
Gerardo Roa Ogando
Dr. Gerardo Roa Ogando
Quiero felicitar su notable hipertextualidad en la exposición, y subrayar que la muerte es un tema tan importante que, según muchos, es también la responsable de que existan tantas religiones en el mundo. Con la muerte, viene inevitablemente un discurso que le dé forma, sentido, vida, sustento.
Porque se trata de un fenómeno complejo, del cual, científicamente, no hay una explicación definitiva. Una vez que uno muere, las facultades vitales desaparecen, y entonces se pierde el sentido: dejamos de existir.
Ahí es cuando surgen —como bien decía el maestro Martín Astacio Frías— estos discursos que están más bien dirigidos a los vivos, a quienes permanecemos. Porque la cultura determina la forma en que asumimos el fallecimiento de un ser querido.
Pero igualmente —y esto es fundamental—, a veces quienes quedamos sufrimos más dependiendo de cómo muere ese ser querido. Porque si murió tranquilamente en su cama, uno dice: “Bueno, no sufrió. Es verdad que murió, pero al menos fue en paz.” No es lo mismo que alguien que muere después de una enfermedad terminal, con un sufrimiento prolongado y visible.
Ahí es donde uno dice, con alivio y tristeza al mismo tiempo: “Es mejor que cierre los ojos y descanse.” Pero no es lo mismo si se ha ahorcado, si ha muerto por su propia mano. Ahí el dolor y el juicio cambian. Entonces, el sufrimiento no solo está en la pérdida, sino en el modo en que se da esa pérdida.
Creo que este es un tema tan interesante y tan apasionante que ha generado y sigue generando muchos textos, discursos y reflexiones importantes.
A mí, personalmente, me gustaría escuchar a mi profesor, el maestro Morla, sobre aquel diálogo que sostuvimos una vez sobre la muerte, en su despacho, allá en la Facultad. No sé si lo recuerda, pero duramos casi toda una mañana conversando profundamente sobre este tema.