Dr. Pablo Reyes
Buenas tardes, jóvenes. Soy Pablo Reyes, profesor de esta universidad. Pertenezco a la Facultad de Humanidades y doy clases en la Escuela de Letras. Esta tarde vamos a hablar sobre la literatura dominicana, específicamente sobre cuáles son los elementos literarios que han configurado, de alguna manera, nuestra patria: la patria dominicana. Les pido, por favor, que me interrumpan cuando lo deseen.
Yo soy una persona muy apegada a lo escrito; cada vez que voy a exponer algo, necesito revisar y escribirlo, porque en la literatura se ha demostrado que aquello que no se escribe se pierde. Por ejemplo, existen poemas que no están completos y no sabemos qué decían porque no fueron escritos, sino transmitidos de forma oral. Muchos libros se han perdido, y desconocemos su contenido. Por eso, permítanme leer algunas notas breves que utilizaré como introducción.
Lo primero que quiero aclarar es que, cuando decidí hablar sobre los elementos literarios que han configurado de alguna manera la patria dominicana, no me limité a un solo género. No me ceñí solo al cuento, la novela, la poesía o la crítica; más bien intenté identificar esos elementos en dos o tres géneros, particularmente en el cuento, la novela y la poesía. También debo aclarar que, de estos géneros, el que más se ha trabajado en nuestro país hasta el momento es la poesía. Esto tiene una explicación histórica que, si les interesa, podemos analizar más adelante.
En términos generales, la literatura patriótica, como la llamamos, se inserta dentro de lo que denominamos la literatura de la independencia. Este tipo de literatura permeó toda Hispanoamérica desde el llamado «descubrimiento» por los españoles y comenzó a producirse, nada más y nada menos, que en el siglo XVI, aunque alguna pudo haber surgido en el siglo XV. Sin embargo, su auge se dio en el siglo XVIII, influenciada profundamente por el movimiento filosófico de la Ilustración, que ustedes conocen bien. El trípode de ese movimiento era la búsqueda de la libertad del hombre, el desarrollo de un ideario basado en leyes, y trabajaba temáticamente la idea de patria. Por eso, si revisan, por ejemplo, los escritos de Simón Bolívar, Teresa de Mier, Andrés Bello o Joaquín Fernández de Lizardi, notarán que todos sus textos apuntaban a fortalecer la idea de libertad, siempre bajo el eje temático de lo que significa la patria.
Por tanto, estos escritos debían ser comprensibles para el pueblo. No había mucha libertad para experimentar con técnicas y figuras literarias, porque, de hecho, se trataba de una literatura comprometida con el pueblo. Y si el pueblo no entendía lo que el autor quería comunicar, ¿para quién se estaba escribiendo?
En nuestro país resulta curioso el hecho de que estuvo prohibido todo lo relacionado con la ficción. Cuando llegaron los españoles y los reyes quisieron instaurar una forma de pensamiento que estuviera supeditada a ellos, prohibieron la lectura de obras de ficción, tales como novelas y cuentos. Sin embargo, la poesía y el romance, al considerarse expresiones campestres y amorosas, sin una influencia directa en el pensamiento del pueblo, fueron permitidos. Por eso tenemos mucha poesía y muchos poetas. Fue en el siglo XIX cuando comenzamos a experimentar con novelistas y cuentistas. Esta prohibición no se dio en otros países de la región, pero sí se dio aquí.
Nuestra literatura, por tanto, comienza a germinar propiamente desde que surge una preocupación nacional. Todo lo que se produjo durante la época colonial con los colonizadores es un tipo de literatura española, aunque se escribiera aquí. Los que escribían eran los españoles, y fueron ellos los que redactaron las Crónicas de Indias. Nosotros comenzamos a hacer literatura en el siglo XVIII, y una primera manifestación de la preocupación nacional, nuestra preocupación como pueblo, se dio en una quintilla. Como mencioné antes, la lectura de cuentos y novelas estaba prohibida, y es lógico que nuestra primera manifestación identitaria, esa preocupación, se expresara en la poesía.
Esa quintilla fue escrita y hecha famosa por el padre Juan Vásquez desde Santiago. Es en ella donde comienza a manifestarse esa preocupación por la identidad nacional. Recuerden que habían sucedido ciertos hechos, como la firma del Tratado de Basilea en 1795, donde Francia devolvía unas naciones a España en la península ibérica, y España cedía una parte de la isla a Francia. Este tratado se firmó en 1795 en Basilea, Suiza. Así, nuestro pueblo había sido colonizado por España, gobernado por Francia, saqueado por los ingleses y ocupado por los haitianos. En ese contexto, el padre Vásquez expresó la siguiente quintilla, que leeré a continuación:
«Ayer español nací,
a la tarde fui francés,
en la noche etíope fui,
hoy dicen que soy inglés,
no sé qué será de mí.»
Noten las referencias: español, francés, inglés, etíope, y el último verso, que refleja el grito de impotencia: «No sé qué será de mí mañana.» Estos versos se escribieron en 1795, antes de la independencia nacional. Recuerden que, si hablamos de literatura nacional, debemos partir de la independencia. Sin independencia, no hay un pueblo establecido con leyes, y por lo tanto no hay literatura nacional propiamente dicha. Así, estos versos representan la introducción a la preocupación identitaria que marcará toda la literatura dominicana.
Con el nacimiento de la independencia, nuestros patriotas también escribieron. ¿Qué escribía Duarte? Escribía poemas. Los allegados a Duarte también escribían poemas, y estamos hablando de 1844. Luego vino la anexión, la restauración, y todos esos eventos influenciaron un tipo de literatura que apuntaba hacia la identidad. En esta literatura, se cuentan historias patrias, se expresa una preocupación por la libertad de pensamiento, y hay una constante preocupación por la idea de nación.
Nuestro primer trípode literario, que defiende de manera clara estos ideales, es una novela que todos ustedes conocen: «Rufino.» Es una trilogía con dos títulos adicionales: «Rufinito», «Alma Dominicana” y «Guanuma». Los personajes de esta novela son nuestros héroes patrios, como Juan Pablo Duarte, y los antagonistas representan a quienes se opusieron a los ideales de nuestros héroes. Aunque es una historia de ficción, está narrada con personajes nacionales que conocemos. El autor aclara que es una historia de ficción; los hechos no están narrados como sucedieron, sino como pudieron haber sucedido.
Como mencioné al principio, este tipo de literatura estaba dirigida a la conciencia del pueblo, y no tenía la intención de trabajar con técnicas literarias avanzadas, lo que, de alguna manera, la debilita. Si revisamos hoy el canon de la literatura dominicana, «Rufino» no se considera la mejor novela. Hubo un salto hacia personajes más despreocupados por el panorama realista nacional, que mezclaban el realismo con las técnicas literarias de la época. Así surgió una novela que, por mucho tiempo, se ha considerado nuestra obra universal: «Enriquillo.» ¿Saben quién escribió «Enriquillo»? Manuel de Jesús Galván. Esta novela es impresionante, ya que mezcla lo último en técnicas literarias con una preocupación nacional e identitaria.
Por supuesto, si leemos la obra, encontraremos ciertas contradicciones típicas de la época. Manuel de Jesús Galván no pudo escapar de ellas. Sin embargo, aquí ya encontramos un trabajo de conciencia, tanto artístico como realista, con una profunda preocupación por la identidad nacional.
Ahora bien, es importante notar que se trata de una novela, y nosotros tenemos pocos novelistas. Recuerden que la creación de novelas estuvo prohibida durante mucho tiempo, lo cual nos impidió desarrollar una tradición de novelistas, pero sí tenemos una rica tradición de poetas. En la poesía, ciertamente, existe una búsqueda consciente que rompe con todas las ataduras, y los ideales del trípode de hombre, pensamiento libre, patria y libertad están presentes en todos nuestros movimientos literarios. Por ejemplo, el movimiento que más conocen es el postumismo, el cual surge efectivamente en un momento en que la patria está siendo amenazada: durante la intervención norteamericana.
Domingo Moreno Jiménez, con el postumismo, de alguna manera se preocupa por rescatar lo que nos queda de la patria. Recurre a lo autóctono, a nuestra lengua, a nuestras imágenes, y se atreve a poner a rivalizar una piedra dominicana con cualquier dama rubia inglesa o francesa. Una característica del postumismo es que, como personajes de su poesía, utiliza a cualquier dominicano, sin importar cuán insignificante —entre comillas— pueda parecer. Para los postumistas, cualquier palabra, si es autóctona, si es nuestra, puede ser poética si está bien utilizada. Así, encontrarán poemas donde el autor escribe sobre una palma real, poemas dedicados a la maestra de la escuela o al amanecer mientras se huele el café. Esos elementos, profundamente nuestros, se insertan en nuestra poesía, y el pueblo los lee y, de alguna manera, afianza la idea de identidad que estaba siendo amenazada por la intervención norteamericana.
Siguiendo esta línea, cuando aparece el movimiento de la «Poesía Sorprendida», sucede algo similar. Los poetas sorprendidos consideraban que debían partir de lo nacional para dialogar con lo universal. Recuerden que, antes, era al revés: mirábamos hacia afuera para imitarlo aquí. ¿No recuerdan eso? «Ese estudió en España», «ese estudió en Francia», «ese estudió en Inglaterra», «ese tiene que ser bueno». Bueno, pues hubo un giro. Rubén Darío fue el primero en experimentar ese cambio. Él dijo: «Siempre hemos mirado a España, siempre hemos mirado a Europa. ¿Alguna vez Europa nos ha mirado a nosotros con intención de aprender?» Los poetas sorprendidos tenían la idea de partir de elementos nacionales para ponerlos a dialogar con lo que se estaba haciendo universalmente en la poesía.
Si revisan brevemente la poesía de Franklin Mieses Burgos, encontrarán el poema titulado «Esta canción estaba tirada por el suelo». Es, simplemente, la canción nacional, la poesía nacional que yace abandonada, ignorada. Franklin la toma, la reconstruye, crea su canto con ella y la ofrece al mundo. Así, ellos crearon y defendieron la idea de identidad y la idea de patria.
En cuanto al cuento, es cierto que tenemos pocos cuentistas reconocidos internacionalmente, pero todos ustedes conocen a Juan Bosch, ¿no es así? ¿Podemos decir que los cuentos de Juan Bosch tienen una preocupación identitaria? Sí, la tienen, en la mayoría de los casos. Además, el momento en que escribió Juan Bosch fue un momento crucial en Hispanoamérica. De alguna manera, él compartía ese eje temático común a la región. Ustedes también han leído a Quiroga, a Kipling, a Chejov; son autores de nacionalidades distintas, pero las técnicas que utilizan son bastante similares.
En la cuentística de Juan Bosch, él fue quien probablemente dio ese gran impulso a la narrativa que comenzó con «Rinito», continuó con Fabio Fiallo y sus cuentos, y con Nicolás Penson. En Juan Bosch encontramos a un autor que se dedicó a trabajar la literatura misma, a perfeccionar la técnica, y creó un verdadero catálogo de cómo debe trabajar un buen cuentista.
Bosch identificó los elementos que debe tener un buen cuento y los llevó a la práctica. En cada uno de sus personajes vemos al dominicano sencillo, ya sea amenazado por la naturaleza, por la fuerza pública que debería protegerlo, o involucrado en lo que se denomina Revolución, intentando producir un cambio. Ese cambio es otro elemento de identidad que se mezcla con todo lo que hemos mencionado sobre la literatura de los años 60. Si revisan cualquier novela o cuento de esa década, encontrarán una preocupación revolucionaria, lo cual tiene una explicación: habíamos vivido una tiranía y no queríamos otra. Así, los escritores, con esa huella aún presente, comienzan a trabajar en ese sentido.
El cuento que se preocupa por la idea de patria es escaso; si revisan nuestra literatura, encontrarán pocos ejemplos. En un rastreo que, por orden de Eulogio, tuve que realizar, encontré dos antologías muy importantes. Por si algún día desean hacer una tesis, trabajar en ello o simplemente divertirse leyendo, miren esta antología de 1969, que solo se encuentra en el Archivo General de la Nación. Bueno, realmente no está disponible allí, yo la «secuestré». Es una antología editada por Cartagena, «Tatín», y tiene la bandera nacional en la portada. Reúne a 11 cuentistas, cada uno con dos cuentos, de los cuales uno está dedicado a la patria. Puedo leerles los nombres de los autores que aparecen aquí: Armando Alm Rodríguez, Miguel Alfonseca, Ramón Francisco, Virgilio Díaz Grullón, Iván García, Antonio Rendal del Risco, Bermúdez, Enriquillo Sánchez y Marcio Veloz Maggiolo. Todos son maestros del cuento dominicano, algunos ya fallecidos y otros todavía activos.
La segunda antología que encontré es de Miguel Collado y Eric Simó. Aunque los cuentos no tratan netamente sobre la patria, sí están muy ligados a ella. Noten el título de la antología: «Huellas de la Guerra Patria de 1965». Como sugiere el título, se centra básicamente en la guerra de 1965, que, de alguna manera, también contribuye a la idea de patria que tenemos hoy en día.
Ahora salgamos de esos años y vámonos al presente, específicamente al año 1999. Alguien publicó un cuento titulado «El pasado puede volver». Lo he leído unas ocho veces porque me gusta mucho, y es breve, pero hay partes que no comprendo del todo. Así que, si van a leerlo, les aconsejo que busquen a alguien que domine el criollo, ya que el autor realizó un experimento donde casi la mitad del cuento está en criollo. Básicamente, la historia trata sobre una joven haitiana que está dando a luz aquí, en República Dominicana. La atiende una doctora dominicana, quien solicita la ayuda de un cardiólogo haitiano que también se encuentra aquí. Pero, cuando el cardiólogo llega donde la chica, en lugar de atenderla, comienza a denigrarla. La joven no sabe qué hacer, pues solo habla en criollo, y el único que lo domina es el doctor al que la doctora llamó para ayudarla precisamente por eso.
Finalmente, la doctora termina diciendo: «¿Qué le ocurre a este cretino maldito?», y decide encargarse ella misma de la joven. Aquí hay una mezcla interesante de elementos. La doctora le habla al cardiólogo y él le responde en un mal inglés; luego, el cardiólogo le habla a la joven en criollo, y la joven le contesta en criollo, pero la doctora no entiende nada.
**No sé cuál es el mensaje que el narrador quiso transmitir aquí. Curiosamente, el cuento tiene un epígrafe que dice: «San Cristóbal, 26 de enero de 1999». ¿Qué pasó el 26 de enero? Ese día nació Juan Pablo Duarte. Además, hace 180 años, en San Cristóbal se firmó la Constitución. Creo que el mensaje está claro, ¿no? Este autor es joven, pero sin duda está conectado con nuestra historia.**
Sé que ustedes lo conocen; se llama Gerardo Castillo y el libro de cuentos se titula *Entre dragones*. Así que si lo ven por ahí, ya saben. Parece que a este autor le gustan estos temas, porque también encontré un cuento llamado *De cara al sol*, aunque este, más que patriótico, tiene que ver con el asesinato —o la muerte, depende de cómo quieran verlo— de Ramón Cáceres, el señor que mató a Lilís. No se molesten: sí, hablo del asesinato de Ramón Cáceres. Claro está, no es una repetición literal de la historia, sino que el autor recurre a la ficción para recrear ese momento de manera metafórica. Cuando Ramón Cáceres recibe el último disparo, una bandada de aves sale volando de un gran árbol, y él entiende que en el vuelo de esa bandada también él era libre. Entonces, empieza a recordar a su madre y finalmente muere.
El cuento es una especie de regresión; una búsqueda de identidad y libertad a través de un regreso al pasado, pensando en los orígenes para poder mantener la idea del origen y que no se pierda en el tiempo. Por eso el otro cuento se titula *El pasado puede volver*. Debemos tener cuidado con que el pasado vuelva, entendiendo esto desde el presente y evitando ciertos errores. Más o menos esa es la idea que se trabaja, y creo que los últimos dos cuentos tienen bastante claridad, bastante dominio de la técnica, y están hechos como literatura en sí misma, no como una especie de panfleto para dirigir a un pueblo. Tampoco recrean de manera directa lo que sucedió, sino que transmiten el alma del artista, que es lo que se busca en la literatura, ¿no? Porque, de nada sirve recrear un hecho histórico si yo puedo leerlo en un libro de historia. La pregunta es: ¿cuál es el elemento diferente que voy a sentir en este cuento, en esta poesía, en esta novela? Eso tiene mucho que ver con el alma del artista, con que esa alma se sienta.
Bien, entonces, creo que la literatura patriótica va por ahí. No se ha trabajado la literatura patriótica como un tema acabado; hay mucho por producir, y creo que ustedes, como jóvenes, son quienes deben comenzar a hacerlo. Bueno, si tienen alguna pregunta, esa fue mi introducción.
—Muy bueno, profesor. Profesor, una pregunta. ¿Usted cree que la escasez de novelas, poemas o literatura que no mencione la patria se debe a que, naturalmente, la nación de República Dominicana depende más de la influencia extranjera que de pensar en nosotros mismos? Porque, como usted mencionó al principio, los españoles influyeron aquí, luego fueron otros países. ¿Usted cree que, por la influencia extranjera, hay una escasez de literatura sobre la patria?
Dr. Pablo Reyes
—¿Ese joven es estudiante de Eulogio?
M.A. Eulogio Silverio
—Los míos son de Medicina, no son de Literatura.
M.A. William Mejía Chalas
—Son de Educación Física.
Dr. Pablo Reyes
—Yo estoy buscando una pregunta así en los estudiantes de Literatura, que hagan ese tipo de pregunta. Fuerte el aplauso por la pregunta. Y la verdad es que esto lo voy a contestar sin ser subjetivo ni nada. Creo que sí. El problema es que, en el arte, y específicamente en la literatura —que es donde yo trabajo— hemos tenido ese tipo de complejo. Creemos que, mientras más aprendamos de los de fuera, seremos mejores. Tenemos problemas para leernos a nosotros mismos, y si no nos leemos, no nos entendemos. Somos islas; cada uno busca su estilo en lo extranjero para ser «el mejor», y eso también nos hace crecer en ego. «Tú no entiendes eso porque es una técnica que aprendí en Alemania». Tenemos ese problema. De hecho, siempre buscamos un premio internacional; ya casi nadie busca un premio nacional.