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Quiero comenzar felicitando al señor decano por la explicación tan rica y profunda que ha ofrecido sobre el Fedón. Me siento muy contenta, además, porque considero que, de todos los diálogos platónicos, este es uno que debe inducir y provocar mucha discusión, ya que es fundamental: es pura ontología. Por supuesto, es una ontología que parte —digámoslo así— desde un nivel casi escolar, desde una interpretación idealista. Esto no significa, adelanto, que sea una falsa interpretación —como bien señala Flete—, porque, por el contrario, hoy en día lo ontológico, es decir, la explicación de la conciencia y del alma, ha adquirido una importancia capital. Y no sólo desde las religiones, sino incluso desde la teoría cuántica, que propone una nueva visión sobre la conciencia y cómo esta «desciende» y pasa a formar parte del cuerpo: el espíritu, la conciencia, como parte del cuerpo, articulado a través del ego.

Eso, en líneas generales, es lo que plantea el enfoque cuántico. Pero, desde mi punto de vista, este es el diálogo más importante porque tengo una inclinación natural hacia lo ontológico, hacia la teoría del ser. Además, en este espacio hay personas ateas y otras que son cristianas, y todos los temas tratados tan adecuadamente por Eulogio tienen que ver con lo ontológico-teísta: la reencarnación, la teoría del alma, la muerte, el suicidio…

Hoy en día, desde una perspectiva ontológica no teísta, el suicidio se interpreta de otro modo. Para Sartre, por ejemplo, es un acto de libertad. El ser humano, en medio de sus infinitas posibilidades, si no encuentra salida, conserva —digámoslo así— el derecho de suicidarse. Simone de Beauvoir lo plantea también en sus obras, y autores como Sartre, Merleau-Ponty y Heidegger reflexionan profundamente sobre la muerte. Sócrates, como ya se dijo, consideraba que la filosofía ayuda a desembocar en una buena muerte, y por eso rechaza el suicidio.

Para Sartre, la vida es una pasión inútil. El mito de Sísifo, ese estar constantemente eligiendo, haciendo, fracasando, es clave. En esa línea, la muerte no conduce a ningún sitio. Heidegger, por su parte, suaviza un poco más esa visión. El primero (Sartre) es más cristiano en cierto modo; el segundo (Heidegger), más místico. Entonces, creo que el dualismo que plantea Eulogio en Sócrates —res extensa / res cogitans; mundo ideal / mundo material— abre una gran oportunidad para quienes se oponen a las teorías teístas. Para ellos, la conciencia ya no es un simple epifenómeno del cerebro, como la concibe el marxismo, sino algo que forma parte del espíritu.

Creo que esta es la oportunidad para debatir hasta qué punto puede hablarse de la inmortalidad del alma. Eso era lo que quería expresar, porque todo el desarrollo de Eulogio gira en torno a la teoría del ser en Platón, y eso es pura ontología. Por tanto, aboquémonos a discutir ese punto.

Yo me he pasado la vida creyendo que el ser es pura cosa en sí, y que la conciencia o para sí es un vacío que se abre en esa materialidad. Y si esto es así, entonces la posibilidad de un Dios se vuelve muy difícil. La conjunción del en sí con el para sí, como creía Sartre, es lo que anhela el ser humano, pero no lo logra, porque lograrlo sería ser Dios. La conciencia como para sí no puede transformarse en materia, en en sí.

Vamos a discutir eso. Esa es, de hecho, la primera pregunta que me hacen mis estudiantes, y llevo más de cuarenta años en esto. Me he dado cuenta de que, como ocurre con otros temas, muchos intelectuales ocultan ese tema. No lo discuten. Viven sus vidas, unos cristianamente, asumiéndolo con valentía, como Flete. Otros, sin decirlo abiertamente. Pero también hay intelectuales muy valiosos que simplemente lo dan por sentado.

Y, sin embargo, esa es una pregunta capital. Para mí, es fundamental. Incluso creo que el ser humano, desde que adquiere conciencia, debería tomar una decisión sobre si cree o no en Dios.

Yo creo que eso es importante.