Prof. Eulogio Silverio
En toda sociedad, las ideas no son productos aislados, sino el resultado de un entramado más amplio de otras ideas y relaciones materiales e históricas. Desde nuestra perspectiva, el discurso del pastor Ezequiel Molina no debe ser entendido como una creación personal, sino como la reiteración de un sistema ideológico que encuentra su fundamento en el corpus doctrinal cristiano al que representa.
El pastor Molina no actúa como un autor independiente de ideas, sino como el portador de un discurso con raíces profundas en los textos “sagrados” de la tradición que han dado forma a la religión cristiana.
Es importante recordar que las religiones no surgen ni mantienen su vigencia en el vacío; son productos históricos configurados por las relaciones materiales de las sociedades que las generan. En este sentido, el rol subordinado de la mujer refleja las estructuras sociales y económicas de las épocas en que estas doctrinas fueron formuladas y que han sido aceptadas por los cristianos como la palabra que Dios dejó a los hombres a través de su hijo y de sus profetas. El cristianismo, como sistema de ideas, responde a una cosmovisión premoderna que regulaba las relaciones humanas en términos jerárquicos, tanto en el plano social como en el familiar.
El pastor Molina, como representante de una institución religiosa, no tiene la capacidad ni, probablemente, la intención de modificar estos valores, pues su rol, como pastor de La Batalla de la Fe, no es cuestionarlos, sino reafirmarlos, incluso de manera dogmática. Él no desempeña el papel de un académico, un político o un funcionario público, alguien que, en ese caso, estaría obligado a ajustar su discurso a las exigencias del Estado. En este sentido, él es el vehículo, no el arquitecto, del discurso. Criticar al pastor por sus declaraciones es confundir el efecto con la causa, y equivale a disparar al mensajero en lugar de atacar el mensaje.
Desde nuestra óptica, las ideas deben ser examinadas en relación con la totalidad del sistema ideológico al que pertenecen. La crítica debería dirigirse, entonces, a los fundamentos de los valores cristianos, entendidos no como absolutos, sino como construcciones humanas que responden a un tiempo y espacio específicos. Sería valioso preguntarse por qué estos valores han permanecido vigentes en la actualidad. Evidentemente, su vigencia no se debe a figuras como el pastor Molina; él es una figura relevante porque existe una parte importante de la sociedad dominicana que no está de acuerdo con los cambios que se han operado en la familia contemporánea y que prefiere el modelo familiar de sociedades agrarias en comparación con los modelos actuales.
Asimismo, debemos entender que La Batalla de la Fe y su creciente popularidad no se explican únicamente por la religiosidad de sus seguidores, sino también por el vacío ideológico dejado por otras tradiciones de pensamiento. En un contexto de crisis cultural, muchas personas buscan en la religión una narrativa que les proporcione sentido y pertenencia. Esto explica por qué el público que escucha al pastor Molina no busca ni prefiere un análisis crítico desde el feminismo o las ciencias sociales; lo que anhela es la reafirmación de un marco de valores que considera trascendental.
Por tanto, la verdadera discusión filosófica no debe centrarse en el pastor, sino en los valores cristianos que él representa. Pero pocos se atreven a abordarlo, pues es un tema espinoso. El reto radica en enfrentar esta narrativa con una crítica que desvele su carácter histórico y contingente, y que proponga una ética basada en la razón, la igualdad y la emancipación humana. De esta forma, no solo se desenmascara el discurso, sino también el sistema de ideas que lo sustenta.
Finalmente, desde mi punto de vista, el pastor Ezequiel Molina ha cumplido nuevamente con su papel dentro del sistema ideológico al que pertenece. Como sabemos, su éxito no radica en la originalidad ni en la innovación de su discurso —y él lo sabe también—, sino en su capacidad para reafirmar los valores cristianos que su comunidad espera escuchar y que, en última instancia, constituyen el eje central de su liderazgo.
La Batalla de la Fe crece año tras año porque ofrece un mensaje coherente con las expectativas de un público que encuentra en estos valores una fuente de identidad y sentido en un mundo cada vez más plural y complejo.
Por tanto, si el propósito del pastor es reforzar la narrativa cristiana frente a las tensiones ideológicas de la modernidad, podemos afirmar que, efectivamente, «la pegó nuevamente». Sin embargo, este éxito no debe ser visto como un mérito personal, sino como una demostración de la persistencia y resiliencia de un sistema de ideas que sigue teniendo relevancia para una porción significativa de la sociedad. Así, la discusión no debe centrarse en la figura de Molina, sino en el entramado cultural e ideológico que lo respalda y da forma a su discurso.
Nuestra invitación es ir más allá de los individuos para cuestionar las estructuras ideológicas que determinan sus roles y mensajes.