de redes entrelazadas que cruzaban el planeta. El término «canali» implica un trabajo artificial, por lo que se deducía de los señalamientos de Lowell que el planeta Marte estaba habitado.

Lowell se apasionó con la tesis y la defendió. Construyó un observatorio y comenzó a observar al planeta de sus sueños. Divisó las mismas redes de Schiaparelli y llegó a la conclusión de que estaba observando canales construido por los marcianos para abastecer de agua a las ciudades sedientes. Hoy sabemos que lo que Lowell percibió no eran ningunos canales. Eran el producto de la naturaleza. En las conclusiones de Lowel influyeron mucho la tradición observacional que le había servido de fuente (Schiaparelli), así también como la época misma, caracterizada por grandes obras de ingienería industrial, su paradigma – que determinó el conjunto de sus observaciones y el modo en que les dio sentido, etc.

Otro caso, más famoso aún, lo constituye el físico italiano Galileo Galilei.

Galileo había inventado el telescopio e intentaba apoyarse en él para validar sus argumentos de una nueva física a la comunidad intelectual de su época. Sin embargo, estos académicos no pudieron ser convencidos por el brillante científico italiano, entre otras razones, porque poseían un paradigma distinto al suyo, es decir, poseían una idea de la estructura y función del mundo que no concordaba con los hechos que Galileo señalaba. Como esos hechos no podían ser observados a la luz de su paradigma, no podían percibirlos, rechazándolos entonces como meras ilusiones.

Al mismo tiempo, Galileo rebatía un conjunto de conceptos que formaban parte de la cultura de su época y a la tradición aristotélica que fundamentaba ciencia de dicha cultura. Esta, además de la autoridad de Aristóteles, fundamentaba su horizonte de comprensión en una interpretación literal del texto bíblico. Galileo encarnaba la transición hacia una nueva época, la aurora de una nueva cultura, que, como tal, no podía ser asimilada inmediatamente, porque implicaba un nuevo paradigma y porque combatía el paradigma imperante de la institución que en ese momento era predominante.

Como se ve, la construcción del conocimiento científico es mucho más que seguir unas determinadas reglas, implica un proceso complejo en que interactúan muchos factores que, si no son favorables imposibilitan la producción de dicho conocimiento y si lo son, lo estimulan y legitiman.

En la construcción del conocimiento se debe también tomar en cuenta que existen una serie de actitudes que se pueden convertir en obstáculos para dicha construcción.

Una de las más comunes es la de considerar que la validez de un planteamiento depende de la persona que lo plantea. Es decir, en vez de analizar un planteamiento determinado, se acepta se rechaza dependiendo de si considera o no al individuo que realiza el juicio, una autoridad.

Ciertamente, en todas las áreas de la vida humana existen personas a las que consideramos como autoridades y otras a las que no las consideramos como tales. Si estás interesado en conocer más profundamente sobre la teoría de la relatividad y vas a una librería con el propósito de adquirir un libro sobre el tema, es lógico que, si en el estante de los libros de Física ves varios textos sobre relatividad, compres el del autor que es mundialmente reconocido como el más conocedor del tema, esto es, aquél que es considerado una autoridad en el mismo.

Pero, esto no quiere decir que al leer el libro de ese autor vas a aceptar todos sus planteamientos, simplemente porque él es considerado mundialmente como una autoridad. Lo que se le reconoce es que, fruto de muchos años de estudio e investigación, se ha convertido en un individuo a quien debe prestársele mucha atención cuando emite juicios sobre el área de su especialidad, no que siempre que hable debemos asumir lo que dice como una verdad definitiva sin necesidad de cuestionarla, porque, aunque sea un especialista es un individuo con limitaciones y puede equivocarse.

Esta es la razón por la que en el área de la filosofía suele señalarse con mucha frecuencia de que debemos evitar incurrir en apelaciones a la autoridad. Un argumento no tiene validez porque quien lo sostenga sea un especialista reconocido como brillante o como famoso, ya que estas cualidades no inmunizan contra el error. La validez de un argumento debe sustentarse en el argumento mismo. Del mismo modo se debe tener cuidado de no incurrir en el error inverso, rechazar un argumento porque la persona que lo sostiene no la consideramos una autoridad o un especialista en el tema. Es cierto que dudamos mucho más de una persona que sin haber realizado estudios de una disciplina determinada comienza a elaborar juicios sobre aspectos especializados de la misma, pero esto no significa que no debe escuchársele o que debe rechazársele su planteamiento sin analizarlo, ya que aún sin ser un especialista puede arrojar luz sobre una cuestión que es objeto de discusión científica.

Otra actitud de la cual se tiene que estar alerta siempre es el dogmatismo fanático. Tal vez has escuchado con relativa frecuencia que todo dogmatismo es perjudicial para conocer el mundo. Sin embargo, el hombre que milita en una religión determinada es devoto a los dogmas o principios de esa religión y esto no quiere decir que no pueda ser un gran filósofo, un artista brillante, o un científico que realice aportes importantes a su área. La historia de la cultura occidental muestra una gran cantidad de científicos y filósofos que asumieron fielmente los dogmas de un sistema religioso específico y al mismo tiempo contribuyeron al desarrollo de la ciencia y la filosofía: René Descartes, Galileo Galilei, Isaac Newton, Immanuel Kant, Johannes Kepler, George Mendel, Albert Einstein, etc. Sin embargo, ellos también fueron lo suficientemente razonables para no fanatizar su dogmatismo hasta el punto de que su fe fuera un obstáculo en su labor profesional.

Lo que se denomina aquí como dogmatismo fanático es precisamente la actitud opuesta. Es la ocurrencia de que a partir de un conjunto de principios inmutables que no deben nunca cuestionarse ni reflexionarse se puedan explicar todas las cuestiones no importa él área de donde provenga la cuestión: ciencia, arte, filosofía, moral, vida cotidiana. Todo se juzga de acuerdo a estos principios y se rechaza a priori cualquier otro tipo de posibilidad de interpretación o explicación de la realidad. Piensa detenidamente las consecuencias de vivir con semejante actitud.