En la cápsula anterior (47) hemos dicho que con la palabra se construyen auténticos paraísos, pero que también con ella podemos bajar al más temido infierno. Hoy nos focalizaremos en el poder bienhechor que pueden tener las palabras cuando se utilizan de forma apropiada. Veamos:
- La palabra es un medio eficaz para curar: Sigmund Freud, padre del Psicoanálisis, creó la llamada “cura por la palabra”, técnica consistente en dejar hablar libremente a sus pacientes, quienes podían acceder a sus conflictos internos, y así elaborarlos y resolverlos. Este método, con algunas variantes, sigue siendo efectivo en la psicoterapia actual, especialmente en el modelo cognitivo-conductual.
- La palabra como consuelo y prevención de daño: El lenguaje humano tiene una alta capacidad para aliviar el sufrimiento, la tristeza o la angustia de una persona. Esto es más efectivo cuando la palabra se acompaña con gestos que refuercen el apoyo afectivo, el ánimo, la esperanza y la solidaridad. En casos de riesgo extremo, como cuando hay riesgo de suicidio, la escucha empática y una voz compasiva logran salvar muchas vidas.
- La palabra en la mediación y resolución de problemas: Por lo general, en la génesis de los conflictos entre individuos, grupos y naciones, subyace la cuestión de la comunicación, que a su vez puede estar afectada por malentendidos, intereses e ideologías, entre otros motivos. El conocido refrán: “hablando se entiende la gente” es muy apropiado para resaltar el poder del diálogo, cuando es guiado por palabras sinceras, apertura al otro y la firme intención de encontrar soluciones. Las desavenencias interpersonales, grupales o entre países se vuelven crónicas al faltar la conversación efectiva que supere el “diálogo de sordos” que suele darse.
- La palabra como deleite o goce estético: «No solo de pan vive el hombre, —o la mujer— agrego yo — sino de toda palabra que sale de la boca de Dios». (Mt. 4,3-4). Más allá del sentido religioso de esta referencia, sin dudas que la palabra llena rincones del alma humana indispensables para una vida plena y feliz. De eso saben poetas y narradores al crear versos y prosas en las que expresan sus ideas, sentimientos y emociones; también las almas sensibles que disfrutan recreando la obra literaria, la poesía o el canto; los apasionados del saber general, científico o filosófico, que se deleitan al contacto de nuevas teorías, doctrinas y conocimientos diversos; por igual goza el creyente con sus rezos, al entrar el contacto con el texto sagrado o al escuchar la prédica que apuntala su fe.
En suma, la palabra orientada al bienestar y la felicidad es un poderoso instrumento con capacidad para curar alma y cuerpo, resolver conflictos diversos, llevar consuelo a quienes sufren, prevenir suicidios y contribuir al bienestar espiritual y goce estético de las personas.