A pesar de la obsesión que tenía Sócrates con la inmortalidad del alma, pude captar que su sentido moral fue más fuerte que su instinto de conservación.
Digo esto porque tuvo muchas oportunidades de evitar la muerte.
Melito —quien fue el principal acusador, el enemigo principal, el que provocó que Sócrates fuera sometido a la cicuta— comenzó a ver que la situación se le estaba complicando. El pueblo ya se estaba enterando de lo que le iba a suceder a Sócrates, y eso generaba presión. Entonces, Melito se le acercó a Sócrates con otra actitud, tratando de evitar el desenlace, aparentando un gesto de reconciliación.
Pero Sócrates le dijo que no. Le dijo que no, rotundamente.
Incluso el verdugo, el encargado de suministrar la cicuta, que se había hecho amigo de Sócrates, le dijo:
—“Mira, Sócrates, dime dónde quieres que te la pase.”
Y Sócrates le respondió:
—“Si me vas a aplicar la cicuta, hazlo donde yo la vea.”
Él ya estaba predispuesto, completamente preparado para enfrentar esa situación.
Sí, interesante.