Guillermo
Elevar a esos difuntos que participaron en la guerra a la categoría de héroes es algo que estamos escuchando como necesario, porque, de no hacerlo así, se desmoraliza la guardia. Y no solamente la guardia, sino también la familia.
Entonces, ante una situación como esa, se generan consecuencias que se convierten en problemas de interés nacional.
Yo sostengo que, en ese período, había sectores que vivían de los elogios. Recuerdo, por ejemplo, un caso relacionado con la esposa de Sócrates, llamada Jantipa. En un determinado momento, ella le dijo a Sócrates —porque hay que recordar que Sócrates andaba descalzo, y que, a pesar de su enorme capacidad intelectual y su habilidad en el diálogo, era un hombre insolvente económicamente—, le dijo que fuera al patio del palacio a hacer lo que otros hacían.
Y Sócrates respondió que no, que él no era bufón de nadie. Imagínate la dignidad de Sócrates: él no estaba dispuesto a actuar para agradar a otros, ni a rebajarse por dinero.
Lo que quiero resaltar es justamente ese discurso: la importancia de elevar a los difuntos. No es un asunto superficial, tiene implicaciones éticas y sociales profundas.
Eso es todo, un comentario bien breve para comenzar.