Una simple mirada al mundo actual refleja, entre otras cosas, una profunda desigualdad social, económica y política. El contraste entre riqueza y pobreza resulta escandaloso, con unos pocos nadando en la abundancia, mientras miles de millones sobreviven por debajo de la línea de pobreza, carentes hasta de lo más elemental para una existencia digna, como reflejan los datos que les comparto a continuación:
“El 10 % más rico de la población mundial concentra el 52 % de las rentas y el 76 % de la riqueza del planeta, mientras que el 50 % más pobre solo capta el 8 % de los ingresos y el 2 % del patrimonio”. (Informe sobre la desigualdad, 2022). “En el 2020, 2.153 multimillonarios poseían más riqueza que 4.600 millones de personas en el mundo, y solo ocho hombres tenían la misma riqueza que la mitad más pobre del planeta”. (Oxfam, 2020). Según el Banco Mundial, “el 10 % de la población mundial vive con menos de 1,90 dólares al día, y el 40 % vive con menos de 3,20 dólares al día”.
Las consecuencias de los magros ingresos de los más pobres determinan que estos habiten viviendas infrahumanas, sin servicios sanitarios y escasez de agua potable; que tengan precario acceso a la salud y a la educación y casi nula movilidad social. Esto significa que hay pocas posibilidades de trascender los límites de la pobreza en la que se encuentra atrapada la mitad de la población mundial. Estamos hablando de más de cuatro mil millones de seres humanos que han sido dejados atrás, a pesar de los avances científicos, el crecimiento económico y el aumento de la productividad.
La repetición del ciclo pobreza-riqueza ha ido creando diferencias, ya no solo sociales o económicas, sino también de carácter antropológico. Individuos con mayor desarrollo físico, capacidad mental y esperanza de vida (países ricos); frente a los más pobres, donde esas variables están notablemente disminuidas. Para solo citar uno de estos aspectos, la esperanza de vida en los 10 países más ricos del planeta es de 88.1 años, mientras que en los 10 más pobres es de 61.3, una diferencia de 20 años a favor de quienes tienen mayores ingresos.
¿Se puede vivir en paz en un mundo tan desigual? Obviamente, ¡no! En las próximas entregas veremos cómo este desequilibrio en el acceso a bienes y servicios favorece las soluciones violentas y propondremos algunas alternativas.