Marcos Zabala

Marcos Zabala

Es importante destacar lo que representa el discurso de la muerte. La muerte es significativa para los seres humanos desde tiempos muy antiguos. El rito que se vincula con la muerte —lo que llamamos funeral— era, en sus orígenes, una fase de preparación para que el difunto pasara a otra vida.

Eso lo encontramos, por ejemplo, en el caso de los egipcios, en los sumerios. De hecho, se dice que el primer signo de civilización que muestran los humanos se da cuando, en una lucha, un jefe tribal es herido de muerte. Sus compañeros lo recogen, lo llevan a una cueva, y allí lo cuidan hasta que fallece. Luego, socializando entre el grupo qué hacer con el cadáver, preparan un rito muy rudimentario: lo entierran con sus posesiones, con sus objetos preciados, y realizan una oración o un discurso reconociendo su valentía, entereza y disposición.

Con el paso del tiempo, este rito fue tomando una nueva configuración, especialmente en el ámbito religioso. Por ejemplo, en la tradición cristiana, el cadáver de un difunto no se desecha. Aquellos que sí son desechados es porque se los considera indignos de ser enterrados. El cadáver se conserva debido a la esperanza que expresa el cristiano de que esa persona resucitará. Y si va a resucitar, se cree que necesita el cuidado de su cuerpo, de sus huesos, para que en el momento de la resurrección no falte ni un hueso.

De ahí proviene también el uso de los rosarios o relicarios que se utilizan en muchos países para guardar las osamentas de quienes han muerto.

La connotación nacionalista en relación con la muerte y el sacrificio también está presente en diversos momentos históricos. Por ejemplo, en el juicio a Jesús, cuando fue condenado a muerte, uno de los sacerdotes reclamó al sumo sacerdote Caifás: «¿Vas a permitir que un hombre inocente muera?». A lo que Caifás respondió: «Es mejor que un hombre muera por el pueblo, a que vengan los romanos y nos quiten la nación».

Es decir, ya ahí se le da a la muerte de Jesús una connotación nacionalista: la vida ofrecida por la nación. Y eso lo hace Caifás, lo cual muestra cómo, a lo largo de la historia, la humanidad ha asignado diferentes significados a la muerte, según el contexto histórico en que esta ocurre.

Cuando Flete mencionaba el caso de Aquiles y Héctor, se introdujo una dimensión ética: ¿qué es aceptable y qué no lo es en el contexto de la muerte en la guerra? Aquiles retó a Héctor a un duelo para vengar la muerte de su amigo Patroclo, quien, usando la armadura de Aquiles, había caído en combate. Por lo tanto, era legítimo el derecho a la venganza de Aquiles, y nadie cuestionó que matara a Héctor.

Sin embargo, lo inaceptable fue que Aquiles pasara toda la noche arrastrando el cadáver de Héctor y luego decidiera entregarlo a los perros. Eso fue considerado una ofensa a la ética del combate. Y se alzaron voces en contra de esa acción —considerada inaceptable desde el punto de vista del honor del guerrero— por el ensañamiento de Aquiles contra el cuerpo de su enemigo.

Entonces, hay múltiples enseñanzas y reflexiones que podemos extraer de este diálogo.